Las fallas
Hermosa Valencia tierra de naranjales ubérrima católica y
cristiana. “Mucho vestido blanco mucha
parola y el puchero en la lumbre con
agua sola. Chapirón cara de ladrón, si vas a Valencia donde vas amor mío sin mi
presencia” era un cantar del
renacimiento. Y hay que ir a Valencia a empaparse de españolidad mediterránea,
hablan el mejor catalán el de Ausias March porque antes que el Principado de
Cataluña existió el reino de Aragón. Sus puertas nieladas de roble forradas de
bronce recuerdan al Cid y a Jaime I el emperador que le arrebató las poternas a
la morisma. San Vicente Ferrer, san Vicente mártir el diacono aragonés. La paella
y la catedral una de las más hermosas y atalajadas de España, la Virgen de los
Desamparados. Me prosterné ante su altar y recé por mi patria España que sería
el mejor país del mundo si no tuviéramos tanto político trincón tanto periodista
sopazas. Comerse una paella cocida al fuego en una barraca de Cullera es uno de
los mejores placeres que se le pueden deparar al ser humano. Después un paeso
en barca por la albufera viendo el vuelo bajero de las ánades patos salvajes de
los cormoranes casi a ras de los carrizos. Y un postre de naranjas y las fallas
que recuerdan en sus estampidos el ruido de la lucha constante contra el moro. El
ruido y la pólvora el poder y la gloria. En la catedral se estaba bien. Hacía fresco
y fuera calentaba el sol pero el edificio del siglo XIII tiene una serie de
huecos en el enlucido que absorben la temperatura y galvanizan la voz no hacían
falta micrófonos. San Vicente Ferrer predicaba desde el púlpito en valenciano y
lo entendían en inglés en francés alemán y en italiano. Todas sus predicas
empezaban con esta salutación:
-Bona gent (buena
gente amiga)
Y es la palabra de acogida que recibes al entrar en la
ciudad del Turia.
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