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sábado, 21 de marzo de 2015

VALENCIA EL RUIDO Y LA POLVORA CIUDAD HERMOSA








Las fallas

 

Hermosa Valencia tierra de naranjales ubérrima católica y cristiana. “Mucho vestido blanco mucha parola y el puchero en la lumbre  con agua sola. Chapirón cara de ladrón, si vas a Valencia donde vas amor mío sin mi presencia era un cantar del renacimiento. Y hay que ir a Valencia a empaparse de españolidad mediterránea, hablan el mejor catalán el de Ausias March porque antes que el Principado de Cataluña existió el reino de Aragón. Sus puertas nieladas de roble forradas de bronce recuerdan al Cid y a Jaime I el emperador que le arrebató las poternas a la morisma. San Vicente Ferrer, san Vicente mártir el diacono aragonés. La paella y la catedral una de las más hermosas y atalajadas de España, la Virgen de los Desamparados. Me prosterné ante su altar y recé por mi patria España que sería el mejor país del mundo si no tuviéramos tanto político trincón tanto periodista sopazas. Comerse una paella cocida al fuego en una barraca de Cullera es uno de los mejores placeres que se le pueden deparar al ser humano. Después un paeso en barca por la albufera viendo el vuelo bajero de las ánades patos salvajes de los cormoranes casi a ras de los carrizos. Y un postre de naranjas y las fallas que recuerdan en sus estampidos el ruido de la lucha constante contra el moro. El ruido y la pólvora el poder y la gloria. En la catedral se estaba bien. Hacía fresco y fuera calentaba el sol pero el edificio del siglo XIII tiene una serie de huecos en el enlucido que absorben la temperatura y galvanizan la voz no hacían falta micrófonos. San Vicente Ferrer predicaba desde el púlpito en valenciano y lo entendían en inglés en francés alemán y en italiano. Todas sus predicas empezaban con esta salutación:

-Bona gent (buena gente amiga)

Y es la palabra de acogida que recibes al entrar en la ciudad del Turia.
















miércoles, 18 de marzo de 2015

leonidas zurov


EL CADETE DE LEONIDAS ZUROV. DELICIAS DE LA LITERATURA RUSA. CANTO AL EJÉRCITO DEL EMPERADOR

 

Rusia vive por estos días tiempos de exaltación honrando al último zar asesinado por las fuerzas siniestras y a la familia Romanov; algunos incluso dicen que Nicolas II resucitado en la persona del primer ministro Mevdevev tan parecido a él que es como dirían los ingleses “his spitting image”. Lecciones que nos da la historia. El crimen no paga. Los asesinos serán apartados a la gehenna y los santos suben al cielo. El último zar con su bella familia, la emperatriz, el zarevich, y las cuatro princesas, que fueron fusiladas un 18 de julio en la tahona de Ipatiev el rico mercader de Yekateringrad (mandaba el pelotón un judio húngaro por nombre Imre Nagi y los soldados eran todos letones y estaban borrachos porque ningún soldado del ejercito rojo tuvo el valor de accionar el gatillo contra el zar que siempre fue tenido en Rusia por un dios) fue canonizado.

La tragedia de la primera guerra mundial, la revolución de octubre, la toma del palacio de invierno y la guerra civil espantosa que subsiguió marca uno de esos momentos culminantes de la historia universal que tuvo correlativamente su parte alicuota de una enorme literatura. Pocas lenguas en el mundo con excepción tal vez de la griega, podrían plasmar el “pathos” de lo acontecido: los combates, las destrucciones de ciudades, las violaciones, las ejecuciones sumarias, los incendios, la miseria, el hambre en el marco de esa arquitectura de belleza melancólica en comunión con la naturaleza que brota de la pluma de los maestros rusos.

El cadete” de Leonidas Zurov es un novela lírica que canta al ejército ruso, a los cadetes de la Guardia Blanca, del regimiento Preobrajenski, que custodiaban al Zar en su palacio de invnierno y en los perímetros de Tzarkoe Tselo en Petrogrado. Se trata de una casta historia de belleza y de pureza que exalta los nobles sentimientos de amor a la madre, amor a la patria, a la mujer que te sale al encuentro de tu vida, a la solidaridad y a la amistad. Por sus páginas se escucha el canto angélico del querubín y asoma el Cristo ortodoxo con sus barbas mientras la Virgen María sonríe bendiciendo bondadosa desde el candil de los iconos. Suenan a lo lejos después de la nevasca las campanas de alguna iglesia.

dentro de la catedral percibió a Kuny Miej. En las vetustas arcadas rebotaba la dulce melodía del oficio, los íconos centelleaban y al centro bajo la cúpula recogíase un expectante silencio que devolvía el sonido de los pasos”

Mitia es enviado a la academia de oficiales de Petrogrado. Quería ser militar igual que su padre el general Kornilov y va a sentar plaza en la escuela de Junkers. Tenía 14 años y aquel otoño de 1917 días después de las fiestas de la Asunción la campiña olía a manzanas “y las amarillentas mechas de los abedules enlutaban el alma… las filas de los arces aparecían mordidas de urentes arreboles; sobre el encristalado de la mansión zigzagueaban las llamas policromas”

La pluma de Zurov al describir el encuentro y la despedida del estudiante con su madre adquiere rotundidades homéricas. Esta le imparte su bendición según la costumbre ortodoxa. “En un recodo del camino, sosteniendo con la mano izquierda la fusta y el capote, Mitia se volvió haciendo el saludo militar y, perfilada sobre las gradas de la escalinata, vio a su madre que le bendecía, trazando sobre el aire pequeñas cruces”

Los diálogos son  contundentes, las descripciones, maravillosas. El alma rusa se hincha como el bulbo de la cúpula de un “sobor” (catedral) y protege como el manto de la Madona al lector. Y abundando en esto mismo existe el efecto “sobornosti” (catedralidad) una melodía que suena eterna melopea a lo divino a través del canto diaconal y hace que el corazón, por más que nuestra razón no lo entienda, caiga de hinojos a los pies de la imagen del Redentor. Únicamente las novelas rusas de este periodo poseen ese tono repetitivo del efecto catedral cuyos ecos se propagan a lo largo de capítulos y de frases entrecortadas del soldado que parte al frente, los besos de la mujer amada, los gritos angustiados de los pasaportados a Siberia, el lúgubre maneto de los encarcelados en las zahúrdas de la checa.

Los héroes de estas historias aceptan su destino (“suaba”) con resignación y sin odio a sabiendas de que la Madre Rusia ha pecado y va a ser sometidas a la prueba de una larga purificación. El pueblo ruso asume esa misión mesiánica de trascendencia que se manifiesta en ese lupanar donde una belleza rusa se decide por el cliente más desamparado, o un presidente Putin que escribiendo en el NT le dice a Obama que no hay pueblos mayores ni menores que a los ojos de Dios todos somos iguales.

