Raúl del Pozo sigue siendo tan generoso como aquellos señores medievales que vinieron de las cruzadas. Eso al menos parece y por eso es tan popular entre los chicos jóvenes que quieren abrirse paso en la carrera de las letras. Sin embargo, encuentro que sus maneras tajantes y elegantes, más que de un guerrero, son las propias de un cardenal renacentista, habiendo venido él del comunismo.
Se subió a la columna de Umbral superándola y sus prosas son oro y plata en medio de la fanfarria y del tertulianismo mediático que aburre a las ovejas y se repite más que la cebolla en la viña del Señor.
Los españoles empiezan a pasar de política y se vuelven al julepe, las siete y media, la eterna brisca y el tute.
Cada día Raúl se supera a sí mismo en un auténtico tour de forcé, y, haciendo malabarismos con el idioma, nos da lecciones de como se ha de escribir "in askance" o de refilón con un tironcito de compasión y de mala leche sobre las cosas de la actualidad. Una noticia no es lo que es sino lo que está al fondo. La objetividad y la famosa pirámide de las seis W es un cuento chino que se sacaron de la manga los anglosajones, teoría en la cual ellos no creen. Por eso, son tan importantes en el New York Times o el Washington Post los columnistas y el columnismo que constituyen el ápice y son lo más difícil del periodismo.
Escribir es encontrar una voz y él ha encontrado su voz distinta a la de Umbral y CJC que en paz descansen. Es por lo que algunos merecen leerse y otros, gregarios y del montón, hay que echar sus artículos a la papelera. Lo que falta en este país es imaginación.
Sepan cuantos que Madrid es una gran timba. Aquí e ha jugado en los cuerpos de guardia, en las cárceles, en los conventos, en las trincheras, en los burdeles y en las sacristías, en galeras, en las rectorales y hasta en los palacios del obispo porque esto de los naipes es un vicio como un eclesial y casto.
La inclinación a los juegos de azar nos viene de los romanos. El centurión Cornelio hizo la vista gorda, cuando sus soldados de escolta que asistían a la crucifixión, contraviniendo las leyes del imperio, se jugaron a la taba la túnica de Cristo. Quevedo que era un tahúr empedernido recorrió las casas principales de Europa desde la Venta de Viveros en Alcalá donde se hizo "misacantano del rentoy "que era un juego que aprendieron los tercios viejos en Flandes hasta el tinelo de los alcázares ducales o la red de garitos que tenía establecido el Conde Duque por la Villa y Corte. En Venecia salvó la vida por hablar a la perfección el italiano haciéndose pasar por un trilero piamontés cuando la conjuración de Venecia en una noche de cuchillos largos contra los españoles.
Y, preso en una mazmorra de San Marcos de León, entretenía sus ocios con la lectura del Libro de Job o haciendo solitarios con la baraja.
Jovellanos nos cuenta en sus libros cómo en Asturias el juego más popular en las veladas de invierno era el "se cansa". Teniendo las cartas de la baraja en la mano, un español se transforma, se olvida del mundo, parece recuperar una cierta fibra mística que lo abstrae de los negocios terrenales. Ante el tapete verde parece que están en trance, que se olvidan de sí mismo, aunque pierdan la camisa o los desplumen.
No estoy muy de acuerdo con Raúl del Pozo en eso de que los moros tuvieran prohibidos los juegos de azahar. La palabra baraja viene del árabe (baraca que significa fortuna) y los judíos tampoco se quedan atrás porque introdujeron en Castilla eso del tarot, las cartas astrales, con todos sus palos de superstición, aunque puede ser que me equivoque.
La inquisición quemó a menos herejes que a brujas y echadoras de cartas. ¿Estará nuestro destino escrito en las estrellas y en esos naipes que cortan y barajan en sus consultorios las adivinas de la tele? Morbo y morbo. Nadie sabe qué nos va a pasar, si vamos a perder el trabajo o nuestra señora se va a fugar con un legionario. Todo un inmenso negocio. Por eso pienso que ese tal mr. Adelson, el judío californio, del fallido proyecto para construir un gran Las Vegas en los retamares de Alcorcón, aparte de que a la Aguirre y al González y a Gallardón les "estaba sacándonos a pasear" para vendernos la burra mal capada, quería traer hierro a Bilbao. Nuestros munícipes y políticos mordieron el anzuelo con que les trataba de engañar un pobre hombre.
