SOMERSET MAUGHAN Y SU AMOR A
ESPAÑA
En las novelas de don William Somerset
(1874-1965) Maugham hay párrafos que son como para encender nuestro decrépito optimismo
al que aludía el otro día Rajoy así como el Rey: España es un gran país. Por
ejemplo, en esa novela mayor (creo que una de las mejores del siglo XX) Servidumbre Humana, publicada en 1915, hallamos estas perlas: “Iría a España. Quería conocer como mejor
pudiera el país del romanticismo… la visita fue acogida por Athelny con la
cortesía de un grande de España. Quería conocer Toledo, León, Oviedo Burgos. Lo dice Mr. Athelny al
protagonista, el joven Phillip Carey, un enamorado de la lengua de Cervantes a
la que encuentra la más sonora rica y melodiosa mientras le invita a comer en
su cuarto con derecho a cocina del barrio de Stamford Bridge, lleno de niños,
rodeado del calor de su bondadosa esposa y su pasión por las buenas formas
caballerescas y la compostura que aprendió en el Quijote. Así le describe a
Philip las catedrales españolas con sus vastos espacios envueltos en sombras
con el oro macizo de los altares y los suntuosos hierros forjados de las rejas
donde cantaban vísperas los canónigos con el corto sobrepelliz de encaje.
Le parecía escuchar el canto monótono de la salmodia… Ávila Tarragona Segovia
Córdoba. ¿Sevilla? No vaya usted a Sevilla corridas de toros olor a azahar y el misterio de las tapadas moriscas, mantones
de Manila, la chispa de un piropo. Es la España de opereta que descubrió en sus grabados
Teófilo Gautier y todo está dicho… en Toledo se encontrará con el alma de ese
país descrita por el Greco. Es la pasión de lo invisible cantada por sus
grandes místicos Juan de la Cruz ,
Teresa la mística, fray Luis de León” etc.
Es muy posible que la España que describe ya no exista
como tampoco exista quizá el Londres, al que tanto amé y en el que moré siete
años, que presenta en sus obras pero convengo en recordar a mis lectores que la
destrucción de ese mundo no lo permitirá la providencia divina y hay que ser
optimista pese a los clangores de guerra que resuenan por todas las partes. La
guerra- guerra con estampidos en campos de batalla y guerra por dentro mucho
más sórdida aturdidos por la propaganda falaz de cámaras, prensas y micrófonos-
es una enfermedad humana como la neuritis, la disentería, las almorranas los
mosquitos y la sífilis. Servidumbre humana Que cada palo aguante su vela y, hoping for the best, dicen los ingleses.
Don William es un gigante de la escritura.
Recomiendo a los mi compatriotas,
aturdidos, pacatos e insensatos, turulatos, por su densidad, por el dinamismo,
por la forma como construye ambientes y personajes, atrapando al lector. Hay
que dejar de mirarse al ombligo y mirar a lo alto pese a los falsos pastores y
los infames productores de literatura basura y periodismo mendaz. Es un ejemplo
insuperable del arte de narrar. Fue Maugham un inglés hispanófilo de maneras
suaves de gentleman que contribuyó al auge de los estudios hispánicos en las
islas. Recomiendo sus obras para los que quieran aprender la lengua de Milton y
se dejen de cintas cursos en academia al estilo de ese Vaughan que anuncian por la tele. Un sacacuartos. Una mafia. Hay tráfico
de armas. Trata de blancas y trata de lenguas pero un idioma no se aprende a
cañonazos ni viene de vénganos. Tengo la impresión yo que soy amante de la Filología y que
considero al inglés mi segundo idioma de que este señor con sus programas de
aprendizaje nos vende viento en cápsulas nos saca la lengua, se burla.
El que se inicia tiene que
hincarse de codos. Se trata de una estrategia de los nuevos invasores a través
del síndrome de babel. Este pseudo –corren tiempos de impostura- que nada tiene
que ver con el elegante humanismo británico que plasma en sus libros don
William escribiendo la mejor prosa el más exquisito inglés del pasado siglo.
No nos desviemos del tema, sin
embargo. El protagonista Philip un estudiante de medicina en prácticas o
haciendo el Mir en el hospital de san Lucas en sus ratos libres recibe clases
particulares de castellano y subraya las páginas de la gramática de Nebrija.
Una mujer fatal se cruza en su camino: Mildred que lo humilla, se ríe del pobre
mediquillo, le pone los cuernos con un tal Griffiths, tiene una niña, lo
abandona y se dedica al oficio más viejo del mundo trotando por el Soho. Izas y
rabizas. Él la sigue amando a aquella pobre mujer de forma trágica y con esa
ternura y elegancia inglesa porque en sus libros salta una cualidad característica
de los británicos que han dado durante generaciones algo tan importante como el
humor y la compasión, palabra
intraducible que acaso signifique tener simpatía con el oprimido apiadándose y
no alegrándose de su desgracia. Un día vuelve a encontrarla en infames
condiciones. Mildred era una perdida, la saca del arroyo, la acoge en su casa.