En ese sentido soteriológico el pueblo ruso, el verdadero Israel, cumple el papel de protagonista frente a la masonería, las fuerzas oscuras, o encarándose con el estado judío exportador de armas y de conflictos, reclamo de las mafias y de los señores de la guerra que se valen de la argucia, el chantaje y la mentira como medios de coacción pues para ellos el asesinato y el terror se encuentra a la orden del día, se encargan  de fungir como antagonistas del drama o la novela de la historia.

Nadie hubiera podido sospechar que el pueblo ruso después de Stalin, de la Perestroika, y de los horrores del comunismo, del miedo a la bomba atomica que nos inculcaron a nosotros niños que crecíamos durante la guerra fría, iba a desembocar en un Putin mesiánico defensor de los pobres y los desvalidos del planeta, otro san Jorge en la lucha contra el dragón. Inefable y sorpendente constrate.

Claro, que, por eso lo difaman, le hacen la guerra, lo retratan en picardías de maricón y otras infamias. Son los herederos de los que fusilaron al zar en la casa del judío Ipatiev que vuelven a la carga.

Mitia va a ser un soldado sin suerte pero un verdadero oficial de la guardia que defiende el palacio de invierno y participa luego en la reconquista de Ribinsk. Es victima de esos cambios, de esos aggiornamientos, transiciones, consensos, trampas saduceas y politicastros ucedeos que son el escudo detrás del cual se abroquelan los judíos para proyectar sus revoluciones. Manejan como nadie las treinta monedas de la sangre, llenaron la tierra de campos de Haceldama. Es el caldo de cultivo del agit prop.

Dimitri Kornilov ve cómo a los cadetes de la guardia por orden del soviet lo despojan de la “gimnarskerska” de la nobleza y le colocan una rubaska de “poilu”. Es detenido e introducido en un convoy de castigo del que se apea en marcha librándose de la muerte. Antes un comisario judío ostentando en la “papaja” (gorro de astracán) la estrella de cinco puntas e había dicho:

       -Te perdono, mamoncillo, eres valiente.

Y el cadete se cuadra y entona el himno del zar:

       -Boshe, zaria, jrani[1]

       -Largo de aquí, yo conozco bien tu madre, hijo de puta.

En medio de las lagrimas el valiente cadete escupe al comisario y prosigue la estrofa imperial con mayor fuerza

       -Tsarvu, slava nam[2]  

El alma rusa descrita con magistral pluma por Zurov se compadece y se entiende perfectamente con la española. La lengua castellana se adentra en los penetrales de este ruso deslumbrante donde existen maravillosas descripciones como estas dignas de la Iliada o la Odisea:

“detrás del pueblecillo en un soleado prado, se instruían los noveles soldados. Al diario ejercicio sucedía la faena de bañar al ganado. Mitia habíase prendado de cierta yegua rosilla que aun amantaba a un gracioso potrillo bayo, mientra Lagin concedía todo su afecto a un caballo moro… nuncios de `primavera, los días eran apacibles, radiantes de luz, benditos, impregnados de la alegría del cielo, de la fragancia de las tiernas hojas gomosas, del gorjeo de los pájaros. En las afueras de la ciudad sobre las tumbas de los soldados una ruda hierba acaba de verdear”

Es el magnifico contraste entre la vida y la muerte y la indiferencia de la naturaleza ante las penalidades y sufrimientos del hombre. Sin que falte el lado cómico. Por ejemplo, cuando describe a aquel sargento mayor que se alista con los blancos para pelear contra los “krasnoarmeitzi”[3]

       “al toque de revista los voluntarios advirtieron, cuadrado, delante del coronel, a un desconocido de híspido bigote bermejo y rapada cabeza, que vestía un usado uniforme lleno de remiendos en el que brillaban dos condecoraciones sujetas por un alfiler. Era el sargento Arjip Simenovich. En aquel suboficial Mitia y Lagin reconocieron al mujik que sentado a la orilla del río fumaba tranquilamente su pipa”

La lectura de esta enternecedora novela me ha reconfortado en estos tiempos de tribulación y de persecución. Una voz en ruso me ha dicho con suave y amistoso acento:

-No te aflijas. Ten fuerte. Soy yo. Estaré con vosotros hasta el final de los siglos

Cristo vive en la historia y en estos momentos el Príncipe de la Paz nos habla en ruso confundiendo a los señores de la guerra que parlamentan en su algarabía o nos largan espichas en inglés. El país de la resurrección posee estos incontratables enigmas. Cabría pensar que al zar al que fusilaron los del sanedrín judío se encuentra de nuevo entre nosotros. Tengamos calma. Las puertas del infierno no prevalecerán. Les recomiendo que lean este libro de un militar Leonidas Zurov “El Cadete”. Pasarán un rato agradable, se reconciliarán con la vida aunque se les esponje el corazón de melancolía.

 



[1] Dios salve al zar
[2] Padrecito zar, seas nuestra gloria
[3] Soldados rojos

DOSTOYEVSKI ES OTRA HISTORIA (DE MI LIBRO estudios rusos)


Dostoievski es otra historia

 

para entender a Dostoievski debe el lector lanzarse a las profundidades del alma humana. Es diferente a los demás. Párrafo largo que se cine al venero interior, a los flujos de conciencia. Contradicciones y repeticiones pero, sobre todo, un gran poder de observación. Los hermanos Karamazov constituyen un homenaje a la Psique de los griegos. Hasta el siglo xix no hay paisaje en la novela. Pues bien, el poderoso escritor ruso es un paisajista del mundo interior y al mismo tiempo un tratadista de la patología del ser humano sumido en las pasiones, atraído por el bien pero seducido al mismo tiempo por el mal. Su arte universal es valedero para el hombre de todos los tiempos y habitante de los más diversos países. Círculos que se cierran, caminos que se abren, sonidos, imágenes, sus personajes se someten subyugados a la fuerza del hado. Derrumbamientos, celos, asesinatos, envidias, la muerte, el asesinato, los complejos mal explicados y las manías del cerebro... todo eso es Dostoievski que zambulle su pluma en la vida irremediable restregándola en una eclosión de metáforas. Es frío y afilado como un tempano. Toda su obra se escribe a orillas del Neva donde en primavera con la rasputitsa[1] bajan por el malecón de la avenida Nevski bloques de hielo, fantasmas helados. El ritmo frenético exige en el lector un esfuerzo de concentración. Leyendo Crimen y Castigo yo he perdido muchas veces el huelgo pero tanto me atrajo su lectura que pasé noches enteras con el libro. Noches blancas. ¿Por qué mataría Kolecnikov a la vieja? Hace buena novela negra pero Sherlock Holmes o el inspector Poirot son entes superficiales que se abstienen de profundizar en todo el bagaje psicológico de antecedentes penales y de traumas que le conducen a un malhechos a perpetrar la acción. En este escritor hay un mago de la palabra que la esgrime a la vez como aliento del diablo y susurro del cristo. Lázaro sal fuera. Redímete. Su `pensamiento profético está relacionado con la gran liturgia bizantina. Cuando rasguea su pluma sobre el papel se percibe como la salmodia de un monje que invoca al creador e impetra misericordia por la humanidad castigada. Resucita hombre del tiempo. Mira a lo alto. En muchos capítulos se lanza un responso penitencial y el texto discurre por vericuetos que recuerdan a los banquetes funerarios o convites feriales  de la antigüedad eslava cuando se comían hojuelas y luego se esparcían sobre la tumba del muerto. Un rito de fecundidad desde la creencia de que todo lo que muere resucitará. Al grito de Getsemaní le seguirá un canto de resurrección. En los grandes maestros rusos parece aletea la luz de la lamparilla votiva que alumbra los iconos.



