Buscar este blog

domingo, 1 de marzo de 2015

centenario de la publicación de SERVIDUMBRE HUMANA


SOMERSET MAUGHAN Y SU AMOR A ESPAÑA

 

En las novelas de don William Somerset (1874-1965) Maugham hay párrafos que son como para encender nuestro decrépito optimismo al que aludía el otro día Rajoy así como el Rey: España es un gran país. Por ejemplo, en esa novela mayor (creo que una de las mejores del siglo XX) Servidumbre Humana, publicada en 1915, hallamos estas perlas: “Iría a España. Quería conocer como mejor pudiera el país del romanticismo… la visita fue acogida por Athelny con la cortesía de un grande de España. Quería conocer Toledo, León,  Oviedo Burgos. Lo dice Mr. Athelny al protagonista, el joven Phillip Carey, un enamorado de la lengua de Cervantes a la que encuentra la más sonora rica y melodiosa mientras le invita a comer en su cuarto con derecho a cocina del barrio de Stamford Bridge, lleno de niños, rodeado del calor de su bondadosa esposa y su pasión por las buenas formas caballerescas y la compostura que aprendió en el Quijote. Así le describe a Philip las catedrales españolas con sus vastos espacios envueltos en sombras con el oro macizo de los altares y los suntuosos hierros forjados de las rejas donde cantaban vísperas los canónigos con el corto sobrepelliz de encaje.

Le parecía escuchar el canto monótono de la salmodia… Ávila Tarragona Segovia Córdoba. ¿Sevilla? No vaya usted a Sevilla corridas de toros olor a azahar y  el misterio de las tapadas moriscas, mantones de Manila, la chispa de un piropo. Es la España de opereta que descubrió en sus grabados Teófilo Gautier y todo está dicho… en Toledo se encontrará con el alma de ese país descrita por el Greco. Es la pasión de lo invisible cantada por sus grandes místicos Juan de la Cruz, Teresa la mística, fray Luis de León” etc.

Es muy posible que la España que describe ya no exista como tampoco exista quizá el Londres, al que tanto amé y en el que moré siete años, que presenta en sus obras pero convengo en recordar a mis lectores que la destrucción de ese mundo no lo permitirá la providencia divina y hay que ser optimista pese a los clangores de guerra que resuenan por todas las partes. La guerra- guerra con estampidos en campos de batalla y guerra por dentro mucho más sórdida aturdidos por la propaganda falaz de cámaras, prensas y micrófonos- es una enfermedad humana como la neuritis, la disentería, las almorranas los mosquitos y la sífilis. Servidumbre humana Que cada palo aguante su vela y, hoping for the best, dicen los ingleses. Don William es un gigante de la escritura.

Recomiendo a los mi compatriotas, aturdidos, pacatos e insensatos, turulatos, por su densidad, por el dinamismo, por la forma como construye ambientes y personajes, atrapando al lector. Hay que dejar de mirarse al ombligo y mirar a lo alto pese a los falsos pastores y los infames productores de literatura basura y periodismo mendaz. Es un ejemplo insuperable del arte de narrar. Fue Maugham un inglés hispanófilo de maneras suaves de gentleman que contribuyó al auge de los estudios hispánicos en las islas. Recomiendo sus obras para los que quieran aprender la lengua de Milton y se dejen de cintas cursos en academia al estilo de ese Vaughan que anuncian por la tele. Un sacacuartos. Una mafia. Hay tráfico de armas. Trata de blancas y trata de lenguas pero un idioma no se aprende a cañonazos ni viene de vénganos. Tengo la impresión yo que soy amante de la Filología y que considero al inglés mi segundo idioma de que este señor con sus programas de aprendizaje nos vende viento en cápsulas nos saca la lengua, se burla.

El que se inicia tiene que hincarse de codos. Se trata de una estrategia de los nuevos invasores a través del síndrome de babel. Este pseudo –corren tiempos de impostura- que nada tiene que ver con el elegante humanismo británico que plasma en sus libros don William escribiendo la mejor prosa el más exquisito inglés del pasado siglo.

No nos desviemos del tema, sin embargo. El protagonista Philip un estudiante de medicina en prácticas o haciendo el Mir en el hospital de san Lucas en sus ratos libres recibe clases particulares de castellano y subraya las páginas de la gramática de Nebrija. Una mujer fatal se cruza en su camino: Mildred que lo humilla, se ríe del pobre mediquillo, le pone los cuernos con un tal Griffiths, tiene una niña, lo abandona y se dedica al oficio más viejo del mundo trotando por el Soho. Izas y rabizas. Él la sigue amando a aquella pobre mujer de forma trágica y con esa ternura y elegancia inglesa porque en sus libros salta una cualidad característica de los británicos que han dado durante generaciones algo tan importante como el humor y la compasión, palabra intraducible que acaso signifique tener simpatía con el oprimido apiadándose y no alegrándose de su desgracia. Un día vuelve a encontrarla en infames condiciones. Mildred era una perdida, la saca del arroyo, la acoge en su casa. Y vuelve a vivir con él

Duermen sin embargo en habitaciones distintas. Phillip se encariña con el bebé Cecily sin ser su hija. A Mildred no le gusta el papel de ama de llaves. No concibe la existencia sin sexo. “esta clase de mujeres no valen para el servicio doméstico ni suelen ser buenas madres” escribe el autor. La niña muere de inanición. Eran años terribles para una madre soltera.