Ahora bien, el negocio de las tragaperras mueve millones; se compagina con el de la venta de armas, la trata de blancas o el narcotráfico. Una verdadera mina que explotan hombres insignificantes, viejos cansinos de las canas teñidas y los dientes postizos que aprietan el botón instalados en altos despachos invisibles de Chicago o Manhattan desde donde tiran de las riendas del carro de heno del mundo.
Al menos este señor que se arruinó en Hong Kong (de todo me arrepiento en la vida menos de aquella chinita en Hong Kong que decía frufrú al hacer el amor) y pedía montes y morenas dio la cara delante de nuestros políticos poco sagaces y nada capaces.
Luego fuese y no hubo nada como se decía en los largos parlamentos de las comedias de capa y espada de nuestro Siglo de Oro.
Raúl contrajo en Londres el vicio del juego según nos explicó en un delicioso almuerzo navideño el otro día a Julián Martínez y a mí.
Otros nos inclinamos por otras tachas, mayores y menores, como el humo del tabaco o el traguillo pero quien no conoce a los hombres no conoce a los vicios, reza un adagio romano.
Volvió el querido colega, tan generoso, a obsequiarme con una botella de Vega Sicilia que yo he guardado para la comunión de mi nieto Mario.
Si Dios me deja en esta tierra siete años, alzaré mi copa a su salud brindando por el gran periodismo, la excelsa literatura con que nos regala el indiscutible maestro - ya sé que algunos envidiosos no lo pueden ver, es la cruz que han de portar los genios en este país- cada mañana desde las páginas del Mundo (su crónica es lo mejor que se publica en el periódico del Tirantones) y para muestra aquí este botón. Nada importa que te desplumaran, querido conquense, alguna noche en Torrelodones. Para echarte un capote en un apuro allí estaba al quite Alfonso el cerillas del Gijón y dejarte mil duros para llegar a fin de mes. Hagan juego, señores. Pasen y lean.
RAÚL DEL POZO Actualizado: 24/12/2013 03:01 horas El autobús de los canis te llevaba gratis a Torrelodones. El nombre se lo puso Tito Fernández, un pícaro, un genio, mi mejor amigo y el mejor amigo de los gitanos. Nosotros nunca usábamos el autobús de los canis, que era gratis. Si acaso, alguna vez a la vuelta, pero veíamos llegar a aquel pelotón de derrotados, jornaleros de las martingalas, la mayoría pelados, sonámbulos y viejos gariteros, crupieres de timba que llevaban metidos en los oídos el estrépito de los cojinetes de las bolas. En aquel tiempo, el Gran Casino estaba lejos, porque se siguió aquí esa hipocresía institucional de poner el vicio lejos de la ciudad, una medida de disuasión que ya se había empleado en el desierto de Las Vegas, en el mar o en aquellos riverboats del Misisipi en los tiempos del salvaje Oeste. Quizás ese paternalismo moral sea un error, porque a los ludópatas les engancha lo más lo lejano, lo prohibido, lo incierto, lo imposible, la voluptuosidad de la suerte que yo experimenté, algunas noches acompañando a Lola Flores, capaz de dar un sablazo a un guardia de seguridad o a un chino que no le conocía. En algunas ciudades americanas hay tragaperras hasta en las farmacias y eso hubiera ocurrido aquí si hubiera triunfado la propuesta de Adelson. Pero el demonio del juego es moro, no judío, y el proyecto Eurovegas fracasó por la intervención del maligno. Lo dijo Mahoma: Satán busca sembrar el odio entre vosotros mediante el vino y las apuestas. Satán no levantó un templo del vicio, aunque los casinos de Madrid, aprovechándose del aflojamiento de las leyes, colaron dos capillas en el corazón de la ciudad más jugona del universo. Se van a abrir casinos en el centro de Madrid, en Colón y en la Gran Vía. Silbará el crótalo a 100 metros del Gran Café Gijón. En otra época esto hubiera sido mi perdición, o tal vez la perdición sea aburrirse, prescindir de los sueños y las pasiones. Avisemos a los ciudadanos: el azar no existe, Dios no juega a los dados, la palabra azar fue inventada para expresar la ignorancia. Piénsalo bien antes de entrar al falso paraíso, donde nadie gana excepto el dueño. Pero que también sepas que no hay flechazo que pueda compararse con ganar en la ruleta: es como tocar las estrellas con la mano. Los del foro iban tanto a las leoneras que vendían sus propios esqueletos a los prestas porque se decía que coimero sin prestador era rey sin capitanes, galera sin remo. Algunos señores de terciopelo negro apostaban las mulatas esclavas
Se subió a la columna de Umbral superándola y sus prosas son oro y plata en medio de la fanfarria y del tertulianismo mediático que aburre a las ovejas y se repite más que la cebolla en la viña del Señor.
