BRUJAS ASTURIANAS
Asturias y Galicia fueron de siempre tierras de meigas, saludadoras
sorguinas, zainas, hechiceras, y cigüa por ser estas tierras de encantamientos.
Son regiones de sortilegios y de cocederos misteriosos donde se practica el
viejo ritual de la santería. El diablo anda suelto por los cocederos, baja por
las chimenea las noches de invierno descendiendo con las brumas del monte
Toribio. Allí deben de tener los culiebres su nido.
Por la noche detrás de mi casa en el
loreriro (el bosque ha desaparecido a causa de un incendio forestal
intencionado el pasado verano) donde cantaba la curuxia y estaba la bajada del
camino jacobeo entre alisos y robles venerables he visto el desfile de la Santa
Compaña. Las
calaveras se habían vestido de una indumentaria blanca con el cordón
franciscano a manera de cíngulo que sujetaba los huesos reunión de tibias fémures
y calaveras juntas iban cantando la sescuncia del “Dies Irae dies illa”
agitando los vuelos de sobrepelliz a manera de alas. Bordoneaban los trué banos
que parecían golondrinas y no era sino abejas subidas a la pared que divide
nuestra casa del prao de la Tenderina y una avispa se puso a cantar el credo
entre las junturas de la tapia de la cerca.
Noches mágicas como las de Asturias no hay en ninguna parte del mundo, según
va la inmemorial creencia. Se ven visiones, se escuchan cantos maravillosos
posados en la dulcedumbre del lugar. El Nuberu
se había metido entre las potas del llar y contaba a la vieja sus relaciones de
amores perdidos y decía: "Cien años ha que nací y juntas nunca tantas
orzas de barro vi...están todas cabales y deben de ser más de mil...".
Un turiferario que iba delante de la
estantigua en las procesión alzando el píxide y la cruz alzada con el
estandarte eucarístico proclamaba:
—Abran paso a la compaña
Cerca de mil almas en pena estaban pasando por detrás de la Catuxia y yo
como si tal cosa. Nunca tuve miedo a los trasgos pues me dieron siempre más
miedo los vivos.
El ánima que iba detrás decía a voces:
— Caminen de día que la noche es mía. Zaguero de todos iba un monje cartujo
salmodiando a su manera. Su nombre era el de Bustuarius o incinerador. Su oficio
era el quemadero después incrustaba los huesos convertidos en una cajilla y los
transportaba al columbario a medida que sentenciaba para la eternidad al
difunto con el abracadabra "polvo eres y en polvo te convertirás". ¡Ay
madre! En cada nicho ponía un nombre. Millones de nombres había.
Yo le había visto algunas veces cuando por el Mes de Difuntos se queman los
rastrojos y tocan las campanas a muerto y todos en Oreanda bajamos al rosario y
a cantar los responsos de la Novena de Ánimas deambular la capa terciada por
las aleas del cementerio de Sam Fortunato. Unas veces saludaba otras no, según
su humor, y su manera de decir buenos días tenía que ver con el saludo cartujo
“hermano, morir tenemos” pero yo nunca contestaba con la fórmula de rigor que es
preceptiva en la Regla de Bruno “hermano ya lo sabemos” por supuesto que
todos tenemos que morir aquí no va a quedar nadie para simiente.
Eso se sobre entiende toquemos madera y roguemos a los dioses se dilate el
tiempo de presentar armas ya sabemos que hay que entregar la cuchara pero joder
mal que bien aquí se está muy agustito. Ya lo sé en Bustum que así se llama la
aldea donde viven las brujas en el arranque de las escarpaduras de las breñas
siempre están de funeral.
Ese pueblo parece hechura de los telediarios en cuyas entradillas figura
siempre un fallecimiento un crimen un desastre en primera página lo deben de
hacer ex profeso para acojonarmos para que no le saquemos partido a la vida y
nos muramos antes (quieren acabar con los viejos tengo ese presentimiento porque
de lo que se trata es ahorrarse los dineros de las pensiones, desparasitando a
la patria, y éste es un país de viejos) pero es cuando te montas la bicicleta y bajas a Bustum siempre te encuentras la esquela en franjas
negras pegada a una pared al cristal de una ventana la esquela de uno o una a
la que tú conoces y debajo de la cruz un nombre y una lista de familia su
desconsolado esposo sus hijos etc. No somos nadie. Bueno, eso debe de regir
para los de Bustum porque en Oreanda somos inmortales, no nos queremos morir
nunca
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