[1]deshielo

martes, 17 de marzo de 2015

el diablo en semana santa

THE DEVIL IN HOLY WEEK (cuento semasantero en inglés)
A nightmare in Holy Thursday




My friend Empires was a man of many lectures and adventures a great reader, in his young days, he came across of a big short story by the Asturian writer Leopold Alas Clarin called EL DIABLO EN SEMANA SANTA (The devil in the holy week). And as it happens, what is in books later is in real life, fulfilling the norm by Aristotle’s quod est prius in sensu postea etiam in intellectu, but the other way round. The plot was about a man of good will going every day to the library. He was a dreamer; he lived by the Law of Books, in the middle of a country of illiterates, and the great ideals thinking that there was hope for human kind. By education. The inception of good morals. Reforms. The quest of excellence. He read and read. He dreamt and dreamt. One day-it was Good Thursday when Christ invited his disciple to the Passover dinner and instituted the rule of love, a new commandment I give to you that you love each other as I have loved you- went to the hall of the municipal books, choosing that endeavour because it was quiet and warm. The precept of loving each other was hardly followed by the so called Christians. And he lived in a small Spanish town by the name of Epicidia, when the believers brought the images of the passion to the streets and organized the big processions typical Spanish, the poor guy was a believer but he never was in a procession. Humbug he said, humbug and superstitions. Poor guy, he became the odd out man and was always under suspicion, our poor writer and reader he worked long hours in the pursuit of happiness and endeavoured at the local library. Religion was for him a free feeling of intimate and personal convictions of respect for the other criteria. That was why perhaps that his faith was more consistent and deeper. He loved that silence and seclusion and quietness, only transgressed by the drone of a solitary Spanish fly and the distant sound of the glare of drums and trumpets at the sacramental processions of Holy Week. When barefooted Nazarenes in black or crimson cassocks baring candles or carrying crosses went to the streets. You could also perceive the murmurs of their steps mingled with the strophes of the Miserere. Some of them trailed big chains cuffed to their barefoot. The spectacle was quite medieval. It was the Day of Atonement. For their sins they mounted crosses and pillories staging the different passages of the Crucifixion in real. It was a public manifestation of Catholicism and a signal of their conversion in a country where the Cross achieved victory over the Half Moon and the Menorah by the rule of sword. For fear of the Inquisition, they had to show and make the big performance demonstrating adherence to Orthodoxy, and that the reason why from the windows of many homes hung the ham’s big logs and strings of black puddings and mondongos. Physically, faith had to be proved, or demonstrated the allegiance of the culinary codes of Roman Catholicism which permitted the flesh of the pig at meals. Jews and Moslems, meanwhile, never ate pork. It was banned by their prophets as inmundus or forbidden animal. Christ said, it is true, that what made man pure or impure was not what he ingested through his mouth but what he expelled from it. The inmundus or unclean had to do more with immaterial things like bad thoughts dwelling inside or ill wishes. With that rule he destroyed the puritanical commandments of the Synagogue and he said beware of the false prophets. Don’t trust them, the devil is marauding like a lion and there are wolves disguised under sheep skins. The resurrected Christ is always in perpetual war versus antichrists. Here it is the perpetual fight of our Lord who was a rebel against conventions of satanically established forces of the Pharisees And there is the devil coming even in the Holy Week. However, the Conversos, in their zeal, went further up and appear more roman that the Romans and more popish than their own pope although in private they might remain to the religion of their father. That is why in Spain religion had been secularly a question of appearances. In essence, that was the justification of the holy week big show: to try to rub off the old stigma in a nation which endeavoured to find coherence in credos and forget the differences of believes of ethnical precedence (Goths, Jews, and Arabs). Spain was always a melting pot effervescent. A big olla. The locals were eager, every spring, to stage the drama of our Saviour in flesh as it were a reality show. You could touch it in the defiles of those agonising crucifixes all bruised, maimed and blooded in the procedures or “pasos” leading to Macabre Mountain or Golgotha or into presidium expiring in the cross or hand tied at the flagellation, or those vivid “dolorosas”, pasted; tearful faces majolica full of gold and silver and embroidery. You could smell it in Seville when Macarena our lady of Dolores tumbles in her throne entering Triana among of flood of flowers and the streets full of people clapping in emotion or in the verge of hysteria calling names to the statue saying props that for the non accustomed ear might sound irreverent: “Mira qué guapa llega la hija de puta”. And you could hear the whining echoes of the saetas a Morris song deriving from the ancient jarchas sung in Andalusia by the time of the caliphs. All that was very sensual that you could not think that you are in a holy week but in a paean festivity. The crowds seemed to want to touch the old goddess and have intercourse with divinity. But to our man, the character depicted by the magical prose of Clarin religion was quite an other thing, more abstract and inner feeling you can’t share with anyone but yourself. Also, he did not like capuchones dressed like the kukluxklan. Those figures clad in black with piercing eyes under their hoods beneath the tradition of the penanced by the inquisition frightened him. They were like the masks of carnival. Holy week the histrionic representation of Passover, the hooded cowl of the capuchones was the ballast of five centuries under the spell of the tribunal of faith, the holy office. Like the jewelled thrones and the trailing “peplum” or the Dolorosas. Oh yes the laughing devil was jumping to and fro under the cathedral gurgles. The inquisition is always in the back of our mind. For him the pathos and suffered of our lord at the cross had more consistency and purpose than a mere mystery play. His passion was a reminder of his love for men, a perpetual exhortation to repentance and also a signal of his presence in the earth until the end of time. The invincibility of the cross stems from celestial reasons rather tan earthly explanation or convictions. But evil was around even in holy week. That was the idea of demoniac presence at Holy week by Clarin. This criterion wasn’t shared by most of his countrymen. And the poor archivist and scholar was surrounded by suspicion and forebodings. His life was marked by incomprehension. Politically, he was also incorrect. Why? He dared to think by his own. They treated him as a the sheep out of flock, mad heretical. Society had its own caveats and is full of conventionalisms. You cant trod the line. You cant deviate from what is assumed and accepted by the hypocritical moral attitude. My friend Empires looked at the personage described by Clarin and saw in it the spitting image of himself: the odd man out, the freethinker, the mystic, the guy with his own ideas and visions. He didn’t join the mob, he didn’t adhere to the conventional norm. that was why he was crucified. Like his Lord and Master Jesus Christ.

