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TÚ,
TODA REINA.
ALL QUEEN HELÉN
novela corta
Por Antonio Parra
A él le tocó poner colofón al segundo millar de
aquella civilización y cuando cayese la bola del reloj de Gobernación declarar
oficialmente abierto el siglo XXI. Era un hombre de gestos abúlicos, un
arribista y un patricio del dinero. Podía llamarse Koch, Calle, o Patroclo. El
burgomaestre de aquel mandato tenía un nombre muy botánico y su ascendencia hortelana revelaba
un origen oscuro, nada de preclaras exquisiteces ni linajes godos. Llamábase
Frutos Cohombro Perales, pero viéndole en las procesiones del Sacramento,
ostentando su vara pulimentada con herretes amarillos en la contera, cómo
miraba, el aire altanero, para el concurso desde la terna de autoridades,
escoltado a dos flancos por los gonfaloneros de pelucas empolvadas, o por los maceros de gesto solemne y funcional,
entre el obispo y el jefe de la guardia urbana, parecía recién caído de un
guindo. Muy en su papel y saboreando las
auras. El viento de Nix Rasilis, el que azota las cambroneras y los retamares
que la circundan en una verdadera corona de lemnisco que brota en las
parameras, donde crece el esparto, llamazares y margas que fueron campos pero
donde ya la mies no se siega, sólo se especula con la tierra y los huertos y
llosas donde se plantaron higuerales
habían de morir para dejar sitio a los bloques de pisos en colmena, que
todo el país vivía en la plena borrachera, cuando quebró la bolsa, de la
cupiditas aedificandi, porque había que colocar los ahorros en sitio seguro y
vengan misas, caigan ollas y duro fabricar pisos y más pisos, oye. Importaron
mano de obra barata del Perú. Por todas partes de Nix Rasilis, peruleros.
Avalancha de emigración vengativa y manipulada desde los centros de poder.
Berkeley, Oxford, Cambridge y Bolonia se había hartado de, émulos del P. Las
Casas, decir infamias contra los españoles a costa de la destrucción de las
Indias. Ahora los indios sojuzgados devolvíamos la visita. Las fuerzas ocultas
habían orquestado la gran invasión.
De Rumania,
de Bulgaria, y de otros países del este y de todas las partes del mundo
venían. De Marruecos. El primer mancipe
había mandado sustituir el Arco de Triunfo en cuyo podio un auriga romano
agitaba el látigo en son de triunfo y libertad arreando los caballos de su
cuadriga o decemiugalis por una réplica de la estatua de la libertad, monumento
infame y ridículo a los parias de la tierra. ¿A qué venís?, le preguntaron a un
gachupichu. A cobrarnos en carne lo que nos quitaron. Están buenas las
españolas. ¿Con que a violar a nuestras mujeres? Pues toma. Y el de Vallecas le
asestó al trasandino tres navajazos bien cumplidos que interesaron sus partes
blandas y vitales.
Así estaba Nix Rasilis por aquellos calendarios. La
llamaban la ciudad sin ley.
Sus alrededores eran un dogal de campos purísimos
que se socarran al agosto y tiritan bajo el helor algente de las noches de
febrero, es un aire tan sutil que tumba a un hombre y no apaga el candil. Fue
tierra de moros a los que atrajo y sigue atrayendo su castillo famoso. Pero los
árabes fueron derrotados y expulsados de su alcazaba por valerosos alabarderos
castellanos que trepaban como gatos por los adarves de sus murallas. Algunos
incautos alegaban toponimias equivocadas. Sacando un poco las cosas de quicio
como viene ser costumbre de últimas en esta patria nuestra descepada. Y no es
Magerit sino Matritum, esto es: Matri Templum.
Templo a la Madre. Desde los romanos por estos pagos se honró a la
virginidad de Minerva. Pero los muy ladinos les ibas con estas papeletas y no
hacían caso. La cultura era otra cosa desde que Picasso se puso a tapizar los
muros de mamarrachos. Noté que habíamos perdido. Portaba el círculo en los
zancos. Era un haz de luz surtiendo el foco de un iluminado concepto. Se nos
había echado la noche encima y había que buscar antorcha. Había un ciego de
gota serena pidiendo a la puerta de una iglesia y era la imagen judicante del
verdadero pantocrátor. Vaciaba confidencias y cantaba aspérrimos romances. El
tiempo se cerró en agua y había sus descargas pluviométricas. La lluvia
charolaba los bordillos con lo que las calles de Nix Rasilis cobraron un
aspecto fantástico a tiempo parcial de melancolía gallega . Los vagabundos
buscaban refugio de la lluvia por las rúas charoladas de agua que conducen
hasta el Obradoiro.
Y San Isidro
Labrador alza la pata y se caga en todos. Dios, olla y Nix. A él hemos todos de
ir, que es la mar del morir. Lo
lamentaba Cristóbal de Castillejo elegíacamente allá por el 1606 cuando Felipe
III decidió de nuevo trasladar la corte. Y a Madrid hemos de ir que es el
morir. Esa ecuórea superficie que nos acabará zampando a todos. Los esloganes
publicitarios siempre serán vulgares pero eficaces. Nos llaman los gatos porque
trepamos la muralla con la agilidad propia de este felino, aunque esto, a estas
alturas del siglo futuro, anda muy revuelto y manga por hombro con tanto
forastero que llega a hacer las hesperias. Volverá la ciudad a ser castillo
moro, o una sucursal de Pekín. De todas las maneras, a lo que más se parece
este cajón de zapatos, capital de los reinos de sus majestades, Gaón y Leda, es
a un rompeolas del Rif, varadero de todos los indocumentados que cruzan la mar
tirrena a bordo de fustas, saetías, pateras, fueraborda, catamaranes, y todo el cabotaje agareno de Berbería. Ya sé
que nos llamarán xenófobos por designar a las cosas por su nombre, pero esa es
la realidad pura y dura. Serán temibles las consecuencias de la operación
Alforza, un eufemismo que esconde las verdaderas intenciones de una invasión
callada de Hesperia, mi país, decretadas desde los altos despachos de Sede
Baldeo, uno de los tronos del poder grande donde tiene su silla curul, una de
las visibles, el Consejo supremo, el que ordena desperdigar sus manípulos
periodísticos y el lábaro de las nuevas legiones y testudos, mientras sus
submarinos atómicos bojan las costas periféricas y las fragatas de la sexta
Flota hacen la aguada, y para colmo tienen el terrorismo de los puños y las
pistolas vizcaitarras, y el de las conciencias, para disparar desde las
emisoras propias propalando mentiras en las treinta y dos direcciones de la
rosa de los vientos; no tienen, pues, que molestarse, ca atacan en horda pero
sin disparar una saeta, sin un mal golpe de ariete contra las puertas de la
ciudad sitiada a la que minan y desbaratan, sembrando el desasosiego en los
adentros, esparciendo la cizaña de la rebelión en el seno de las familias
. Lo de poner una manzana en manos de las
hijas de Eva es treta antigua, que nada
nuevo han inventado las feministas, ya utilizada por aquel al que llaman los
exorcistas el Callidus con sus retintos cabellos, que quiere decir el astuto,
el práctico y con experiencia, más por viejo que por diablo; no inventan nada,
pero venden la mercancía por novedosa, o colocar entre las líneas enemigas
ingenios de cartón piedra que son reclamo de incautos, y toda esa calderilla de
la red de redes, con la que se proponen no ya meramente entretener
aprovechando, sino informar desinformando. El lema era café para todos, pero
previamente lo habían faltado con los polvos finos de la querencia rosa y los
figurantes de la prensa de la rabadilla y la región anal. Había que absorber,
consumir, gastar. Van al anzuelo como truchas al cebo, y abejas al apiarium,
rico panal de rica miel caen en el garlito y se les engaña como ya engañaron a
los troyanos con el famoso caballo teucro.
Nos hemos quedado sin morueco. Por si esto no bastase, han inventado a
Freud para mandar a todos los santos al manicomio.
Se celebraba un alarde militar por las calles
céntricas en loor de la Patrona.
-Ese lo mismo que para el verano acaba por dar
ciruelas claudias. Lleva andares de majestad. Parece que ha nacido para ir
siempre en la procesión.
Hablaban del primer edil.
-Unos ensillan y otros cabalgan.
-Buena frase, jefe. Choque esos cinco.
Este exabrupto lo pronunció un hombrecillo
insignificante, los brazos péndulos, las piernas algo cortas, alto de caderas,
ancho de rodillas, el rostro alongado, malos dientes, boca ardiente, pies planos,
labios sensuales, y dolicocéfalo. De un tiempo a aquella parte le dolían algo
los cuadriles. No andaba bien de las cañerías. El pabellón craneal haciendo
bóveda ojival que daba la sensación de llevar encima, ovalada, una cabeza de
pato. Sus enemigos políticos le habían puesto por mote “cabeza de garbanzo”,
pues era un poco cicerón. Como se estaba quedando calvo, se hacía más patente
esa carencia natural de miembros desproporcionado, algo estevado de hombros
puesto que tuvo infancia difícil y fue niño despreciado, ancho por abajo y
estrecho hacia arriba. Su nariz era carnosa y potente, a la vasca. Le crecía
bajo el mentón la magra de la papada, pero no le habían aflorado todavía
perigallos a la sotabarba en su mamola algo caída y tirante como la de los viejos.
Su molledo se alargaba hasta tener por remate la alcuza o el pitorro de un
embudo. Era aquella particularidad heredada de su pobre padre lo que más le
enojaba de su persona, pero los genes son los genes, amigo mío.
Entre los suyos había una tendencia al prognatismo,
pero esa mamola en espolón, a causa de sus carnes, aun no se le notaba.
Mirándose al espejo enhoramala, reparaba en que no podía poner en práctica las
chulas consignas programáticas de la nueva era de amarse a sí mismo por encima
de todas las cosas, de rendir culto al cuerpo, profesando una sola religión, la
de la juventud eterna, que se habían puesto a pedir peras al olmo los
charlatanes predicadores de la modernidad y ya no hablaban de la conquista de
la vida eterna o de las penas infernales, sino del Dorado, vivir mil años,
destruir a la muerte, curar el cáncer, la piorrea y la impotencia masculina.
Más viagra. Dale que dale, venga pastillas mágicas. Él sentíase viejo y se odiaba a sí mismo, y no es que no amase a
sus semejantes, como esperaba, es que estos no correspondían a sus halagos. Ni
falta tampoco que hace. Sería bueno que te apuntases a un gimnasio a ver si te
baja la panza. Hombre, ya; un poco tarde a estas alturas, ¿no te parece? A
veces pensaba que Cristo al proponer esa fórmula de redención, desconocía a la
condición humana, o no se había dado una vuelta antes de resucitar por Nix
Rasilis, antes de darnos el mandamiento
nuevo. Si el redentor hubiera experimentado el odio de aquella madre que él
tenía, un odio rancio, plagado de prejuicios, ignorancia y de desprecio, a lo
mejor no hubiese prescrito tal fórmula de entendimiento. Durante más de
cincuenta años de su vida había tratado de ponerla en práctica, cosechando sólo
fracasos, desabrimientos. Hasta conseguía que le dijesen que estaba
grillado. Demasiadas telarañas, pero la
intervención materna o las leyes de Mendelsohn tenían solamente culpa de una
cuarta parte de aquel destino. Su vida la percibía como un cúmulo de errores,
una parva de torpezas, dentro de un suma y sigue infinito de desatinos. El
resto se lo había labrado él solito. No, con esa inocencia no se puede ir
descuidado por la vida. Te comen. Así que, consciente a carta cabal de haber
nacido en tierra de rencores, como decía Unamuno, sin poder llegar a decirse
que aborrecía a su prójimo, estaba siempre en guardia contra los gariteros que
detrás del sollado atresnalan la soberbia, el desacato a la norma, los bajos
instintos. Los donilleros del gran visir pueden hacerse presentes en carne
mortal en cualquier momento. Y siempre que alguno habrá que se apunte a
hacerles momos o a reírles la gracia.
-¡Cómo está el paño!
-Sí, señor, pero el limiste lo siguen haciendo
todavía en Segovia. Lo que mueve la vida es la ley del Talión. Sólo te tendrán
en consideración si pegas palos. El que me la hace la paga. Beldar agravios,
reclamar cuentas pendientes, querellarse con tu vecino y llevarle a los
tribunales de Mostotes, sentarlo en un banquillo ante una jueza, para que se le
caiga la cara de vergüenza, entona.
-Hay que volver la otra mejilla Gnadio.
-El anacoste cuesta un poco más caro.
-¿Pero tú qué dices, Agapita? ¿ Estás modorra o
qué?
Sus ojos eran
inteligentes, pero se le habían quedado pachones de tanto leer, así como las
vértebras de la espalda. De ellos emanaba una fuerza especial que compensaba la
debilidad de su carcasa. Ese fuego como el de un aura lo comunicaba a sus
oyentes. Por eso le habían dicho más de una vez: “Tú, Verumtamen, tienes un no
sé qué”. Una gracia, un poder, y la verdad era que lo tenía.
Él entonces se ponía muy serio y mostraba sus manos
ungidas.
-Soy sacerdote. Sacerdote según Melquisedec, administrador de la paciencia de
Dios. Traigo en las palmas el crisma con
que me ungió mi obispo.
- Productos tósigos.
-Deja de atosigarme con tus advertencias. Ya lo sé,
no me lo repitas más. Estoy un poco loco.
-Tú estás igual que todos.
Y esto no era ninguna broma. Había sido cura durante
un año en una parroquia del Este de Londres. Fue ordenado in sacris por una tal
monseñor Callaghan al cabo de una peripecia larga de explicar y después de
haber sido expulsado de varios seminarios de la Galia y de su diócesis en
Hesperia.
Se había casado tres veces. Había sido profesor en
Oxford, corredor de Bolsa, camarero, cohen en un lupanar de la Armbruststrasse
berlinesa, jefe de imagen de un afamado político, periodista francotirador,
fotógrafo, correveidile de un mandamás, perista, “negro” y aprendiz de poeta.
Pero, aparcados sus proyectos de grandeza y algo caprichoso el destino, aunque
brillante en sus revesas y contragolpes para con él, lo iban echando poco a
poco de todas las partes. Así y todo, no se daba por vencido. Todavía me queda
mucho tiempo por delante. Ahora se dedicaba a la venta de libros de lance por
esas calles de Dios, frecuentador de los hospicios y de los comedores de auxilio social, un
hombre al agua, que llevaban hacia el desagüe los imbornales de aquella ciudad
petrificada. Había dado con sus huesos intelectuales en el colportage. Soy colporteur o vendedor de misales y libros de
oración ya cuando no reza nadie. Uno más.
-Volverás a región. Ese es tu hado fatídico.
-¡Toma ya! A esa parte iremos todos como buenos
compañeros.
El caballo de
un coracero se detuvo justo al lado de la carroza de la Imagen Soberana, y,
abriéndose de ancas, encorvando un poco el lomo, se puso a exonerar la vejiga;
luego, lo otro. Vino un barrendero armado de escoba y badil y se llevó las
boñigas que el noble bruto tuvo a bien excretar a hora tan intempestiva. Y como
la cosa más normal del mundo a los efectos de su puntual reloj biológico, se hizo mayores mirando para
el tendido. Esto de cagarse los équidos en medio de la procesión viene a ser
como una rebaja impuesta por los imperativos inapelables de la sangre a esos
humos jerárquicos y a esa necia pretensión nuestra de trascendencia y de
solemnidad. Por eso se dice de los hombres que van bien de la tripa cagalar lo
de “giñas igual que ganado caballar” y
“como come el mulo así caga el culo” con perdón. El percherón quería ponerles
los dientes largos a tanto enfermo de estreñimiento como habitaba en Nix
Rasilis. Había muchos en aquella ciudad. No había más que mirarle a algunos de
los barzoneaban bajo el sol de primavera a la cara. Era una yegua gateada, de
alto borrén, fina de agujas, de raza árabe,
buena montura para un alabardero, tan pronto hacía corbetas o
caracoleaba con elegantes evoluciones en diagonal por la calzada como se
arrancaba al paso, al trote cochinero o a los cuatro pies; era apta para sacar
a vistas en un alarde religioso como aquel de las tardes de Jueves Santo. Unos
ensillan, y otros cabalgan, pensó otra vez. No se puede estar a la vez en la
procesión y repicando No todos podemos vivir en la plaza, ni caminar detrás del
paso. Al final todo se deshace en ceniza. En ceniza y humo. Tú no has nacido
para ir en la procesión, a ti te tocaría hacer de mirón. No seas gilipuertas.
Unos a la plaza y otros al balcón, a ver si me comprendes. Gnadio Verumtamen
estaba muy mal. Había perdido el sentido del ridículo.
La ciudad parecía nueva, como de fiesta, tenía un
aire sacralizado por las emanaciones de las flores, lirios y azucenas, sobre
todo, que atestaban la carroza del Desprendimiento, a hombros sobre los
esforzados y voluntariosos costaleros. Lo que yo desearía en verdad sería
vestirme de nazareno, arrastrando cadena, con una cruz de doscientas libras en
bandolera, al son de la música, pero, como estoy excomulgado, he de conformarme
con ver pasar la comitiva desde un bordillo. Le tengo ofrecido al Moreno una
promesa. Si me quita de beber, salgo con los cofrades de Puerta del Cielo. No
caerá esa breva ni nos revestiremos mañana de pontifical. Apartarte del vino es
una resolución que has hecho infinidad de veces. Alguna tendrá que ser. Sí,
cuando te entierren. Erifos era un dios violento, el demonio que lo tenía
sojuzgado, y, en cuanto tal, de un carácter venal, avenate, poco sujeto a pronósticos. Hubiera deseado -lo que más en
la vida- haber conseguido ganar el lauro de la fama, pero las musas,
refractarias a su deseo, le habían desde bien pronto vuelto la espalda. Los
enigmas de su pasado pertenecían tan sólo a las impertinencias de esa divinidad
oscura que le parlaba desde la acidez de una botella. Si todos se alegraban de
la llegada de la primavera con sus románticos y dorados ensueños, a él por
único consuelo le quedaban los imponderables caprichos de su amo. Le era adicto
de por vida.
-Alguna vez me rescatará alguno de tus garras,
Erifos. Entonces empezaré a ser libre, sin sentir tu yugo ni el aguijón de los
puñales.
-Castrate, serás por amor a mí un palomo blanco.
Escuchó entonces la voz como una caricia muy baja
acoplada al trajín de la brisa, mientras por toda la campiña sonaba la
estridulación martilleante de los grillos, que se esparcía como un susurro de
rama en el bosque. Aquella llamada era capaz de hacerle enloquecer,
inyectándole hebras de misticismo. Hubiera saltado toda la noche y hubiera
bailado como un derviche hasta exclamar no puedo más. Sólo se preservarían
aquellos que fuesen en la nave de salvación conducidas por el piloto que empuña
la caña del leme del experto bajel. A los demás cuculatos o sin cogolla pronto
se les daría el finiquito. Estarían condenados a permanecer en su aristocrático
aislamiento. Tocaron a rebato. El señor
de la leude convoca a sus merinos. Las fronteras volvían a ser elásticas y
permeables a todo tipo de gente. Nostramo - no confundir con el viático de los
catalanes-, maestro de la tolerancia y de las malas artes quería un melting
pot. Era el precio que el mundo tendría que pagar por la erección del gran
Israel. empieza un tiempo inestable, de correrías y de incursión. Otra vez la
amenaza de los piratas berberiscos. Pero al rey y a la inquisición chitón,
aunque no faltará a estas alturas quien le tiente el vado. Siento ya la llegada
de todo un cortejo. De mayordomos, pajes, maestresalas. Había acudido a ruedas
de iniciados, pero sin demasiado éxito. Erifos era el responsable de que no
madurase en sus propósitos durante mucho tiempo. Las mujeres acababan
llamandole “Mariona” o diciendole otras cosas feas, pronto se cansaban de él,
extinguido el deseo. Pero vio a algunas que daban señales de locura y en su
embeleso pronunciaban nombres que no eran de este mundo. Una de bustos muy
poderosos le tomó por mesías o enviado del Altísimo y todo su afán era tener
acceso carnal para que le diera un vástago. No cesaba de repetir aquella frase
de “Ha llegado, ha llegado. Él ya habita entre nosotros”. Y tuvo tanta congoja
dentro que le resultó de todo punto en aquella ocasión en que Cupido le había
sido tan propicio de consumar el trato torpe. Señales primeras alarmantes del
miedo a la impotencia. Luego estaba aquel picor que enrojecía sus partes
blandas. Llegó al convencido de acabar convirtiendose en un palomo cojo, en
lugar de sus pretensiones a alcanzar el grado de palomo blanco, precisamente a
estas alturas de la misa, cuando ya, perdida la libido, fracasaba en todas sus
aproximaciones a hembra; algo le funcionaba mal, las partes elásticas no se
estiraban. En las plantas de los pies también surgió el sospechoso
enrojecimiento aliado de un sarcoma. Lo malo de aquellas tenidas en que se
cantaba la llegada del Paráclito era que todas ellas derivaban en orgías. El
fervor religioso de los ungidos abría la puerta del desenfreno. ¿Es que a los
santos ha de estarles todo permitido? Esa era la regla sublime del
pelagianismo, secta española, que los elegidos por mucho que se esfuercen no
podrán hacer agravios al Señor. Hay barra libre y amor a todas horas.
-Ya lo sé. No me hace mucha gracia narrarlo,
hermanos, pero tengan en cuenta que yo únicamente escribo con un propósito
vencer al vicio del tabaco y a Erifos, que es el que más me cuesta. Lo demás me
es indiferente.
-El cuerpo se hunde en el pecado y de esta forma el
alma se purifica.
-¡Serán tus cálculos porcentuales !
-Es mi embriaguez numérica.
-¿No conoces las costumbres de la Parasceve o pascua
judía que en realidad es un préstamo de las costumbres griegas?
“Parasceve”(viernes) es la preparación de la pascua sabatina, y “parasceves”
eran llamadas las veinte vírgenes que saltaban en las redolas o aquelarres,
donde yacían con los sicofantes. Si después de las bacantes nacía algún niño al
cabo de nueve meses, éste era considerado por profeta. Por eso el Profeta, que
captó onda, oía campanas y no sabía dónde, ordenó santificar ese quinto día, el
de Venus, a sus pupilos. No era tonto que digamos. Se lo puso fácil a los
creyentes y por tal crecieron las huestes agarenas como las arenas del mar en
apenas pocos siglos en detrimento de los seguidores del Crucificado que tienen
más áspero el negocio de la otra vida, donde, para colmo, se les recompensa con
salmos y con liras, santo aburrimiento y eterna quietud. Nada de manjares ni de
huríes. A san Agustín le regalarán con sus himnos los serafines llevandolo en
volandas de un lado para otro pero le negarán permiso para entrevistarse con lo
que más quiso en el mundo: aquella esclava nubia. Porque en aquel reino empíreo
habrá cesado de todo punto la llamada del deseo. Lo dijo Cristo no habrá ni
mujer ni marido.
Habían desaparecido las chicas de tarifa- lo de
chicas es un decir porque en aquella hueste de izas y rabizas con más historia
en la villa de Nix, y que se resistían a jubilarse, porque las cantoneras, como
el obispo de Roma, no se jubilan nunca, de su esquina, aunque nunca la
prostitución tuviese una aspecto más sucio y desagradable. Entre ellas, las
sufridas jornaleras del amor airado
había tres abuelas y una bisabuela- no perdían el tiempo pensionistas
ociosos que cobraban el retiro en la capital, estaban cerradas las puertas del
Corte Inglés, no se veía a moros ni a polacos recostados sobre el alfeizar de
las jardineras de los tiestos gigantes del área peatonal junto a la fuente
central, retumbaban los tambores de Calenda. La escena tenía un aire como muy
surrealista. Un policía disfrazado de centurión romano guardaba la entrada de
un edificio de la calle La Cuesta. Velaba la tumba incierta de los que asesinó
aquella bomba poli-etarra. Un penacho de plumas de avestruz coronaba el almete,
su galea de hierro fundido de Arabia, y en la loriga ostentaba las fasces y la
bipenna de la divisa de su cohorte, con una leyenda que ponía en latín: “Harolianus comes Longini, legio póntica, manipulus
quatordecim ex Panonia” (Soy el centurión Hariolano, acompañante de
Longinos, incardinado en la legión del Ponto, número catorce, oriundo de
Hungría). No era una de esas muchas pictografías obscenas de las que empavesan
nuestros muros sino una epigrafía de innegable valor histórico. Había muchas
nubes de variación diurna aquella noche en el firmamento. Yo me sentía una
hormiga a la entrada de un rascacielos. Iban subiendo por toda la calle
faroleros con tanta prisa como si al día siguiente el profeta Halley fuese a
estrellarse contra la tierra. ¿A qué tanto azacaneo si todos los días son
iguales y el turno de la vida es siempre afín a sí mismo? Por muchas alharacas el mundo seguirá girando
sobre su eje. Le faltaba decir que fue testigo de la muerte de Jesús en la cruz
por todos los pecadores. Sí, la lanza en el costado. Adoramos te, Cristo, y te
bendecimos, que por tu muerte redimiste al mundo.
