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lunes, 24 de noviembre de 2014

VENTA VIVEROS DONDE PARABA A BEBER DON FRANCISCO DE QUEVEDO Y YO SIEMPRE QUE PUEDO CAMINO DE ALCALÁ

Quevedo venta viveros

 

A medio camino entre Alcalá y Madrid la primera vez que pasé por esta casona en la carretera de Zaragoza me cupo la impresión inexplicable de que antes yo había estado allí en otra vida precedente. ¡Una cosa maravillosa! ¿Me reclamaban misa dioses familiares manes lémures y penates? ¿Fui un arriero, un clérigo sin fortuna o un estudiante camino de las escuelas que iba a Alcalá a comerse los libros y abrirse camino en la vida? ¿Un trajinante de los muchos que poblaron los polvorientos camino de Castilla al conjuro de la sentencia de “fortuna te de dios hijo que el saber no te hace falta”? en medio de tan atrayente topografía sentí la llamada de mi pasado y de mi patria. El lugar en plena llanura del valle del Henares solemne y en desabrigo me brindaba su hospitalidad familiar y me parece que a partir de entonces creo que la teoría de la reencarnación no es ninguna superchería.

En el siglo de Oro este ventorro era punto de recalada de estudiantes y ninfas de cantón y allí el ocio y el negocio se juntaban en cueros vivos: matachines, estudiantes, bellacos rufianes y barbianas, la alcahuetería y la religión porque siempre pasaba algún fraile pues los curas en España siempre viajaron mucho.

Don Francisco de Quevedo autor del soneto más impresionante en que se canta al amor al modo maravilloso y platónico lo lunfardo y los provenzal en el mismo saco no era demasiado considerado con las féminas. “Dios te guarde de alguaciles y de mujer rubia pedigüeña y carirredonda”. A lo mejor los políticos de hoy día como ZP y sus secuaces – el más tonto hace un cesto- lo denunciarían por lo de la violencia de género y tiene guasa la coso porque no hay gente más desabrida y violenta que las féminas de las tetas al aire y el culo tieso profanando los iconostasio propugnadoras de la lucha de género, que parecen salvajes, así como los predicadores de lo políticamente correcto verdaderos apaniguados del infierno.

En el mesón de Viveros entre Torote y Torrejón pernoctan don Diego Coronel y su escudero Pablillos que iba a graduarse a la universidad en calidad de fámulo o estudiante de mantellina por lo pobre enviados por el padre, el ilustre prócer segoviense, después de haberles rescatado del cautiverio del Dómine Cabra y tras una convalecencia de nueve días a base de pistos y sustancias, estaban en los puros huesos.

En el corral del albergue – el posadero era morisco y ladrón- topan con su primera aventura: estudiantes dos rufianes un clérigo que hacía que leía el oficio en su breviario y las consabidas ninfas del cantón para las que a estas laboriosas abejas del amor Viveros era parada y fonda desde que comenzaba el año lectivo esto es desde San Lucas hasta pasado el Corpus porque a “Alcalá putas ya viene san Lucas”.

― Qué buen talle de caballero, dijo una de las tusonas. ¿Y va a estudiar?

Claro que sí. Allí los despluman. El convite al que se auto invitan los intrusos es de lo más memorable de la literatura culinaria:

― Un abuelo tuvo mv., tío de mi padre, que en viendo lechugas se desmayaba.

No les conocían de nada. Ni les habían visto en su puta vida pero les siguen estupefactos la corriente. El que más comía era el cura “con solo mirar” gazuza de tres semanas debía tener aquel clérigo. Dieron cuenta de medio cabrito asado dos lonjas de tocino y un par de palomos cocidos.

― No cene mucho, señor, a ver si le va a hacer mal- decía a mi amo el maldito estudiante. Y más que es hacerse a comer poco para la vida de Alcalá

Juan de Leganés famoso aritmético se les aparece para hacerles unas cuantas sumas y restas a la bolsa de don Diego que queda muy menguada. Señor nuevo,  pocas estrenas. Sacerdote soy. Ya se lo dirán de misas.  Se lo pagarán las ánimas benditas, hermano.

― ¿Qué te dio el cura?

― Un consejo

― ¿Y es todo lo que te dio?

― Sí, y además me dijo sé bueno.

― Con bondades no se paga el piso ni se compran fideos

― Todo es bueno para el convento ya sabes.

― Y yo me cago dentro

 En el Buscón no hay pesimismo ni angustia vital sino ganas de vivir. Ahí te las compongas. Espabila. Pablo, abre el ojo que asan carne. Burlas y engaños. Patente de chacotas y novatadas, algunas crueles pero las travesuras de los estudiantes no tenían fin y se aguzaba el ingenio como un entrenamiento para la vida.