On the balmy spring evening as he was leaving his beloved library he came across with one of the many processions organised by the Guild Hall. This one was one of flagellants. Man barefoot and naked backs came down flogging themselves wuith flagella and batons staging the scenes what happened two rhousand years ago in the Lithostros of Jersualem, oh vos omnes qui transtis per viam videte si es dolor quasi dolor meus. Jeremiah said. He stepped aside and looked in awe to the representation of the Holy Burial (Santo entierro) but he did not kneel down or made the signal of the cross, as perceptive, and for that he became under the suspicion of the local policeman. One of them who looked exactly like some of the Pilate bailiffs who executed the Lamb of god in Via Dolorosa. The town was full of henchmen and burrows. The gallows by coincidence in Epicidia stayed behind the old library building. It was called El Rollo. They were burnt at the staked after long processes to be condemned by the Inquisition.

- Eh you, why are not you in the processions. Are not you a Christian?-the myrmidon in blue police uniform said.

He did not know quite to answer.

-Em… I had to do a little work with my thesis, and need consult some books for my readings

-Didn’t you know, you bastard, you heathen you scum of the earth, what day today is?

-Holy Thursday, sir, and tomorrow Good Friday should be-, he answered meekly.

-I did not see you at the Oficios (liturgical services)

-Perhaps I thought it was not necessary. At home I read the Passion of our Lord.

-Esa misa no te vale (that Mass is not valid) are you a protestant or somewhat?

-No, sir, I am catholicus, apostolicus, romanus.

-Well then. You had to explain that to the Judge. Come with me.

In Epicidia the holy Tribunal of the Faith was suppressed in the XIX century but that infamous court is in open session in the mind of many ignorant. The warden asked him for the brief where he kept his books and jotters. Give those papers. He resisted the order and the local policemen called others of his cronies and they beat the archivist, the writer, the searcher, the dreamer, the mystic, on the spot. They handcuffed him and took him apprehended. Regardless of the exempting privilege of habeas corpus, was conducted to the police station or cuartelillo. There they beat him again, they harassed, impeached, called him names, slapped his face, and punched his nose. He suffered with patience the effrontery and in a way he was proud to undergo the same suffered of his Lord in the presidium. He realized that the Devil is at loose even in Holy Week The world since then is full of kangaroo courts. Unfortunately Anas and Caiphas, the holy sacerdotal class, the pontiffs had many emulated too long during 2000 years of history. And when the cockcrow sang three times the welcome to the new morning, they released him but he was in a poor state after the “paliza”. He could hardly walk and was all bruised. His hands, his head all his limbs ached but he could at the end by the grace of God reach his humble lodgings. And when he went back home and entered in the hall of his house, his wife seeing him as an Ecce Homo” said:

-Eh, you have been drinking again .

That was her salute. Poor guy! Even his wife wasn’t interested but such sort of things were quite frequent in Epicidia those days. There was no love.

13/02/2005 que corresponde al dia de hoy idus aprilis 2009 13

domingo, 8 de marzo de 2015

LA HURA DE WINSTON PLACE


 

 

Las nubes se habían aborregado aquella mañana como de costumbre sobre el cielo de Londres, pronóstico seguro de lluvia. Pero iba a pasar algo importante en su vida: venía el embajador. Fue pitando desde su casa de South Kensignton hasta el aeropuerto Heathrow en su mini color guinda, lleno de abolladuras, con el que había realizado  bajadas y subidas a España así como el trecho de doscientas millas que separaban Hornchurch de Doncaster arriba y debajo de la A1. Entraba  el otoño. Era limpia y fresca la  mañana qué queréis que os diga. Primer cigarrillo que es el que mejor sabe. Los robles de Hyde Park le saludaron. Buenos días. Good morning. Hoy llega el embajador. Pisó el acelerador. No vayas tan deprisa, Remigio, que no vas a ninguna verbena, le dijo la voz alternativa de su subconsciente. Camina despacio. Esto no es el fin del mundo, saborea un poco más tu vida, sé tú mismo. Estaba nervioso. Tenía la sensación de que algo iba a cambiar en su vida y su vida en aquel entonces era su corresponsalía, un trabajo que había conseguido milagrosamente. Era el miembro más joven del grupo de cronistas. No se sentía capacitado para tal tarea. No había escrito ningún libro. Apenas se bandeaba en la escritura de las crónicas con sus diccionarios. Era un primavera que arropaba su bisoñez con la máscara de la audacia y la ingenuidad propias de la edad. Había que pisar fuerte para desplazar a los viejos. 

¿Cómo codearse con aquellas plumas galanas del régimen, los monstruos sagrados tiburones de la profesión, ídolos del sistema con retorcidos colmillos? Imposible ponerse a la altura de Alfonso Barra, Luis Foix, Augusto Assia, Carrascal, José Luis Balbín, Jesus Hermida, Cirilo Rodriguez, o, ya en otra escala de valores más anglosajones, con Walter Lippman, Walter Conkrite o la Bárbara Walters. Eso, si hubiera sido mujer, le hubiera gustado ser de mayor Bárbara Walters. Flotaba en una nube arrastrada por el vórtice del huracán. Se había acostado tarde la noche antes y tenía el cuerpo como extenuado y algo dolorido aunque se trataba de una sensación agradable. Doris tuvo la culpa. Le llamó por teléfono diciendo que se acercaba a la hura, y él le pagó el taxi desde el barrio del Elefante y el Castillo. Le costó la broma diez libras y un par de botellas de vino añejo que fue a adquirir a toda la carrera al pub de la esquina. Se había decidido a cruzar el Támesis. Cruzó el rubicón. Noche de juerga. Noche de amor. La cosa compensó. El sexo le relajaba. Doris llenaba su vida con sus complacientes visitaciones algunas inesperadas. “I have been entertaining” pero entretener tiene en inglés un sentido mucho más divertido que en castellano. Arribaba a su sotabanco con sus trajes de noche de seda sus despampanantes muslos, sus labios carnosos. Se parecía un poco a Marilyn. Oronda real moza. Ella le sacaba de sus inhibiciones de iluminado. Sus abrazos en la bodega donde estaba instalado el télex le rescataban del expediente rutinario de las crónicas con sus constantes temas: la huelga minera, los debates parlamentarios entre Wilson y Heath, o sir Alec en la cámara de los Lores y aquel lema de en todas partes cuecen habas que recibió de consigna en la redacción antes de incorporarse a la corresponsalía. Le abstraía también la dulce Doris de las llamadas desde Madrid, las broncas del redactor jefe, (algo vale que subían por el télex o teniendo que cruzar las borrascosas ondas del Canal de la Mancha, ¡oh Britania rule de waves!) las tramas y el vértigo en general de la vida política española donde todo parece a punto de estallar.