-Flectamus
genua, - gimió un
diácono.
-Levantaos- volvió a consignar el preboste y por la
extensa cúpula del cielo de aquella ciudad descreída y un tanto paniguada, pero
que tuvo un pasado muy grande, de sede de la cristiandad, resonó un motete, el
mejor de la polifonía del padre Vitoria. Era exactamente el de “Caligaverunt oculi mei”. El llanto verdaderamente fue como tierra a nuestros ojos. Entre la
multitud flameaba el penacho de otro centurión: Cornelio al que Jesús curó a la
hija y también estaba Jairo el hombre muy agradecido. Una mujer, que iba detrás
de la Verónica con el sudario en que se estampó un bello rostro varonil,
portaba un arca de plomo guarnecida de rubíes. Caminaba rozagante con gran
esmero y parsimonia mirando para los lados orgullosa de su trofeo. La carne
sellaba así el pacto de la alianza. Dentro del cristal había una cosa colorada
y carnosa. El prepucio de la Circuncisión Santa. ¿El auténtico? Sólo Dios lo
sabe pues a los hombres hijos de la mentira su piedad o su interés les
traiciona en estas cosas. Buscan el Grial acaban estampandose contra los
diablos de la red propalando mentiras cálidas en su lenguaje de perversidad. Yo
ni afirmo ni niego por lo que me toca pero son ya muchos trompazos y traspiés
en las tinieblas y tú, esperanza de mi vida, amor que tuve y llamó a mi puerta,
no has venido, rota ya la promesa, y viejo y gordo y sin arrimos, acabé en
ludibrio de mis enemigos. No te has presentaste Alquinnhelén. No se ofreció
ocasión de milagros ni se multiplicaron panes ni peces. Sólo el pan amargo que
me da mi mujer. Aunque convengo que en estas costumbres supersticiosas que nos
sorprende en el bajar y subir por la rúa del pasmo que es pina y con bastantes
baches mueven a devoción a los ignorantes, la grey simple. Dan un poco de
belleza y de ilusión en medio del charco. Buscan el mar de Galilea y la piscina
probática y acaban en una playa de Marbella con poco horizonte donde hacen
nudismo las matronas madrileñas y los recién casados de medio pelo vienen de
luna de miel desde el brumoso Manchester o la atascada Liverpool y se
emborrachan con coñá barato. Ya nos quedan pocos horizontes. Pero Dios te ama.
¿Quién te lo ha dicho? Filaterías por la red. Pláticas y disquisiciones que no
llevan a nada. ¿Cómo lo sabes tú?
Pero mi infancia fue una bella procesión alfombrada
de aroma y pétalos que caían desde los balcones al paso de la custodia portando
el Sacramento. Escucho con el oído los himnos de Epifanía. Ahora en la edad
provecta conozco las espinas de aquellas rosas de antaño. La vida ha pasado
factura. Perdió la honda el vaquerillo, madre y el peregrino su senda por andar
a claveles. Se apagaron las lumbreras de JHS. Ya es de noche y se acercan horas
profundas de tinieblas. Suena el gemido en la pared de los lamentos. Dios
nuestro, Dios nuestro, ¿por qué nos abandonaste? Lo del prepucio era una impostura. Lo mismo
que el portal y el pesebre. La fuente donde la Virgen lavaba sus paños. Sólo
nos queda el desfiladero por donde quisieron despeñar al santo de los santos
sus propios compatriotas después de un sermón en la sinagoga pero el cronista
nos dice que yendo entre medias de ellos logró ponerse a salvo. En cierta
manera se hizo invisible. Único procedimiento de salvación para tu padre,
Alquinnhelén, que es un perseguido, un topo en su guarida para los tiempos que
corren, amor. Hasta podría demostrar que él fue el mesías echando la vista
atrás y viendo lo que ha sido mi vida que tiene tantos puntos de contacto con
la suya por el lado de la pasión, persecución y taumaturgia.
Pero en aquel momento rechinó la voz atiplada casi
de eunuco de un príncipe de la Iglesia reconviniendo al coro por haber cometido
semejante atrevimiento. La Pasión de Cristo, dijo el gerifalte en italiano,
caía en lo políticamente incorrecto, un hecho tan lamentable como
impresentable, aparte de confuso e incierto. Su parlamento entristeció no poco
a un sacristán de Burgos, quien se limitó a exclamar en medio de la
resignación:
-Vamos, que todo fue una fábula, que nos encariñamos
con el invento, pero en todos estos siglos no hemos estado haciendo otra cosa
que adorar al santo por la peana.
-¿Y vos qué hacéis aquí?
-Guardar el sepulcro de los Caídos. Porto la
entorcha.
-¿Me das fuego?
-Hoy no se fuma. Se ha muerto Dios.
Al poco rato, vino un relevo y cambió la guardia. Lo
curioso del caso era que estando allí de centinela un centurión romano, testigo
de la muerte del Señor en Tierra Santa, no merodeasen a su vera los reporteros
ñoños del Canal Metropolitano para hacerle una entrevista. Esos se enteran de
todo. Por lo visto, los milagros ponen muy nervioso al gran jefe y no
interesan. Añafiles y tambores por la
calle Igual y Ferreteros sonaban con más fuerza. Las ratas gringo- etarras,
dirigidos por Pólux y Castor con chapela y de la casa de los Aizgorris (el uno,
un leñador que profesó en un convento de fraile, colgó la sotana, y se metió a
agitador de masas, y el otro un
banquero, con conexiones oscuras en el estado de Idaho, que no tenía agallas
para admitir su calvicie y acaudillaba la tropa de insurrectos y de mambises
por los predios várdulos, bien arropado por el oro que manaba por las atarjeas
del Capitolio allá en Sede Baldea, donde se encuentran los libones o manaderos de toda el agua sucia que corre
por las alcantarillas del mundo, una versión moderna de los campos de Haceldama
y de los treinta denarios del Judas) huían despavoridas al fondo de las
cloacas. Mujeres con velo, muy
enlutadas, cubiertas la cara con una gasa, el gesto compungido, con pintas de
señoras del ropero, y ahilando sus trenos de comadres climatéricas entonaban el
“Amante Jesús Mío” y un orate dando muestras de evidente regocijo pasaba los
callejones, dandose golpes de pecho y no dejando de repetir con voz opaca: “Ya
vienen, ya vienen, ya está entrando la fuerza. Iba siendo hora de que nos
liberaran”. No era más que un vagabundo, un hijo de la intemperie, pero “ex ore infantium et lactantium”...
-¿Por dónde?
-Están en Gamboa.
-¿Y a ti quién te lo dijo?
-Yo, que lo he visto.
-¿Cuál es tu nombre?
-Me dicen “Sciuta”, por ser italiano, como la pasta
boloñesa, pero yo me llamo Nicomedes Alarma para servirle.
-A ver el bando.
-Yo no tengo bando, soy de los buenos.
-¿Quieres decir la contraseña, Sciuta?
-¿Y te parece poca tema lo que está pasando? ¿No es
signo lo que ven nuestros propios ojos?
Quedó maravillado Verumtamen de la sabiduría de
aquel azotacalles. Y convencidos de que no todos los que dicen “Señor, Señor”
entrarán en el reino, pero lo que más le indignaba en aquel instante era la
falta de decoro de las monturas de los escuadrones corporativos, cagando espeso
en plena calle. Las boñigas descendían desde su cagalar cárdeno sobre los
adoquines con lentitud solemne. Al ver aquella emanación de excrementos no
resultaba difícil imaginarse como caerían las almas de los condenados en el
infierno. Como boñigas a puñados.
- A un papa acaban de llevarselo consigo los
corchetes de Pedro Botero.
-No será ni el primero ni el último, que de ese
oficio están repletas las zahúrdas de Lucifer.
-¿Es que no hay presupuesto en las arcas municipales
para que a los caballos de la escolta de honor les den un mal astringente con
todo lo que roban los de la gorra de plato? Y ese va con la vara de alcalde ahí
tan pancho y tan beato más que nadie. No
hay modo. Para laxante ya tenemos la televisión o las parrafadas que se marca
el bueno de Walabonso Hache Aspirada, que no quiero la jota que trajeron los
moros, y otros periodistas del ramo. Los
moros de la costa seguían arribando en las naves onerarias fletadas por los
negreros de Sede Baldea los que trafican con esperanzas humanas.
Don
Walabonso, muy dado a las tercerías, era el gallo de aquel corral de
alcahuetería de pleno derecho. Sciuta no se cansaba de anunciarle desastres
múltiples.
-Al plato vendrás, arvejo. A todo cerdo le llega su
san Martín con su respectiva martiniega. ¿Pagaste el diezmo?
-Ya ves.
-Ya me dirás, Colás.
-Te pongas como te pongas, es así la cosa y veremos
en qué para,
Era la hora de los peregrinantes que querían
salvarse. Se echaban a los caminos por todo bagaje un ejemplar de los
evangelios de san Juan y se dispersaban como la fuerza absoluta del viento que
arrastra el vórtice de la historia a través de todas las rutas. No se
consideraban esto vagabundo marginales de la ley, ni perseguidos por sus ideas
políticas sino que iban y venían porque creían en Cristo redentor. Sus
recorridos se llevaban a cabo en demanda de una verdad suprema.
Los castizos nunca se cansan de protestar. Pero no
había que fiarse mucho de esa verborrea, algo corusca y como hecha para pasar
por altoparlante, de los nixrasilianos, donde llevamos siglos pensando una cosa
y diciendo otra. Además los castizos en su parla vulgarota y asentada hablar
como ir pisando huevos separando bien las palabras. A la señora la convertían
en señá..
-Ez que...
Se disculpaban con eses aspiradas y el esque era
como un comodín en todas las conversaciones, un latiguillo que denunciaba la
procedencia del hablante. Entre Gamboa y el Lavatorio, esto es Nix Rasilis.
Dios, olla y Madrid.
Tiene
tendencias adulonas el chulapo. Mucho cacarear y el chotis no es más que un
baile de importación. Se vive hacia el interior. Nix Rasilis es un saco sin
fondo, pero en eso se diferencia poco de París, de Berlín, Roma o Nueva York.
El chotis es escocés.
La llegada de los ramiros estaba cargando el aire de
paradojas. Dicen que le sufragan las potencias invisibles. Ello fue que aquel
día de procesión en el que el pueblo devoto (que la devoción, si da la vuelta a
la tortilla, es susceptible de trocarse en furia desatada, y la multitud en
turbas; ay de vosotros si el populacho brama inducido por los eversores de
nuestra tranquilidad, que han iniciado una revolución en marcha, y los evasores
de los dineros públicos que malogran en
la trastienda, los plumíferos venenosos, y los pisaverdes delante de una
cámara) veneraba a Nuestra Señora, La Dorada cuya talla había aparecido
misteriosamente en el resquicio de unos lienzos de muralla que quedaron
indemnes a la piqueta del ensanche y a la debeladora acción de los gabachos, el
personal empezó a darse cuenta de muchas cosas. Don Walabonso no sólo era un
burro de carga, sino también caballo de Troya, dentro, en su panza se ocultaban
agazapados fuerzas de desembarco, ya están los teucros aquí otra vez, con armas
automáticas dotadas de lentes de infrarrojos para la visión nictálope tropas de
asalto nocturno pertrechados con el último grito de la parafernalia. Asistía a
los saraos catecúmenos escoltado por
Columba la Currada y lo retrataban los niños de la prensa rosa y otros seises
de la gallofa luciendo su tonsura de camándula. Podía ir a misa como acudir a
una danza de los siete velos.
Se iba quedando calvo ende detrás, por la corona,
pero de fraile tenía muy poco, aunque decían que era Miembro de la Obra. Doña
Columba la Currada le preparaba trajes de adefesio para asistir a los desfiles
de la catasta, las copas de vino español y fiestas de gala. Vista por
televisión, la corte de sus majestades era una fiesta, pero cuando apagábamos
el receptor, no era más que un valle de lágrimas. La tristeza y la depresión
afloraban en las esponjosas confesiones por el móvil a la Escofina Morenaza,
que conducía una programa sólo para miembros de la Tercera Edad por La Voz de
la Espiral, que los castizos habían empezado a llamar Radio Vela Larga Macabra.
Allí las abuelas iban a contar cómo se lo montaban con sus novios después de la
guerra debajo de los chaparros. Se iba al huerto más que ahora. Decía una
gorda: a mí marido es que cuando me toca la mano es que me excito mucho, sabes
maja.
-Es que... es que. El hombre yesca y la mujer
estopa. Ya ves.
Escofina
Morenaza aguzaba las orejas como un pertiguero y otra señora amenizaba la
charla. Pues anda que si llega a tocar un poco más abajo, so guarra. Su éxito
de programación se sustanciaba en explotación de los instintos inferiores por
la mañana; por las tardes, morbo y violencia desangelada y sexo a todas horas.
Los que pudieran, claro es. A este paso nos vamos a volver locos,
impotentemente locos. Que lluevan no chuzos de punta sobre Nix sino grajeas de
viagra. Ay qué coño tienes, Claudia.
-Tía buenorra.
-Arsa.
Aquella ventana iluminada de la Espiral de Horrores
había penetrado en todos los hogares. Se hacía eco de la eversión con mando a
distancia. Era su objetivo que se rindiera el alcázar. Ya en las mejores familia
no se dialogaba.
El hache aspirada pronto nos transformaría a los
currinches en jota. Tendríamos que ponernos a correr por la pista de los
diccionarios. Anda. A ver. No podríamos a hacer aquí una etopeya de su
semblante, porque la prosopografía nos conduciría a establecer un parentesco
entre la delicada situación política por la que atravesaba la nación con la
conciencia chirle de aquellos venados. Era la vera efigie del cara dura.
Cualquier día de estos le van a soltar los mansos. Nos pasarán a todos la pluma
por el pico, como es natural. ¡Y que lo digas!
- Acabarán todos en la cárcel. Ya verás cuando se
les baje. Dudo que nuestros políticos, buena parte del clero y sobre todos
nuestros plumíferos infames y con garras de cuervo, sean personas normales. ¿Por
qué no sacará Zeus Mavorte el rayo que los fulmine para librarnos de tanta
canalla? Mirale que repantigado va el muy cojonudo. Parece un mirlo blanco y
tiene ánima de quebrantahuesos. Ordeno y mando, sí señor. Tú enviaste a la
calle a tus verdugos y diste a los municipales y a los jueces de primera
instancia a que llevasen a todos los vendedores ambulantes a la canasta. Toda
una compañía de guindillas me rodeó impunemente y no pude saltar el cerco.
Adiós mis libros, adiós mis estampas. Se lo llevaron todo, oye. Lo sentí por el
icono de la Virgen de Kazán que me había enviado Asia Safina en una de sus
cartas. Monté en cólera y casi me pego con un guardia. Pero la Grande y Bella
consiguió hacer un milagro. Ella está muy por encima de los funcionarios madrigados,
los políticos de relumbrón y mantiene a raya a las fuerzas oscuras. Si Ella no
lo permite ningún guindilla se le subirá a las barbas, porque aplastará la
cabeza de la serpiente. Que no se me ponga ningún mal alguacil a tiro. Yo les
pido a los corchetes por Dios que no me toquen. Y no me tocaron ni un pelo de
la ropa. A mí también me cupo un día la suerte de sentir la presencia invisible
de la mujer de blanco. No dormí en toda la noche pensando en el desafuero del
que había sido objeto. No dejé de rezar encorajinado. Madre del amor hermoso no
permitas que se rían de nosotros.
A la
madrugada siguiente amaneció un hermoso día
fresquito de mayo. Cogí el primer autobús, que es el mejor caballo que
nos queda a los que somos de infantería y no me fui a pasear; me fui a reclamar
lo que era mío a la casa consistorial, entrando por la puerta falsa la que hace
chaflán con la calle Tirocinio y va a desembocar a la plaza del Desdén, muchos
soportales, tiendas de souvenirs, restaurantes donde te atracan y bares con
fritangas de calamares a dos pesos el bocata, filatélicos, alguna tienda de
boínas en lo que otrora fueran caballerizas, y en el centro la estatua ecuestre
del gran monarca. Su montura, al no ser
tracción de sangre, sino de bronce fundido en fraguas italianas, no vertía
aguas mayores ante el concurso de los múltiples turistas que a todas horas lo
fotografiaban. La maldición de su padre parecía lanzar latigazos fulminantes
contra el plinto. Temo que me lo gobiernen y los gobernaron como les dio la gana.
Era demasiado pío, demasiado crédulo. Quizá medio tonto. Pero de ellos es el
reino de los cielos porque no responden a la provocación ni dan respuesta de
fuego o espada a los agravios. Los mártires no entran en la gloria por la
puerta falsa. Tienen que trabajarse la entrada.
Conseguí mi
propósito sólo a medias, pero no hice mi viaje en vano, ya que si no saqué un
alma del Purgatorio, a Prisciliano Consorcio, alias el “ Sietecartas”, que era
por aquellas fechas hombre de al lado de la Gran Concejala, le dieron un
importante cargo en el Ente. El bueno del muchacho que tenía una caída de ojos
ni siquiera me lo agradeció. Pero de ingratos está el mundo lleno. La Virgen de
La Dorada hizo un milagro, que estos rosarios blancos que yo reparto son una
verdadera bendición. Vamos, hombre, que no hay derecho, que me confisquen a mí
mis estampas y mis rosarios de forma tan aleve. Media Nix Rasilis y casi estoy
por decir que las tres terceras partes de aquel país llamado Istolacia se
dedicaba al estraperlo, a la venta ambulante o trapicheaba con las repúblicas
hermanas. Era la voluntad de Sede Baldea, que no nos quería muy bien, el poner
de rodillas a los nuestros. Estábamos perdiendo áreas de libertad a marchas
forzadas pero ese había sido un poco el destino de los istolacios.
Cuando
abrieron los portones de la calle del Desdén y ya estaba yo contraatacando y
haciendo pasillo. Inicié mi contraofensiva celestial, girando los goznes de la
pesada máquina burocrática del Prytaneum Consistorial, pero aquel oscilatorio
movimiento de libración no surtió efecto alguno, camaradas. ¡Dios mío, nunca me
sentí yo peor! Mira que caer tan bajo. ¡ Poner los libros en la acera en espera
de que lleguen compradores! ¿Qué desea? Tal y tal. Eso no es aquí. De una
ventanilla me mandaban para otra. Había una lista de espera de tres kilómetros
que aquel zaguán parecía la cola del Cristo de Medinaceli. Un pirulero al que
le habían confiscado un carromato decía con su melodioso deje transandino:
-A no preocupar, señores, que no nos lo quitan todo.
Sólo el veinticinco por ciento del alijo confiscan.
-Menos mal.
- A lo mejor devuelven algo. Por ejemplo, si se te
han llevado el carro, luego te restituyen las ruedas o las teleras por ejemplo.
-¿Y el motor?
-Motor no llevaba, señor. Yo voy todavía por la
tracción de sangre.
-Hablas, cholito, justo como un personaje de una
telenovela de Vargas Llosa.
-Ese tiene mucho más dinero que un servidor, aunque
viva del cuento.
Más pólizas,
más burocracias, más papel de Estado. Me cisco en el que lo inventara. Pues
hazte la cuenta de que fue el conde duque de Olivares, el que encerró por un
mal soneto a todo un Quevedo en San
Marcos, y el San Marcos de entonces no es lo que es ahora, un hotel de siete
estrellas, con una sesión a la semana de frente a frente y comida a la carta
sin un calabozo con mancuerdas, pihuelas y todo. Pues un autor de Oxford le
sube por las nubes. Está visto que para ser historiador y que a uno le nombren
y le den premios hay que llamarse Eliot, chapurrear algo de castellano y decir
que los validos istolacios son los precursores de los primeros ministros
británicos. Para surcar esta mar arbolada, para transfretar el piélago de
pasiones hay que ser un azor. Olvidemos de las cándidas palomas. ¡Valiente
cosa!
-Escribame un pliego de descargos.
Lo escribí.
-¿Y ahora?
-Se le contestará por escrito y en su día.
- ¿Y no me van a devolver mis pertenencias? Eran
iconos, objetos religiosos, rosarios blancos fluorescentes que irradian una luz
tenue de fuego errante en la oscuridad y que protegen.
-Hable con el alcalde. ¿Es verdad lo que dicen: que
ha visto a la Virgen?
-Sí.
-Y ¿era guapa?
-Sí.
- ¿Y lo del fuego fatuo?
-Usted sí que un es fuego fatuo, mi sargento. Sólo
le hace falta la sábana y una cabeza de pulpo para hacer el fantasma.
-¿Tiene poderes de adivinanza? ¿Lee las cartas del
taró? ¿La ahigada hizo a alguien alguna vez?.
-Higos tiene la parra del cura. Higos tiene pero no
maduran.
-Déjate de falordias y de pampiroladas y responde a
la demanda. ¿Sufrió su madre de eso que llaman los galenos agalaxia? ¿Retuvo
mientras criaba la leche en las mamilas? ¿Hablaste igual que Mohamed en el
vientre de tu madre y ya en el claustro materno empezaste de repente a cantar
lilailas?
-No, señor, que de Tetis y de pornografía explicita
estamos ahítos en este país, pero los senos son estériles. Están ahí para
aparentar y para que la Lebruna los luzca cuando canta, y todos estemos
pendientes de su pechera y de ese pródigo canalillo con que la dotó Dios (¿será
todo suyo o los habrá reforzado con ayudas de silicona?) Y que exhibe en las
galas benéficas a favor de los hambrientos de Eritrea. Por lo demás, en la
maléfica ligadura tampoco creo. Lo que hice fue poner un tenderete en plena
calle, repartir de limosna estampas y rosarios. Eso no es acatar ni pedir limosna,
ni creo que me apliquen la ley de vagos.
-La venta ambulante la prohíben taxativamente las
ordenanzas municipales.
-Pues yo lo hice sin mala intención. Soy creyente.
-¿Y no le da vergüenza? Parece mentira de ti, un
hombre con dos carreras y que habla cinco idiomas. Mira que ponerse a vender en
plena calle. ¿No le da vergüenza? ¿Con dos carreras?- insistía el suboficial,
aquejado de titulitis, uno de los prejuicios sociales y manías de grandeza,
secuela del morbo de los visigodos, más frecuentes y con el que desde niño nos
marean, hasta convertirse en tormento endémico, a causa de los intereses de
casta por estos pagos pecadores, pero
“colorada es toda sangre, hidalguillo”, adveraba el Caballero de las Espuelas de
Oro, recalcando sus palabras con morbo.
Me dieron ganas de liarme la manta a la cabeza y
empezar a romper diplomas. Si no es por la literatura y porque la utilizo para
juntar cargos contra los prevaricadores me vuelvo loco. Palabra.
-Eso exactamente es lo que dice mi señora, pero yo
no la hago caso. Es muy temperamental. Hay días que se pone contra mí como una
energúmena, una Euménide. Yo tengo que morderme la lengua, aserrar los puños y
hasta me acobardo, porque, de súbito, se me suben a las mentes todas las
amenazas y lutos de la crónica negra que cuentan casi regodeándose los
frecuentes asesinatos de mujeres a manos de sus costillas esas lenguas en forma
de tijera de las cotarreras del programa insustanciales que garlan sin parar.
Sábados de tele aburrida. Rueda de inquisidores, aquelarre de honras. El morbo
vende. Y sacaron a un bastardo de Alfonso XIII, bigotes a los Felipe IV y toda
una máquina sexual que se llevaba a bailar a sus chicas al “Rancho Criollo”.
