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domingo, 16 de junio de 2013

EL PASCUAL DUARTE Y LA VIOLENCIA DE GENEREO


CELA Y  PASCUAL DUARTE

 

Paso por Chichilla castillo roquero sobre el peñasco manchego siempre escucho con los oídos del recuerdo los gemidos de los penados de una de las cárceles más terribles de la Piel de Toro. Escucho la voz de los vivos muertos Hasta las águilas entonan en las peñas grajeras el romance del prisionero y escucho los gritos de los ajusticiados, ese rumor de sepulcro que tiene todo presidio, ese lamento que se acompasa con las órdenes de mando de los carceleros ante de las conducciones… “con todo”, el inclemente chirrido de los rastrillos, la voz detonante de los funcionarios del recuento, los juramentos de los cabos de vara, el silencio de las pisadas de la pareja cuando las conducciones de los penados se realizaban a pie por números de la Benemérita y formaban una penosa visión avanzando por las sendas de España. Campos de Castilla, camino de forzados. El penal surtía de remeros a la flota imperial que embarcaba en galeras por Cartagena.

Toda la vida es cárcel: el alma es cárcel del cuerpo, la letra cárcel del espíritu se convierte en letra muerta, la tierra es cárcel del mar, el horno es cárcel del pan, el usurero está prisionero entre los barrotes de la avaricia y el conocimiento y el amor andan prendidos entre rejas de dolor. Todos vamos de remeros en la galera de la vida que es un barco no sabemos adonde nos lleva; así sucesivamente.

En Chinchilla nació el famoso locutor Constantino Romero el que doblaba películas americanas con voz portentosa y acaba de fallecer en Barcelona.

Allí dieron a Pascual Duarte, un nuevo quijote que luchó contra los molinos de viento de la injusticia, garrote vil. Pertenece ya a la historia de nuestras ficciones el personaje que creó CJC en un libro bellísimo, no sólo la mejor novela de posguerra sino una de las mayores que se escribieron en romance.

El Duarte fue  hijo  de un portugués y de la imaginación de Cela que aglutina detalles biográficos tal vez del autor: el odio a la madre. Según los alienistas esa fobia es el germen de tendencias criminales, inclinaciones al alcohol, la misoginia o los celos pero es también un acicate de inspiración literaria, si es bien reconducido según la psicología.

Todo tiene que ver en esta vida con la madre, a decir de los freudianos, con ese primer momento del nacer que es condicionante del destino; o surge un criminal o un genio.

Si Camilo no hubiera sido escritor pudiera haberse convertido en un bandolero o en un gangster. En una entrevista que le hice me confesó que nadie le tocó un pelo de la ropa porque era tan contundente con la pluma como con la navaja. Francisco de Quevedo también tuvo algo de espadachín echao p´adelante.

 El mensaje de esta gigantesca obra dechado de perfección (el autor la pulió incesante) es actual porque ese rayo que no cesa es el crimen pasional o violencia genérica pero también un problema sin solución injerto en la condición humana sobre todo en la idionsincrasia del español: la honra, los celos.

Eva mordió la venenosa manzana y la ponzoña entra en el código genético de la descendencia y desde entonce nada puede ser igual. Pascual da muerte al Estirao que se acostó con su mujer y deshonró a la persona que más quería en el mundo su hermana Rosarito. Después de su esposa Lola raja a la madre mientras dormía. Un dolor infinito subyace bajo este impulso irrefrenable y criminal. ¿Somos libres en puridad o encadenados al gollete del mal fario?

Tremenda historia. Narrada desde la melancolía y la compasión hacia este extremeño sin suerte al que un hado maléfico lo persigue haciéndole víctima de ese pronto, de esa pulsión irresistible que aterra a los frenólogos.