Sin embargo en Inglaterra todo parecía como más amable y pactado. Los Comunes eran un teatro donde no había inhibiciones ni miedo escénico a diferencia de las Cortes, un perpetuo gallinero. Los bailes en la embajada, las conferencias de Cela, los cociditos madrileños que daba aquel diplomático de Guadalajara laureado en la guerra contra los moros, eran un acicate a la disipación y a la preocupación pues de lo que se trataba era de vivir cada uno su vida, cosa imposible en el viejo país. Ser español imprime carácter pero con frecuencia resultaba una verdadera patología psicológica. El Samets, uno de Cuenca, que siempre vestía abrigos Loden barba progre y aires importantes, aunque no se comera una rosca, le telefoneaba y su pregunta inevitable era: “¿Cómo está el país?”. “Si me preguntas por el periódico tu señorito está ganando muchos duros y si es por la patria o la nación, un avispero, los anglicismos todo ya lo invaden y no se dice España sino Spain o “the Country”. ¡Qué país Miquelarena, qué país!”. Con tales respuestas irritaba a aquel inútil ex seminarista algo envidioso muy dado a la adulación del poderoso y al escarnio del humillado, un auténtico miembro de la tribu a la cual Leguineche ese vasco cronista de guerra había catalogado superiormente.

La maldición del conde de Romamones seguía vigente: pasen los periodistas y coman. Samets seguía fundando tabaco negro. Había que pasar humo. En el país antes llamado España también había –y lo seguirá habiendo por los siglos de los siglos porque la nación más antigua de Europa siempre se está cayendo y nunca se derrumba a la que no pueden destruir sus hijos naturales, es casi un milagro- arriba y abajo y no todos podemos vivir en la plaza. Sus compañeros periodistas eran casi todos algo autistas y neuróticos con abundancia de prepotentes y majaras que se creían ombligos del mundo. La ardua convivencia  entre españoles era todo un dogma, hijo de nuestros prejuicios históricos y nuestra mala educación sentimental. Seguía echando lava el volcán. Doris venía a horas intempestivas en sus visitaciones cockneys.

Ella era Baodicea, esa diosa a la que pintan con los pechos al descubierto, conduciendo un carro que surca la mar tirado por leones empuñando en su diestra un broquel donde estamparon las cruces de la bandera británica con el lema Oh Britania rule the waves, o la heroína de la servidumbre humana “Of Human Bondage” una novela la mejor novela del siglo XX de don Somerset Maugham, libro ecléctico, inmenso, donde palpitaba la vida del todo Londres en sus altos y bajos fondos, aquel Londres finisecular de la guerra de los Boers, que Remigio Bermejo tanto amaba. Don William Somerset Maugham se consideraba uno de los pocos autores británicos enamorados de España que entendían un poco el laberinto celtibérico. Por lo menos hablaba bien de nosotros sin gesto despectivo o con la displicencia de muchos de sus colegas que nos consideraban sus enemigos eternos. Algunos de sus personajes sueñan  con el Greco, o en las torres de Segovia, de León, de Toledo.

Había Remigio Bermejo leído mucho y estaba empapado de novelas inglesas. Tal vez creyera que la vida es como una novela. Y, más bien no. Ahí estaba tal vez su gran fallo, origen de muchas de sus inconsistencias. Un libro ayudaba a triunfar era el lema de antaño, pero a él no le ayudó a triunfar, sino a vivir, que no es poco. Doris tenía ojos garzos color aguamarina. Parecíase un poco a Marilyn Monroe o a Mildred la protagonista de Servidumbre Humana, como va dicho. No era algo supositicio sino una mujer de cuerpo entero. Hay algo que siempre nos ligará a la humanidad al pecado al vicio los bajos fondos que acaba en el arroyo. Las gentes a duras penas se redimen. Todo sigue igual. Representaba con todo y eso aquella moza una abstracción de la carne que a Remigio Bermejo le sacaba de sus filias y fobias ingénitas de su educación católica  y ese pesimismo histórico, ese un ojo en el cielo y otro en el suelo que propugnaban los jesuitas. Ya se sabe: todo lo que vino tras el desastre del 98 la guerra civil, los moros de Abdelkrim, la sarracina del Barranco del Lobo donde hay un manantial que alumbra sangre en vez de agua, dice la canción, es la sangre de los soldaditos que murieron por España. Sois unos idealistas. Unos masoquistas. No hay quien pueda con nosotros. Invocábamos a la Madre del Verbo divino. Grandes palabras. En su hura vivía enganchado a sus soliloquios unas veces místicos y otras, lascivos. Unas veces un lupanar y a veces un convento. Así se resarcía, se sacaba la espina que tenía en el alma, mediante venganzas contra el bello sexo. Le había abandonado Olga le quitó la hija usurpándole del derecho de ver a su hija. El drama de su vida. Los ojos de garza de Doris fueron un lenitivo a tanto dolor de la hipocondría machadiana. Todos los poetas muertos. Algo vale que siempre a los españoles nos queda el romancero. Vino la rebelión de las masas y produjo la gran derrota. No es esto, no es esto, clamaba el gran filósofo y al ciudadano de pie se la traía floja. Siempre hay que pagar la renta y son los de abajo los que sufren las consecuencias de ambiciones y dislates económicos de todas las guerras que guardan en el fondo un sustrato económico aunque vengan disfrazadas de dogmas religiosos o de furias patrióticas. The paying of the rent. Y los gabrieles, la factura del gas y del teléfono. Paga, apoquina, serás libre. En eso consistía la vida moderna. Buscaba la salvación a todo el victimismo y a su mala educación sentimental, centinela de sus propios sueños, en aquel camastro de Winston Place. Horas de amor memorables sobre el catre del sotabanco lleno de humedad y de cucarachas que le costaba la hijuela porque el casero pedía montes y morenas. El casero un tal Frederick Weil  le cobraba 200 libras al mes, casi la mitad de su salario. Weil hablaba con ese acento alemán de resonancias inciertamente yiddish de los judíos germanos que cuando lo escucha un ciudadano de Dresde le parece que en el mismo idioma están exprimiendo conceptos extraños en una lengua extranjera.

Aquel bondadoso rabino era un dulce emigrado y superviviente de los horrores de Auschwitz, buen creyente en su ley y amante del oro que él decía que era el salvoconducto por tierras ajenas hasta el regreso a la tierra de promesas. El genio de su raza. Los hebreos son listos. Weil mostrábase implacable en cuestiones de seguridad y del vil metal; sin embargo, acabó encariñándose con su persona. Cuando subía a pagarle la renta, le hacía lavarse al principio las manos veinte veces observándole con cierta prevención, como si estuviese marcado por la culpa, la eterna culpa freudiana y los complejos. Creía estar hablando con un goim (infiel) pero, cuando Bermejo le habló de sus antecedentes familiares, cambió la cosa y una vez le dijo "Ah Sefarad, la tierra de nuestros padres, la tierra a la que tanto amamos y tanto odiamos de la que nos echaron unos cristianos infames”. Los judíos son la sal de la tierra.