¡Qué tiempos! Estos bombones, todos iguales, algo rubiáceos, estirados de
cuerpo, largos de canillas, altos de borrén y labios gordos muy sensuales. Los
rojos le perdonaron la vida por ser el hijo de puta, vástago de un rey habido
no en morganático como el de Doña Stiva, sino en el camerino de un
cupletista. Su madre era una corista danzadora que hizo virguerías en al cine porno. Sale por esas boquitas
enjalbegadas de maquillaje toda la freza de esta sociedad faramallera. Quiero
apeldarlas, tomar el tole, pero, desde que cayó el muro, las huidas son a
ninguna parte. Lo global ha suprimido la condición de refugiado político. A lo
mejor resulta que soy un terrorista y vienen a por mí los gendarmes y me pasean
en helicóptero. Vagar y vagar como un vulgar zampalimosnas. De esta manera de las crónicas de sociedad
hemos pasado a las falordias del monte de Afrodita, a los chisguetes de
discoteca y a los polvos de la movida. Bajo el alar de esta masada,
antiguamente denominada Jáquima, la patria mía (el nombre viene del vascuence,
dicen), ya sólo cuecen desdichas y desfalcos. El azote de Dios no tardará en
llegar. Tan infaustos acontecimientos son cantados casi con un cierto
refocilamiento macabro por las gumías del panel informativo. No quisiera, señor
guardia, que mi nombre se viese involucrado en ese estadillo tan frecuente en
nuestros días como lamentable. Soy Gnadio Verumtamen, latinista, filólogo, hombre de bien. Mis manos nunca se
han manchado de sangre. Y aparte de eso están ungidas.
-Pues no para de meterles en la mierda- dijo el
comisario mostrándome una larga lista de papeles, registro de mi acostumbrado
paso por comisaría.
Cuando a las gentes les llevan por vez primera al
cuartelillo, a unos les da por llorar, llamando a su mamá, llevarse las manos a
la cabeza o por contar sus hazañas. Al bueno de Gnadio se le soltó la lengua.
Era de estos últimos. De remate, a todo acaba por acostumbrarse uno.
-No se ponga tan dramático.
-La vida es trágica.
-Hombre. Tampoco es eso.
-¿Cómo que no si Agapita Quinccoces chilla y
chilla, me trata con el desprecio que
toda hembra siente hacia el castrado? La tengo miedo. No por ella, sino por mí
mismo, no vaya a ser capaz de cometer un acto punible. Sus malos tratos, sus
vejámenes me sacan de quicio. Ya sabe, señoría, que una malcasada es una
herramienta de muerte, un infierno portátil. Y, si un día me calzo con el pie
izquierdo, acabaré poniéndome el coturno de la ira asesina.
-Irá Vuecencia a la cárcel.
-Ya. A la
tiorma. A la gefangis, a la gaol, a las
catacumbas. Mi vida son las cadenas por eso me he aprendido el nombre de cárcel
en todos los idiomas del mundo. Bajo ese signo nefasto me parió el destino.
-En ese caso, puerta. Dejéla. Tiene dos carreras,
habla varias lenguas, es hombre de mundo.
-Qué más quisiera yo, señoría. ¿Adónde voy a ir yo a
mis años, con estas carnes partidas, con este dolor de ijada que a veces me
llega desde la cintura a la rabadilla? Amén de eso, se me inflaman con
frecuencia los tobillos. Estoy para pocos trotes. En serio, me causan pavura
las noches al raso. Ya no puedo hacer lo mismo que cuando a los veinte años me
fui a París a la aventura cargado con un macuto de infantería que merqué en una
tienda de efectos militares.
Se le subía el gallo. Se conoce que al muy cabrito
le estaba yo sacando de las casillas. Se encaró conmigo furioso.
-No me llames señoría leñe. Yo no soy un juez sólo
un humilde suboficial de la guardia urbana. Esto no es una sala de audiencia,
ni las cortes generales. Compareces ante un guindilla y a lo mejor antes nos
hemos visto las caras. A lo mejor estamos los dos en el mismo barco, pero lo
que pasa es que yo me aguanto, mientras que tú con tus dos licenciaturas a
cuestas te has convertido en un baldón para todos nosotros. El sargento
debía estar obsesionado por esa pasión hacia los titulillos y diplomas
demoledora, (she was a
career woman) resabio de las cuentas pendientes de la inquisición y el forcejeo entre
cristianos viejos y nuevos que puso en movimiento nuestra mentalidad sui
géneris encastilladas en los principios de un catolicismo barroco en el que las
máximas evangélicas andan prendidas con alfileres. Al pobre vagamundos y
vendedor ambulante le recordaba un poco a la tozuda de su madre a la que le
gustaba mucho hablar de carreras y de embelecos, y de licenciaturas con
matrícula de honor y toda esa inclinación facultativa de la que hablamos, no para
saber sino para ser más que los demás y para colocarse. ¿Por qué? Porque ella
quería ser más. Orgullo e casta se llama esa figura o tal vez simple y pura
comodidad, pero nunca jamás afán de progreso. Y todo para acabar sin oficio ni
beneficio. Si quieres ser algo en la vida, haz oposiciones. Tú serás un buen
funcionario en prácticas.
-Vapula (así llamaban a la mujer que me parió), eso
no está bien. Creo que es poco cristiano la forma como tratas a tu hijo. Dios
te castigará. Ya te pasarán la pluma por el pico.
Madre Vapula
a Verumtamen lo tenía muy aborrecido, desde niño. Se pasó toda su vida
haciéndole la puñeta, rebajándole ante los ojos de las gentes, y el pobre
aguantaba su acción implacable con mansedumbre y gesto pío. Iba diciendo: “Con
madres de esa calaña como la que a mí me ha tocado en suerte sobran las
madrastras” y luego, sacando el rosario blanco, pasaba los dedos por los
abalorios de nácar. Cuando terminaba se
quedaba dormido, y en su letargo, en el pasmo de la soñarrera, se acercaba a su
Madre del Cielo que le había dispensado todo el cariño y ternura hacia él de
los que no fue digna la mujer que le parió por una de esas carambolas de la
biología. Pero tú tienes mal de madre; a
ti té pasa algo con las mujeres, tío. Los desengaños y golpes de su vida le
enseñarían que las mujeres amamantan, rompen la vajilla, recriminan, hacen
gorrinadas con quien les pete, atendiendo a la llamada del deseo, carecen de
lógica, son todo tubos de complicadas reacciones químicas, pero ya lo de querer
es mucho más difícil. Es para lo que están hechas. Verumtamen con los padres
medievales se preguntaban si tenían alma las mujeres. En caso de ser cierto,
ésta debía consistir sólo en un orificio. Su conclusión predilecta al respecto
se tasaba de esta forma: “Nos dan de mamar, pero no nos quieren y nos mal
gobiernan. Para ellas nunca dejaremos de ser sólo niños de teta cojones,
llorones, no nos zafaremos nunca de esta maldición de oralidad que nos
persigue”.
- Yo, señoría, no soy más que un pobre alcohólico,
un autor fracasado. Un dipsómano con la tres letras- divorciado, deprimido,
derrengado-. Pongo mis libros al borde del camino. No pido limosna, pero todos
me pisan y parece que quieren humillarme. Si no me hubiese protegido la Virgen
María, ya me habría muerto. Pertenezco a una orden mendicante en estos tiempos
de derroches, desigualdades e injusticias, que es la de la cultura. Me cago en
la leche, yo pago mis impuestos, y el edil me viene con esas martingalas.
-Reportese, oiga. Pida audiencia con el alcalde.
Fui a hablar con
Cohombro, pero estaba reunido.
-Entonces pida audiencia con la concejala.
-Uy, esa. A buena parte fuiste a dar. Esa sólo da
mercedes catalanas. Cortesías y buenas palabras. ¿Qué hago?
-Pues, nada. ¿Qué vas a hacer? Pues, nada. Joderse,
como está mandado.
Me aplicaron el artículos tantos, barra cuantos de
una ley que no me acuerdo de
enjuiciamiento criminal. No me daba por conforme. Estos tíos no se quedaban con
mis rosarios.
Había una
paloma, la primera de la mañana columpiándose en la barbilla de bronce de la
estatua ecuestre del tercero de uno de los Felipes, hombre corto de alcances,
“temo que me lo desgobiernen” pero muy devoto y propulsor en Jáquima del culto
a la Purísima Concepción, “palma sois excelsa, Oh virgen triunfadora”. La guinda
andando los siglos la pondría el Generalísimo Franco quien consiguió de Pío XII
el Breve que proclamaba la Asunción Gloriosa de la Madre de Dios a los cielos.
Me tomé un par de cazallas en una bodega que hace esquina a la Plaza de Decanos
con la calle Salsipuedes. Valor, hijo, me dije. Te enfrentas a todo el aparato
administrativo. Do
not take a no for an answer. No te rindas. ¡Qué más quisieran ellos que verte
hecho picadillo! Cuélate por la puerta falsa como cuando ibas al campo de las
Margaritas en Getare y te hiciste amigo del conserje Pirulo que te dejaba
pasar, y así diquelabas a placer cada una de las jugadas. Goles y los del
equipo visitante les llamaban de todo, y a veces a los de casa. El furbo es la
válvula de escape por el que el pueblo sencillo. treinta veces la palabra
hijoputa, marica y cabrón es que te encuentras entre españoles. Todos los
encuentros gratis.
-¿Cómo lo ves?
-Mucho sombrero. Cigarros puros que la gente fuma y
fuma que hay que ver y veintidós tíos en calzoncillos sudando la camiseta. El
personal se pone con el fútbol que yo que sé. La cosa no es para tanto.
-Los españoles estamos locos. Al fútbol nos tiramos
en plancha. Es una forma de escapismo. Rueda de vanidades. En los estadios
hacemos la encorvada. Nadie se atreve a hablar mal de los americanos. Es
políticamente incorrecto.
A mí siempre
me han parecido todos ellos personajes dignos de Dostoievski. Muchos de ellos
traen mirada de asesinos. Una enorme estantigua de locos repúblicos se había
metido a la procesión a acompañar el paso. Está claro que lo importante es que
te retraten. Chupar cámara, ser caldo de cultivo del “Haronía” (revista
ilustrada que no ilustre), o del “Matarrotos para tarados” pura pornografía
mental cuyo redactor jefe es un amigo mío que se llama Paco, y vender como
alcahuetería tu propia carnaza. Cinco millones del ala por presentar un coñac
de marca. Cuando parla Coruña Betanzos ha de guardar silencio. Y en Puente
Deume, chist. He dicho que te calles, Laural. Que te calles tú, Alicantinas. Ya
es oficio muy redituable por cierto a la sazón fiscalizar honras y ser
indagador de vidas ajenas, y ahí los tienes a todos y a todas garlando
embelecos por la caja radiante heridos y como traspasados por el rayo de un
cierto fulgor monaguesco, lenguas descosidas. Por la boca muere el pez. Ahí está esa redola de tíos y tías, brujas
con su cofrades, dándole que te pego igual que las brujas de Monte Pejín, lunes
y martes, miércoles, tres, colocándole chepas a los enemigos, y aguardando a
los jueves que salen las revistas. No paran las lenguas viperinas. Juliano el
Apostata, sentándose en la plataforma rodante de los videoadictos, ha devuelto
las antiguas basílicas a los herejes y los templos de Júpiter al demonio aunque
no pudo devolver según sus pretensiones el de Jerusalén a los hebreos aquejado
por el mal de Babel. Venciste, Galileo. Han instaurado otra vez el culto al
cuerpo, sumidos en los blandos halagos de la carne perversa.
Don Frutos y Don Walabonso eran lobos de la misma
camada. Toda la cuadra está con cagalera y el capitán de Dragones lo mismo. Un
húsar se cuadró marcial ante el burgomaestre que se llamaba Cohombro y que
verdaderamente tenía la cara de pepino.
Nunca alzaba la voz, hablaba sibilante
expulsando el aire a través de su boca muy pequeña y como encajonada,
sin mover un músculo, sin descomponer el gesto, como aquel prefecto, un tal don
Marciano Monroy que tenía la mano tan larga y que le propició tantos sopapos
cuando era seminarista. ¿De donde salió ese carbón? Creo lo trajeron de
Valladolid. Pero cuanto más callado más
temible. Metía unos puros que aquí te espero. ¿Quién lo iba a decir con esa
cara de rey del pollo frito y de mosquita muerta? Le salía un tonillo de pito,
pero hay que andarse con tiento y no fiarse de las apariencias, que son tataranietos
de los inquisidores. Su mala leche y el mismo orgullo de tecnócrata habían
hecho de su mandato un tiempo eficiente. Nada de insinuaciones lascivas o
revolucionarias aconsejando a sus pupilos el estar al loro, o cualquier otra
ordinariez que se le parezca. Don Frutos Cohombro Perales no se andaba por las
ramas. Había inundado la ciudad de inmobiliario urbano, había hecho peatonales
algunas arterias viarias que estaban muy congestionadas. Activó los arbitrios municipales de toda índole y la
grúa y el cepo, terror de los conductores, fueron, más que nunca, una amenaza.
Sin embargo, la oposición se tomaba a broma los
desvelos del burgomaestre. “Ese no es un cohombro, sino un nabo; no es un
peral, es un camueso”. Escuchar tales impugnaciones, a su juicio injustas, le
cabreaba. Había pensado en huir, marcharse al desierto como los conversos, y
encontrar un agujero, una socarrena en la pared, donde meterse allá en el nido
de los silencios. Pero se constreñían
las esperanzas. Para tipos como él no quedaba ni un clavijero. Me da coraje lo
que me dicen, oye. Hay que ver lo injustos que son, pero a cada vaca su
cencerro, que decía Salomón. Eso me suena a colección de cromos. Ése lo tengo
repetido. ¿No habrá pasado por aquí la reina de Saba? No, señor. Su majestad la
emperatriz no viene en mi libro y vete tú a saber si en realidad de verdad
siquiera existió. A mí me ocurre lo que al primer munícipe en la coyuntura del
último otoño del milenio, que bebo los vientos por la verde Erín.
En Irlanda me
amaron y allí fui alguien. Todo lo contrario que en mi país que para mí tuvo
mal fario y es gafe. Cambiaría todo el oro del mundo por un rincón para dormir
en Derry por los alrededores de la taberna de Sean MaCarthy, que era muy amigo
mío allá por los felices años sesenta. En cada hoja de los robles del jardín de
mi barrio veo un ángel blanco. En aquel tiempo yo iba por los pueblos
irlandeses con una guzla y todo el mundo me creía un fantasma que había brotado
del fondo de las aguas del Canal, trepando por los formidables acantilados de
Limerick, que se alzan a doscientos metros sobre el océano, alma de viejo
galeón rescatado de entre los pecios de
la Armada Invencible. Se me escuchaba atentamente y algunas mozas de pelo
encendido y de ojos verdinegros suspiraban de amor por mí.
- Ah
The Spaniard! He is nice, isn´t?
Algunas veces depositaban en el cuezo algunas
monedas. No soy un fantasma, ni siquiera el Monstruo de Lago Ness, les decía,
sino un amanuense de la vida que con la aplicación que le permiten sus
borracheras y a intervalos, escribe sobre el aire palabras que son como torres
sobre el viento, que luego se derrumban. Aparentemente carecen de sentido,
pero, luego me las traduce un serafín.
Cuando el ángel les da la vuelta, se transforman a letras de oro y quedan
grabadas para siempre en códices miniados. Hago constante la glosa del
Apocalipsis. Con sis cítaras de oro los citaristas citarizaban. ¿Tú crees que
de literatura contigo pan y cebolla serás capaz de vivir?, decía la voz de la
razón yendo a lo positivo y al grano, pero como yo por aquellos días era un
romántico trasquilado no me hacía cargos de tan saludables advertencias, tenía
la cabeza a pájaros, era joven y estaba enamorado. No es que crea en que esto
pueda, ni mucho menos, dar resultado, más ¡en lo que durara!
“Carmina aurum non dabunt”(oros y versos son enemigos), asmaba el clásico y no
asmaba mal porque a Horacio no se le escapa una, pero me lo paso bomba
escribiendo tan pulido y aseado. Ya he terminado de esta forma varios
cantorales. El ángel que me acompaña dice que son valiosísimos. Es tan bueno y
comprensivo este ser celestial que muchos días, cuando el lúpulo de las
tabernas de MaCarthy o de O´Duffy (todos los chigres de ese país tienen nombres
muy líricos, y un arpa por enseña) se me había subido a la cabeza, se hacía
cargo de mi rabel. Empezaba a tocar solo
ante la estupefacción de los viandantes que no podían dar crédito a sus ojos,
aunque Erín sea un país mágico (lean a Cunqueiro). Caían más monedas al
cepillo. Los lirios del campo no se cuidan de qué comerán o conque se taparán.
Evangélicamente los imito. Me conformo con la parte alícuota de niebla en mi
redondel La vida no es más que un poco de humo que se disuelve en el aire. Esto
me parece que nos sirve de consuelo a los que lo pasamos mal en este mundo,
pero garantía absoluta nunca tendremos de que existe un plus ultra no la
tenemos. Ya
no tengo otro remedio que machacar a Shakespeare: “Life is a tale
full of sound and fury told by an idiot”. Esto
es: el ruido, la furia y el tonto del pueblo. A eso se reduce el argumento de
esta paráfrasis absurda. A veces vienen parafrastes hinchando el perro- el que
más ladre, Vargas Llosa y maricón el último- pero todos estos cholitos
grafómanos vienen a decir lo mismo, aunque les den el Cervantes, oiga.
Aquí nadie
tiene derecho a estar seguro de nada. Jupiter de vez en cuando me bombardea con
su mirada y envía a Erifos el de los pelos ensortijados y los ojos de avena.
Con sus embustes y haciendo caer sobre la tierra a una lluvia dorada (nada
tiene que ver esto con un anuncio porno en las páginas del “Cosmos”, órgano de
la desinformación y el desenfreno patrio, ese del que es director Walamboso
Hache Aspirada, amigo del Gran Sobrestante, ese que no da la cara, capullos)
sedujo a la virgen Dánae. En penitencia, el amo de los vientos les puso el
castigo de Sísifo, colocó a Iction en una rueda radiada de serpientes, y a
cambio nos dio contiendas, enfermedades, moscas y plagó la tierra de mujeres.
Ya está visto que hasta los dioses -randy
buggers- no son lo que se dice un modelo ejemplar que debamos
imitar los humanos. Empezando por Jupiter, Zeus, el gran dios falso que ha dado
por lo menos el título al verdadero, que como al falso llamamos Deus, y quis
sicut Deus, proclama el arcángel, pues tenía un comportamiento de cretino
machaca arras, digno de aparecer en un programa de tarde con Alicia la Vasta,
esa personalidad mediateca que basa sus morbosas intervenciones televisadas en
preguntar a los españoles que cuantas veces, y cómo y dónde su parienta se la
jugaba, pues Jupiter se lo montó con Alcmena, mandó a su esposo Anfitrión a la
guerra y el muy bellaco la hizo suya en su propio tálamo mediante un engaño, a
los nueves meses nació Hércules. No fue un comportamiento muy razonable que
digan, digamos. Ellos en el Olimpo practican el acoso sexual. Y si esto hacen
los rabadanes, el gañán no se va a quedar cruzado de brazos. A veces escucho
gritos demoledores en el subconsciente. Braman las Euménides, se afanan las
danaides. El tronido de la diosa hace tambalearse a los propios alcázares del
Pentágono.
Papá, ven en
tren. No tienes que probar ni una gota de alcohol, Verumtamen. Eso es veneno
para ti. Tienes que combatir con razones las injurias. Y a ti te han puesto de
pus y de sangre. Para sobrevivir tuviste que hacerte pequeñito y arrimado a los
pasamanos de una tasca ya no tenías ningún peligro. Dejaste de ser un enemigo y
una amenaza. Si asomas el colodrillo por entre los resquicios de la tapia, con
toda seguridad te cazan. Lo hemos silenciado. Que coma hierba, que sea un
nombre nulo. Su imaginación era un volcán efervescente.
-Eres un primavera. You think too
much.
-Really?
-Pues, sí. Lo mejor en verdad para ser feliz es
vivir y no pensar.
Quedó exhausto y maravillado de su parlamento, pero
cuando cogía carretilla se embalaba.
Aunque no era demasiado creyente, las procesiones no
se perdía una. ¡Qué alcalde más figurante, válgame Dios!
-Dicen que es sevillano fíjate.
-Como el Conde Duque, y por eso aspira a dominar
al mundo.
-Tiene una mujer muy guapa de ojos grandes,
preciosos y la cara triste como vaciada en porcelana, que recuerda a la
Macarena.
-Pues mira tú por donde a ver si va a ser la misma
-El potro de tu imaginación desbordante ya se va a
la empinada. ¡Qué cosas! ¿Tú ya sabes a quien me recuerda la señora del
burgomaestre?
-No me lo expliques. Lo conozco. Sé que eres pájaro
de un solo nido. Sólo se ama una vez.
-Marañón sostiene que eso es síntoma de virilidad. Y
que el Tenorio era marica, un impotente que tenía que resarcirse de su
impotencia haciendo cada noche una conquista. Amaba para la galería. En
realidad se amaba a sí mismo tan solo.
-Pues la ciudad se debe de haber llenado de maricas
con arreglo a eso que dice el insigne doctor.
Se puso a recitar unos versos del drama de Zorrilla:
Yo a los palacios subí; yo a las chozas bajé y en
todas partes dejé memoria infausta de mí.
Don Juan de Mañara, contra lo que piensan muchos,
llevaba dentro de su ampuloso chambergo rozagante de plumas de avestruz. En
realidad de verdad, tan sólo era un ala triste, un mercenario de capa caída,
cañón sin afuste. Pólvora en salvas. Eso les pasa a muchos. Se les ha caído la
carrillera.
-¿Que se le veía el plumero me quieres decir? ¿ Un
tenorio con plumas como Doña Bibí?
-Justamente.
No en balde llaman a Marañón el “Salomón de nuestra medicina”. No se le
escapaba una. Para diagnosticar una enfermedad se fijaba en la configuración de
los rostros. Cejas muy juntas, loco. Frente ancha, inteligencia despierta, pero
hombre engañador. Descubrió las relaciones de la sífilis con la diabetes
insípida, y la forma en que le crece al varón el vello pubiano entre las ingles
para determinar los grados de masculinidad de un sujeto. Si esa mata se
desparrama hacia arriba en forma de vértice, señal de potencia sexual; en
cambio, si forma como la base invertida de un triangulo isósceles, afeminado al
canto.
-¡Ya me estás preocupando!
Había dejado Verumtamen de tener relación con
mujeres, y vivía lejos del baticoleo de la cosa pública, ese poso de amargura
que siembra de inquietud y de tristeza tantas vidas. No es más que la sombra
del instinto reproductivo, el cepo que lleva a hombres y mujeres al garlito. La
castidad que le parecía inconcebible en la juventud le había venido sola. Llegó
a ella sin esfuerzo por un proceso natural. Si tú la dejas un mes, ella te deja
un año. Los gallos habían dejado de cantar en los almiares, el tábano del deseo
había perdido su aguijón y, muerto el perro se acabó la rabia. Aquella
inapetencia prenunciaba, sin embargo, el gélido sepulcro.
Habitaba un cuarto en una pensión de la calle
Marilén y era feliz. Había vuelto a decir misa en latín en aquel altarcito del
aposento que la señora Amelia le había preparado con rosas de plástico y un
mantel muy limpio, sobre el que se alzaba un crucifijo de calamina y la talla
de una Virgen románica que se encontró en una poubelle o pábulo (los franceses son finos y relamidos hasta bautizar las
cisternas y contenedores de la basura con un nombre tan pulcro) de la calle
Lignitos.
-¿Y estas misas valen, don Gnadio?
-Sí, hija. Como otra cualquiera. Yo soy sacerdote
según la orden de Melquisedec, por mucho que no le guste al obispo.
-¿No será usted hereje?
-No, hija, no. Que voy a ser. Pierde cuidado. Cuando
yo consagro hago la eucaristía con tanta validez como el Papa. Otra cosa es que
esta consagración sea lícita.
-Pues consagre bien. Sus misas gustan a la
gente. A las de las otras iglesias no
van. Poco a poco tendrán que ir echando el cierre. Además, este barrio ha
dejado de ser cristiano, padre Gnadio. A Cristo lo dejan solo, adoran al
dinero, y tienen por sacerdotisa a Hécuba Piños, la que oficia todas las mañana
ante el ara de Afrodita.
-¿Y esa quién es?