El autor observa Alcalá que era un ciudad de cristianos nuevos  estaba muy poblado de judíos y moriscos, la mayor parte de sus mercedes cristianos de nombre en privado seguían observando la religión de sus mayores o el zancarrón mahometano o el candelabro de san Moisés. Quevedo arremete contra esta circunstancia con todas sus fuerzas y señala como males del siglo en aquellas conversiones forzosas la superstición, la alcahuetería, la hipocresía y el disimulo.
Todos sentían pavor con solo mentar el nombre de la inquisición como le ocurrió a la patrona de la casa donde el pícaro entró a pupilo, la del piopío. Creen en dios sobre falso, explica el novelista.  El morisco suele ser ladrón, se dedica a los más bajos oficios pero el  de tabernero y ventero son sus preferidos. Acostumbra a bautizar el vino. El judío, ocupado de m,enesteres más liberales o curailes (abogado, médico, alquimista) suele ser mentiroso y engañador como acredita su gran nariz y su cabellera rojiza según lo pintan en la estatuaria de los pasos que salen en procesión la Semana Santa.
Al protagonista le esperan horas crudas, recién incorporado a su pupitre en las aulas complutenses y a la camarilla del dormitorio corrido. Le reciben los veteranos con salva de flemas y esputos.  Se aparejaron gargajos y le pusieron como un cristo blanca de nieve la sotana recién estrenada tanto  temió por su vida que de miedo la noche de su llegada se cagó y se meó en la cama.

― Por resucitar está Lázaro según hiede- dijo un bellaco.

La escena del eccehomo con que el estudiante paga patente de novatada es una de las descripciones más donosas tragicómicas y patéticas de la literatura del Siglo de Oro. Quevedo se perfila inimitable.

Narices descomunales de los judíos en los pasos de semana santa. Judas era rubicundo y pelirrojo. Moriscos cleptomanos y de mirada atravesada.  Traidores como refiere también Cervantes en el Quiojote al describir a aquel Chicote pasisano suyo al que encuentra con la gente de la camándula de peregrino a Compostela.
Las brujas alcalaínas no vuelan por el aire, echan las cartas, recuentan la guija, calculan las habas y el Santo Oficio las mete mano. La madre de Pablillos está presa en la cárcel de la inquisición toledana por esta causa. “La patrona llevaba enroscado al cuello un rosario de cuentas grandes que pesaban lo que un haz de leña”. Le mentaban la dueña la inquisición y rompía a llorar. El estudiante complutense tiene que espabilar y se licencia no sólo en retórica y en latín sino también en gramática parda.

 El lance de los pollos y el piopio artimaña con la que le afana lo mejor del corral mediante el engaño de que había invocado en irreverencia el nombre de los papas que se llamaban Pío es digno de antología. Pocos autores han visto en él una sátira antivaticanista. Quevedo educado con los jesuitas y amigo dellos pero creyente más en Jesucristo que en los que se arrogan el título de vicarios suyos les fustiga sin compasión por su rapacidad doblez y altanería.

 A su progenitor lo guindan en el rollo de Segovia. Tuvo muerte tranquila y con presencia de ánimo. Recibió a la Huesuda con paciencia y buen humor contando chistes y hablando con el verdugo a ver como te cortas y procura que ese tablón que está podrido del cadalso a ver si lo arreglas para cuando el próximo.
Pablos vuelve a la ciudad del acueducto para recabar la herencia y abominar de los suyos. Su madre se encuentra en Toledo encarcelada por la inquisición. Parábolas, palabras y más palabras, y alguna parola engañosa pero así  de crueles eran aquellos tiempos. Los españoles estaban obsesionados con las guerras de Flandes, los espías franceses, las traiciones de Antonio Pérez, los moros en la costa o la Alpujarra y los inventos mecánicos de Juanelo que quería subir todo el agua del Tajo a Toledo. En las cartas y don Francisco escribió muchas (algunas, infinidad, se han perdido) se comunicaban a través de la posta los que sabían escribir sobre dos asuntos principales: si había arribado la flota de Indias a Sevilla y otra cosa de no menor importancia: la renovación de las mozas de partido en los lupanares de Madrid: gallegas, andaluzas, griegas, catalanas y de Logroño. Parece ser que el Caballero de las Espuelas de Oro se pifiaba por las irlandesas y así lo hace constar en carta a un amigo. Le gustaban las rubias pelirrojas por lo visto 

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