Ya en presidio se arrepiente y cuenta que su mala estrella le hizo esclavo de sus impulsos. Pascualete no es un asesino, sin embargo, que en el presidio observa una conducta irreprochable. Simplemente un infeliz, una buena persona que nace de un vientre del que no debió nacer y acaba enamorado de la persona equivocada. Luego ese maldito pronto y el pundonor, la fama el qué dirán.

Cela mi padre literario al cual traté e hice una buena entrevista justifica su misoginia en el aserto medieval del “aquilonis percussio” con que motejaban los profesores de la Sorbona a la costilla del hombre. El picotazo del aguijón portón de la vida y la muerte, rendija por donde se cuela el ventalle de las pasiones.  Eva madre de la felicidad y la desdicha.

“Las mujeres son como los grajos de ingratas y malignas”. Esta idea de algunos padres de la iglesia retumba en Quevedo pero viene de Homero y se remonta al Génesis; por ella entrara la vida pero tambien la muerte en el mundo.

Chinchilla un pueblo fantasma que se empina sobre un vampiresco alcor y me acuerdo de los “Vivos muertos” otra gran novela carcelaria que leí en mi juventud. Pascual Duarte y Menoyo el personaje de Eduardo Zamacois debieron de ser hermanos de leche. El personaje de Cela y el de Zamacois constituyen dechado de literatura carcelaria. Un infierno detrás de las almenas ahora convertido en nido de alacranes desafiando a la llanura manchega que otea el páramo es ahora el antiguo penal, que fue fortaleza erigida por Jaime I el conquistador allá por la tercera década del siglo XIII.

El tono compulsivo y realista que se acerca al realismo mágico de Valle Inclán y de Casona en algunas partes refleja la longanimidad del temperamento hispano acostumbrado a pechar con los vaivenes del infortunio y de las calamidades que se presentan de repente; todo eso narrado en un tono ceñido y circunspecto del senequismo celiano mitad compasión mitad ironía que conserva el personaje que quiso morir cristianamente pero que en el instante en que el verdugo acciona el torniquete entra en la desesperación.

Recién licenciado del ejercito – sirvió en la legión con las fuerzas de Franco porque la mejor escritura de los 40 brota de autores que militó en el bando nacional, un hecho irrefragable-  CJC la escribió de un tiró en un verano. Se la rechazaron los editores por tremendista pero tuvo un mentor a Francisco de Cossío mecenas de escritores a los que invitaba a su casona de Tudanca en plena montaña. Gracias a su aval esta novelita pudo ser dada a la estampa. De no haber encontrado a aquel ayo montañés de las bellas letras, hidalgo montañés que habitaba en una solariega en el mismo pueblo de José María de Pereda y que promocionó a no pocos literatos como fue el caso de Rafael Alberti, CJC hubiera sido un descatalogado como tantos y tantos autores de valía – aquí el arte de la literatura fue cultivado abondo y pocos países en el mundo existen donde tanto se escriba, tanto se publique y tan poco se lea- relegados al olvido. La fortuna dicen ayuda a los audaces pero aquí los dioses son caprichosos aunque eso de la censura franquista no deja de ser un mito. A la sazón se considera mucho más férrea que por aquellos días; el sistema se ha vuelto más enmarañado e impenetrable con esto del pensamiento único.

Leyendo al Duarte me parece escuchar la voz de mi padre. Cela en sus primeros libros recoge el pensamiento, el sentir y el habla de aquellas generaciones de los que volvieron de la guerra y que quisieron olvidarla (el resentimiento, el odio, la rabia contra los vencedores vendrían tres cuartos de siglo más tarde) y se entregaron al gozo de vivir en un mundo de carencias, el estraperlo, el gasógeno, la tuberculosis, las casas con derecho a cocina, los patios de vecindad. Su prosa es a la vez divertida y estoica llena de ponderación y de cierta alteza moral en que el arrepentimiento, la melancolía y una cierta bondad esconden esa presencia de ánimo, esa voluntad de reconciliación pero a sabiendas de que la condición humana siempre será igual a sí misma y que el hombre está sujeto a las pasiones y a las veleidades del hado que le persigue. El móvil es la venganza.

Pascual se desquita por la muerte de Lola en el Estirao, en su segunda esposa y en su madre cruel a la que con su rechazo achaca el protagonista todo su infortunio. El tema que aborda no es para paladares exquisitos. Abundan las escenas tremendistas. Se cuenta como un hermano tonto de Pascual, Mario, es atacado por un cerdo que le come las orejas y es precisamente en el entierro del infantito donde el mozo extremeño fuerza a Lola a la que deja encinta y luego ha de casarse con ella.

Entrevisté a Cela en el año 72 en su piso de Torres Bermejas. Dos años más tarde siendo corresponsal de pyresa en Londres dio una conferencia en el Instituto Español que dirigía Alonso Gamo. Concertamos una entrevista. El día señalado no me fue posible por razones que no admitían disculpa había salido yo con una chavala y con las glorias se fueron las memorias. Camilo me disculpó… siempre es mucho más interesante lo que diga esa segoviana que lo que diga yo. Así y todo me concedió una entrevista. Estaba sentado en un diván el vientre muy abultado y un aire de cansancio, fumaba negro y me dio un paquete. A su lado su mujer Charo que no habló nada durante la entrevista. Cela me dijo que él era medio inglés. Su segundo apellido era Trulock, un marino que tenía dedicada una calle en Londres que él fue a visitar. Estaba en la parte cruzado el río del barrio de Elephant and Castle al otro lado del Támesis y allí no vio ningún blanco. Sólo vivían negros. Había en su gesto bondad, generosidad y cierta coña. Cela nunca dejó de escribir como un coruñés con ese ferrete que caracterizó siempre a los habitantes de la capital de Galicia. Su conversación nada retórica echaba chispas del resplandor de los genios pero era un hombre listo y prudente aunque no aguantara pencas ni de aduladores ni de los gilipollas. Tenía muchos enemigos no sólo entre los de siempre contra los que él combatió en la guerra sino entre los envidiosos de sus propios clanes.

Los falangistas querían hacerle de menos, el Opus le negaba el pan y la sal. Los de la Democracia cristiana se escandalizaban de sus salidas de tono irrespetuosas. Por eso listo y sagaz optó por la marcha hacia delante y viajó a Jerusalén y lo nombraron presidente de la junta de amistad con el pueblo de Israel pero este segundo Cela de butades, de paridas y de artículos gnósticos en el ABC pues tenía que ganarse la vida mediante la colaboración periodística. Su huida a Jerusalén fue determinante en la concesión del Nobel un hecho que irritaría a muchos de sus detractores.

En la interviú londinense me confesó su admiración hacia Francisco de Quevedo pero admitiendo que el autor del Buscón empezaba a no ser santo de devoción de lo que daría en llamarse corrección política. Un tipo inteligente y que las veía venir. Aunque no hablaba lenguas sabía bien el terreno que pisaba en qué mundo vivía y conocía sobre todo a los españoles. Trabajador incansable se había leído a todos los clásicos… para escribir lo que hace falta es mucho culo… ¿y si no viene la inspiración?... hijo algo saldrá.

Siete horas seguida desde el amaneces sin levantarse de la silla… esto es cuestión de codos. Padecía de esa polisarcia del escritor. Marina Castaño le puso a régimen pero eso no mejoró su salud. Su lenguaje evoca el habla de los españoles de posguerra encontrando en el castellano esa nota musical y polifónica que tiene y que no hallarían  por ejemplo ni Ortega ni Unamuno. El primero por demasiado barroco y el segundo porque era un tipo abroquelado en su lengua materna el vasco que vale para el zorcico y la poesía pero que retumba como el hierro en las denominadas concordancias vizcaínas. Ello encerraba una ardua labor poco redituable y sólo compensada con eso dado en llamar vocación. A base de esfuerzo encontró esa fibra del idioma la perla escondida que niega sus brillos y favores… en esto de la literatura lo que se requiere son una buena nalgas, hijo, y aquí el que aguanta gana.

Una carrera de obstáculos y un ejercicio de resistencia y la vida en precario llena de nerviosidades, tabaquismos, agitación que se calma con esas hambres vagas inexplicables que acometen al joven que se cree con vocación de escritor, camino de la nevera o escuchando el alegre silbato del canuto del samovar que en Londres se llamaba kettle y fue lo primero que compré cuando alquilé aquel cuarto con derecho a cocina junto con algunos libros y pan y mantequilla para meter en la tostadera (era de lo que me alimentaba) determinado a escribir una novela. La escribí pero jamás encontré editor. Me salían eso sí muchos artículos sobre política y reportajes. Mi mujer embarazada, me ganaba el pan dando clases de español. Llegaba al hogar aquella casa con un pequeño jardín de detrás que daba a un campo de fútbol, casas baratas al pie de una central térmica que vertía humo que parecía lava sobre toda la barriada. Me habían condenado a ensuciar de humo mis pulmones con aquel fogaril que llegaba de la torre de enfriamiento y mis dos paquetes de Players o Embassy a diario. No sabía que empezaba una vida llena de interrogantes. Pobre Martina lo que te hice sufrir. No era el esposo que tú soñaras. Un eterno estudiante un diletante de la literatura. Mi camino de perfección (busqué toda mi vida la excelencia) se torció y mi existencia entró en un vericueto de yerros y escabrosidades que trataba de enjugar con las lágrimas traidoras de la botella. En el cuarto de atrás convertido en biblioteca había reunido los libros de Delibes, de Camilo y otros novelistas porque adquirí en Madrid en las librerías de viejo todos los premios Nadal. Estudiaba estos textos, tratando de imitarlos, copiando a veces páginas enteras o leyendo en voz alta a mi mujer cuentos e historias cortas que yo componía por las noches después de venir de la escuela. Acometía una senda llena de abrojos. No sabía donde me metía. Mi destino sería un poco el de vagabundo de la literatura, un Pascual Duarte que apuñalaba fantasmas. ¡La de gente que yo maté con la imaginación!

Pero allí estaba yo aquella mañana convertido en un periodista cuyas crónicas se publicaban en una cadena de más de cuarenta periódicos españoles. Mi desquite fue darle plantón a Cela. Pero como buen gallego se lo tomó con filosofía. Me hubiera gustado escribir como él pero Cela era inimitable. Creo que con esa clarividencia que embarga a los maestros literarios porque la poesía anduvo de continuo emparejada con la profecía atisbó en mí algo del Pascual Duarte. Tuve la suerte de no ir a presidio. Una providencial mano me apartó del abismo. No controlas los impulsos, ese pronto tuyo te traerá la ruina… why cant you get on with people? El eco de la voz dulce de la Martina me perdigue por doquier… you just hurt me as you did hurt others… you are not normal.

La voz de aquella mujer se alza ahora en mi memoria como el eco de un himno penitencial. Es mi confesión de parte. Devaneos literarios, sofismas. Todos los sábados se organizaban campeonatos de futbol en el miniestado zaguero de aquel barrio de casas baratas. Los equipos estaban integrados por los niños de las escuelas de Doncaster. Escuchaba sus voces cantarinas tratando de domeñar mi ira y la palabra interior que me tiraba en cara mis fracasos. Océanos de papel, libros y más libros. Echaba cartas al correo a las que mis destinatarios no replicarían nunca o bien porque no alcanzaban su destino o por falta de interés. Echaba instancias para ofertas de trabajo. I was the eternal student, the tireles job applicant. Helen dormía en su cunita que le compró la abuela. Pecados míos. Una espesa niebla que dificultaba la respiración y dañaba los pulmones inundaba el barrio. Escribí un cuento sobre el tema de aquellas monstruosas chimeneas de la central térmica. Con un título formidable cooling Powers. Era el norte, aquel norte minero que aun recordaba la marcha de Jarrow. Viví la últina época de los sindicatos , el postrer tranco de una era. Después vendría Margaret Thatcher.

-Martina, vámonos de aquí.

-¿Adonde?

- A Londres, a Madrid, yo que sé… he de buscar otro trabajo.

Regresé a España y conseguí el sueño de mi vida una corresponsalía en Londres pero al regresar Martina que había sido sometida a una grave operación, decidió emprender su vida por otro camino. Nunca más volví a ver a mi niña y aquella espina la sigo llevando clavada a mitad del corazón.

 Algo ocurrió en mi infancia. Fui aborrecido por mi madre como el Pascual. Nunca serás feliz. Aquella mujer de la voz dulce pronosticó como una sibila.  Me mira con unos ojos que jamás seré capaz de apartar de la memoria.

Ninguna obra literaria existiría sin un lector que quita y pone agrega o merma el mensaje enunciado por el autor. Y “La familia de Pascual Duarte” viene a ser al tiempo que un salmo penitencial y una confesión de parte un acto de contrición por lo que pudo ser y no fue lamentando lo que no tiene remedio: el cadalso. Yo señor no soy malo aunque no me faltarían motivos para serlo… se llevaban mal mis padres. Pascual juega con las cartas marcadas pero cuando me figuro cómo era Lola se me representa a mí Martina. Sólo amé a aquella mujer y encontré parte del cielo en aquel amor. Se destartalaron los sueños, vino la señora Thatcher y se puso de cuerpo presente el señor Erifos que se sentaba en la barra del tabernero del Cross Keys, that Yorkshire chap fuerte como un toro y con un cuello de aizcolari, o en el mostrador de la tienda del Tío Manolo el de la calle Leyva toda ella de adobe y con un corral trasero que besaba los cipreses de la sacramental de san Justo. Erifos pensativo sentado en el fondo de la botella de porlán mostrándome una sonrisa macabra que profanó mi cuerpo perdió mi alma y me dejó sin libertad. Se acercaron luego el coro de las nueve musas tartamudas que me tiraban de la oreja.

-Ven acá, galán.

-Dejadme que soy poeta.

El padre del personaje era un portugués alto y gordo como un monte que ejercía de contrabandista. Se emborrachaba y pegaba a la mujer. La madre bebía a escondidas y pegaba tundas a Pascualete. Violencia de género. Lucha por la vida.

-Espabila.

-Aquí quien no corre vuela.

Estos cuadros son espejos de la misma vida. Nos zurra el destino y nos zurramos unos a otros y la fatalidad no nos da a escoger. Sin embargo, hay que combatir el fatalismo con la fuerza de voluntad. Pascual Duarte pese a las apariencias era un hombre débil, juguete de sus pasiones y anticipo de la horca. Voluntad, resistencia e inteligencia son el antídoto. El crimen no paga ciertamente pero puede que tampoco esa bondad universal, ese buenismo que se transforma en cretinismo o cristianismo. Aquí hay que tener mala leche. Pascual Duarte Dihiz (el padre) era un hombre autoritario y violento. La madre descreída, mala cristiana, supersticiosa y borracha y además de parto lento y ya se sabe mujer de parto lento y con bigote el chocho morenote. Se acostaba con el primero que pasaba. Ni Mario ni la Rosario eran hijos del portugués. La familia de Pascual Duarte parece una estantigua de endemoniados y aquella casita a las afueras de Torremejía cerca de Almendralejo una zahúrda del propio infierno. Es un mundo lejos del paraíso de la moral y las buenas costumbres. El destino de aquellos seres viene condicionado por las condiciones en las que viven y ese es en parte el mensaje: que habiendo sido redimidos siempre seremos irredentos contra las prédicas de los curas, los rabinos y el altruismo filantrópico. Cambian los rostros y las circunstancias pero las situaciones del género humano a instancia de las pasiones y los imperativos del conflicto de la existencia permanecen inmutables. A veces las enseñanzas de la literatura superan a las de la religión. Aquí impera la casuística pero Cela consigue a lo largo de todo el libro mantener un tono de compasión estoico y digno pero tampoco exento de lirismo a sabiendas de que no hay oficio sin quiebra ni atajo sin trabajo.

Al revolver de una esquina acecha siempre el peligro y Paco López el Estirao el antagonista representa en medio de la piara de endemoniados al Ángel Malo. Cela nos lo describe en cuatro trazos: rubiales, echao pa lante, con un ojo de cristal que perdió en una riña. Era sólo valiente con las mujeres que lo mantenían. Había sido banderillero por plazas de mala muerte. La semblanza  que dibuja del macarra es certera: pertinaz, deslenguado, impertinente, chulo putas. Había perdido a su hermana Rosarito, se acostó con su mujer, a la que hizo un chico. Pascual sabe donde y en qué carne tiene que hundir el acero. El lector simpatiza con las reacciones del protagonista. Pascual es una especie de arcángel san Miguel al que la justicia humana, no así, la divina manda a presidio y eso es uno de los grandes logros de esta novela que el protagonista se convierte en un héroe de cualquier español de buena voluntad. Una suerte de Robin de los Bosques de la posguerra, un western a la española.

 Y ahora que lo pienso el Estirao me trae a las mientes el recuerdo de Norberta aquella amiga mía compañera de facultad que se enamoró de quien no debía y acabó arruinada siendo de una casa de labranza muy rica en Torre laguna y medio loca. No sabemos qué carta se guarda el destino en la boca de la manga pero el rufianismo es parte de la vida misma y hoy pervive por más que agazapado bajo formas mucho más sofisticadas que aquellas a las que alude el Pascual Duarte. Ay que hablar con vos venía, Norberta y aquel año la Virgen de Covadonga cuadró en miércoles.

-Hiciste mucho daño a demasiada gente

-Ya. El amor perpetuum movile es un baile de maldición, un continuo estropicio.

Escucho esta mañana el viento besar las hojas de los robles. Es como una caricia forestal que hace llorar a los árboles con mis recuerdos. Veo alrededor las hojas caídas de mis sueños y de mis libros. “A lo mejor es que dios me castiga por lo mucho que he pecado y por lo mucho que he de pecar todavía”. Hago penitencia tecleando. Me entrego a la cólera del español sentado y recuerdo mi pisillo de Doncaster con ventanales al campo de futbol al lado de la mujer que amé y de la hija que me hizo feliz mientras leía a Cela y me saturaba de utopías de escritor [el mundo era mucho más fiero de cómo lo pintan], la casa de adobe de Antonio Leyva- medio duro por tres cuartillos de tintorro- donde el Tío Manolo tenía la tienda. ¿Qué habrá sido de él? Guardaos del mal aire traidor y de la lechuza que canta escondida entre las ramas impenetrables del ciprés. Martina me acaricia con su voz suave de jilguero o como aquella almohada donde vertí tantas lágrimas de poeta enamorado y en desempleo.

Madre de Helen. Madre del mundo pero aquel contra el que se ensaña el Destino no lo libra ni la caridad por más que se esconda bajo de las piedras. Mientras tanto, tiro varetas por los desmontes con mi pantalón de un solo tirante o sujeto con un atillo, busco lagartijas y saltamontes. Me sabía dos nidos de collalba y uno de codorniz. Las sandalias me vienen algo pequeñas pero la voluntad lo puede todo. Resiste, chato y zamarrea pos esas trochas que aquí el que no corre vuela y maricón el último. El pascual es todo un paradigma. Se ha puesto a jugar al chito con nuestros sueños. ¡Qué grande fuiste, Camilo!

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