-¿No la conoce? La Turquesa del Encuadre. Lo del
encuadre debió ser porque es toda una real hembra por lo bien plantada y lo de
Piños por sus protuberancias odónticas. Además, tiene el culo en pompa y
mediatiza, vaya si mediatiza. Es todo un veneno de mujer. Cuando se pone los
puños en los cuadriles y se cierra en jarras, no hay chulapo que la tosa.
-Muy echada para delante, querrá decir, usted, y muy
señora de su casa. Hécuba Piños, la verdulera médium aunque tenga a su
disposición toda una caterva de los mejores alfayates parisinos, loba
capitolina a cuyas ubres maman Rómulo y Remo, Pólux y Castor y toda una
cuadrilla de princesas y de actrices descolgadas a cuyas hijas procura colocar
lo mejor que puede, va de reinona por la
vida, astro rutilante, que se muere por el bien parecer.
-Eso es, pero un diablo de mujer. Se ha cargado ya a
siete maridos sin contar al primero que, sabiendo de cuernos, se tiró por un
balcón. El pobre prefirió la tumba fría al corral de bueyes de cualquier vacada
andaluza. No consintió que le echasen los mansos porque era una eral con casta.
-No fastidies. Esa historia me recuerda a la de la
bíblica Sara.
Doña Amelia le trataba con harto respeto y miraba
para él con ojos soñadores como si estuviera viendo a un profeta salvador que
anuncia calamidades y redención.
-¿Tú sabes bien lo que significa la palabra profeta,
mujer?
-No, señor, pero dígamelo v. m. que sabe tanto.
-Pues quiere decir profeta el que está mordido por
la inteligencia divina y el espíritu de Dios hace que rabien los corazones. Por
eso, los profetas siempre hablaron en nombre suyo. Hoy sigue habiendo muchos,
aunque no se ven.
El pueblo estaba cansado. Mostraba en el rostro la
tristeza de aquellos que se sienten conscientes de haber sido engañados.
Sobre los veladores del Estibadio o Café de la Pompa
había sostenido largas discusiones acerca de este fenómeno, de la tolerancia
que es tiranía disfrazada, de la mentira sistemática que utilizan como un arma
arrojadiza los que ostentan el poder, pero ya le aburrían aquellas discusiones
de poetas muertos. El único personaje digno de confianza era el cerillero y así
y todo también debía de tener su ventanuco al cierzo.
-Esto no es un
Estibadio sino un humilladero laico. Debieran de rebautizarlo o
colocarlo el nombre de Valle de los Caídos. El dueño debería de cerrar el
negocio y sustituir la cervecería por una tienda de ataúdes.
-Tú deliras, Verumtamen.
-Hombre, muy bonito. Pero ¿no habéis traído vosotros
la libertad de expresión? ¿No se puede decir lo que uno buenamente piensa?
-Para algunas cosas no- decía tajante uno que era
actor. Tenía el perfil de romano. Había trabajado en el reparto de algunas
adaptaciones de novelas de Galdós y de Gabriel Miró para la televisión.
-Si tú lo dices, pues estamos listos. Apaga y
vayámonos.
-Te voy a decir lo que tú eres -proseguía el cómico
bastante cargado de punto-. Tú eres un “lebensracher”, un enemigo de la vida como todos los de tu calaña,
aborrecedor de la especie humana.
Vio que era inútil discutir con semejante personaje
y se alejó.
Sacar a la patrona en procesión era un acto cargado
de simbolismo. Iba por las calles céntricas del casco viejo bamboleandose (bajo
las andas y ocultos entre el paño y la cenefa se afanaban los palafreneros
penitentes que cargaban con la carroza sobre los hombros por promesa)entre
ramos de flores y exhalando un perfume de bendición sobre los muros leprosos de
los barrios derrotados, allí donde el lujo, el comercio y la mendicidad
compartían espacio.
-Mirala que guapa va. Tira para ella un beso,
corazón.
Una madre aupaba en brazos a un niño de cuatro años
al tiempo que formulaba un deseo. El pequeño miraba en redor con ojos asustados. Acaso no cupiera en
la mente por sus cortos años todo aquel ambiente cargado de simbolismo.
Pasear a la Virgen se hacía ya en la edad media, si
sus moradores atisbaban algún peligro de invasiones, pestilencias, sismos, o
advertían ese clangor como de hojarasca pisada por los bosques del otoño que
siempre se escucha cuando Dios está disgustado con nosotros. Siempre se
hicieron aquí rogativas para impetrar la clemencia del Todopoderoso. Todavía
han de resonar los ecos de las místicas imprecaciones por las rúas de Areneros,
la Concepción y El Igual.
Ciertamente, el tiempo no es sino algo convencional,
como un verso de Neruda, que habita tan sólo en la imaginación, pero la fecha
del año dos mil la teníamos todos en la cabeza. Cristo, escúchanos. Dios Padre
Celestial, atiende nuestros ruegos. Virgen Poderosa... Estrella matutina...
Espejo de Justicia... Trono de la Sabiduría... Ora pro nobis... Ora pro
nobissss. El clamor del silabeo ritual se perdía en el albeo de la calle. La
diosa fortuna iba a parir a un hijo muerto y ese niño que se asfixió en la
placenta no era más que el símbolo del término. Ha llegado el tren a la
estación de su destino. Los viajeros embarcados en una goleta adonde les
subieron sin pedirles parecer van a rendir viaje.
Pero, también, el clamor de aquel milenio recién
nacido y recién trucidado por Herodes era como un día de Inocentes. ¿Quién
sacaba partido de cuanto se propalaba en los mentideros de la corte de sus
majestades, Gaón y Leda? Las grandes
superficies, las firmas publicitarias y la Cisura Hécuba, una de las danaides
comerciales, adonde van a par todos nuestros ahorros, pero también Júpiter
condenó a morir a Creso haciendole comer sus mismos tesoros. A algunos incautos
de nuestra época, sin saberlo, les espera el mismo castigo que al rey de Lidia:
reventar ahítos de riquezas. Que se sepa, el oro siendo tan apetecible no
representa un manjar comestible.
-Vivimos en una era de lo venal. Aterriza de una
vez. Si no sabes comprar o vender no perteneces al supo de los elegidos.
-Por eso hay tanto venado a las puertas de las
comisarías- dijo la voz del espíritu tratando de hacer un molinete
literario, una metonimia sin demasiado
acierto.
Los pavores del apocalipsis se habían convertido en
reclamo para la venta de productos. Como si no tuviéramos bastante con el paro
generacional, la violencia hogareña, el amor libre, el deseo inverso, las
madres solteras a las que ya no cabe recetar la píldora del día después, los
hijos ya crecidos haciendo el gandul en casa, donde se han hecho los amos, el
sabor a ti, los títeres animados, el Sida, la guerra de Chechenia (Grozni, por
haber petroleo, destapó la codicia de Hitler y fue la roca Tarpeya donde se
descalabrara su régimen que la codicia rompe el saco, sépanlo los informantes
desinformados que nos atiborran de noticias desde las páginas de “Cosmos”
dirigidos por los babosos de Walamboso y de Columba la Currada, téngalo
presente los gerifaltes de Sede Baldea) y Superrabia, ETA a todas horas, la
frase hecha, la mentalidad pret
a porter redí made, los dramones cursis del Ginés Garfios, alias cara de
palo, antiguo director al que le condecoraron con un óscar, the winner is, ora pro nobissss, cría fama y echate a dormir, la verdad es que está
uno hasta los felpos de tanta estatuilla, de tanto ir haciendo el ridículo por
ahí, con tanto autor internacional, tanto Tony Flag, me da un soponcio cuando
canta ese mafioso de Miami de voz tontorrona pero de oro al que llaman Coco
Churches, tan carpetovetónico que bebe la coca con cola por el piporro de un
botijo pero al que se le ha acabado el
carrete y ya sólo vale para ceroferario adulador del Cine Matón con grandes
repartos, lo políticamente correcto, el cobrador del frac, la bulimia que nos
devora y que no es más que una manifestación de nuestro propio fracaso en la
vida. Curamos las depresiones camino de la nevera. Nos quieren encasquetar la idea del fin de los tiempos. Nos quieren
vender la burra un operador turístico anuncia viajes en vuelo chárter rumbo a
las almarchas de Jerusalén, al Valle de Josafat para coger sitio de privilegio y presenciar el
espectáculo del Juicio Universal. Por una localidad de tribuna en los balates
del Jordán se pueden pagar hasta cien millones de pesetas. El dinero es muy
laminero y hoy televisar en directo tu
propia muerte o tu ejecución se cotiza a
peso de oro. Las leyes del mercado todo lo arrasan. Ni a la muerte ni a las
creencias respetan.
-¿Se va a acabar el
mundo?
A esa pregunta contestaba nuestro personaje con otra
ídem de lienzo:
-¿No le parece que está tardando mucho?
-Pues a ver si explota esto de una vez y nos vamos
todos a tomar viento bajo las farolas de algún encalve de Sirio, Andrómeda o de
cualquiera de las dos Osas, que cuanto más lejanas sean las constelaciones,
mejor. Así os pierdo a todos de vista. Creso murió del atracón de sus propias
joyas y a Midas, que convertía en oro todo lo que tocaba le mandó Baco que se bañase en un regatillo, el arroyo Pactolo, que desde entonces
porta arenas argentíferas. De la misma forma, las Pléyades se convirtieron en
luminarias del firmamento después de suicidarse. No hay muerte que pueda
llorarse tanto a lo largo de los siglos como la de dos diosas. Todas las noches
caen sobre el mundo en forma de luz muerta las lágrimas de las dos hermosas
olímpicas condenadas a llorar sobre las cabezas de los hombres.
-Tú no eres más que un misántropo, hijo mío. Arisco,
desecha tu atrabilis. Cuida tu aflicción.
Pensaba que el reloj de la plaza el Amparo empotrado en su bonito mirador a cuatro aguas
no era más que un ente de razón. Tenía la misma caída de ojos, si los
relojes pudieran mirar, que aquel al que
le regaló el rosario blanco y le dio suerte y
le nombraron Super director. Tenía la cara recién lavada. Había conocido
bastante relojes testimoniales a lo largo de su vida (el Reloj de Fairfax en
Oxford, el Papamoscas burgalés, el Big
Ben y la torre Eiffel, los relojes de arena en los exámenes de oposiciones a
canonjías) pero aquel era el que le resultaba más familiar. Ninguna sonería en
los cuartos de esfera mejor que aquél. Su libración era de las más
perfectas. El centro topográfico
peninsular, la vieja Dirección General de Seguridad. Todos los relojes de su
vida. Todas y cada una de las cárceles y destierros. En eso pensaba en aquel
instante.
Ajena a sus memorias y remordimientos, la orquesta de la Guardia
noble seguía marcando el paso y atacaba “Marcial tú eres el mayor”. Un sargento
mayor barrigudo y petizo que apenas se podía acordonar los botones de la
guerrera ponía mucho esmero en la interpretación, aplicación y discernimiento.
El alcalde del pelo engominado seguía tan sonriente
y diserto. Su cariz anunciaba que era hombre satisfecho de la existencia. No
hay que fiarse mucho de las apariencias. A lo mejor, el hecho de que encabezase
aquella manifestación de fervor popular no sería óbice para que la procesión
fuese por dentro.“Ganaremos las elecciones”, iba pensando el doctor Cohombro en
el crítico instante en que zas, el caballo se puso a mear. Miró para el
tendido, pero tanto los espectadores como los procesionarios no pudieron
disimular un gesto de fastidio. Una niña de tres años agitaba alborozada las
manitas y con lengua de trapo chicoleaba la necesidad fisiológica del noble
bruto:
-Mira, mamá. Está haciendo caconas.
Venían por detrás cubriendo carrera dos hileras de
seminaristas, unas con roquetes y otros con sobrepelliz. Un subdiácono haciendo
de fámulo episcopal traía recogida entre los brazos el halda del señor
cardenal, un purpurado de buen bife y una sotabarba espesa y profesoral. Era
procesión de capa magna. A renglón seguido, un clérigo de capa pluvial rociaba
agua bendita sobre las cabezas de la plebe devota. En el cielo no se puede
entrar de otra manera: a hisopazos. Del acetre se proyectaba una agua lustral
refrescante. Muchos los que lo sabíamos
entonamos el “Asperges” recordando los buenos tiempos de las misas mañaneras. Y
el recuerdo sobrecogía el alma de efectos inefablemente terapéuticas.
Necesitábamos esa abstersión.
Varias beatas recibieron la unción lustral con mal
disimulados aspavientos de fervor y se persignaban devotamente como si aquello
fuese la rociada que les abriese la puerta del castillo de las
Bienaventuranzas. Sin embargo, un estudiante de Económicas observaba al pope
con gesto mohíno.
-A ver qué va a pasar con esta burla. Padre, a mí
no. Yo no creo en Dios. No me bautice.
-Pues por eso mismo.
-Basta ya de exorcismos. Bien común.
De poco le sirvieron sus repulsas. Le cayó en plena
cara un cubo de agua bendita. El eclesiástico, exasperado por las
intemperancias del hereje o del cara dura, volcó casi encima de la comba de las
cejas todo el acetre. Las beatas llevandose los dedos a sus labios macilentos
le ordenaron silencio:
-Chist, joven un poco de respeto. Dios va en ese
trono.
-Yo no veo a Dios por ninguna parte. Soy luterano. Vuestros cristos no son más que
madera de pino y vuestras vírgenes lindas las putas que sirvieron de modelo a
los artistas salidos.
-Pues está ahí- le increpó un teísta con cara de
pocos amigos. Iba subiendo el tono de la conversación. Pronto tendríamos el lío.
Todos sabemos cómo acaban siempre los litigios de fe.
-Si tú lo dices.
El estudiante de Económicas era de los tenían
alergia al agua bendita. Los sietes sacramentos le parecían una engañifa y se
pasaba los exorcismos por la taleguilla. Sin embargo, se había chupado todas
las procesiones. Las de la Semana Grande, las del Corpus, las de la Paloma y
las de la Purísima. Todas eran lo mismo, pero daban espectáculo de balde y no
había que sacar entrada como para ir al futbol. En Nix Rasilis siempre tendrás toros
y cañas y procesiones, muchas procesiones. La plebe brama por el espectáculo.
-A mí lo que más me gusta es cuando pasan las
manolas. Esas señoronas tan dignas, castas esposas. Alguna de ellas tiene más
de un revolcón.
-Ya están aquí las manolas, niños.
Con peineta y con mantilla el rosario con abalorios
de plata y el corpiño están como muy masoquistas. Humor negro. Carne de deseo a
la española. Parecen sacadas de un libro porno de esos del arte de la
disciplina inglesa. Les cuadra guiñar un ojo.
-Eres un guarro y un blasfemo.
Pero el estudiante seguía erre que erre, y cada loco
con su tema.
-Que te aspen.
-En esta vida ha de haber de todo. Menos mal que
salió de naja perdiendose al doblar una esquina de la calle La Cruz. Tenía una
cita en la Plaza de las cortes con su novia que pagaría con carne todas
aquellas emociones místicas.
Recordaba sus procesiones, las de Jueves Santo, bajo
la luz de la luna, asomada al balcón de la Canaleja, como queriendo aspirar el
aroma de las guirnaldas que alfombraban las andas de los pasos y escuchar el
lancinante quejido de las saetas, pasión honda entre el rumor del río
Rasemir. La ciudad, vestida de luto y
una siembra de cruces ante las murallas vigiladas por esas pupilas de la noche
constelada, que son las estrellas, enjarjes iluminados en la bóveda celeste,
balcones al infinito que trascienden los planos reales de espacio y tiempo,
montaba la guardia de torres como enhiestos lábaros alzados a la cima de los
cipreses encaramados y atentos vigilantes en las colinas. Al pasar sobre los
adoquines las cadenas emitían un sonido penitencial, brumosa letanía de culpas
inconfesables. Desde las aceras los mirones fijaban sus ojos en los nazarenos
de los pies desnudos arrastrando bretes, pihuelas y eslabones. En sus rostros se
pintaba la conmiseración, la duda, la incredulidad y el deleite. Los conventos
abrían sus puertas y por el rastrillo de las tres cárceles abandonaba un preso
su celda camino de la libertad. Amaba la Jáquima errante, poblada de castillos
encantados, de minaretes con perfiles de media luna coronando el chapitel y de
ínsulas baratarias, que de esta forma
resultaba el país del irás y no volverás, pero siga la linea, penitente, vamos
en que estás pensando, zoquete, continuidad. Pues es verdad, señor capataz. No
me había dado cuenta. Se me iba el santo al cielo. El Hermano Mayor agitaba el
borde de su manto con mala leche como si fuese una fusta y golpeaba los
adoquines con su bordón de plata como advirtiendo a todo el mundo aquí estoy
yo. Parece que vas en Babia. Nada de miracielos. Los ojos bajos, el gesto
compungido y remiso. El cofrade mayor mandaba con la insolencia de un arráez.
Los penitentes no eran penitentes sino condenados a galeras. Pues vaya un tío.
Parece una pulga subida a un elefante.
No hay cornacas más temibles y fastidiosos. La fusta, hijos. Latrasto no trajo
los lirios acostumbrados sino el cachetero, las tenazas, el pilori y los cepos
envenenados. Subete al monte y escampa bonanzas sobre nosotros, Dios clemente y
encumbrado.
-Y con ella arriba. Hasta el cielo. Vamos.
-¿Puedes con tanta cruz?
-Puedo.
-¿No necesitarás un cirineo?
-Ayudantes por ahora no. Gracias. No soy un
marginal, ni un perseguido. Hago todo esto por amor a Cristo.
-Pero la chola no te rige.
-Prosigo en la demanda de la verdad suprema.
Cada Semana Grande trataba de poner en práctica las
enseñanzas evangélicas. Es una filosofía donde las medias tintas no caben. Si
quieres conseguir la vida eterna, abraza tu cruz y sígueme. Vende todo lo que
tienes y dáselo a los pobres. Así de drástico. Los pulsos de la ciudad se
paraban por completo cuando aquel nazareno clavado al madero la melena caída
sobre las sienes doloridas y faldellín al viento subía las bargas de acceso al
casco urbano, por la ronda de la Muerte y la Vida. Era una sensación
indescifrable como fuera de contexto.
-Tú no eres secta, ni te muestras doctrinario, pero
posees un sentido estricto de la moral cristiana.
Subía por las dos Castillas, bajaba por
Despeñaperros. Aragón le acogía en sus
yermos de trapa con los brazos abiertos y recalaba en todos y cada uno de los
monasterios fantasmales, cubiertos de hiedra. Los tambores de Calanda tocaban a
muerto. Todos le tomaban como un santón. Entraba en las moradas y dirigía a los
que le acogían siempre con el mismo saludo.
-Paz a esta casa.
Si no os quieren recibir que aquella paz que dais
vuelva a vosotros. Algunas buenas mujeres, las amas del cura, las monjas
clarisas le atendían solícitas, y Verumtamen les regalaba rosarios, imponía
sobre sus cabezas las manos y las enfermedades abandonaban al punto sus cuerpos
doloridos, entraba paz en sus almas. Una de ellas, la hermana Popada, llegó a
enamorarse de él platónicamente pero nunca lo dijo. Era una abadesa que vestía
con una manto azul color Grozni, los ojos muy separados y los pómulos angulosos como los de una calmuca.
-Popada, reza por este pecador.
Sus plegarias, que la religiosa dirigía
constantemente a las alturas, debían de ser agradables al Celador supremo,
porque el pobre peregrino salía a flote en medio de sus naufragios, las
celliscas y los truenos pasaban sobre él como si nada, no representaban ninguna
amenaza las visitas a las tascas donde siempre hay un filo de navaja cabritera
que se agazapa, y el ir y venir de los burdeles hebetados de miasmas y del
muermo del mal francés o las cagaleras de la sífilis le permitía entradas y
salidas indemnes. Un hombre que permanecía unido a Dios las veinticuatro horas
del día mediante la oración hesicasta (una frase constantemente repetida:
“Kyrie eleyson”) se sentía con fuerzas suficientes como para bajar a los
infiernos y no quedar atrapado en el fiemo de viscosidades del Leteo. Sus
niveles de conciencia que giraban desde el punto alfa a la purificación del
karma lo mantenían en un trance. En cada una de las personas que encontraba en
su camino veía un aura.
A unos les recomendaba el ayuno. A otros la
peregrinación porque en toda peripatesis está el anagrama de la accesit.
-Arroja la toxina que constriñen de venenos tu
organismo, suelta el ataharre de las riendas que tiranizan tu espíritu, abre
las cajas de los nidales y surgirá la paloma blanca. Nada de drogas, ayuna,
hijo.
Pero con otros era distinto y prescribía como
remedio el vino que cura las enfermedades del psique. Conservaba un magnetismo
su mirada, tenía poderes, veía por fuera y por dentro. Era el karma, algo que
se desprendía de su ser, dejando colgados como en las redes de una telaraña
invisible aquellos a los que miró.
Popada se convirtió pronto en valedora celestial de
aquel mendigo de las parameras, un mendrugo en el zurrón, las Escrituras a
mano, un rosario con los dijes de pétalos de rosa, y un frasco de agua bendita
contra la tentación y los ojos fijos en el horizonte, porque la verdad es
única. Para acceder a ella hay un solo camino que muy pocos conocen. Era consciente
Verumtamen de que Dios se alza como valedor de la inocencia. Podía convocar a
los muertos, tenía el don de hacer milagros. Se escabullía de los
perseguidores.
Al llegar a un lugar decía: “Paz a esta casa”.
Si ellos la recibían, el amor descendía sobra la
morada hospitalaria en la cual era acogido. Mas, si de lo contrario, se lo
desdeñaban, el buen deseo regresaba al bendito, que se sacudía allí mismo el
polvo de sus sandalias y proseguía su camino sin más alharacas. Unas manos
invisibles pulsaban las cuerdas de ese insólito instrumento que es el alma
donde se toca día y noche el preludio de nuestro destino.
-Mi paz os doy, mi paz os dejo...
-Paz a esta casa.
-¿Adónde vas?
-Marcho sin un objetivo real, pero quiero rendir
viaje en Samarcanda.
-Eso está lejos.
-En el Caúcaso. Voy camino de Grozni, el refugio
final de los viejos creyentes.
-Hay guerra allí.
-Yo haré enmudecer las bocas de los fusiles. El
armisticio no está lejos, pero antes tendrá que venir un tiempo de expiación.
Cuando se termina una ruta, esto quiere decir que otra está a punto de comenzar.
Hablaba en clave, utilizando los ambages de los
staretz predicantes de la verdadera Ortodoxia. Guardaba su pecho como un viejo
talismán que a su vez le servía de defensa un texto de los evangelios sinópticos,
pero sus niveles de percepción no estaban en conflicto con los arcanos de la
sapiencia hermética. Thoth, el dios egipcio con cabeza de ibis y cuerpo de
hombre, inventor de la escritura, y actuario del pensamiento olímpico, pues era
el escribano de Zeus que levantaba acta
de sus reuniones con las demás divinidades, y que escribió el libro más
antiguo que se conoce, el “Papiro de Thoth” donde yacen las claves que explican
el universo, eran uno de los puntos de referencia.
-Tiene -tronicaba para sus adentros- que haber un
punto donde se reconcilien los saberes prohibidos y la Vulgata. El Galileo fue
el enjarje de la bóveda abismal del edificio trinitario que construyó Hermes
Trimegisto. Sus enseñanzas trinitarias ya estaban catalogadas treinta siglos
antes del alumbramiento de Belén. El anuncio de su venida estaba escrito en las
estrellas. Y fueron tres magos caldeos los primeros que vinieron a prosternarse
ante él, si bien los suyos no le reconocieron, y Herodes quiso matarlo.
Se había
emasculado por amor a Cristo como los buenos “skopzi” del misticismo ruso, como
el monje Sergio que retrata Tolstoi quien prefirió cortarse el muñón de la mano
con un destral antes que consentir. Los
pájaros del camino gritaban “amen, amen, amen” y en las quintanas y alquerías
se escuchaba como una detonación triunfal, un grito de resurrección, el canto
del gallo. Era el anuncio alectórico de la llegada del peregrino. Soy un
cristiano viejo, un antiguo creyente, pertenezco a la Hesperia de antaño. La
sociedad me declara ahora mismo material sobrante.