Un día al regreso de la clínica, después de una pelea en la comida de navidad en la cual volaron los platos y el personaje tuvo que escuchar una sarta de epítetos canallas, encuentra su casa desbaratada, los cuadros de Monet desgarrados, el mobiliario hecho trizas, rota toda la vajilla con una nota que decía “tullido”. Este insulto era el que más le dolía porque el aprendiz de doctor era cojo al haber nacido con un pie equino y le abrumaba y acomplejaba esa minusvalía. Se acumulan las desgracias. Los pocos ahorros que le había dejado su tío el vicario de Blackstable los pierde en una caída de las acciones en la Bolsa a causa de la guerra de los Boers. No puede pagar a la patrona y deambula por las calles londinenses como un derrelicto más.  Se convierte en tramp. Vienen el hambre, los harapos, los peligrosos refugios del otro lado del Támesis para los sin hogar. En medio de su desesperación homeless, duerme al raso. Pero todo pasaba, todo pasa, todo llega y nunca pasa nada. Todo sigue igual. El alma humana permanecerá idéntica a sí misma pese a los vaivenes políticos y las transformaciones en lo material del progreso técnico.

El bien y el mal también pasan después de jugar al escondite con nuestras vidas. Nada tiene importancia. Athelny el amigo que le hablaba de España, le convida almorzar los domingos y que funge como deuteragonista maravillosamente descrito con su gran familia su limpia pobreza su cortesía y su devoción por España que hasta los utensilios de la casa eran de factura castellana y le hace sentarse a su mesa en sillones frailunos de castaño oscuro, se convertirá en el deus ex machina que le sacará de las garras del suicidio.

Philip camina sobre el filo de la navaja (The Razor Edge es el título de otra de las grandes novelas del autor), se columpia sobre el vacío. Al leer nos invade una sensación de  angustia  o cremnofobia. Es el vértigo del vivir. La tablazón o carpintería de la trama, la propiedad del lenguaje, la descripción del escenario (Londres era tal y conforme lo pinta) es el aguijón de la intriga que consigue que el lector no deje el libro de las manos hasta ver cómo termina, a ver qué pasa.  

En los Athelny va a encontrar no sólo el refugio la caridad y eso que los ingleses llaman coziness y los alemanes gemutlichkeit intraducible al castellano porque reflejan el confort y el ambiente del hogar, también el amor porque en Sally la hija del viejo romántico apasionado de Segovia y Toledo va a encontrar el amor y la seguridad de una buena esposa.  

La castidad de Sally en contraposición a la lujuria el egoísmo y el despotismo de Mildred se contraponen como eje del “pathos” del drama. Yo he vivido en parte sobre mis carnes el tema que propone esta maravillosa novela que más que una novela es una morality y más que una morality es un mundo en el que viven no personajes de cartón sino seres humanos. Maugham supera a Shakespeare en su panóptica visión de la condición humana. Al final triunfa el bien sobre el mal.

Muere el tío cura, quien, al dejarle una pingüe herencia, lo rescata de su pobreza y abandonar una colocación de ascensorista escaparatista en unos almacenes de Oxford St.

Of human bondage tiene mucho de costumbrista porque Maugham había aprendió su arte en la novela sentimental de Fielding y Trollope pero también de soteriológico, lejos de matices religiosos de cualquier índole, el ser humano accedería a una supuesta redención a través del esfuerzo, la tolerancia, la comprensión sin fanatismos ni aberraciones religiosas. Don William era agnóstico pero parece de acuerdo con su personaje Athelny cuando afirma que el catolicismo en cuya defensa vertieron su sangre los españoles es una mentira irrenunciable. ¿Por qué? Es bella y toda vida sin estética  no merece ser vivida. El hombre sin idearios y una cierta trascendencia se convierte en un simple mamífero que no deja rastro ni huella después de hozar como los cerdos por este valle de lágrimas. De él puede decirse que nació, sufrió, comió, se acostó, soñó, murió. ¿Qué sentido tiene todo esto? ¿Para qué nacemos? Y contesta que únicamente el arte y un cierto estoicismo pagano nos pueden sacar de las garras de la desesperación. La pintura, la escultura (sus apuntes sobre la National Gallery carecen de rival) un buen amigo, un buen libro y una buena pipa una charla junto al fuego harán más llevadera nuestra existencia.

Phillip Carey, al heredar, puede continuar los estudios, se recibe como MD especialista en Ginecología, se casa con Sally y se va a ejercer como médico rural a un delicioso pueblo costero del Kent donde en agosto se cosecha lúpulo. Traza  maravillosas cuadros de costumbres y pintura paisajista de las pomaradas de aquel condado que llamaban el jardín de Inglaterra. El amor se corona de gloria y el odio diabólico sale con el rabo entre las piernas, así pues.  

No hay comentarios: