Ser paisano del
Buscón y a mucha honra
“Yo, señor, soy de Segovia. Mi
padre llamose Clemente Pablo natural del mismo pueblo (Dios le tenga en el
cielo) fue tal como todos dicen de oficio barbero aunque eran tal altos sus
pensamientos que se corría el rumor de que era tundidor de barbas y sastre de
mejillas” Así arranca la primera de las grandes novelas picarescas y uno de los
monumentos literarios del idioma nuestro. La historia de la vida del buscón don
Pablos ejemplo de vagabundos y espejo de tacaños. Tenía el padre del
protagonista otros oficios (hombre de muchos oficios pobre seguro) entre ellos
el de verdugo. Tampoco puede presumir de alcurnia ni alta genealogía porque la
madre Aldonza de San Pedro la de Diego de san Juan y nieta de Andrés de San
Cristobal –a los conversos se les bautizaba con el nombre de las parroquias en
las que fueron bautizados o con el santo del día- y toda la obra de don don
Francisco de Quevedo y Villegas es una rechifla del clasismo tan imbricado en
el carácter español y sus blasones. Quieren provenir todos de la pata del caballo
del cid cuando todos nacimos de Eva y Adán. Ese clasismo quizás origine toda
nuestra complicación mental tan dada al caudillismo al mestizaje por la
procedencia hebrea, la picaresca el anarquismo y la utilización de la iglesia
primero y después de la política como una sinecura o un modus vivendi donde
roba el que puede. El español busca colocación un lugar al sol para vivir de
las rentas o sin pegar golpe. Los hidalgos no quieren trabajar. Todos quieren
tener carrera ninguno quiere ser herrero ni fontanero. Ahí estriba una parte
del drama.
Quevedo dice de su personaje que
era descendiente de la letanía. Doña Aldonza hechizaba, leía las habas y hacía
conjuros por lo que fue emplumada varias veces y la llevaron en el asnillo de
los penitencias (zurcidora de gustos remienda/virgos, celestina, porque somos
todos un poco hijos del Quijote y de Celestina y a mucha honra, y algebrista de
voluntades desconcertadas, vio volar al cabrón dormía entre sogas de ahorcados
y la dieron plumas, las de la risa.
Dice la leyenda que Pâblillos
nació cabe del arco del Socorro la antigua puerta de San Andrés. Yo nací en un
falansterio que llamaban la casa la Troya entre vecinos muy honrados (algún mutilado
de guerra la señora Segunda, a la que mataron dos hijos en el frente, la señora
Antonia la de Lérida que vino huyendo de un bombardeo en Cataluña, Iglesias el
comunista que recitaba el Piyayo tan primorosamente casado con la Serafina, la tía
Carnerita etc. Todo ese mundo de aquella corrala segoviana la describo en mi “Seminario
vacío”.
Pues había un letrero conmemorativo
entre los mampuestos del arco del Socorro que decía que en aquel barrio nació
del Buscón don Pablo hijo del ingenio del gran humorista don Francisco de
Quevedo. Y a Cela le hacía mucha gracia eso; mira que llamar humorista a
Quevedo cuando no hay escritor más serio y más profundo en las letras
castellanas. No se enteran. No le deben de haber leído bien pero la cuestión
era que en San Andrés estaba la aljama o judería vieja y también el macelo o
matadero donde los rabinos sacrificaban los corderos con arreglo as los
preceptos de la vieja ley para desangrar al animal de las impurezas de la
sangre (trufar) lo que denominan los askenazíes del Este carne kosher. Meter el
dos de bastos y sacar el dos de oros.
Llegue a conocer al último de los
descendientes de aquellos matarifes veterotestamentarios uno que le llamaban el
Jurri que por cierto es otro nombre que sale en la novela del Buscón. El
azoguejo segoviano era polo de atracción no sólo de tundidores y peraíles una
profesión muy habitual en una ciudad lanera como Segovia unos cardaban la lana
y otros portaban la fama sino también de gente del hampa o de la carda. Otros
lugares de encuentro de la picaresca y del vagabundaje (soldados licenciados de
las guerras flamencas, ex convictos y redimidos de galeras frailes giróvagos
mozas de toldo y arandela. Buleros y buhoneros) eran el Potro cordobés el
Perchel malagueño Zocodover toledano el arrabal de Arévalo o las gradas de San
Felipe en Madrid. ¿Cómo parlaba, a qué olía aquella sociedad, cual eran los
colores, cómo sonaba el castellano en aquellos tiempos, cuál eran las
preocupaciones sustanciales de nuestros antepasados gentes de buen talante,
aunque apretadas por las dificultades no disimulaban a veces mala condición,
que pechaba con las dificultades y se reía de su propia sombra? Para tener una
noción de respuesta a tales preguntas conviene enfrascarse en las alborozadas páginas
del Buscón y ver a través del ojo mágico de la literatura guiados por la pluma pasmosa
del Caballero de las Espuelas de Oro que nos transporta en un viaje a través de
la España del XVII dentro de las artolas de su poderosa y ferviente
imaginación.
La preocupación mayor era llenar
la andorga pero en eso los españoles no éramos diferentes al resto de los pueblos
de Europa (franceses, tudescos, ingleses o rusos) Aunque exagerado el retrato
del clérigo cerbatana que mataba de hambre a sus estudiantes es un dibujo
impresionista de la situación real. Humor y rechifla con las `propias miserias
indulgencia con los conversos porque en Segovia todos eran conversos y hay una
descendencia judía innegable (somos quizá judíos pero de otra tribu muy
diferente a la que dirige los asuntos en el mundo. Nos conformamos con Sefarad.
Sion y los sueños sionistas quedan un poco a trasmano) además nos bautizamos y
nos hicimos católicos a machamartillo.
Es la idea que trasmina en este
libro que es una defensa de la catolicidad escolástica. Padeció Pablillos so el
poder de Poncio de Aguirre. Lo dice de un judío que no se había aprendido aun
el credo cuando entró a servir a Diego Coronel otra familia segoviana de
confesos. Se narran las bárbaras costumbres de carnestolendas. Corríamos el
gallo en la rinconada. Se manteaba a los neófitos, a las viudas que se casaban
de segundas nupcias, cencerrada. El ojo del culo es el más hundido y más profundo.
Pasar hambre aguzaba los garfios de la imaginación. Y otras muchas truhanerías
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