 

Aquella mañana se sentía algo cansado tras una noche intensa de pasión pero pletórico. También la tristeza poscoital de la que habla Ovidio en sus "Pónticas". En su adolescencia se empapó de los yámbicos latinos. Traducía a Cesar a Cicerón a Tito Livio y Salustio.  Todo es lo mismo. Cualquier esfuerzo que hagas ya lo hicieron otros antes que tú, que nacieron, vivieron, gozaron, se encamaron, murieron y no eran ya más que un nombre en las esquelas. Una piedra en el cascajar una letra minúscula en el inmenso libro de la historia. Desaparecieron sin dejar rastro. Ser para la nada mira tú no te digo. Nada concluye en este mundo loco y sin lógica. La existencia no tiene que ver con las súmulas y silogismos que aprendió de memoria en latín cuando era filósofo. ¿Qué diablo pintamos acá? ¿Para qué nos engendraron?

Había bastante tráfico en  road West y el calendario marcaba un día cualquiera de octubre de 1973. Pasaban esos camiones Leyland chatos de morro y ruidosos reyes de la carretera levantando polvareda y un ruido terrible, conducidos por mocetones rubios de largas patillas y rostros indiferentes e indiferenciados que fumaban tabaco rubio en paquetes de diez marca Woodbine o Number Six. Cien años de era industrial habían proletarizado a las masas y el país seguía siendo un compartimento estanco de arriba y abajo. Upstair y Downstairs era el título de un serial que seguía con interés por la BBC contando las intrigas y alegres momentos de una casa ducal del exclusivo barrio de Mayfair poco antes de la Gran Guerra. Rosa la sirvienta que servía la sopa, Mrs. Bridge, Hudson el impecable mayordomo de los Bellamy. Tanto él como su amo registraban maneras de señor aunque a Hudson de vez en cuando se le escapaba alguna andanada barriobajera en el que su cólera dejaba traslucir su procedencia escocesa habiendo de reñir a las sirvientas negligentes.  Los de arriba iban a Oxford y los de abajo a la rúa, búscate la vida, perdedor; se conformaban con su destino menestral. “Do you have a fag, mate?” “Sure”. Venga, tira millas y en medio de estas prisas y consideraciones arribó Remigio Bermejo al aparcamiento del aeropuerto internacional. La historia pasaba página, el mundo iba a cambiar. Llegaba el embajador el heredero del sistema. No queremos otra guerra civil. Un cambio violento ni se nos pasa por la imaginación. Es necesario urdir pactos. Tiene que haber consenso. Eso el consenso. Un vocablo que a sus oídos sonaba cual grito soez, el tambor de guerra con que los demócratas de toda la vida se cagaban en dios. Había que preguntarse si miraban para arriba. De ser así, sería un pecado gordísimo. De lo contrario, meramente una interjección exclamativa. El camionero le hizo al pasar un signo de victoria quitando la mano del volante y erigiendo el pulgar hacia arriba. "Thumps up" (dedos arriba) "I am in the pink" (estoy como una rosa.

 

DESCENSO A LA HURA

 

Cuando regresó a la hura Remigio Bermejo sabía cual era su destino: vida de topo y un tragaluz. Se había estado dando un paseo por la historia de Inglaterra. Tuvo ciertas aprehensiones de machacar en hierro frío, quiero y no puedo. Escuchaba voces interiores que aludían a la vanidad  elusiva de sus intenciones. Olga no le escribiría. No la volvería a ver. La buscaría por todo Londres. La buscaría por todo el mundo. Toda una vida. Estaba amando a una mujer que no existía. Inglaterra era etérea. Su reloj se había parado en el tiempo de los Tudor. La vida seguía. Aspiraba a la utopía, tan engañosa y escurridiza que se le escapaba de las manos cuando estaba a punto de atraparla. Las catedrales normandas se habían convertido en salas de concierto. Allí moraban hombres extraños que se decían ministros y saludaban a la clientela al final de los servicios estola sobre los hombros roquete hasta por bajo las rodillas la raya en medio, misal en mano y una sonrisa. Puro formalismo, y ya no entonaban los canónigos el oficio de vísperas transformado en evening song con los himnos que mandó establecer Cromwell y entonar puritanamente de pie por el odio que sentía hacia los papistas. Era una religión a palo seco y aquellos himnos congregantes sonaban a marchas militares.

—You soldier on.

Los cantorales y los libros becerro sustituidos por un libro de oraciones en inglés eran más bien sucintos. El nacionalismo movió la rueda del cisma y ya no parecía todo lo mismo. Estaba Remigio abrazado a una noción errónea de las cosas. El mundo es muy grande y diferente a la noción que él había recibido en los años de formación eclesial. Al haber admitido una educación silogística trufada de dogmas, corolarios, silogismos y conclusiones irreversibles, tuvo que darse cuenta de que los herejes eran culpables pero el papado tenía también parte de culpa. ¡Cuántos trompazos, qué de retóricas costaladas! Su destino era la hura. Le condenaron a leer y a leer. “Por ese cabo ya estoy cumplido y ojala los costales fueran tales” pensaba. Pero ¿para qué tantos libros? Te equivocaste de papel. Aquí el papel no es aquel que tú veneras sino el papel moneda. Viviría rodeado  de liviandad y de ignorancia caminando en medio de analfabetos que desconfiaban de la santidad de la literatura.

Tenía los pies hinchados de caminar la tarde entera subiendo y bajando a los autobuses que iban al extrarradio. Varias veces se equivocó de línea. El metro de Londres era un galimatías. Si lo sacaban de la Línea Circular acababa extraviándose. Y no sería cuestión de regar de piedrecitas en el camino para regresar a casa. Fue desde Hounslow hasta Mile End. No encontró la casa. Se hallaba en un estado de enervación. Había fumado hartos. El tabaco le ayudaba a vivir. Le parecía que coartaba sus inseguridades, le daba el empujón, sacándole del pozo de su indecisión y de sus complejos. Desde muy joven gastaba dentadura postiza lo cual era motivos de su acojonamiento y aunque los dentistas hoy hacen maravillas siempre odió a aquel sacamuelas que le extrajo el primer colmillo cuando sólo contaba catorce años. Era un médico militar la bata blanca impregnada de sangre  ¡ay qué daño cuando le clavó la aguja en la encía! y aquella estrella amarilla de ocho puntas ostentando su graduación de comandante sobre la escarcela cuadrada de color rojo. Las panatelas, aquellos puritos suaves pero que raspaban la garganta que adquiría en la tienda de aquel judío mr. Simons en la tienda de la esquina de Fulham Road frente al cine Odeón paliaba sus complejos y le infundía una cierta euforia para escribir la crónica. Había sido condenado a la maldición del humo y eso en cierto modo no dejaba de ser una bendición. Bienaventurado los limpios de porque entre vedijas de tabaco verán con ojos puros la llegada de la utopía y en una nube subirán al cielo. Aquella Inglaterra una tarde de primavera de 1973 poco tenía que ver con aquella otra de las descripciones que impartía Jack Tressey White en sus clases maravillosa de inglés que eran verdaderas lecciones magistrales tuvieran poco que ver con la que él describía entusiasmando al alumnado. A mr. White lo dimos tierra una tarde de san Antón del año 92. Fue su mejor profesor de inglés