Entrada la tarde, vio un petirrojo que a su lado le
seguía posandose de rama en rama y cantaba en inglés algo que le era
entrañable. Proyectando en sus
vibraciones telúricos aquel torzal encaramado sobre el real laurel de Oreanda,
proclamaba al viento la nostalgia del amor infinito que sintió por aquella
mujer que llevaba el cielo en los ojos y toda la seda de Arabia en su piel:
- “I
am a robin. I am a robin from Hornchurch. And I bring you news from your girl”
“Where is she?”
“She is dead, I am afraid”
-¿Y los muertos dónde van, eh?
-I
don´t know, good pilgrim. No sé.
En los corrales de las Luiñas anunciaban con poderío
los gallos asturianos, los más bravos y solemnes maslos de las Españas.
Mediante su algarabía de triunfales quiquiriquíes llegaban vibraciones de otro
plano muy superior. ¡Oh amables espectros que llenan de sentido la vida de un
hombre olvidado! Una voz le anunciaba secretamente al peregrino que los que
mueren en el Señor no mueren eternamente.
El canto del gallo le afianzaba en tal convencimiento. Promesas del
credo que no permitirán la engañifa y las trampas saduceas. Todas esas
tahurerías de las novelas de los nuevos autores. Avanzaba con él una muda
procesión de guerreros de piedra.
-Tu perteneces al mundo de antaño. Llevas en el alma
el divino caos del que todo surge y se entrelaza como la trascoda del arpa o
del violín.
-Oigo sones.
-Así tendrá que ser.
Un mirlo se había posado en las quima de un enebro.
A lo lejos se divisaba la ruinosa
atalaya sobre el cerro y el camino que serpeaba en su demanda.
-¿Cómo se llaman esos raigones de muro?
El sol de la tarde jugaba a emitir lucero desde las
torres desvencijadas. El porte de la cruz seguía siendo de oro macizo y tan
escarpada que a ella no podrían acceder nunca los ladrones. Ni los furtivos
cazadores de almas, ni los pastores lobos disfrazados con piel de cordero.
-Fueron parte del claustro de un monasterio dedicado
a Santa María.
-Cisterciense, por supuesto. Un verdadero bastión de
la cristiandad. Se han derrumbado antes de que lleguen a él las reformas pero
un día resurgirá.
-Nuestra fe no es tiránica, pero los periódicos
están haciendo una caricatura de ella. Es un acto libre que respeta la razón.
Los libelistas al uso la están dando, en cambio, la vuelta.
Sobre una piedra le llamó la atención el texto de
una inscripción vieja en latín: “Hispanos
Deus aspicit benignos”. Era una frase de Prudencio el panegirista.
-Por desgracia, la Iglesia de hoy entregada a sus
enemigos por un primer páter que vino del frío y es un caballo de Troya en
lugar de baluarte ha dejado de ser pósito de la sabiduría. El síndrome del
templo vacío... que no era un padre primero sino el último de los padrastros y
le seguían llamando pepe, esto es papa.
-Ya. Quizás sea todo eso porque ha llegado la hora
de las tinieblas.
-Ahí está el verdugo con su cachetero. Viste todo de
blanco, pero debajo del manto oculta el mandil verde del matarife. Se mofa de
lo más sagrado, hace causa con el enemigo. No es que el que se mueva, no sale
en la foto, sino que aquel que bulla lo envía a salud mental. ¿Dónde se ha
visto un papa feminista, un pontífice romano que haya dicho que Dios es hembra,
y que se haya arrodillado ante el Muro de las Lamentaciones para pedir perdón a
los judíos por haber matado al Salvador? Está loco. Por condescender con los
Rosacruces de la familia Escudo Púrpura, muñidores de todas las guerras,
declara abolida la crucifixión, y proclama dogma de fe al “Shoah”. Trata de
congraciarse con los vencedores. Voló a Jerusalén para impartir sus bendiciones
urbi et orbi al nido de las víboras.
-Han acabado con el hilomorfismo. El mundo ya no se
compone de materia y forma. Es sólo materia.
Aun quedaban muchos rabos por desollar, pero ya
entonces presentíamos que la concepción del mundo que no se enseñaron estaba
próxima a rodar. El sistema ya no correspondía a la realidad de aquel momento.
Nuestra forma de pensar se estaba haciendo añicos. Habíamos sacrificado la
horizontalidad a la verticalidad. Sin embargo, yo me sentía por aquel entonces
vencedor de nubes y de brumas. El jefe de avanzadilla me advertía contra los
postulantes, pero yo me preocupaba por aquel entonces de minucias. Meaba igual
que un padre de la Iglesia.
-Os educaron mal. Te decían: “Para una buena
educación sexual nada mejor que el miedo al infierno y una alimentación a
partir de féculas. ¿Pureza en los seminarios? Nada mejor que el terror al
infierno, judías verdes y sopa de fideos, pero me parece que esta educación
tenía poco que ver con el Espíritu Santo. ¿O sí?
-Eran una corolario de nuestra imbecilidad
dogmática.
-Ahora todo ha cambiado.
-Hasta el concepto del pecado. Y la estupidez es
como el gas. Ocupa todo el espacio disponible. Ahora por el contrario nos
encontramos frente a un ambiente pan sexual y sicalíptico. Allí me hicieron
alcohólico. Un año más y hubiera acabado en marica. Sin embargo, fue mi lote
elegido.
Caminaba, ya rebasado el ribete que separa a las
Luiñas del Uncín y no hacía más que recordarme de aquel primus pater de la
esclavina blanca, buen actor de gestos maximales pero con una voz como con
ronquera y de timbre muy desagradable. Sobre todo cuando decía aquello de
“queridos hermanos y hermanas”. Este no
quiere a nadie. He sounds funny and he sounds phoney. Definitivamente, de la piel del diablo, no es más que un farsante. Intrinsecus sunt lupi. Flaverunt venti, y las hierbas de los
prados recién segadas alzaban sobre sus regazos maternales la copa prodiga y
trinitaria del trébol, mientras los maizales de la llosa contigua a la casa
empezaban a enverar bendiciones de granazón en verdes y amarillos excelsos. La
peregrinación le curó a Verumtamen sus langores. Et inimici hominis domésticus ejus.
Iba por el mundo con la mano seca y arrastrando su
cojera de místico bordeando los caminos ígneos, enfrentándose a la incredulidad
de sus paisanos (ese era el drama) que al verlo al frente de las masas,
haciendo milagros, se preguntaban si no se llamaba María su madre y eran sus
hermanos Jacobo, José Simón y Judas. Tuvo que pechar contra los prejuicios de
los nazarenos. Et sores ejus nonne
apud nos sunt?
Hubo que pasar el freo. Haberte fiduciam, ego sum, y
apareció de pronto Jesús caminando sobre las aguas, y no se cansó de repetir
durante aquel tiempo: “guardáos de la doctrina de los fariseos y de los
saduceos”. El pp viajaba al frente de ellos. Era el jefe de su facción que no
pretendía volcar la cruz y poner la religión del revés auspiciados por sus
judigüelos marchantes y asentistas de medio pelo, sus ministros todo terreno y
sus sátrapas, salpicando la inocencia de culpas postizas, llenando la
imaginación de simulacros, trayendo el
fiemo (que a todas horas, el postre; a la bestia le gusta regoldar
calamidades y revolcarse en el fango, porque lo que aquí más vende es el morbo)
y cerrando las puertas del cielo a cal y canto y abriendo por el contrario las
del infierno.
-Él va a Jerusalén a pedir perdón a los fiscales que
otorgaron el deicidio, y tú marchas camino del Oeste. Busca el canto de los ángeles del pórtico de
Compostela.
-Es lelurión, falso arcipreste, enfrascado en copas.
-Dirás Don Opas.
-¿Y a qué va el obispo de Roma a todos esos sitios?
-A retratarse. Sólo a retratarse a tocan. Es la hora
del lobo. Con él viaja una escolta de rabinos, de obispos libeláticos y de
cardenales impostores de la curia.
-A mí más que sicofantes lo que me parecen son
capones recién salidos de la jaula de un corral de palomos blancos. Queda mucha
tela por cortar ya que sobre ese gallinero que es el Vaticano no está dicha la
última palabra. Muchas sorpresas se llevará más de uno el día del juicio
universal.
Tuvo que pensar en Ivan Ibañez, aquel pobrecito
habitante de una ciudad dormitorio, ilota en la casa de la que no era sino
señor y de la que entraba y salía con las orejas bajas, expuesto a los
improperios de la Euménide, los insultos de las hijas o los palos del
primogénito. Aquella esperpéntica familia era un auténtico modelo paradigmático
del extremo al que habían ido a parar las cosas por conducto del
parlamentarismo guirigay, mentiroso, truculento y cañí. El esposo y marido
maltratado, lleno de agobios, vivía encerrado en una mazmorra en el garaje
rodeado de sus queridos libros, esa galaxia de papel que nos lleva siempre por
la vía láctea de los sueños hacia el infinito rescatándonos de esa maldita
mujer con la cual, convertidos en letra muerta, ofuscados o sonámbulos, nos
casamos. Nos podréis insultar, traidoras, poner nuestra honra al retortero,
decir que somos flojos o borrachos, y protestar acerca de cuanto sufristeis,
pero esta escala de Jacob de la literatura nos lleva al cielo rescatándonos de
las llamas de estos infiernos portátiles en los que queréis chamuscarnos, los
hijos crecidos y en casa, bien alimentados, que le han cogido el gusto a la
nómina. Ellos se quedan y nosotros nos vamos. Lo que ocurre bajo el cetro del
rey Gaón y de la reina Leda por estos pagos no se vio jamás. Esto se ha
convertido en el país de las maravillas, del irás y nunca volverán, donde
amamantamos a la prole hasta pasados los cuarenta. Vosotros, duro quejaros de
la prensa del meneo y disteis en el bulevar del cotorreo. Camándulas, así no se
pueden vivir. Raza de víboras.
Mientras Gaón HI y Leda, la Gálata, moraban en sus
palacios, el sanedrín emplazando las baterías y eligiendo lo mejor de sus destacamentos aptos para la guerra psicológica
mandó sacar a las liebres encamadas. Eran tan fieras que en defensa de sus
lebratos que hicieron frente a los galgos y hasta les acogotaron incluso.
Detrás de él siguieron los perdigueros, pronto perdieron el rastro. Los
hierofantes del Consejo Oculto no pusieron a parir a las mujeres, sino todo lo
contrario: las ominaron con la peor de las condenas, esa que desparrama la
función genésica impidiendo concebir, con la ligadura- hasta la misma palabra
tiene mal fario- de trompas, pero mientras las mujeres de las Esperadas
mandaban hacerse por los tocólogos raspados de matriz, las lechigadas de las
conejas, por lo innumeras y frecuentes, pronto llegaron a ser temibles. No
dejaban de crecer. Se consumaba así un castigo bíblico. Nos abarrotan, nos invaden. Ya llegan,
presidente, y esa fue otra. La explosión demográfica se convirtió en la octava
plaga que sufrieron los súbditos del faraón, en este caso, los vasallos de sus
majestades don Gaón y doña Leda. Un correctivo divino a vuestro egoísmo. Para
que os vayáis preparando.
-Y ¿cómo están tus harenes?
-Colmados de esclavas recién llegadas del tercer
mundo (colombianas, centroeuropeas, rusas) pero hay mas oferta que demanda en
esta tierra de pecadores. Muchas de ellas, esterilizadas y ellos, eunucos.
-Malo.
-Según y como. Aquí nos lo pasamos a lo grande. No
hay más que escuchar a ese escritor de “trillar”.
-¿Pues qué dijo?
-Que hay que follar todo lo que se pueda.
-Muy moralizador ese chico.
-Es millonario. Gana dinero a espuertas, pero esos
son los que triunfan en esta corte llena de gente vasta. Cuanto más grosera más
la encumbran.
-¿Y tú por qué no haces lo mismo, nostramo? Deberías
tomar la iniciativa, en lugar de pasarte la existencia lamentándote.
-No puedo. No puedo.
-¿Chino de la Gallina que canta después de asada?
¡Bah, paparruchas. No me vengas tú ahora
con que eres impotente.
-Media Hesperia se siente impotente de la otra
media. Por eso acaso nos matamos. Por rencor.
-Sois cristianos.
-Eso nominalmente, pero aquí nadie cree ya en nada.
El eretismo del hermeneuta, así como su curiosidad,
por una vez estaba tocando fondo, lo que no fue óbice a que con mayor denuedo
siguiera la cadena de sus razones.
-Desde ahora ya no os declaro marido y mujer. Este es mi veredicto: vosotras seréis
machorras, y vosotros, impotentes.
De las profundidades del Leteo y de las cavernas de
la laguna Estigia no pararon de saltar liebres hasta tal punto que la tierra de
los conejos pronto empezó a repoblarse de estos mamíferos lepóridos que, a
diferencia de sus hermanos de especie, no vive en madrigueras sino que se
encama a la buena de Dios.
Como las mujeres no parían, tendrían que hacerlo las
liebres y las conejas. Por el sur, cruzando a nado el Estrecho, o en almadías
arribaban todos los días a las costas centenares de rifeños huyendo del sol y
el hambre africanos, decían los escoliastas, pero traían oculta en un armadijo
de proa la bandera verde de Mahoma y un retrato de Abdelkrim y otro de
Almanzor. Somos los sucesores de los
almorávide. El moro sabe esperar. Un joven político de Nix, que se llamaba don
Porcionero Porción, de bien pobladas cejas, cantaba las delicias del mestizaje.
Aquí lo que conviene es mezclarnos unos con otros. ¡Viva don Porcionero
Porción, tribuno de la patria, el hijo de ser quién vos quien sois, acogedor de
calamitas, que abría la puerta al moro de rondón. Hécuba Piños Puños, la bien
puesta y plantada, y Columba la Currada jaleaban su proposición.
-Y ahora que estamos todos reunidos viva la madre
superiora.
Dicho esto, Porcionero Porción se lió a construir
mezquitas como un descosido. Las iglesias católicas quedaron desiertas. Cristo
fue declarado persona non grata a efectos de un bando del Sanedrín que obtuvo
el nihil obstat de Roma. Era una invasión perfectamente preparada desde las
covachuelas del Departamento de Estado, con visos de maniobra filantrópica, y
un castigo por los pecados de una nación aquejada del morbo visigótico, que se
acordaba de don Rodrigo, su cava y su sombra, traicionado por aquel obispo
felón llamado don Opas, el papa de los españoles en aquella aciaga hora, que
también condenaba en sus sermones la xenofobia y el racismo, pero resulta que
por dineros y presiones se entendía con el agareno bajo cuerda. Fue merced a su
perfidia, a su perjurio, a su inadvertencia, o lo que fuera que empezó el
sacomano. No se podría rechistar. Un grupo de ciudadanos beneméritos tuvo la
osadía de presentarse a parlamentar con el delegado gubernamental, virrey de
pacotilla, espantapájaros federal, en su palacio virreinal recién inaugurado y
que le había costado al contribuyente sus buenos táleros, que a ver qué pasaba
con tanto guiri, don Porcionero Porción les dio a los que protestaban en to los
morros con el libro de la Constitución.
En efecto, era tan avieso que permitió que se
repartieran entre todas las vírgenes y mozas en edad de merecer de aquestos
reinos un pirulí con radio galena a pilas para que por las mañanas escucharan a
la reina fondona, buenas cachas, bien se conserva aunque hay días que no está
tan radiante, le salieron perigallos por el pescuezo, madama Cuadriles, Hécuba
Piños (que se escribe con hache de how are you) y así todas, a chupar del
bote. En un apuro, podían utilizar dicho
objeto de consolador. Todo con tal que no quedasen encinta. Si tras algún
desliz daba en preñada una, se la enviaba a abortar a Londres.
-¿Y ahora qué?
-¿Es que no os gusta chupar del bote? Todas con buenas pagas, hasta un maromo y una
opción de cambio de sexo a cargo de los presupuestos y aun así no os veo muy
conformes.
-Pues no. Aquí lo que queremos es uno como ese que
dicen que es conde.
-Y a fe mía que nada esconde.
-Sea él quien nos acueste y nos levante. Queremos un
hijo suyo, que venga el conde y nos dé el chupa chips. Pague el gobierno. Que
haga con nosotros lo que quiera, incluso madres.
-Oye rica que madre se escribe con m de mierda.
-Y eme de muerte y de matrimonio. Pero por favor no te pongas a esgrimir tus
facultades. Podrás sera manca de las trompas de Falopio, que te las has ligado
a que sí, pero la lengua la tienes muy larga.
-¿Más larga que el pene de ese novio italiano con el
que sueñan las viciosas españolas este verano?
-Tres centímetros, serrana.
-Barrunto que os va a poner perdidas, hijas de mi
vida.
-Con barretas, boceras y todo seremos capaces de
alzarnos con la exclusiva. Ahora mandaremos nosotras.
-La madre que os parió. No tenéis remedio.
-¿Parir dices? Esa palabra ni por pienso. Dar a luz
no se estila. Es peligroso para la salud. Hijos los que nos permita la nómina y
todos en adopción.
Por tales denuestos se colige que se habían vuelto
infames las españolas. ¿Quién era la que a estas mujeres tan pudibundas y
castas, antiguas alumnas de las Teresianas o de las Damas Negras, que fueron
educadas en colegios de pago, y eran como muy tímidas y modositas, les había
comido el coco? Iban para santas y acabaron en mesalinas. ¿Cómo pudo suceder en
el curso de tan pocos años ese vuelco en la mentalidad y en las costumbres?
-Hécuba Piños, eres toda una circe. Un día las vas a
pagar todas juntas. Te las darán todas en un carrillo por guarra y jacarandosa.
-Por mí que se vendimie - contestaba aquella
agustina de Aragón de los platós, comisaria del nuevo orden.
Verumtamen sólo se lo explicaba mediante la parábola
del sembrador. Salió un hombre al campo y sembró trigo, pero luego vino el
enemigo y desparramó cizaña y la cosecha se malogró.
Con su amigo Ivan Ibañez habían discutido sobre el
tema arrellanados detrás de los veladores del Estibadio, de la Taberna de Agustinos, o en el Café de la Pompa, de los
que eran asiduos contertulios, sin llegar a una conclusión evidente al cabo de
consumir jícaras enteras de calimocho y
jarros de esa cerveza infame que se despacha en las tascas de la ciudad
de Nix, cuyo viento, siguiendo el dictamen de la paremia al uso, es lo que dice
la gente, que no sabemos si será verdad, tumba un hombre y no apaga un candil,
lo mismo que su morapio alborota el cerebro y deja los higadillos hechos polvo,
y más de una frasca, y más de dos, de tintorro nos habíamos echado al coleto él
y yo. Queríamos arreglar la patria y acabamos todos igual que piezgos. Nada,
que no hay salida. Esto no tiene solución.
Por todas las barriadas, los centros de acogida, los
estudios de grabación, que habían sustituido a los púlpitos vacíos, los estados
mayores, sólo se escuchaba una frase que cual grito de guerra sonaba en lo alto
y en lo profundo, en lo ancho y en lo largo, por tierra y por mar, fuera, en
los corrillos, y dentro de las conciencias: “Hijos sí maridos no”. Subía por la
calle mayor toda una turma escogida con lo mejor de cada casa y yo en mi ardura
veía de nuevo a mi patria bajo el yugo extranjera, las aras de mi iglesia
profanadas y todo aquello por lo que luché y todo cuanto amaba puesto del
revés, mi arca de Noé flotando en aguas válidas. ¿Durará mucho la fiesta de las
encenias? Tanta vacación cansa.
-Todo se hizo por su orden, todo quedará bien.
Vivimos en una sociedad lúdica.
Era, pese a
las seguridades oficiales, una exhortación a las barricadas, a una lucha
interior, calzada de guante blanco, que nada tenía que ver con los descamisados
de antaño. Representación simbólica de aquel estado de cosas prenunciando un
mundo nuevo eran los cuadriles de Hécuba Piños, hercúlea, bien pagada de sí
misma, todo en su sitio, porque, aunque pequeñita, era hembra bien plantada:
las mamas, los ovarios y los colmillos, todo a la vez, una asidua de las
pasarelas donde la moda de temporada hace sus exhibiciones estacionales -en
todo tiempo, incluso en invierno, pasaban maniquíes en bañador- y desfilaban
cimbreandose juncal por las catastas aplaudidas por la jet, contaba con un
ropero que nada tenía que envidiar al de la reina de Saba y más cajas de
zapatos que la Imela Marcos, pero su elegancia retaca maravillaba a los
cronistas, que una buena capa todo lo tapa. Bajo color de esas apariencias de
diva se ocultaban los bajos instintos de las barricadas. El alma la reinona de las tardes y las mañanas la
tenía de miliciana vulgaris, y las inclinaciones, hetairas. En un pase de
modelos una comadre la llamó bruja curuja. Dios la que se armó. Las dos se
enzarzaron por el moño, ocurrió en el revellín de Ceuta o en el Alpichel de
Málaga, que no estoy seguro dónde fue, pero lo que sí me consta es que ambas
comadres se zurraron de lo lindo. A la Piños le libró de perecer abucheada uno
de sus escoltas. Porque su asaltante, una baturra, por poco la arranca las dos
tetas de un mordisco.
La corte de
los milagros del rey Gabón y de la reina Leda era albergue de meretrices
camufladas. Un inmenso burdel bajo cuerda, un baile de candil de llamas
apagadas. Con decirte que el propio monarca tuvo de mantenida a un tal Barbara,
la domadora la llamaban, porque domaba leones, claro está, y tigres y pardos,
todo lo que la echaran. En uno de los juegos de cama cometió la osadía de meter
a su regio amante en una jaula de donde tuvo que ser liberado por los
zaguanetes de la Guardia Mora. Vino su marido de trabajar, los cogió en faena y
se preparó un buen cristo, no creas que no, pero como dice el refrán allá van
leyes do quieran reyes, llegaron manitas de los servicios secretos y como los
fontaneros del Watergate aniquilaron todas las pistas. Nada de tales escándalos
palaciegos los recogió la prensa de bulevar, tan gárrula y parlanchina para
otras cosas.
-¿Y eso cómo lo sabe, cortesano, si aquí se guarda
una discreción supina y todo se hace a cencerros tapados? Todas las noticias
que salgan de palacio han de ser blancas.
-¿Es que no lees los periódicos? Esta democracia se
soporta sobre una estípite de vanidades, cotilleos, fútbol y toros. Pan y
circo.
-Caria con los Borbones.
-Ya los males con los Austrias empezaron; también
entonces era la cosa por el estilo.
Decían todas -ya digo- ahora mandamos nosotras, y
miraban para el tendido con un golpe de cadera muy coquetón, como el maestro de
lidia que reta de lejos al eral de la suerte.
Encerraron a los maridos en las tabernas para que se muriesen de
cirrosis y ellas buscaban macho entrando en los nidales desprovistos de
vigilancia y se aselaban, gallinas cluecas y viciosas, con los maslos de las
mejores polladas. Fuera sacramentos. Y al marido, palo y mala vida. Eso, como
mal menor, puestos que no pocos desdichados eran puestos de patitas en la
calle, o, emasculados las vergas en rodajas, acababan hechos cuartos en frascos
de formol. Querían convertir al varón en
jigote. Una vez en la redoma no podrían
llamarse a parte en la tan traída y tan llevada violencia hogareña.
-Mirad esa piltrafa. Un día fue hombre. No sé para
qué lo queréis.
-Hay que ver cuanta carnaza nos echan en el duerno
de la tele.
Pero esto formaba parte del gran diseño del nuevo
orden. Las herederas de las milicianas anarquistas de las barricadas hoy eran
palmitos lindos vestidas de abrigo de visón, mujeres de rumbo, muy atalajadas,
conductoras de mítines anti masculinos, siempre dando el sonoro y
escandalizando a la población con los mismos casos de violencia junto al fogón.
Pues en Lebrija uno troceó a la parienta y los cachos los metió a enfriar en la
nevera, y en Palencia, otro cornudo se llevó por delante a toda la familia. Un
ataque de enajenación mental. No me vengas con historias. Oído al parche,
cuando aquí a uno le mientan a la madre o le ponen en duda la contundencia de
su virilidad, que aquí, aunque nos cuelguen, todos de compañones andamos muy
holgados y llevamos como el que más. Eso siempre lo ha habido y lo habrá. Se
notaba que al propalar por el efecto de la carambola mimética, sucesos tan
lamentables se buscaba un punto de mira: dinamitar la familia y a las urracas
que los cantaban complacidas desde la fascinación y hechizo del glamour (la
palabra la puso en circulación Julián Marías, hasta la brutalidad convicto y
confeso anglófilo, y un sofista con pujos de filósofo, trasnochada carroza
krausista) que era un gusto, pero a todas ellas se les veía el plumero, o,
mejor dicho, les asomaba por entre las enaguas el gorro frigio, el píleo de
antiguos esclavos, la horca y el falce revolucionarios el mono y el máuser de
milicianas o nietas de aquellas anarquistas trotaconventos.
-¿Dónde están vuestros esposos?
-Hechos trizas- contestaban a una- Los abrimos en
canal. Hemos consumado así un plan de venganza. Es barato el escabeche hogaño
aunque las criadillas de gocho estén por las nubes. No pocos en su infortunio
acuden a todos los remedios incluso a electuarios preparados con colmillo de
rinoceronte y toda clase de potingues, y ni así se les despalma.
-Necias. A vosotras mismas os estáis haciendo daño.
-¿En qué nido desovó la caracola? Digánnoslo.
Se hablaba mucho por aquellos día de ingeniería
citológico y de partenogénesis, de
unidades familiares en singular, donde no hace falta el concurso masculino para
la transmisión del esperma. Un visita al tocólogo, una simple inyección y ya
está. Las feministas, con tal de dar guerra, su manía, tirar cantos contra su
tejado, desmangar la naturaleza y separar lo que Dios ha juntado, y, sobre las
lomeras de éstos, tristes los hastiales y desvencijados los aleros, voznaban
los cuervos y los ánsares sapienciales crascitaban, estaban haciendole un flaco
servicio a ese odio a la vida, por otra parte, tan moderno, que arranca del grito
de rebelión proferido por aquel ángel que dijo: “non serviam”. La táctica era,
ya digo, desuncir yuntas y quemar yugos o dejarlo sin gamellas, mandar al
matadero a los bueyes, quemar el carro, y, desjarretando a los aurigas, sumir
en la indigencia a medio mundo, licenciar soldados, convertir en esquineras a
nuestras vírgenes.
Pero eran cucos. Todas estas viguerías las hacían
bajo cuerda, porque la norma del sistema era, insisto, informar desinformando,
crear angustia e incertidumbre entre la gente ignorante mediante la
manipulación a rajatabla de lo divino y de lo humano.
- Se están enconando los ánimos. No me moriré sin
ver en llamas las grandes sinagogas. El sanedrín les manda las teas. Quieren
pegar fuego al mundo y ellos terminarán victimas de su propia sarracina. Por
lana irán y piden que se les trasquile a estas malas ovejas de Israel.
Se acabó lo
que se daba y todos a acaptar por esos
caminos de Dios, mientras el mapamundi se llena de nuevos estados fantasmas
como Sealand, que no existen sino por añagaza y reclamo de evasores de
impuestos, envenenar las mentes de las buenas mujeres por nuestra prensa
cotarrera y cursi, como el “Matarrotos”
auténtico matarratas del espíritu, “Haronía”(revista ilustrada que no ilustre)
y otras prensas de subido abolengo amarilloso, pedestre narcisismo que eran
testimonio claro del encanallamiento de toda una sociedad que trataba de copiar
modas anglosajonas con fantasías monaguescas y otras perversiones que me
reservo. El resto es todo sin sustancia: bardanza y holganza. Una pena que su
amigo Paco, un buen periodista, hubiera ahorcado sus saberes profesionales en
aquel sumidero de carnaza envuelta en fina lencería, que no es perversa, es
peor que perversa, es cursi, aunque él dijera que le daban a cambio una pasta gansa.
-Nos envían al asilo, nos rompen los carnés, nos
mandan a pedir limosna.
-Sí, hijo, sí. A este paso pronto arderán muchas
sinagogas. Iskra a los conventículos del anticristo.
-¡Viva Sealand! Y salga el sol por Antequera. No es
más que una plataforma derelicta en el mar del Norte, pero cuenta con un
nutrido cuerpo diplomático. Balcanizaremos Europa, aviso.
-Ya. Sus majestades (hasta el nombre lo pronuncian
con unción los pelotas) Gañón y Leda han pignorado la herencia de unidad
conseguida a base de tanta sangre por dos antecesores suyos en el trono. Costó
tanto llegar a esa unidad, que ahora nos desbaratan. Dios se lo demande.
-A mí, cuando lo pusieron una yamulka sobre el
occipucio y lo sentaron en el banco de una sinagoga, ya me dio en las narices
un tufo de adafina, pues este rey me recordaba otro de triste memoria en
nuestra historia al que también emplumaron la nobleza castellana por conducto
de los judíos y cubrieron de burlas con un pelele de carnestolendas.
-Pero todo eso tiene un precedente en el Atrio del
Pretorio en las voces que clamaban: “¿No eres tú el rey de los judíos?” Todo los alardes que realizan en plan de mofa
tiene una lectura diabólica. Anás es Aniñas y Caigas es Caigas, su edecán y su
diácono, como Dios es Dios.
-¡Jesús, con quién nos estamos jugando los cuartos!
Mal está la cosa, pero no pierdas comba. Escucha lo que dicen las comadres.
Una decía a la vista de los maridos convertidos en
jigotes dentro de la redoma, colocándose en jarras mientras apretaba sus puños
amenazantes.
-Exigimos nuestros derechos y no nos dan. Queremos
que nos den.
-Danos y danos hasta que no te conozcamos.
-¿Por donde?
-Por los diez orificios del cuerpo humano. Por
delante por detrás, por arriba te mamamos y por el culo te cagamos. Que nos la
metan por el ombligo hasta donde llegue, por la nariz y hasta por las orejas.
-Vicio es lo que tenéis. Sois unas perdidas y unas
crápulas.
-¡Toma ya! ¡Putas en Toledo, ensaladeras de
Valladolid y pucheros a la luna de Valencia! El mejor invento, la máquina de
follar.
-Callen las perversas.
-Eso es; queremos que nos den y que nos pongan.
-¿Para atrás y en borrica como a los reos?- soltó un
chistoso de fácil carcajada rufianesca.
-Te
equivocas. Queremos un piso en Nix, apartamentos con ventanas al océano y salir
todas las semanas en las páginas del “Haronía” a todo color. No nos importa lo
que digan de nosotros y si nos ponen o nos dejan de poner cual digan dueñas, el
caso es copar las portadas de la prensa sural.
Sexo es poder.
Y coreaba la otra, una Melpómene atalajada de un
terno de una blancura deslumbrante, que en su día debió de pertenecer a un
ángel malo antes de la caída, y que no era otra que la verdulera que pasó a
dominar el ámbito de las comunicaciones radiales, Hécuba Piños, sacerdotisa y
médium del feminismo para andar por casa
con más furia:
-Desde hoy, igualdad en todo.
-¿Y qué demandáis, si se puede saber?- inquirió un
pobre viejo atemorizado que debía de ser el fideicomiso.
-Que las vergas se vuelvan en cricas y al revés.
-Un cambio de sexo, vamos.
-Eso es.
En todo lo que decía la secundaba a la comadre otra
de las de su calaña, a quien llamaban Montserrat la Regalada, y que ni decir
tiene que era catalana.
-¿No os conformáis con las películas de Atresnalar,
al que acaban de dar un Iscar y mira que hizo el ridículo en el rostrum de los
galardones, ni con la melena al viento de la Gran Bibí? Todo me huele a
maricones en este país. La badajearía no tiene fin, ay Dios mío, qué será de
nos?
-Nosotros hacemos lo que nos pide el cuerpo. Unos
súcubos y otros incubos. El uno bardaje, y el otro bujarrón. Arriba y abajo. El
uno da y el otro toma. Para delante y atrás. Es la vida sexual un juego de mete
y saca, pues así está escrito.
-Todo vale. Robar, matar. Sois deterministas.
-Deterministas o voluntariosas lo mismo da. Vivimos
a la sombra del Gran Bibí, queremos nuestros derechos puntuales.
- El erostratismo os pierde. Dais años de vida por
salir en los periódicos.
- Si no eres famoso, si no hablan de ti, aunque sea
mal, es que estás muerto, cariño. Y nosotras no queremos criar moho. No valemos
para monjas.
-Lo que os haría falta, bigardas, sería una buena
doma de lomo.
-Una doma de lomo ¿y qué es eso?
-La albarda y la cincha, el pretal y la tarria.
Sobre eso, una buena fusta.
-Bah, que anticuado eres. A eso lo llamaban
disciplina inglesa nuestros mayores y a nosotras no nos va la marcha.
-Tratáis de enmendar la plana a la naturaleza,
desuniendo lo que unió el creador, poner contra las cuerdas a la biología. No
sabéis lo que hacéis, insensatos, blasfemos.
-Violento. Machista. Fascista. Pinchen.
Le habían llamado de todo en esta vida pero
“pinchen” nunca. Pinchen, pinchen, picha brava, leches fritas, pollas al
churrasco.
-Era lo que faltaba. Cuando no coinciden los
pareceres en este país, que es de estirpe inquisitorial, siempre acaban
llamándote eso, y eso no es lo que significa, sino lo diferencial.
-Para vosotras el que proclama la verdad es un
arrebatado, un impolítico, un forajido. Tenéis buenas tragaderas. Refutáis la
autoridad. ¿No reparáis en la gravedad de los hechos?
-No reparamos. Tú no andas bien de las cocochas; lo
que necesitas es que te operen, un cambio de sexos, jolines, y todas juntas y
unidas abrazaremos el camino de la inseminación. Te haremos madre, al
prorrateo.
-Me parece que estáis buscando bronca, machorras
discípulas de Safo. Ya me estáis cansando con cantinelas, boyeras de mete y
saca, y tortilleras de quita y pon. A mí
marica no me lo dice nadie, te enteras
-Eso es- conminó desde lo alto de la corrala
hertziana una antigua buscona, muy dada a las manifestaciones cotarreras, a la
que acababan de dar el velo de sacerdotisa feminista- lo que queremos: que las
vergas se hagan cricas y las vaginas
carajos. Te advierto que ahora tenemos la sartén por el mango. Llevamos
los pantalones. Hemos ganado. Hasta el obispo de Roma nos es adicto. Además,
Dios es hembra.
-Ese papa chochea y judaíza, pues, no contento con
ir a besarle la mano al Protocanalla en Sede Baldea, se ha prosternado ante el
Gran Rabino. ¿ Dónde se ha visto una bajada de pantalones semejante en un padre
de la iglesia?
Era un canto de guerra, el ijujú de Semiramis. Fuego
al muñeco. Jaque mate al macho. He aquí a la sinagoga volviendo por sus fueros,
y decían que estaba vencida. El rencor estallaba en la calle, ríos de bilis
anegaban las plateas, y los cuartos de estar se convertían en infierno, el odio
reconcentrado marca, cual agujas de un reloj infernal, la hora de todos. No hay más cera que la que arde. La
abeja ática “señorona” y regenta, gobernanta y gran jefa mañanera domina los intelectos
con sus escuadras de perailes. Me queda, la verdad, como algo jamona. Le sobran
modelitos. Debe tener buenas aldabas,
mira que escupe odio la tía por su boquina de pichón, por esos labios de
silicona, y aparte de aferrada está forrada, sólo firma contratos blindados,
pero al enano aragonés tampoco hay que perderle de vista, pues va de listo por
la vida, se las sabe todas. La actualidad se ha convertido en el gran carnaval
de la revancha. Se vive no ya sólo para recordar sino para odiar lo recordado.
He aquí que un enano y una jamona son las piedras basales del régimen. Si
ponemos en medio de los dos a Zocodover gran cineasta patrio, matachín tayacán,
tendremos cama redonda. Ellos son los únicos con derecho a opinar de lo divino
humano en esta nación triste y desgañitada, quizás con derecho a voto, pero que
ha perdido, pues se la arrebataron, la voz recia y sonora de Juan Español. Cuando no nos llega con monsergas ese várdulo
que no tiene salero ni para aceptar su propia calvicie, pero es capaz de amargarnos
la velada con toda una secuencia de explosiones a cámara lenta, pues aterriza
en Nix con ínfulas de plenipotenciario del poder cosario, porque está en nómina
de los herederos de la voladura del Maine. Los que hicieron saltar aquel
acorazado por los aires y colocan bombas lapas en los bajos de automóviles de
ciudadanos indefensos son lobos de una misma camada. ¿Cómo es que tuvo
continuidad el tupé de Sagasta en el recorrido de don Castor o la desvergüenza
inmoral del presidente Simpson en las catilinarias jesuíticas del ex cura cutre Pólux, al que apodan Terminamos de todo el invento clamando una
vez más aquello de “delenda est Hispania?” Amenaza con exterminarnos. Sólo se
las da de valentón porque está bajo el halda de los americanos, que andan preparando
por aquellos montes una guerra parecida a la de Supravia.
Los que hundieron el “Maine” aquí siguen teniendo
bula y ejerciendo de matarifes jiferos, encuentran corifeos, delegados y
subdelegados aduladores por todas partes. Han apostado soplones y submarinos en
las cantinas, en las redacciones y en los consejos de administración. Siguen
empleando la misma táctica de tierra quemada que emplearon en el noventa y
ocho. Parece ser que les surtió efecto, aunque no puede decirse de ellos que
sean muy originales. Pero como llevan la voz cantante lo que ellos quieren que
sea será. Nuestra brújula se ha vuelto loca. Le pasa lo que a la paloma
borracha de Alberti, que se equivocaba. Por ir al norte fue al sur. Creyó que
la mar era tierra, y montaña, la hondonada. Así estamos desatinando de por
vida. Estáis todos trompas. You
are wrong. Vous êtes trompés”,
advierte Ariadna desde su bastidor.
Estampaba su rabia contra las paredes. La sensación
de impotencia lo embargaba. Todo me sale mal. La desdicha se cobija bajo mis
alares, pero nada puedo hacer. Sin embargo, ahí tenéis a Pol Pit, el
comentarista del quinto, caldo de todas las salsas que se han cocinado por
estas lumbres, ese que pinga de una acrotera, a convertido en genio por una de
esas veleidades que con tanta frecuencia se dan en la vida. Era el que le
arrimaba las putas a Serafín Pérez Plumero y por eso le dieron un puesto en el
panel hertziano. Tiene derecho a opinar, a escribir donde le dé la gana,
pagándosele a precio de oro las colaboraciones. Y ahí lo tenéis con un puesto
de contertulio en el espacio de Hécuba Piños, reina de las mañanas, un espacio
en esta galaxia, que le reditúa sus buenos devengos y, además, le da un nombre.
Antes, estaba enchufado en otro programa que llamaban “La Voz de los Pajares,
propietario el ciudadano Pío Lesmes, esto ya es el colmo”, pero surgieron sus
más y sus menos con el caudillo de ese espacio que suena de costa a costa y de
arriba abajo, y que empaña el ánima de tarazón entre los radioescuchas y a su
teniente de dólares mondos y lirondos, pues está visto que está es la hora de
la confusión y de las tinieblas, pero también la de los Midas que informan y
desinforman, que cabrean y acojonan, aburren y entretienen gracias al morbo sin
ser graciosos.
Ya peina canas el tal Pol y conserva su viejo
aspecto de león de la Metro. Le miras y te recuerda el maquillaje de los
protagonistas de aquellas películas en los que el paso de los años se signa con
una pasada vertiginosa con la cámara sobre los tacos de un calendario o unos polvo
de talco o una miaja de bicarbonato junto a las sienes, y el pelo negro de una
escena se trueca en barbicano en la siguiente, pero no está encorvado y sigue
siendo un hombre elegante. Al tiempo que
bazucaba el moyuelo a don Serafín, para tenerlo satisfecho, mientras hacía de
mesnadero y de correveidile en París del Asesino del Piles. Se le iba la fuerza
por la boca en lagoterías pero a todos les caía simpático. En cambio tú,
ñiquiñaque, no has hecho otra cosa que quejarte y viltrotear como un arlote,
siempre cogiendo el tole, como los inadaptados, los descontentos. La razón de
tu fracaso la tienes tú, que estás enfermo, no eches la culpa a nadie. En todos
los sitios donde has trabajado nunca caíste en gracia, te rodeaste de enemigos,
y siempre te despiden. Metetelo bien el
molledo esto que te digo. No eches balones fuera. La culpa es tuya. No busques
pretextos en que esto va muy mal ni en los judíos. Dejate de lilailas y entra
en razones. Cesa de tus engurrios. Sé flexible, diserto, sagaz. Cada mañana al
salir de casa ponte un abrigo o despojate de la chaqueta, y mira con atención
para la veleta para saber de qué lado viene el aire. Pol Pit mudó de traje a
modo y conveniencia cuando le apetecía. Este es un país de oportunistas, los
lamerones hacen chazas. No hay que creer en nada, pero hay que aparentar tener
fe, estar a la última, disfrazarse e imitar al camaleón. Tu amigo está donde
está porque carece de escrúpulos, por haber hecho la higa a todas las
ideologías. Fue anarquista y comunista, cantó la palinodia de los maquis en la
serranía de Cuenca, y sin solución de continuidad entró en la nómina de
sindicatos, quemó incienso en su loor y fue turiferario del dictador, dijo que
Londres era un campo de concentración. Luego fue demócrata y millonario. Sin
embargo, tú eres un muerto de hambre. No te quiere nadie. Ni tu madre, ni tu
mujer, y tus hijos te escupen a la cara.
No te rindes. Te cobijas en tu casamata donde se agazapan tus ideas y
tus recuerdos. Pol se solidarizaba con Pólux.
Pedía la independencia de los asesinos, colocándose de la parte de los
pistoleros. Lo que le pasa es que la camisa no le llega al cuerpo. Tiene más
miedo que vergüenza. En punto a vergüenza, no se puede decir que fuera su punto
fuerte. ¡Bah, qué más da! Todo se perdona excepto la insolvencia. Todo cabe.
Tenemos todos buenas tragaderas.
La clave del éxito de Pol Pit y de tu fracaso es que
siempre hay que estar con el poder, aprovechar las ocasiones, la contestación
sistemática nos lleva al exilio y al extrañamiento. Por eso, porque sabe
manejar el cubilete, viste la camisa adecuada haciendo juego con el color de la
corbata, se busca sus apoyos, sus tanganillos, Pol Pit se ha convertido en la
vera efigie del triunfador. Eso sí, tan canalla como siempre. Ha traicionado y
vendido a sus amigos, pero ahí le tienes. Por lo visto le hizo mucha gracia a
la señora del presidente, Doña Carmen Collares a la que colmó de adulación,
siempre se descuelgan con retahílas que gustan a las damas, y a la mujer del
Carlitos, como todas, le privan que la laman el culo, pero las cosas le van
bien, le sobran colaboraciones, lo llaman para presentar libros de autores que
empiezan, suena su nombre en las revistas, su mujer no le es infiel, y le
sobran muchas tardes veinte mil duros para ir a jugarselos al casino de
Torrelodones.
Por la pascua, las noches que Cristo resucitaba, no
se hacía conmemoración significativa. Bramaban las radios, cual vírgenes
necias, porque aquí la prudencia se reserva sólo para lo política, en otras
esferas se implanta el todo vale, de la Hesperia de la Vuelta de la tortilla y
de la sartén por el mango. Sólo nos
mueve un deseo: volcar la cruz.
-Pues ahora sí que estamos listos. Aquí se deshará
la herencia de Isabel y Fernando.
-Gol en Mendizorroza, penalty en Las Gaunas, tanganea
Redondo, galopada de Roberto
Carlos.
Habíamos aprendido la lista de todos los campos de
fútbol, cuando proscribieron por decreto se enseñara en las escuelas la
retahílas de los reyes godos que ya no servían para nada pues dejamos de cruzar
apuestas con nuestro orgullo nacional.
Hespérida ha dejado de ser católica y algún listo apostillará por lo
bajo aquello de “afortunadamente y con fundamento”. El régimen democrático se
consolida a base de patadas millonarias al balón, pan y circo, prensa de bulevar,
bailes de candil. Los embarques de la jet en el reactor de la noche de
liviandades, faz cansina y casquivana. El siglo futuro. Esa rubia de las dos
está bien de ancas, pero me parece que tiene los ojos un poco fríos. No es mi
tipo. Hay beldades que no me dicen nada. Todas ellas son mozas escogidas.
Desterradas las vestales, ocupan el Partenón de las vírgenes, son las nuevas
diosas, culto al cuerpo. Debes de ser tú, que estas para pocos trotes.
Aquel año una leva de descamisados del Ejido se
desplazaron a Sevilla para causar tumultos durante las procesiones. La autoridad
salió por peteneras alegando no sé qué historias acerca de un juego de
rol, pero los verdaderos alborotadores eran topos que pagaron las sinagogas
yanquis, como que ese día se cumplían poco menos de veinte siglos de que
mataron al Señor. Ahora volvían con sus alegatos, sus mohatras, el eterno
“¿quién yo?”, sus coartadas. Al amo de Sede Baldea, que había declarado al
Galileo persona non grata, y políticamente incorrecto, para transformarlo en un
Jesús gringo, hecho a imagen de sus gustos tele predicadores, de adventistas
del séptimo día y de parrafadas bahiítas y estudiosos de Isaías a lo Bullí Gras que propugnan una conversión
de los cristianos al mosaísmo, no le gustaba la superstición ni los aspavientos
macarenos. Brillaban los alfanjes. Debajo de la chupa estaban escondidos los
filos de la cimitarra. Abajo las procesiones. ¿Juegos de rol dice? La prensa
tan bien informada desinforma y sólo habla de las cosas que no interesan,
crispan o aburren. Los costaleros abandonaron los pasos, dejaron por el suelo
los penitentes tiradas las cruces y los acólitos, turiferarios con el incienso
y ceroferarios con los blandones tomaron el olivo y algunos cofrades se
desprendieron de sus cíngulos, y tiraron el capuchón al Guadalquivir en una
madrugada de pavor. Muchos pensaron “esto es la guerra, ya están aquí” y no era
cuestión de dejarse el pellejo por una mala saeta y no estar presente en la
feria de abril. El ambiente de confusión que sobrevino recordaba la misma noche
del prendimiento que el pío alarde rememoraba al lanzarse a la calle con sus cristos dolorosos al hombro. A Cristo volvían a
dejarlo solo, como los apóstoles en Getsemaní cuando se presentaron las turbas.
Todo el mundo cogió el tole.
Estaba escrito. “Omnes fugerunt”. Los
acontecimientos de la madrugada hispalense en contra de los que aseguraron los
medios, no fueron del todo fortuitos ni el resultado de una alborada loca de
cuatro mozalbetes aburridos que habían abusado de la manzanilla o fumado unos
canutos de más; respondían a una intención premeditada y aviesa, aunque la
maripavas con un guiño de ojos y una leve insinuación a la sonrisa tratasen de
matizar la levedad del suceso. Estaba claro que semejantes manifestaciones
pasionistas a estas alturas del tercer milenio estaban fuera de órbita. Las
procesiones pertenecían al ámbito de un pasado negro, los penitentes recordaban
al Ku Klux Klan, qué miedo, según decía una crónica de la corresponsal del New
York Times, apellidada Fucus (zorra en judeo alemán). Quien manda, manda.
En Madrid pasó algo parecido. Algunas cofradías no
se atrevieron a salir o acortaron el trecho de su recorrido por miedo al
ambiente enrarecido. Bandas de chinos y magrebíes se enzarzaron a palos,
mientras desfilaba uno de los pasos, por el control de la Gran Vía. Un moro
empapado en cerveza, irreverente y poco comedido, por no decir fanático con
todo aquello que no está en el corán -¿es esta la tolerancia que nos quieren
meter por los ojos las altas instancias?- se acercó a una fila de nazarenos y
le metió mano por debajo del hábito para ver qué había. Era una señora y empezó
a dar gritos. Nadie de los que presenciaban el alarde de disciplinantes desde
la acera movió un dedo para ayudar a la pobre mujer ni defenderla de su
atacante. El mismo pánico que en
Sevilla. Menos mal que había policía por allí cerca y se lo llevaron al
cuartelillo donde lo soltaron al cabo de dos horas, cuando se le pasó la mona.
Una retención hubiera sido ilegal. Se hubieran
echado encima los periódicos esgrimiendo alegatos xenófobos y los cantamañanas
y corifeos del sistema se hubiesen rasgado las vestiduras. El Umbral, sin ir
más lejos, aunque ya está viejo y le rila la mano del tembleque, hubiera
enhebrado uno de sus panegíricos progres y media nación se habría tenido que
tragar los libelos de un tal Pimpollo Hijo de Tal, campeón de los tránsfugas.
Al pobre guardia se le hubiese caído el pelo, después de que sonasen por todas
partes gritos habituales contra la superstición, el nacional catolicismo y
contra el Gran Almocadén, baluarte de la fe de un pueblo que, por lo visto y a
decir de los consabidos zoilos y aristarcos que reparten el juego en nuestra
cultura, tuvo la culpa incluso de las procesiones. Estaban los ánimos de los
indígenas por los suelos y la moral del enemigo, fuerte, ad utrumque paratus.
Si un cristiano hubiese hecho lo mismo en la Meca,
el resuello en sus pulmones no hubiera durado ni tres minutos. Habría caído
víctima de un linchamiento muriendo en manos de los seguidores del profeta que
no soportan este tipo de bromas con su religión. O sino que hable Istmo
Margrave, el Hijo del Mal.
Sin embargo, según Carlitos Bigote, en las Hesperias
todo iba a pedir de boca. España va
bien.
Cada vez se le iba poniendo más cara de payaso. Sólo
le faltaba la caña para ser una perfecta réplica de Huta el Montero Mayor.
¿Moros en la costa? Ni mucho menos. Ya vigilan nuestras procesiones, consumados
los objetivos de la operación “Sweep in”, un barrido demográfico, un movimiento
de pueblos, cáfilas étnicas. Cada vez, más demócratas. Ladraba bien el perro
chico debajo de las patas del mastín de dientes en fila. Nos apuntábamos a
todas las movidas y siempre estábamos con el atillo preparado para mandar a
nuestros a engrosar misiones de paz armada.
En esto, cuando, tras aquel incidente de las pandas
infieles y pasado el revuelo que con el sofaldar a la pobre nazarena se
preparó, más impresionante era el silencio de los fieles que iban en pos de la
imagen del “Moreno”, volvió a sonar una estentórea carcajada, al pasar cerca de
las puertas del Corte Inglés. Fue como un estruendo. Otra vez los ánimos
volvieron a encogerse.
-No si de remate no nos van a dejar que paseemos al
Cristo en paz. ¿Qué fue eso?- exclamó un vejete.
-Mahoma que peyó- le contestaba un chistoso por
fuera- a lo mejor es que acaba de hablar en el vientre de su madre la mora
Aixa.
Al jefe de los anderos le dio un ataque de risa. Un
hermano mayor haciendo sonar su vara de cofrade sobre el pavimento pidió
recato.
-En fila, penitente.
No te distraigas, sigue la linde. Un poco de respeto, por favor.
Una moza que en aquel momento había mandado parar la
comitiva para entonar una saeta hubo de abandonar el encaracolado del balcón en
cuya barandilla apoyaba las manos. El profeta se había ido de bastos. Había
vuelto a levantar su pendón verde por las estrellas calles del viejo Magerit
que no era sino una corruptela cacofónica del Matritum o Templum Matri romano
pero ahí nos las den todas que la mentira se acoge y a la verdad se la
destierra, que ahora se llamaba Nix Rasilis, pedía las llaves del castillo
famoso que por lo visto un día le pertenecieron. Quería vengar a su antepasado Boabdil. Iba
otra vez de taifas. Volvíamos a estar en las mismas. Buena pascua te dé Dios,
Madrid, que te quedas sin gente, de cristianos, quiero decir, aunque sigas
siendo acogedor y hospitalario con el extranjero.
Los pedos del profeta son un signo que anticipan
siempre la llegada de una nueva guerra santa. Aquí seguimos mientras tanto
nosotros con nuestras cuestiones acidalias que recogen las horruras y miasmas
de las tómbolas. Cien mil duros por salir en pelota viva ante las cámaras y
cincuenta millones de una sentada por hacerlo con el conde que todo lo enseña y
nada esconde. Fue la guinda, el ápex, la coronación de un ambiente sicalíptico,
de un país gusanera con macas en la piel cancerosa, el no va más del
erostratismo venal. Se nos subió de pronto la eretina morbosa y todo acabó en
eretismo y en ergasmo, que nada tiene que ver con orgasmo. Nos han envenenado.
Hemos de beber en una copela nuestras propias cenizas, si queremos purificarnos
que lo veo difícil.
Por el otro frente la tamborrada seguía su curso
impertérrita y algunas buenas mujeres se santiguaban mirando con ojos
anhelantes para el jesús, vestido con una rica túnica violeta, con bordados de
oro, luciendo una impresionante peluca que perteneció a un hombre, en el que se
le veían caer los rizos cubriendo el rostro macerado y que no era por lo menos
sintética. No bendecía, pues llevaba las manos atadas con un cordel. Sus ojos se ensimismaban contemplando una
distancia que sus devotos de los Primeros Viernes dicen que es el recorrido del
gran perdón.
Empezó a llover. El cristo quedó quieto en medio de
una estampida de gentes que se esparcían en todas las direcciones como
impelidas por una carga de caballería. Lo taparon con un plástico. Rayos de
granizo que caían oblicuos habían iniciado los primeros movimientos de una
danza a partir de carreras y de pedriscos. Algunos de estos meteoros eran del
tamaño de huevos de golondrino.
Una paisana de mediana edad quedó agarrada a los
faldones de la carroza, gritó:
-Ya veo, Jesús mío.
Se había producido un milagro. El Señor acababa de
pasar dejando una estela de sanación y bienaventuranza.
Sin reparar en ello, y menos pensarlo, eran de
arribada los días soleado de la Bestia. Con enojo soplaban las furias del
averno. Ahí las tenéis en acies instructa las escuadras formidables, las
formaciones compactas. Se muestran arrolladoras. Serán implacables. En plena
sobrevienta del Paráclito, nada queda en pié porque el Espíritu todo lo arrasa
y los transforma. Construyen una armada sin fisuras y su ariete golpea las
puertas de bronce de la ciudad alegre y confiada. La fuerza del bezón, que bate
nuestros muros, rompe ya los ataires. Vivimos bajo el signo de Aries. No hay
socarrenas ni credencias en la pared, ni un triste clavijero al que agarrarse,
un urce colgante que asir en la caída; vamos donde la ley de la gravedad nos
lleva. Llegan, ya llegan, presidente.
Por todas las partes se cuela un viento de liberación. No tenemos
estribos en que posar nuestra invalidez. A pesar de todo, no permitáis que esas
merdellonas os llenen del pringue lascivo. Mantened a raya vuestra castidad,
fieles servidoras y sacerdotisas del templo de Vesta. Vigilad y orad.
En marzo del año dos mil, año infausto del triunfo
de la Bestia, después de los comicios en los que Bigotito Cornejo, que habíamos
criticado mucho al Gran Filipo, ese que se nos presentó con aires de gañán y
que recordaba un poco a los vándalos enarbolando amenazante el pavés como un
gran puño que descargaría sobre nuestras cabezas hasta que a Hesperia no la
conociera la madre que la parió, pero Bigotito Cornejo era mucho peor porque
consumó la obra de desmontaje de la catedral que el otro iniciara, revalidó su
mandato- reapareció en el balcón con su mujer Carmen Collares, y por detrás Pol
Pit bailandole el agua, hemos ganado, y a buenas horas mangas verdes, lo
próximo se heló en ciernes, americanos os recibimos con alegría, Sicosis.
Bigotito Cornejo sonreía con cara de liebre, tenía la gracia y la habilidad del
perrillo de aguas ladrando bajo la barriga del dogo- empezó a gestar un plan de
escapada, buscaba ya la querencia del norte.
¿Una
depresión? ¿El desamor? Quia. Sólo se puede hablar en puridad de depresiones
barométricas. Así se llama a los valles en artesa, a los desniveles y a los
hundimientos de terreno, según se entiende en pedología y en topografía. Esa
maldita expresión es un anglicismo que cubre de enojo y de engurrios la vida
moderna. No hay tal.
En cuando a amores y desamores, desengañate, Gnadio,
pues visto lo que le sucedió a Ivan Ibañez en un bar de carretera, habrá de
sospecharse que es tan ya vacuo concepto la palabreja, vago comodín de nuestros
desencantos.
No sabremos nunca lo que le pasaba puesto que el
alma de Verumtamen era cosa hermética, pero habría de sospecharse que se
trataba de acidia primaveral. La tristeza viene y se va como la alergia. El
alguarín tras el garaje que había habilitado de escritorio, oratorio, fumadero,
biblioteca, garita de escucha, y observatorio astronómico para contemplar las
estrellas, recibía la luz rastrera del alba a través del montante de un
ventanuco que daba al jardín central de la urbanización, donde ya entramaban
las ramas de los chopos y campeaba gloriosa la enredadera sobre los sauces.
En el centro del corral volvía la primavera también
al tronco del abedul totémico y era talismán de veneración este arbusto, porque
habiendolo tomado de uno de los bosques sagrados que hay en Asturias, entre los
gollizos del monte Pascual y las breñas de San Agustín, que dan la última
escolta al Uncín antes de su abrazo con el océano por la mar de canchales de
Artedo, siendo no más un exiguo renuevo, una tarde de agosto de los ochenta, lo
transplantó a la Despernada y embarbó como por milagro sin acusar merma
por los calores y el cambio de terreno.
Ahora exornaba el muro de la pared que mira al jardín. También agarraron dos
laureles y un castaño del Cantábrico. Las tapias se emboscaban en una guarnición
de jazmín y madreselva.
Anclados en aquella habitación en los bajos del
edificio tenía caminos y puertas, miradores, atalayas, que llevaban al plano
infinito, la heredad inalienable de un alma, una razón de ser y de existir.
Aquel era su universo y su medida, las glorias, memorias de una existencia
recatada, su divertido titirimundi, el cosmorama panóptico que le acercaba una
visión de las cosas a través de los libros, las radios portátiles, los retratos
amados y los objetos acaparados que le ayudaban a recordar instantes y
personas. Era de inclinaciones fetichistas, creía en el poder que despiertan
los objetos conservados como reliquias de un tiempo que no volverá.
La onda corta
y los varios receptores licitaban el acceso a otras atmósferas transformándose
en ecos de una caja de resonancias maravillosa. Abría las cancelas de la fase
alfa. No era el cascarón vacío, sino la vivificante cámara donde se produce en
cada ocaso y en cada madrugada unos particulares oficios de sus propios
fatamorgana. No hacían falta otros sacramentos. La administración de los
sagrados dones corría a cargo de una singular eucaristía interior.
Por allí
entraban las ideas de la estepa y alzaba el gallo un ruiseñor maravilloso
políglota y multiforme. Si el ojo es el sentido más rastrero y cabal que
tenemos, el de lo pecaminoso y el de los espejismos, a través del oído se abren
de par en par las puertas del adentro. Uno de sus efectos más significativos es
la psicorracia (liberación del alma), como resultado de esa agonía que libran
en el éter las ondas hertzianas, el universo por el que vagan los espíritus,
allá donde el amo americano no mandan, ni tampoco el anticristo, pelleja blanca
y quiroteca de piel de cordero, pero colmillos de jaguar, nos causa bochorno,
porque anuncio a toda la cristiandad que en el Vaticano ya no son de los
nuestros, se pasaron a Clinton con armas y bagajes.
Crecían allá afuera los rosales y hasta un lilo que
compró en el vivar de la Despernada el año 85.
Los transistores para la escucha de estaciones
lejanas conectaban con una realidad que se acercaba al mundo de los sueños,
alejando de aquel ambiente chato, carnavalesco y ágono de ilusiones, de la
hostilidad decepcionante y amedrentada de lo que denominan democracia, que no
es sino un totalitarismo. Pólux,
tratando de esconder su calvicie y Castor arengando a las mesnadas
yanquitarras, clamaban por la independencia y el fuero. ¡Insensatos trabucaires
vaticanistas, hijos todos del Pretendiente, peseteros del dólar, así os sepulte
en el infierno un diablo que tuvo por nombre Carlos séptimo!
Todo aquello con sus novedades, alifafes y
garambainas, como las urbanizaciones, y la píldora mágica, el viagra, habían
sido implantados por el Nuevo Orden. Siempre debería ser así la vida del topo,
del exilado interior. Sin embargo, el apóstol nos exhorta a vestirnos de la
armadura de dios. Hemos de aguantar contra los adalides de las tinieblas del
mundo, y que su grata misericordia recobre la delantera. Per orationem et
obsecrationem, orantes in omni tempore in spiritu et in ipso vigilantes omni
instantia. Obsecración, bella palabra. Invócame y yo te liberaré. Orad sin
intermisión, recapitulaba siempre el salmista.
Verumtamen iba escalando por los abrojos la senda
del monte de la perfección, su honra y su buen criterio enterrados bajo los
basilares del antiguo amor, que también se llamaba María.
Infinitas veces había tratado de huir, agotadas las
posibilidades de solución, para llegar al mismo punto de partida. Tú no tienes
solución, vete a un médico. Morirás como un perro. Tenía que subir la cuesta
amarrado a frases que eran pinchos y clavos, al fin y al cabo el cerco de su
corona de espinas. Su Gólgota se llamaba la muerte civil, pero allá estaba el
espíritu que lo ataba como una argolla circular a sus propias rejas. Mira, no
te me despistes, bordonero.
-¿Qué hay de cenar?
-Gallofa.
Tenía que entablar palique con su propia conciencia,
y de estos soliloquios sin hilván están naciendo estas analectas, mosto pasado
en el trujal de mi memoria. Los cuévanos de la vendimia de mi vida no son
capaces de abarcar ni de contener tanta malparanza y fastidio en los alijares y
campas del desamor. Un hombre solo escribe. Cuando hay dos hacen la guerra o el
amor y gritan.
-Soy bordonero y ¿qué pasa? Voy camino de Santiago
de Galicia, retaguardia de las Españas, punto de arranque de la cristiandad. No
sé si creo ya. Señor, que crea. Devuelveme la antigua fe.
Era aquel alguarín cárcel de sus libros, paraíso de
sus sueños, sagrario de sus manuscritos literatos y gaveta de autor siempre en
ciernes. Nunca llegarás a misacantano. No pasarás de seminarista, camarada.
-Tuve mucha vocación, pero me rechazaron.
Se quejaba de la esquivez del destino y de la
incomprensión de los suyos pensando que sólo en el cielo, o en el infierno,
podría dar a la estampa sus obras completas.
-La vida te ha jugado malas pasadas, pero que conste
que no eres el primero ni el último. Publish and be damned, frase hecha que nos
define quizás a los periodistas y a los escritores de a montón.
-Eso lo decía Lord Thompson de Fleet Street, uno de
los hombres más ricos del mundo.
-Y también de los más tacaños.
-Creó un imperio en Canadá, llegó a poseer la cadena
más importante de periódicos de habla inglesa. Su heredero es Rupert Murdoch,
ese judío australiano.
-¿Lo enterrarán también en el monte de los Olivos
como a Maxwell, el otro gran midas de las comunicaciones?
-Esa viene siendo la costumbre.
Las lomeras de los libros con su voz callada (a
ratos carcajadas y a veces gritos desgarrados de dolor, quejas del desengaño) intentaban
disuadirlo de lo absurdo de la peregrinación.
-Entra en razones, no seas bobo. Si te largas lo
perderás todo y ¿adónde vas a ir tú a tus años? No tienes la piel para sopista.
Que se vaya ella.
-Soy un zángano.
-Ya lo sé pero tu paga no hay quien te la quite y,
además, a ti te ocurre lo que a tantos y tantos españoles: no dan un palo al
agua.
El milagroso icono de san Nicolás, enviado desde
Rusia, un Pantocrátor así como el retrato de la Madre del Verbo Encarnado, la
que fue en la tierra humilde esposa de un carpintero nazareno, tallada por un
yurodivi de Novogorod, y tenida por milagrosa puesto que fue el rostro que él
tuvo la gracia de contemplar a través de los fresnos borneados, en el
firmamento de la montaña de los Abantos una tarde del trece de mayo del 95, le
empujaban a perseverar. Ten fe. Dios te protege. Aquel atardecer de primavera
se te dio una señal. Eres un monje y ésta es tu celda. Aquí se reclinan tus
oraciones y de este altar parten tus himnos de expiación.
Una lamparilla perenne lengüeteaba en la penumbra al
pie de las sagradas imágenes. Sentía él su protección, la de la dulce señora.
Aquel suceso lo trataba de olvidar pero pesaba siempre sobre sus actos. Se
había enquistado cual auto reflejo en su memoria.
San Nicolás bendecía a la bizantina con dos dedos
extendidos. En su mano izquierda, sostenía la bola del mundo. Brillaban los
rubíes en su casulla de oro macizo.
En una bolsa de deportes guardaba las grabaciones de
las misas ortodoxas celebradas durante los ochenta en Atenas, Kiev, Moscú,
Helsinki, Belgrado, como un troje sagrado, cuyas emanaciones sonoras hacían
descansar el alma haciendola vagar en noches triunfales de Pascua, cuando
apunta ya la primavera. Torrentes luminosos, como una catarata de energía
beatífica, brotaba de las cintas que eran la exaltación clamorosa de la polifonía. Sonidos que
restañan las heridas del alma y transfiguran al henchir el corazón de anhelos
de eternidad.
¿Por qué sufro? ¿Cómo es que moro en esta tierra de
rencores y vivo inmerso en la monotonía rutinaria? Habiendo soñado tantísimo y
buscado la cumbre, me hundo en la sima. A esas preguntas aquella música daba
una respuesta en claves mágicas. Eran la proyección de su vida idealista
enterrada entre libros que ya no leía nadie. Crepitaban sobre el raso de aquel
sotabanco, la buhardilla del poeta, la torre de marfil donde se acogía a
sagrado, alientos de trascendencia.
Oía una voz que dijo:
-Yo te rescataré de las garras de Erifos.
Un ángel de blonda caballera y rastro dorado pintó
de nubes la pared. Vio una niña el rostro cubierto de efélides. Ya sabes quién
es. Te llamarán por siempre All Queen Helén. La faz luminosa que ahuyenta las
tinieblas.
Violines de ausencia lloraban aquel rostro. Era una
sinfonía en tres dimensiones que conjugaba los tres tiempos. Entre vayas y
veras sentía Verumtamen una dicha embarbar como el esqueje de una árbol
transplantado en la almáciga, un ejido de sueños que riegan por privilegio las
lágrimas de la añoranza. Yo temía un amor, All Queen Helén, por el cual me
sentía participe del cosmos, y coadjutor en la tarea de crear el mundo todos
los días. Todo aquello me brindó un ojo mágico para mirar a través de la
cerradura de la ilusión la tarbea iluminada por una tarbea incombustible donde
crece la dicha y no cabe el llanto, ese lugar que el Redentor tiene aparejado
para los que portan su cruz allá en las moradas celestiales. Sólo eso me
sostiene aunque hay días en que dudo. No sé. Todo me parece un absurdo, incluso
mis propias creencias. En el término de la Despernada, surcado por dos cauces
fluviales y un paisaje tapizado de encinas y de carrascas, se eleva un castillo
roquero del siglo trece, estilo mudéjar, desde cuyo torreón se otea un paisaje
de dehesas encendidas de una luz interior como en la pintura de Velázquez, adusto
cinturón de Madrid que inspira canciones báquicas. Todo tiene un color ópalo.
Aquí en dos semanas del mes de julio quedaron sepultados setenta mil hombres.
Quizás a esa causa infausta se debe que la configuración de la contornada posea
un aspecto lúgubre y fantasmal. A veces a través de los trigales y de los
escalios, a punto de dar su última cosecha, porque estos terrenos están siendo
sujetos a la presión calificativa de las inmobiliarias, algo en el aire
recuerda a los muertos. Es una presencia callada, pero densa que impla las
colinas que hace gemir el viento. Las encinas, los añojales entonan un responso
por los caídos. Los caballones parecen túmulos y las antiguas parideras que
pasaron a ser luego casucas de los chatarreros que durante años se ganaron la vida a la busca,
requisando el metal de las espoletas, parecen túmulos. Recoger plomo y metralla
y hacerse con las helgaduras y miasmas de cobre que suelta la munición
destrozada fue lucrativa profesión en
posguerra, aunque peligrosa. Algunos chatarreros dejaban la vida en el
intento, o una mano, una pierna, un ojo.
Brotando del interior llega una voz lúgubre como el de un canto
epicedio. Desde los surcos se elevan jarchas silenciosas y espectrales. Es lo
que sintió muchas veces Verumtamen y lo que siento yo que me pateado de cabo a
cabo las mochas. Hay la mocha grande y la mocha chica y en el comedio de ambas
suertes una loma donde se alza una atalaya y un repetidor de televisión, así
como la alberca y los pozos de los antiguos depósitos del agua. En este lugar
se riñó la más encarnizada de las
batallas al transcurso de la ofensiva sobre Brunete. ¡Dios mío, cuántos
muertos! Nada menos que dos centurias de Falange, una bandera de la legión y
varias unidades de blindadas de las brigadas internacionales y una sección de
guardas de asalto perecieron en vísperas de la fiesta del Apóstol de 1936.
La faz de Floro Sanz, que apareció en su carricoche
accionado por pilas - se lo habían
traído expreso desde Alemania y era muy cómodo, no tenías que empujar las
ruedas, pulsar un botón a manera de timón que el beneficiario de aquel invento
último modelo para ambular y desplazarse- parecía la de un espectro. La plaza
del Arrabal se nos brindaba como un inquietante escenario mágico con sus
soportales, la acera amplia y los morrillos, impresionante escenario en el cual
todo lo llena la fachada del templo de santo Domingo de Silos. En Arévalo nunca
hubo dominicos, explicaba el cura don Serrano.
-Yo me llamo Florentino, pero me dicen todos el Cojo
de Mamblas. Soy mutilado de guerra.
El pelo echado hacia atrás, todavía espeso y entre
cano, la mirada de aguila caudal, de ojos vigilantes, el continente adusto y
pirrónico. Se le podría tomar como un severo Licurgo, seco más que un cuáquero,
si desde que dejara de fumar, no tuviese por costumbre chuperretear caramelos,
no hacía otra cosa en todo el día. Los dulces los mascaba, los ronchaba o se
los daba a los chiquillos.
Un obús le segó la pierna izquierda a cercén el
primer día de la batalla de Brunete.
Casi ni me di cuenta. Recién
desplegada toda la centuria, andaba como despistado y falto de sueño, porque
había pasado una noche de traqueteo. Nos llevaron al frente desde un camión.
Hoy va a hacer calor, Floro. Sí, pero es lo suyo. En plena siega estamos y aquí
por lo que se ve- dijo echando un vistazo de forastero a los campos de
Quijorna- se les encamó la mies. No les ha vagado a segar ni a recoger. Este
año se pierde la cosecha. Si sólo fuese la cosecha...
Fue en ese momento cuando escuchó el grito de un
cabo: “cuerpo a tierra, todos al suelo”. Sentí primero calor, luego un frío
algente envolviendo todo mi cuerpo, y algo que se tronzaba, que, habiendo
estado regado por el río de las arterias, quedó desvinculado y yerto. En un
instante se me apareció como en un fucilazo toda mi vida pasada. Vas a morir,
Florito, me dije. Sólo me atreví a proferir un grito: “Ay, Virgen de la
perpetua angustia”. De pronto me vi izado por los aires. La explosión fue tan
violenta que se llevó por delante toda la albarrada de adobes y de sacos terreros
que habíamos construido. Disparan los ribadoquines escoceses. Es la columna
Walter de los internacionales. Hijos de mala madre.
No me enteré de más. Cuando desperté, estaba en la
camilla de un hospital de primera sangre en Talavera y al lado de mi estaba el
páter del Regimiento de San Quintín:
-Ha sido un tiro de suerte, hijo mío, pero a lo
mejor hay que cortar.
-El ¿qué, padre?
-La pierna.
Lloré a lágrima viva maldiciendo mi suerte. Si me hubiese estado quieto cuando vinieron
los de reclutamiento pidiendo voluntarios para el frente, si me hubiese llamado
a parte sin darmelas de macho, a lo mejor hoy no era cojo, pero estaba escrito.
