Mi destino escrito sobre los tablones
de formica de Winston Place que dividían los compartimentos. La foto de mi niña
colgaba de la alcayata junto a la estampa de san Antonio. Yo era un incidido y
no lo sabía; estaba clavado en la cruz del madero de la redención al que el huésped
maldecía. Un viernes santo hubo una tenida en el piso de arriba. Vino gente de
la cuadrilla del casero algunos gastaban coleta o tirabuzones y se cubrían sus
figuras esperpénticas con kaftanes rusos que les daba un aspecto ridículo. Yo sentí
gruñir después gemir al gorrino. Los alaridos alarmaron a la barriada. Las gentes
salían a las ventanas e inquirían a los vecinos qué pasa, nada que están
sacrificando a un marrano de veinte arrobas. Uno de los congregantes le metió
al chancho un ejemplar del Times, luego clavaron al gorrino sobre dos grandes
vigas de roble entrelazadas en aspa como a san Andrés. Los de la tenida unos se
desternillaban de risa e increpaban o blasfemaban al nazareno pronunciando las
palabras bíblicas de rigor si eres el hijo de dios baja de esa cruz y otros
escupían para el mesías que estaña desnudo cuerpo de hombre y cabeza de
gorrino. Tales carcajadas sacrílegas son como un berbiquí en mi memoria que
causa un terebrante dolor. No podía creer que quedase en el mundo tanto odio histórico
pero se repetía en aquel sotabanco del Barrio del Arco de Mármol lo acontecido
en el Gólgota mientras Londres volvía a revivir una nueva noche de san Bartolo
en miniatura. Al casero que era el que llevaba la voz cantante en aquel rito el
efod o paño de oración sobre los hombros le venía un poco grande. Debajo de la
estola y meneando su cuerpo hacia adelante y hacia atrás agarraba un garrote
con la punta ovalada que era en realidad un misil balístico intercontinental
para lanzarlo contra los enemigos del pueblo elegido arrasando de paso las
naciones. Sólo sobreviviría él. Ante tan macabra escena comprendí que aquellos
fulanos adoraban a un dios destructivo que no era sino el diablo, el separador,
hacedor de males, causante de todas las reyertas guerras y enfrentamientos que
en la historia han sido. No se trataba desde luego del dios de amor y del
perdón. Mi casero salmodiaba ínterin soldando palabras incomprensibles con su
gran bocaza con acento alemán siempre que hablaba. Era tan grande su cavidad bucal
que se podía jugar a la rana con él. Tirando y sin perder baza. Todo el jardín
se llenó de la sangre derramada en la toza por el cerdo sacrificial. A una
orden del jefe bajaron las esclavas iraníes y las huríes tunecinas que ocultaba
elk jefe para su uso personal en la tercera planta de aquella vivienda londinense
de estilo georgiano que hacía las veces de serrallo. Ellas limpiaron la sangre
derramada y el césped volvió a quedar impoluto. A una de las mozas la más
jarifa como mostrase displicencia a causa del arco la hizo limpiar el suelo con
la lengua. Hicieron una pira y quemaron al cerdo sacrificial para que no
resucitase para que no quedase de ´çel ni rastro. Marble Arch durante unas
horas volvió a ser escenario del crimen ritual la ordalía el juicio de dios
celebrado en la Ciudad de la Guerra y la Paz hacía dos mil años. Aquel año de
1973 regresaba el cometa Halley hubo un eclipse de sol y a la una de la tarde
las tinieblas bañaron la torre del parlamento de Westminter. Dejé a Remigio que
contara lo vio aquella tarde de Viernes Santo y escribió una crónica al
desgaire muy garbosa y detallada narrando lo sucedido pero por el télex recibió
una nota de su redactor jefe en estos términos: “Oye, Remigio, que hoy no es
día de Inocentes. Menos lucubraciones literarias y más al grano”. Fue esta uno
de las visiones más impresionantes que tuve la suerte de contemplar desde mi
escodadero. En Londres llevé vida de topo, en algín lugar tenía que lamerme las
heridas y encontrar un árbol donde restregar mis tochos. Cada otoño había que
mudar la cuerna. Dije adiós a mr. Weil el casero alemán superviviente de
Auschwitz y me bajé a vivir cerca del Tñamesis en Roland Gardens barrio de Sout
Kensington
libros de ocasión pedidos a bibliopolis@outlook.es "“los libros hacen libres a los que les quieren bien. Con ellos me consolé en la prisión que se me aparejaba y satisfice el hambre en un pedazo de pan conservado en una servilleta envuelta en un papel que traía un capítulo de alabanza al ayuno. ¡Oh libros, fieles consejeros, amigos sin adulación, despertadores del entendimiento, maestros del alma y gobernadores del cuerpo, guiones para bien vivir y centinelas del bien morir” VICENTE ESPINEL
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