Al descender por las escaleras de su habitáculo del bajo que habitaba volvió a ver a los espectros. ¿El conde Kelly? Éste era un monje templario que había participado en las Cruzadas. Algunas noches lo sentía trastear en la cocina cantando canciones en griego y en latín. Llevaba en la cabeza un casco de acero y una cota de malla. A la espalda una cruz roja. Tintineaban sus espuelas de oro al pasar por las habitaciones. Le sonreía y sus ojos azules parecían contar historias inefables de la toma de Jerusalén. Nunca llegó a oír su voz sólo sus gestos. Adivinaba su presencia. Era un mudo fantasma. Remigio qué cosas te pasan mucho tienes en la cabeza y no paras de darle al magín. Pegas palos de ciego te estrellas contra un frontón invisible no hay red a tus pies pero eres el espejo de la estupidez y de la mansedumbre. Tú eres tu mismo rival “you are your own enemy” se lo había dicho la Suzi una de sus amantes. “Telarañas en la cabeza. Sí, muchas telarás en la cabeza”. La Suzi no se podía comparar con Olga ni con Diana Percival aquella judía irania era fuego en la cama. Cada mujer es diferente. No hay dos vaginas iguales. Diana Percival vivía en Golders Green y había nacido en Persia y Remigio Bermejo moro celoso en parte la despreciaba porque años atrás había tenido amoríos con un santanderino fruto de cuya relación fue Ximena. Y en Santander en un hotel cerca del Piquío tú fuiste hecha, Allqueen. Allí yo te engendré. No digas eso. Tienes demasiadas cosas en la cabeza. A Bermejo le dolían los recuerdos de pensar en aquel tiempo que se fue. Asesinaste a Cupido de un botellazo, cerraste la puerta al amor. Sin embargo la hura de South Kensington era su jardín de las Hespérides.

—No eres más que un esperpento. Soñabas en amores con una virgen que te diera de mamar cerveza negra en el pub. Tu vida han sido tabernas, francachelas y vino. Tus manos están vacías. Hiciste mucho mal. Tiraste por la borda tu futuro.

Quedó amostazado en  su refugio. Todo estaba en orden. En el espejo de las cornucopias ya no se reflejaba el rostro amable de su otro inquilino el fantasma del conde Kelly. El sofá de cómodos brazos donde tanto le gustaba leer el Times mientras se fumaba su pipa le aguardaba solícito pero notaba una presencia. Allí acababa de haberse sentado alguien. Pero sólo fueran quizá tan solo exhumaciones de su mente en ebullición. Tenía que echar balones fuera, disculparse. En cambio el dolor de atrición le resultaba difícil.

—Vamos a ver; tú la mataste, tú fuiste el asesino. No tienes derecho a quejarte, atente a las consecuencias.

El Numen le decía que había matado a Olga pero el uxoricidio ocurrió de manera virtual. Homicidio en efigie sin muerte real. Ella fue la victima de todo aquel afán destructivo intolerante celoso católico feo y sentimental de la educación recibida.

—La vida no es un tema de buenos y malos o de estratificaciones jerárquicas sino de intermediarios. No estabas en tus cabales. Eras el pasagonzalo, el go-between, un golpe de atención en la nariz  o un tirón de orejas. Te comportaste como un terrorista del amor.

 —Creo que te equivocas. No estamos en una jerarquía sino en una anarquía y acá el que más chifla, capador.

—Eres un iluso no vales nada

El aguijón de su conciencia a través de estos denuestos o soliloquios entre su mente y el Numen lo lancinaba de reproches. Tardaría bastante en comprenderlos. En menudo lío se metió por actuar de manera irresponsable. La bajada a su hura tan confortable refugio le parecía un descenso a los infiernos y estuvo a punto de huir. Tenía el alma incendiada. Hubiera podido inmolarse a lo bonzo.

 

domingo, 1 de marzo de 2015

centenario de la publicación de SERVIDUMBRE HUMANA


SOMERSET MAUGHAN Y SU AMOR A ESPAÑA

 

En las novelas de don William Somerset (1874-1965) Maugham hay párrafos que son como para encender nuestro decrépito optimismo al que aludía el otro día Rajoy así como el Rey: España es un gran país. Por ejemplo, en esa novela mayor (creo que una de las mejores del siglo XX) Servidumbre Humana, publicada en 1915, hallamos estas perlas: “Iría a España. Quería conocer como mejor pudiera el país del romanticismo… la visita fue acogida por Athelny con la cortesía de un grande de España. Quería conocer Toledo, León,  Oviedo Burgos. Lo dice Mr. Athelny al protagonista, el joven Phillip Carey, un enamorado de la lengua de Cervantes a la que encuentra la más sonora rica y melodiosa mientras le invita a comer en su cuarto con derecho a cocina del barrio de Stamford Bridge, lleno de niños, rodeado del calor de su bondadosa esposa y su pasión por las buenas formas caballerescas y la compostura que aprendió en el Quijote. Así le describe a Philip las catedrales españolas con sus vastos espacios envueltos en sombras con el oro macizo de los altares y los suntuosos hierros forjados de las rejas donde cantaban vísperas los canónigos con el corto sobrepelliz de encaje.

Le parecía escuchar el canto monótono de la salmodia… Ávila Tarragona Segovia Córdoba. ¿Sevilla? No vaya usted a Sevilla corridas de toros olor a azahar y  el misterio de las tapadas moriscas, mantones de Manila, la chispa de un piropo. Es la España de opereta que descubrió en sus grabados Teófilo Gautier y todo está dicho… en Toledo se encontrará con el alma de ese país descrita por el Greco. Es la pasión de lo invisible cantada por sus grandes místicos Juan de la Cruz, Teresa la mística, fray Luis de León” etc.

Es muy posible que la España que describe ya no exista como tampoco exista quizá el Londres, al que tanto amé y en el que moré siete años, que presenta en sus obras pero convengo en recordar a mis lectores que la destrucción de ese mundo no lo permitirá la providencia divina y hay que ser optimista pese a los clangores de guerra que resuenan por todas las partes. La guerra- guerra con estampidos en campos de batalla y guerra por dentro mucho más sórdida aturdidos por la propaganda falaz de cámaras, prensas y micrófonos- es una enfermedad humana como la neuritis, la disentería, las almorranas los mosquitos y la sífilis. Servidumbre humana Que cada palo aguante su vela y, hoping for the best, dicen los ingleses. Don William es un gigante de la escritura.