Los españoles empiezan a pasar de política y se vuelven al julepe, las siete y media, la eterna brisca y el tute.
Cada día Raúl se supera a sí mismo en un auténtico tour de forcé, y, haciendo malabarismos con el idioma, nos da lecciones de como se ha de escribir "in askance" o de refilón con un tironcito de compasión y de mala leche sobre las cosas de la actualidad. Una noticia no es lo que es sino lo que está al fondo. La objetividad y la famosa pirámide de las seis W es un cuento chino que se sacaron de la manga los anglosajones, teoría en la cual ellos no creen. Por eso, son tan importantes en el New York Times o el Washington Post los columnistas y el columnismo que constituyen el ápice y son lo más difícil del periodismo.
Escribir es encontrar una voz y él ha encontrado su voz distinta a la de Umbral y CJC que en paz descansen. Es por lo que algunos merecen leerse y otros, gregarios y del montón, hay que echar sus artículos a la papelera. Lo que falta en este país es imaginación.
Sepan cuantos que Madrid es una gran timba. Aquí e ha jugado en los cuerpos de guardia, en las cárceles, en los conventos, en las trincheras, en los burdeles y en las sacristías, en galeras, en las rectorales y hasta en los palacios del obispo porque esto de los naipes es un vicio como un eclesial y casto.
La inclinación a los juegos de azar nos viene de los romanos. El centurión Cornelio hizo la vista gorda, cuando sus soldados de escolta que asistían a la crucifixión, contraviniendo las leyes del imperio, se jugaron a la taba la túnica de Cristo. Quevedo que era un tahúr empedernido recorrió las casas principales de Europa desde la Venta de Viveros en Alcalá donde se hizo "misacantano del rentoy "que era un juego que aprendieron los tercios viejos en Flandes hasta el tinelo de los alcázares ducales o la red de garitos que tenía establecido el Conde Duque por la Villa y Corte. En Venecia salvó la vida por hablar a la perfección el italiano haciéndose pasar por un trilero piamontés cuando la conjuración de Venecia en una noche de cuchillos largos contra los españoles.
Y, preso en una mazmorra de San Marcos de León, entretenía sus ocios con la lectura del Libro de Job o haciendo solitarios con la baraja.
Jovellanos nos cuenta en sus libros cómo en Asturias el juego más popular en las veladas de invierno era el "se cansa". Teniendo las cartas de la baraja en la mano, un español se transforma, se olvida del mundo, parece recuperar una cierta fibra mística que lo abstrae de los negocios terrenales. Ante el tapete verde parece que están en trance, que se olvidan de sí mismo, aunque pierdan la camisa o los desplumen.
No estoy muy de acuerdo con Raúl del Pozo en eso de que los moros tuvieran prohibidos los juegos de azahar. La palabra baraja viene del árabe (baraca que significa fortuna) y los judíos tampoco se quedan atrás porque introdujeron en Castilla eso del tarot, las cartas astrales, con todos sus palos de superstición, aunque puede ser que me equivoque.
La inquisición quemó a menos herejes que a brujas y echadoras de cartas. ¿Estará nuestro destino escrito en las estrellas y en esos naipes que cortan y barajan en sus consultorios las adivinas de la tele? Morbo y morbo. Nadie sabe qué nos va a pasar, si vamos a perder el trabajo o nuestra señora se va a fugar con un legionario. Todo un inmenso negocio. Por eso pienso que ese tal mr. Adelson, el judío californio, del fallido proyecto para construir un gran Las Vegas en los retamares de Alcorcón, aparte de que a la Aguirre y al González y a Gallardón les "estaba sacándonos a pasear" para vendernos la burra mal capada, quería traer hierro a Bilbao. Nuestros munícipes y políticos mordieron el anzuelo con que les trataba de engañar un pobre hombre.
Ahora bien, el negocio de las tragaperras mueve millones; se compagina con el de la venta de armas, la trata de blancas o el narcotráfico. Una verdadera mina que explotan hombres insignificantes, viejos cansinos de las canas teñidas y los dientes postizos que aprietan el botón instalados en altos despachos invisibles de Chicago o Manhattan desde donde tiran de las riendas del carro de heno del mundo.