Aquella bochornosa mañana de julio marcó para mí el principio y fin de la
contienda. Había una gran desorganización y en medio del jaleo muchos no
sabíamos adónde ibamos. En la vida habíamos visto un fusil ni una triste
escopeta y las armas que nos dieron, o era de la guerra de la Independencia, de
aquellas de avancarga o carecían de munición. Luego vinieron tres años de
peregrinaje por hospitales. Del que me acuerdo bien era el de Ávila. Había una
enfermera muy guapa que me hacía las curas. Nada más tocarme aquella moza con
sus lindas manos acariciadoras y mirarme de soslayo con sus ojos celestiales,
el sexo apagado resucitaba, se me levantaba todo mi cuerpo hasta la propia
pierna que me segó en el obús, quería latir, echar para delante. Gracias a ella
no me vine abajo, pero nunca e vuelto a Quijorna, que es para mí un lugar
maldito. Los hados aquella mañana no me confirmaron en la dicha de los
escogidos, sino todo lo contrario; a partir de ahí se desencadenó sobre
nuestras cabezas la malandanza.
Los senderos de la mística, al igual que los de la
milicia, son escabrosos, pero cuando se tienen veinte años casi se desconoce la
ruta y el camino que sólo se intuye. Uno es inconsciente del precipicio sobre
el que se ciernen nuestros pasos. En tiempos del almocadén victorioso recibí
todos los honores de caballero mutilado y hasta me dieron un empleo: factor del
tren metropolitano y fui puesto al frente de una garita donde se expedían
billetes. El almocadén no tenía que haberse muerto nunca. No me importó
servirle ni derramar la sangre por la causa que defendía nuestro jefe, el cual,
desparecido, mudó nuestra fortuna con la llegada de los renuncios y los cargos
de vindicta. Los derrotados pasan factura. Entonces no tuvieron cojones,
perdieron, y ahora nos vienen con reclamaciones y monsergas.
De caballero mutilado, fíjate, he pasado a ocupar el
puesto de odio cojo. Nos han rebajado de categoría. Nos degradaron sin respetas
ni alcurnia ni méritos de guerra, derechos adquiridos, tienen sartén por mango, se han arrogado la
ley, aunque todavía su ver sucia no les aconseja alacridades y andan con tiento
para con nosotros, conscientes de que, si otra vez nos liamos a tiros, otra vez
perderían el sombrero y saldrían de naja, con el rabo entre las orejas. Deben
de ser los hados hespéricos los que están de nuestra parte aunque nos hagan
sufrir.
Florentino era un místico en realidad y esa santidad
suya, de la que no hacía alardes, lo había convertido en un gran intuitivo.
Conservaba toda la hiper lucidez de la iluminación interior. Me llaman el cojo
de Mamblas pero yo nací en Ontiveros como el fraile reformista, a veinte
minutos de acá en el coche de línea. La Dorada tendió los pliegues de su manto
tejido en los batanes célicos con tisúes de misericordia y quedé a salvo, pero
no es que se lo tenga que agradecerselo mucho, la verdad; mejor hubiera sido
que el tiro me hubiese dejado seco, la vida que he vivido no se la deseo a
nadie.
Hombre, no te quejes. Tu buena paga, y tus buenos
cigarros puros hasta que te dejaste la cigarra, de tarde en tarde una visita a
los monumentos.
-No, señor. Yo nunca lo probé. Muero cojo y virgen.
-¿Qué cosas tiene Vm, Floro.
-Pues si te digo que es de lo único que se me va
algo de ansia, y ahora me arrepiento. Tenía novia para casarme y con lo de la
pierna también la perdí. Luego me acobardé. Yo no estaba en condiciones para
apeldar con responsabilidad semejante. soy muy mirado para estas cosas.
Su aspecto era el de sacerdote, pero había perdido
la fe. Su usura le llevaba a decir verdaderas barbaridades de la monja que lo
cuidaba. Yo luché por defenderlas, yo perdí la pierna por su causa y ahora he
descubierto que todo es una engañifa. Sólo tienen un altar para el dinero y
profesan la avaricia por religión. Ojalá aquella bomba me hubiera cercenado no
ya la extremidad inferior, también el cuajo.
-¿Cuántos años tienes, Florentino, cuanta luz ha
caído derramada sobre esos ojos de autillo?
-Ochenta serán los próximos que cumpla.
-Hay que tener resignación. Ya sabes: el dolor
purifica.
-Esos son bobadas. Las penas te vuelven o más
gilipollas o más hideputa. Yo soy conozco, lo reconozco, pero la pata chula me
ha convertido en un cabrón con pintas. La arcera a las que nos sube la
desgracia a los imposibilitados no es un coche de punto. Cuanto más viejo, más
pellejo, y cuanto más lacerias, peor. Nuestras mermas y nuestra llagas van en
contra de la armonía natural. Está claro que cuando era joven e idealista no
pensaba así, pero una vida arrastrandome con muletas o sobre una silla de ruedas me hicieron cambiar
de opinión.
Hablaba las cosas como son con la impasibilidad
objetiva del profeta que se ve a sí mismo como un pelele y su acento rotundo de
perdedor era apodíctico y convincente.
Mi pierna quedó enterrada en un trigal de la Despernada, caray con el
nombre, pero en la teología hay númenes y claves que explican el decurso de los
acontecimientos, era un aviso, me la arrancó mi infortunio o los hespéridos
dioses vengativos. O, a lo peor, porque así estaba dispuesto que pasara a
expensas de la pura casualidad. El sol de aquella llanada azotando de firme los
caballones, los surcos y las tenadas, habíamos ido a guarecernos a la querencia
de una paridera, y fue allí donde nos cascaron los artilleros de la columna
Walter, qué vendrás a tomar el té con la reina, quia, y el vino de Navalcarnero
tampoco me peta, desde entonces no lo pruebo nunca y cada vez que se cruza un
inglés en mi camino me pongo malo, ¿qué vinieron a hacer aquí aquellos
valentones brigadistas? ¿qué se les perdió en nuestro suelo, me cago en su reina? Después me dieron la laureada. La
gloria sucede a las cenizas y mi pierna la enterraron en el osario del
cementerio de Brunete, según me dijo uno de mis camaradas que de aquella salió
teniente. Era mi quinta angustia. No he
nacido para otra cosa que para ser cojo ¿qué te parece? Vivo una residencia del
Barrio Húmedo pero un día fui un héroe. Florentino, tú dispara, decía el
compañero. Ya vienen, ya vienen. Joder, ¿por donde? No los he visto. Malditos rojos. Hablan el chauchau pero
cuando tenían que decir un taco blasfemaban en romance. Así eran de pistonudos.
Los moros, en cambio, nunca juraban. Se limitaban a sonreír o lamentarse
sentados en cuclillas aferrados a la “novia”(el mosquetón), aceptando,
fatalistas la voluntad de Alá.
Me llevan en la arcera como llevaban a los
sacerdotes de Júpiter ya ancianos, envueltos en su laticlavia, y paso los
puertos en mi carruaje de lisiado y las
montañas. Cruzo los gollizos de la paramera con sus gargantas allí donde el
paisaje se descuelga con trazas de cíclopes y atlantes, que un día fueron
colonos de este mundo, sus cuchillares y sus gargantas. Me atizaron en Brunete,
me dejaron renco, lo mismo da, y ahora queréis que yo sea amable, que os sonría
a todos al pasar. En la iglesia me sentaba en el banco de las autoridades, y el
monaguillo, nada más pronunciar aquello de “digan ustedes la confesión general”
me venía a darme a mí el primero el agnusdéi de plata y luego la epacta. Yo
creía que los curas incluso me iban a donar a perpetuidad una hornacina en mi
parroquias de Mamblas como mártir de la causa, pero me engañaba. A nuevos
añalejos, otros trebejos, y otra iglesia, otro santoral. He dejado de ser
caballero mutilado para englobar el suerte de los jodidos cojos que arrastran
su pata de palo por los caminos de la patria. Me han bajado a tercera división.
Pero los santos estamos en la obligación de ser amables, en la vida quejarnos.
¿Me escuchas, te estoy hablando, librero de los cojones?
-Te escucho, Florito, aunque tengo que estar al
santo y a la limosna. Ya vemos lo ingratos que somos, los libros en los que tus
gestas se propalan no los quieren nadie.
-Toma porque no es más que literatura. Mentiras y
gordas.
-Mucho más mienten los de la política.
-Pero ahí están. Siguen haciendo el despeje plaza.
Carlitos el del bigote y la sonrisa de conejo ha nombrado nuevo gobierno. Tres
ministras van a tres carteras ministeriales. Evacuó consultas con Hécuba Piños. Sería impolítico no ser
feminista.
-Vanidad de vanidades. Aquí no superamos el atasco
de la frase hecha: “entran los de Arrese, salen los de Solís”.
Hablaba con convicción aunque sin apresuramiento. Le
resultaba difícil entender el por qué de su abandono. Buscaba el hilo de
Ariadna entretejido en la caótica pleita de las vidas de cada cual y allí se
perdía al no encontrar sino absurdos.
Su pierna quedó enterrada en un llamazar de la
Despernada. Nada tenía ilación ni lógico, nada en su vida casaba con nada, al
echar la vista atrás, que el futuro no le asustaba; no le quedaba futuro. Había
nacido para renquear y ahora vivía en una residencia de las hermanas de los
pobres cerca del barrio húmedo. La muerte no tardaría en llegar.
Cada vez que iba a Arévalo me abría las puertas de
su corazón de par en par, antes de echar la cortina para siempre.
-No puedo ver a la puta monja.
Su salud física había entrado en barrena de resultas
de un accidente que tuvo en el seiscientos tras el cual quedó averiado de la
pierna sana. ¡ También es mala pata! Como le dijeron que a lo mejor se la
tenían que apuntar nuestro amigo se lió a juramentos, no como un silla ruedas
de la tercera edad sino con la vehemencia de un recién entrado en quintas.
-Cago en tal, yo no paso por la toza otra vez más.
Antes me mato.
No eran bravatas aquellas palabras sino ciertas
amenazas de suicidio. Al poco la emprendió con la novicia que le cambiaba los
apósitos a la que acosó sexualmente e hizo proposiciones deshonestas:
-No hay infierno, sor Dominga, y, como el cielo está
vacío, quien nos priva a usted y a mí de pasarlo bien. Mire cómo tengo el
cacharro, hermanita.
-Muy ruin, Florito.
-¿Es que los ha visto mejores, tía zorra?
A sor Dominga se le subieron los colores a los
mofletes, miró para el techo con un gesto de resignación. Cuidar a los viejos
rebeldes se había convertido en la más dura prueba de toda su carrera
religiosa, una prueba que le deparaba el cielo. Estuvo por contestarle que si
seguía con sus tercas guarrerías le iba a limpiar el culo su madre, pero, en
vez de tal exabrupto, siguió con la tijera, la gasa y la pomada.
-Los he visto- repuso la religiosa, que era de armas
tomar y muy desenvuelta, ya que tras lo del concilio en las congregaciones
cortaron la tela del hábito hasta la rodilla, y sustituyeron la cariñana
rigurosa por una simple cofia. Resultado: quedaron más feas y las abadesas
dejaron de gozar de aquel atractivo sexual de los evos pasados, aunque se
cuenta que en ciertos conventos progres la religión no es lo que era, y se alza
la mano para que algunas claustrales utilicen la píldora anticonceptiva y
puedan ir a las discotecas.
-Vaya, vaya, así que tú también te diviertes y le
sacas partido a lo que de bueno nos da la vida.
-Soy enfermera, pero la mujer se queda en esa puerta
y aquí sólo pasa la monja. Tendría que tener cuajo.
-Haga su labor, hermana, pero le ruego que no se le
vaya la mano con las tijeras. Aunque desvencijada, no me queda otra.
Era el más díscolo de toda la
residencia y habían amenazado con expulsarle del centro, pero él decía que si
no lo hacían no era por caridad sino por dineros. “Me dejo aquí todos los meses
mis buenos miles de duros”. Chocheces de Florentino.
Yo veía en sus ojos color tabaco una tristeza
destructiva y a través de los bifocales la mirada del mutilado enfocaba hacia
un punto inconcreto de una desesperación antigua, algo que no tendrá solución
mientras el mundo sea mundo, porque esto no se arregla. ¿Adónde se habrá metido
el maestro de justicia? Era una desesperación que yo también compartía. Sin
reparar en ello, me estaba convirtiendo en el hermano de aquel veterano de una
guerra en que se proclamó vencedor pero al que una postguerra larga, tediosa y
envenenada de odios, había señalado como perdedor al albur de aquella bramadera
infernal. Yo también era un vencido cuando cada martes metía en mi coche un par
de maletas de libros de calidad,
colocaba los apeos o burros para montar el tenderete y los exponía bajo los
soportales de la plaza. Me daba cierta vergüenza al principio pero luego al
caer de las pesetas -tan sólo en una ocasión no vendí ni un ejemplar- me
desembaracé de ese reparo.
“Aquello ya pasó, tuvo su tiempo, era bueno para
entonces, pero ya nada”. Y se presentaba Florentino en el carrito de su
derrota, mirando para mí con ojos observadores, casi amenazantes de mochuelo de
las encinas, como una especie de arcángel maléfico, heraldo de la desdicha y de
la nada que nos circunda.
-Libros ¿para qué? No hacen ninguna falta. De grado
los quemaría todos.
Había en sus gestos una grandiosidad trágica, algo
que recordaba al panteón de los Inválidos de París o a las murallas de Ávila.
“A través de esa mirada con que bieldas mi nostalgia por algo que no pudo ser”.
-Tu fracaso es mi fracaso. Yo también he sido como
tú un soñador, un falangista.
-¿A qué vienes a este pueblo?
-A reclinar mi alma. Es la que más amó, nuestra
reina, la reina de España. Aquí se fraguó la unidad nacional que intentan
malograr los de la infausta clase política. Si te cuadra, puedes entender que
no me mueve a subir hasta aquí el ánimo de ganancia ni el lucro. Esto es el
principio de una hégira, de una peregrinación cargada de simbolismo místico.
Se cuadró ante mí incorporandose sobre el hule de su
silla de ruedas automotriz, finchó un tanto los carrillos y en ese momento mi
interlocutor dejó de ser un autillo que yo conocía para adoptar el careo y las
maneras de una clueca. Parecía una fantasmal nave romana que surcara los
océanos sedimentados de la meseta (otrora Castilla fue mar) dejando un surco
rozagante de espumo tras el aplustro de popa:
-Aquí no hay nada. Sólo retórica. El sepulcro de
María de Guevara está vacío, la casa de
doña Germana de Foix, hundido, lo mismo que el palacio del contador Cuéllar,
donde vivió el alcalde Ronquillo y que estos legaron a los jesuitas para que
estableciesen su primera sede central en la tarraconense.
“Pingües et bona pota”. Me imaginé a la segunda mujer de Fernando de Aragón
de banquete en banquete y con tanta inclinación al traguillo que dormía con una
jarro de mosto entre los dedos y la tenían que recoger por los pasillos, estaba
como una cuba y a aquel joven vizcaitarra algo inquieto que fue del cortejo de
los seises, una recomendación del duque de Nájera lo trajo a la corte de Isabel
de Castilla, fue pendenciero y algo enamoradizo, nada comunero y caballeresco
de mentalidad. Conseguiría por su carácter escasas amistades, ya que era
retraído, orgulloso y pagado de sí mismo.
“Tú tienes la cifra que me clava a estos tesos
circundados por la tristeza clara de las vegas de dos ríos, Arevalillo y Adaja.
Me llenas del ansia de España”. “Bah, retóricas que pierden mi alma”.
-Mi lesión fue un sacrificio baldío. -dijo el Cojo
de Mamblas- ¡Mira que haber ofrendado yo mi vida para esto! Pero la culpa la
tienen los curas. José Antonio, que fue mi líder, vio el peligro y ya postulaba
una iglesia nacional, independiente de Roma.
Sus palabras de un brío lapidario expresado en un tono de voz angustiosas
valían tanto como el vaticinio de un profeta del desencanto y yo venía a la
villa de los siete linajes a perderme en su historia empapado del espejismo de
una gran danza heráldica de boceles, riostras, barras siniestras y lambeles de
bastardos y segundones, roeles y escusones, emblemas de la guerra, el coraje y
el valor. Sin darme cuenta me dejaba abrevar por una quimera. Con mis libros a
cuestas volvía a la caza de seres fantasmagóricos: el aguila de dos cabezas, la
hidra, la sirena, la arpía, el unicornio, el ave fénix, la esfinge y el
centauro.
Las baladronadas de aquel pobre mutilado, de una
residencia de la tercera edad, eran las voces, la prosa sin peinar, el
trasfondo de la poesía que otros proclamaron, de los caídos por Dios y por
España. Todos mis blasones se derrumbaron con lo que me dijo Florentino. Sin
embargo, aquel paisaje berroqueño que rodea a la plaza, y que nunca me cansaré
de mirar, deformado por mi entusiasmo por la arqueología y mi vocación
romántico por el pasado, sin lograr abarcarlo plenamente. El emanantismo castellano, esa constante
advertencia trascendente, se nos escapa, aunque nuestra religión tapizada por
encima de catolicismo barroco encubra las verdaderas adherencias ancestrales
del culto sincretista y pagano.
En el antiguo emporio de los arévacos he sentido con
frecuencia que mi verdadero dios no es el que es grande en el Sinaí sino Baco,
puerta de Jupiter, y mis constantes visitas a las Angustias, abuela venerable
atalajada de rico manto y siete cuchillos de oro al pecho, eran una excusa para
venerar a Cibeles, pero no lo encontré de aquella endecha: mi amigo Floro el
falangista acababa de matarse.
Querida Pickle: Ya
ves. No sabía como llamarte, hija donde quieras que estés. En cualquier
caso, me dispongo a realizar este ensalmo epistolar en la esperanza de que por
un milagro de la telepatía, o una de esas casualidades, de esta sociedad
confluente, afluente e interactiva, que nos embarga (verdaderamente, nunca ha
estado la gente tan lejos y tan sola en medio de tanta comunicación) escuches
las notas de este clarín desafinado o melodía sin compás con que convoco a las fuerzas telúricas.
Siempre tiene esperanza el naufrago al arrojar a las olas la botella. ¿O no?
Yo te saludo desde el umbral de mi senectud. No
quiero un campo epinicio pues lo de “morituri” se lo dejo para mis enemigos,
sino una loa a la vida, y un canto al amor, que quede para la posterioridad,
aunque, sin alharacas, ni excesivas pretensiones. No he sido un hombre
acomodaticio, ni poeta laureado, ni ando con las camisas y los vuelos de los
capotes del
-¿Te acuerdas cuando ibamos a bailar al “Rancho
Criollo?”
-Quien me iba a decir a mí que por ese lugar habría
de pasar yo todos los días camino del trabajo. Aquel lugar tan exótico y
macanudo me parecía el Finisterre de la civilización. De joven uno tiene
corazonadas que luego se cumplen.
-Muchos pecados cometiste. Tienes un buen saco. De ellos habrás de dar
razón.
-¡Misericordia, Díos mío! Miro hacia atrás y no hay
más que borracheras, humo, cigarros a medio apagar. Rimeros de libros leídos y
por leer.
-Y no has llegado a nada. No eres más que un
vagabundo, aunque te des ínfulas de hombre respetable en la trasera de la
guagua del trayecto Moncloa-Brunete.
-Pero ¡que cosas dices! Esta tarde te ha dado
llorona. Te voy a contar cosas un poco más alegres. Al “Rancho Criollo” traía yo
a bailar en mi 600 recién comprado y que era de un pálido color verde botella
mis primeras novias. Una se llamaba Milagritos, la otra Bumelia, que era una
placentina hermana de un jesuita, y otra se llamaba Mariascen. También creo que
llevé a tu madre, cuando vino a Madrid. En la pista llamábamos la atención.
Hacíamos buena pareja. Radegunda se traía un aire con Petula Clark.
Verdaderamente era una rosa inglesa. Ay si pudiesen hablar las techumbres de
bálago de aquel local construido al estilo de una estancia en plena pampa.
-Hoy te dan calor los recuerdos.
-Años que no volverán. Pero a lo largo de este
tiempo he visto crecer a la ciudad. Se ha transformado en un monstruo
desconocido que ya no me pertenece.
Aquel diccionario te lo envié por correo, Helen,
aunque no sé si llegaría a tus manos puesto que de últimas un duende se ha
colocado en mi existencia y me está haciendo pagar todas juntas por la que hice
entonces. Parece como si la Providencia me hubiese retirado su favor.
He de comulgar con las ruedas de molino de la
desgracia y del deshonor y no tengo ni un día bueno. Ni empresa que acometo se
concluya. Ni sueño que acaricie que no se vuelve dinamita contra mí. Tras de
tiempos vinieron tiempos y estos son más amargos que aquellos años de vida dulzura cuando todo salía a pedir de
boca.
Hasta el extremo que a veces pienso que el diablo
viene detrás royendo los calcaños y hay una voz incriminatoria que me dice
muerete, no te queremos, pasó tu hora, ya no perteneces a este mundo. Y hasta
hay ahí en eso extraños duendes postales que impiden que mis cartas lleguen a
su destinatario porque hay alguien que pone las señas del revés.
Sin embargo ahí están estas benditas palabras para
recordarme el ardor de mi juventud. Me traen la llama de aquel verano estelar que
cruzó igual que un soplo mi existencia alzandose desde las premisas trinitarias
de tres sustantivos. Hops,
plums, strawberries.
Pertenezco, Alquín, a una generación obsesionado con
el conocimiento para la cual las palabras son algo muy importante. y en esas
palabras mágicas vivo enfrascado que son atolón de mis recuerdos. Bufa el humo
de mis pipadas. Existe siempre una sensación de hambre y de cansancio y un
complejo de culpa ante la báscula.
-Desparramate en el sillón y toma el mando. Hacer el
zapping se ha convertido en tu distracción favorita. Que no se diga con lo
bonica que tú eras y lo guapa que tú estabas.
Ah Nix Rasilis la ciudad donde la juerga no se
acaba. Esto es Jauja pero no te creas. Puede que las paguemos todas juntas.
Este es el llanto de don Rodrigo en su Cava y llegan sin cesar chicas con la
maleta, mujeres extranjeras a parir. oye, nada podemos hacer. Beber chiquitos y
quedarnos metidos en el banco, acudir a la manifestación a gritar basta ya y
levantando las manos blancas. Gracias a que tenemos democracia y libertad ese
Idígoras ha podido morir en la cama y no con un tiro descerrajado en la sien.
Los gudaris saludaban la entrada de su cadáver puño en alto y rostro enhiesto.
Hay que ver que poco me gustan estos gestos. Las sacatacos ponen música ligera.
Todas estas pegadizas canciones son una birria pero nos ayudan a seguir
tirando. ¡Oh, tú, Nix Rasilis! ¡Oh, bendita negra de san Francisco. Hay que ir
con el caos. Dejar que la ola te surmonte para que no nos arrolle el
torbellino. Ser literato confeso es una de las pocas cosas obscenas que se
puede ser en el siglo XXI cuando las tablas de la ley han saltado hechas
pedazos, las multitudes nos desbordan pues ha estallado en alguna parte la
bomba de Mao y cunde el efecto llamada cruel eufemismo que se han desenfundado
los repipis para no llamar las cosas y evitar pronunciar la palabra maldita:
invasión en toda la regla. Nos desborda
un aluvión de chatarra humana y se cuestiona en verdad algunas de las enseñanzas
evangélicas que el hombre vale mucho que está hecho a imagen y semejanza de
dios y que es templo del espíritu santo. Esto no es mi juicio sino un poco
tartarinesco. Hay quien nos desborda la página pero la verdad subyace, ínclita,
al resguardo del morrillo de los diccionarios como un tesoro escondido. En sus
páginas estudiaba yo las lascas astrales. Todas las paganías. Todas las skepsis
que nos brindaron los intelectuales de poca monta. Sin embargo, todo hay que
decirlo: fueron los intelectuales los que sirvieron en bandeja la masacre.
Desde entonces siempre pegando volantines la vida española. Yo te haré
partícipe de mis tesoros.¿De veras? Después de la contienda se nos quedó el
mundo hecho un retrete. Olía mal por
todas partes. El hambre, el robo, el adulterio, la promiscuidad, el hedor de
los rapaces abandonados sin hogar, secuela de las bombas, los gamines que
siempre aparecen después de las fiestas, entre las ruinas de las bombas y los
solares arrasados. No fui puro, me quedé agazapado en un rincón de la taberna.
La verdad es que siempre fuiste un valentón tabernario, algo tartarinesco. ¿Qué
podíamos hacer? Se nos llegaba el ruejo de golpe. Joven, estos tíos nos
machacan. Y allí estaba la tríbada sentada en lo alto de la planta noble. Era
una bollera pepera, católica y cruel mentira de las españas ensangrentadas. Me
sumí en la sima de las reflexiones y noté el pasar de borrasca.
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