Recomiendo a los mi compatriotas, aturdidos, pacatos e insensatos, turulatos, por su densidad, por el dinamismo, por la forma como construye ambientes y personajes, atrapando al lector. Hay que dejar de mirarse al ombligo y mirar a lo alto pese a los falsos pastores y los infames productores de literatura basura y periodismo mendaz. Es un ejemplo insuperable del arte de narrar. Fue Maugham un inglés hispanófilo de maneras suaves de gentleman que contribuyó al auge de los estudios hispánicos en las islas. Recomiendo sus obras para los que quieran aprender la lengua de Milton y se dejen de cintas cursos en academia al estilo de ese Vaughan que anuncian por la tele. Un sacacuartos. Una mafia. Hay tráfico de armas. Trata de blancas y trata de lenguas pero un idioma no se aprende a cañonazos ni viene de vénganos. Tengo la impresión yo que soy amante de la Filología y que considero al inglés mi segundo idioma de que este señor con sus programas de aprendizaje nos vende viento en cápsulas nos saca la lengua, se burla.

El que se inicia tiene que hincarse de codos. Se trata de una estrategia de los nuevos invasores a través del síndrome de babel. Este pseudo –corren tiempos de impostura- que nada tiene que ver con el elegante humanismo británico que plasma en sus libros don William escribiendo la mejor prosa el más exquisito inglés del pasado siglo.

No nos desviemos del tema, sin embargo. El protagonista Philip un estudiante de medicina en prácticas o haciendo el Mir en el hospital de san Lucas en sus ratos libres recibe clases particulares de castellano y subraya las páginas de la gramática de Nebrija. Una mujer fatal se cruza en su camino: Mildred que lo humilla, se ríe del pobre mediquillo, le pone los cuernos con un tal Griffiths, tiene una niña, lo abandona y se dedica al oficio más viejo del mundo trotando por el Soho. Izas y rabizas. Él la sigue amando a aquella pobre mujer de forma trágica y con esa ternura y elegancia inglesa porque en sus libros salta una cualidad característica de los británicos que han dado durante generaciones algo tan importante como el humor y la compasión, palabra intraducible que acaso signifique tener simpatía con el oprimido apiadándose y no alegrándose de su desgracia. Un día vuelve a encontrarla en infames condiciones. Mildred era una perdida, la saca del arroyo, la acoge en su casa. Y vuelve a vivir con él

Duermen sin embargo en habitaciones distintas. Phillip se encariña con el bebé Cecily sin ser su hija. A Mildred no le gusta el papel de ama de llaves. No concibe la existencia sin sexo. “esta clase de mujeres no valen para el servicio doméstico ni suelen ser buenas madres” escribe el autor. La niña muere de inanición. Eran años terribles para una madre soltera.

Un día al regreso de la clínica, después de una pelea en la comida de navidad en la cual volaron los platos y el personaje tuvo que escuchar una sarta de epítetos canallas, encuentra su casa desbaratada, los cuadros de Monet desgarrados, el mobiliario hecho trizas, rota toda la vajilla con una nota que decía “tullido”. Este insulto era el que más le dolía porque el aprendiz de doctor era cojo al haber nacido con un pie equino y le abrumaba y acomplejaba esa minusvalía. Se acumulan las desgracias. Los pocos ahorros que le había dejado su tío el vicario de Blackstable los pierde en una caída de las acciones en la Bolsa a causa de la guerra de los Boers. No puede pagar a la patrona y deambula por las calles londinenses como un derrelicto más.  Se convierte en tramp. Vienen el hambre, los harapos, los peligrosos refugios del otro lado del Támesis para los sin hogar. En medio de su desesperación homeless, duerme al raso. Pero todo pasaba, todo pasa, todo llega y nunca pasa nada. Todo sigue igual. El alma humana permanecerá idéntica a sí misma pese a los vaivenes políticos y las transformaciones en lo material del progreso técnico.

El bien y el mal también pasan después de jugar al escondite con nuestras vidas. Nada tiene importancia. Athelny el amigo que le hablaba de España, le convida almorzar los domingos y que funge como deuteragonista maravillosamente descrito con su gran familia su limpia pobreza su cortesía y su devoción por España que hasta los utensilios de la casa eran de factura castellana y le hace sentarse a su mesa en sillones frailunos de castaño oscuro, se convertirá en el deus ex machina que le sacará de las garras del suicidio.

Philip camina sobre el filo de la navaja (The Razor Edge es el título de otra de las grandes novelas del autor), se columpia sobre el vacío. Al leer nos invade una sensación de  angustia  o cremnofobia. Es el vértigo del vivir. La tablazón o carpintería de la trama, la propiedad del lenguaje, la descripción del escenario (Londres era tal y conforme lo pinta) es el aguijón de la intriga que consigue que el lector no deje el libro de las manos hasta ver cómo termina, a ver qué pasa.  

En los Athelny va a encontrar no sólo el refugio la caridad y eso que los ingleses llaman coziness y los alemanes gemutlichkeit intraducible al castellano porque reflejan el confort y el ambiente del hogar, también el amor porque en Sally la hija del viejo romántico apasionado de Segovia y Toledo va a encontrar el amor y la seguridad de una buena esposa.  

La castidad de Sally en contraposición a la lujuria el egoísmo y el despotismo de Mildred se contraponen como eje del “pathos” del drama. Yo he vivido en parte sobre mis carnes el tema que propone esta maravillosa novela que más que una novela es una morality y más que una morality es un mundo en el que viven no personajes de cartón sino seres humanos. Maugham supera a Shakespeare en su panóptica visión de la condición humana. Al final triunfa el bien sobre el mal.

Muere el tío cura, quien, al dejarle una pingüe herencia, lo rescata de su pobreza y abandonar una colocación de ascensorista escaparatista en unos almacenes de Oxford St.

Of human bondage tiene mucho de costumbrista porque Maugham había aprendió su arte en la novela sentimental de Fielding y Trollope pero también de soteriológico, lejos de matices religiosos de cualquier índole, el ser humano accedería a una supuesta redención a través del esfuerzo, la tolerancia, la comprensión sin fanatismos ni aberraciones religiosas. Don William era agnóstico pero parece de acuerdo con su personaje Athelny cuando afirma que el catolicismo en cuya defensa vertieron su sangre los españoles es una mentira irrenunciable. ¿Por qué? Es bella y toda vida sin estética  no merece ser vivida. El hombre sin idearios y una cierta trascendencia se convierte en un simple mamífero que no deja rastro ni huella después de hozar como los cerdos por este valle de lágrimas. De él puede decirse que nació, sufrió, comió, se acostó, soñó, murió. ¿Qué sentido tiene todo esto? ¿Para qué nacemos? Y contesta que únicamente el arte y un cierto estoicismo pagano nos pueden sacar de las garras de la desesperación. La pintura, la escultura (sus apuntes sobre la National Gallery carecen de rival) un buen amigo, un buen libro y una buena pipa una charla junto al fuego harán más llevadera nuestra existencia.

Phillip Carey, al heredar, puede continuar los estudios, se recibe como MD especialista en Ginecología, se casa con Sally y se va a ejercer como médico rural a un delicioso pueblo costero del Kent donde en agosto se cosecha lúpulo. Traza  maravillosas cuadros de costumbres y pintura paisajista de las pomaradas de aquel condado que llamaban el jardín de Inglaterra. El amor se corona de gloria y el odio diabólico sale con el rabo entre las piernas, así pues.