Al menos este señor que se arruinó en Hong Kong (de todo me arrepiento en la vida menos de aquella chinita en Hong Kong que decía frufrú al hacer el amor) y pedía montes y morenas dio la cara delante de nuestros políticos poco sagaces y nada capaces.
Luego fuese y no hubo nada como se decía en los largos parlamentos de las comedias de capa y espada de nuestro Siglo de Oro.
Raúl contrajo en Londres el vicio del juego según nos explicó en un delicioso almuerzo navideño el otro día a Julián Martínez y a mí.
Otros nos inclinamos por otras tachas, mayores y menores, como el humo del tabaco o el traguillo pero quien no conoce a los hombres no conoce a los vicios, reza un adagio romano.
Volvió el querido colega, tan generoso, a obsequiarme con una botella de Vega Sicilia que yo he guardado para la comunión de mi nieto Mario.
Si Dios me deja en esta tierra siete años, alzaré mi copa a su salud brindando por el gran periodismo, la excelsa literatura con que nos regala el indiscutible maestro - ya sé que algunos envidiosos no lo pueden ver, es la cruz que han de portar los genios en este país- cada mañana desde las páginas del Mundo (su crónica es lo mejor que se publica en el periódico del Tirantones) y para muestra aquí este botón. Nada importa que te desplumaran, querido conquense, alguna noche en Torrelodones. Para echarte un capote en un apuro allí estaba al quite Alfonso el cerillas del Gijón y dejarte mil duros para llegar a fin de mes. Hagan juego, señores. Pasen y lean.
RAÚL DEL POZO Actualizado: 24/12/2013 03:01 horas El autobús de los canis te llevaba gratis a Torrelodones. El nombre se lo puso Tito Fernández, un pícaro, un genio, mi mejor amigo y el mejor amigo de los gitanos. Nosotros nunca usábamos el autobús de los canis, que era gratis. Si acaso, alguna vez a la vuelta, pero veíamos llegar a aquel pelotón de derrotados, jornaleros de las martingalas, la mayoría pelados, sonámbulos y viejos gariteros, crupieres de timba que llevaban metidos en los oídos el estrépito de los cojinetes de las bolas. En aquel tiempo, el Gran Casino estaba lejos, porque se siguió aquí esa hipocresía institucional de poner el vicio lejos de la ciudad, una medida de disuasión que ya se había empleado en el desierto de Las Vegas, en el mar o en aquellos riverboats del Misisipi en los tiempos del salvaje Oeste. Quizás ese paternalismo moral sea un error, porque a los ludópatas les engancha lo más lo lejano, lo prohibido, lo incierto, lo imposible, la voluptuosidad de la suerte que yo experimenté, algunas noches acompañando a Lola Flores, capaz de dar un sablazo a un guardia de seguridad o a un chino que no le conocía. En algunas ciudades americanas hay tragaperras hasta en las farmacias y eso hubiera ocurrido aquí si hubiera triunfado la propuesta de Adelson. Pero el demonio del juego es moro, no judío, y el proyecto Eurovegas fracasó por la intervención del maligno. Lo dijo Mahoma: Satán busca sembrar el odio entre vosotros mediante el vino y las apuestas. Satán no levantó un templo del vicio, aunque los casinos de Madrid, aprovechándose del aflojamiento de las leyes, colaron dos capillas en el corazón de la ciudad más jugona del universo. Se van a abrir casinos en el centro de Madrid, en Colón y en la Gran Vía. Silbará el crótalo a 100 metros del Gran Café Gijón. En otra época esto hubiera sido mi perdición, o tal vez la perdición sea aburrirse, prescindir de los sueños y las pasiones. Avisemos a los ciudadanos: el azar no existe, Dios no juega a los dados, la palabra azar fue inventada para expresar la ignorancia. Piénsalo bien antes de entrar al falso paraíso, donde nadie gana excepto el dueño. Pero que también sepas que no hay flechazo que pueda compararse con ganar en la ruleta: es como tocar las estrellas con la mano. Los del foro iban tanto a las leoneras que vendían sus propios esqueletos a los prestas porque se decía que coimero sin prestador era rey sin capitanes, galera sin remo. Algunos señores de terciopelo negro apostaban las mulatas esclavas
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