Y vuelve a vivir con él
Duermen sin embargo en
habitaciones distintas. Phillip se encariña con el bebé Cecily sin ser su hija. A Mildred
no le gusta el papel de ama de llaves. No concibe la existencia sin sexo. “esta clase de mujeres no valen para el
servicio doméstico ni suelen ser buenas madres” escribe el autor. La niña
muere de inanición. Eran años terribles para una madre soltera.
Un día al regreso de la clínica,
después de una pelea en la comida de navidad en la cual volaron los platos y el
personaje tuvo que escuchar una sarta de epítetos canallas, encuentra su casa
desbaratada, los cuadros de Monet desgarrados, el mobiliario hecho trizas, rota
toda la vajilla con una nota que decía “tullido”.
Este insulto era el que más le dolía porque el aprendiz de doctor era cojo al
haber nacido con un pie equino y le abrumaba y acomplejaba esa minusvalía. Se
acumulan las desgracias. Los pocos ahorros que le había dejado su tío el
vicario de Blackstable los pierde en
una caída de las acciones en la
Bolsa a causa de la guerra de los Boers. No puede pagar a la patrona y deambula por las calles
londinenses como un derrelicto más. Se
convierte en tramp. Vienen el hambre,
los harapos, los peligrosos refugios del otro lado del Támesis para los sin
hogar. En medio de su desesperación homeless,
duerme al raso. Pero todo pasaba, todo pasa, todo llega y nunca pasa nada. Todo
sigue igual. El alma humana permanecerá idéntica a sí misma pese a los vaivenes
políticos y las transformaciones en lo material del progreso técnico.
El bien y el mal también pasan
después de jugar al escondite con nuestras vidas. Nada tiene importancia.
Athelny el amigo que le hablaba de España, le convida almorzar los domingos y
que funge como deuteragonista maravillosamente descrito con su gran familia su
limpia pobreza su cortesía y su devoción por España que hasta los utensilios de
la casa eran de factura castellana y le hace sentarse a su mesa en sillones
frailunos de castaño oscuro, se convertirá en el deus ex machina que le sacará de las garras del suicidio.
Philip camina sobre el filo de la
navaja (The Razor Edge es el título de otra de las grandes
novelas del autor), se columpia sobre el vacío. Al leer nos invade una
sensación de angustia o cremnofobia.
Es el vértigo del vivir. La tablazón o carpintería de la trama, la propiedad
del lenguaje, la descripción del escenario (Londres era tal y conforme lo pinta)
es el aguijón de la intriga que consigue que el lector no deje el libro de las
manos hasta ver cómo termina, a ver qué pasa.
En los Athelny va a encontrar no
sólo el refugio la caridad y eso que los ingleses llaman coziness y los alemanes gemutlichkeit
intraducible al castellano porque reflejan el confort y el ambiente del hogar,
también el amor porque en Sally la hija del viejo romántico apasionado de Segovia
y Toledo va a encontrar el amor y la seguridad de una buena esposa.
La castidad de Sally en
contraposición a la lujuria el egoísmo y el despotismo de Mildred se
contraponen como eje del “pathos” del drama. Yo he vivido en parte sobre mis
carnes el tema que propone esta maravillosa novela que más que una novela es
una morality y más que una morality
es un mundo en el que viven no personajes de cartón sino seres humanos. Maugham
supera a Shakespeare en su panóptica visión de la condición humana. Al final
triunfa el bien sobre el mal.
Muere el tío cura, quien, al dejarle
una pingüe herencia, lo rescata de su pobreza y abandonar una colocación de
ascensorista escaparatista en unos almacenes de Oxford St.
Of human bondage tiene mucho de costumbrista porque Maugham había aprendió
su arte en la novela sentimental de Fielding y Trollope pero también de
soteriológico, lejos de matices religiosos de cualquier índole, el ser humano accedería
a una supuesta redención a través del esfuerzo, la tolerancia, la comprensión
sin fanatismos ni aberraciones religiosas. Don William era agnóstico pero
parece de acuerdo con su personaje Athelny cuando afirma que el catolicismo en
cuya defensa vertieron su sangre los españoles es una mentira irrenunciable.
¿Por qué? Es bella y toda vida sin estética
no merece ser vivida. El hombre sin idearios y una cierta trascendencia
se convierte en un simple mamífero que no deja rastro ni huella después de
hozar como los cerdos por este valle de lágrimas. De él puede decirse que
nació, sufrió, comió, se acostó, soñó, murió. ¿Qué sentido tiene todo esto?
¿Para qué nacemos? Y contesta que únicamente el arte y un cierto estoicismo
pagano nos pueden sacar de las garras de la desesperación. La pintura, la
escultura (sus apuntes sobre la National
Gallery carecen de rival) un buen amigo, un buen libro y una
buena pipa una charla junto al fuego harán más llevadera nuestra existencia.
Phillip Carey, al heredar, puede continuar los estudios, se recibe como MD
especialista en Ginecología, se casa con Sally y se va a ejercer como médico
rural a un delicioso pueblo costero del Kent donde en agosto se cosecha lúpulo.
Traza maravillosas cuadros de costumbres
y pintura paisajista de las pomaradas de aquel condado que llamaban el jardín
de Inglaterra. El amor se corona de gloria y el odio diabólico sale con el rabo
entre las piernas, así pues.
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