CELA Y PASCUAL
DUARTE
Paso
por Chichilla castillo roquero sobre el peñasco manchego siempre escucho con
los oídos del recuerdo los gemidos de los penados de una de las cárceles más
terribles de la Piel
de Toro. Escucho la voz de los vivos muertos Hasta las águilas entonan en las
peñas grajeras el romance del prisionero y escucho los gritos de los
ajusticiados, ese rumor de sepulcro que tiene todo presidio, ese lamento que se
acompasa con las órdenes de mando de los carceleros ante de las conducciones…
“con todo”, el inclemente chirrido de los rastrillos, la voz detonante de los
funcionarios del recuento, los juramentos de los cabos de vara, el silencio de
las pisadas de la pareja cuando las conducciones de los penados se realizaban a
pie por números de la Benemérita
y formaban una penosa visión avanzando por las sendas de España. Campos de
Castilla, camino de forzados. El penal surtía de remeros a la flota imperial
que embarcaba en galeras por Cartagena.
Toda
la vida es cárcel: el alma es cárcel del cuerpo, la letra cárcel del espíritu
se convierte en letra muerta, la tierra es cárcel del mar, el horno es cárcel
del pan, el usurero está prisionero entre los barrotes de la avaricia y el
conocimiento y el amor andan prendidos entre rejas de dolor. Todos vamos de
remeros en la galera de la vida que es un barco no sabemos adonde nos lleva;
así sucesivamente.
En
Chinchilla nació el famoso locutor Constantino Romero el que doblaba películas
americanas con voz portentosa y acaba de fallecer en Barcelona.
Allí
dieron a Pascual Duarte, un nuevo quijote que luchó contra los molinos de
viento de la injusticia, garrote vil. Pertenece ya a la historia de nuestras
ficciones el personaje que creó CJC en un libro bellísimo, no sólo la mejor
novela de posguerra sino una de las mayores que se escribieron en romance.
El
Duarte fue hijo de un portugués y de la imaginación de Cela
que aglutina detalles biográficos tal vez del autor: el odio a la madre. Según
los alienistas esa fobia es el germen de tendencias criminales, inclinaciones
al alcohol, la misoginia o los celos pero es también un acicate de inspiración
literaria, si es bien reconducido según la psicología.
Todo
tiene que ver en esta vida con la madre, a decir de los freudianos, con ese
primer momento del nacer que es condicionante del destino; o surge un criminal
o un genio.
Si
Camilo no hubiera sido escritor pudiera haberse convertido en un bandolero o en
un gangster. En una entrevista que le hice me confesó que nadie le tocó un pelo
de la ropa porque era tan contundente con la pluma como con la navaja.
Francisco de Quevedo también tuvo algo de espadachín echao p´adelante.
El mensaje de esta gigantesca obra dechado de
perfección (el autor la pulió incesante) es actual porque ese rayo que no cesa
es el crimen pasional o violencia genérica pero también un problema sin
solución injerto en la condición humana sobre todo en la idionsincrasia del
español: la honra, los celos.
Eva
mordió la venenosa manzana y la ponzoña entra en el código genético de la
descendencia y desde entonce nada puede ser igual. Pascual da muerte al Estirao
que se acostó con su mujer y deshonró a la persona que más quería en el mundo
su hermana Rosarito. Después de su esposa Lola raja a la madre mientras dormía.
Un dolor infinito subyace bajo este impulso irrefrenable y criminal. ¿Somos
libres en puridad o encadenados al gollete del mal fario?
Tremenda
historia. Narrada desde la melancolía y la compasión hacia este extremeño sin
suerte al que un hado maléfico lo persigue haciéndole víctima de ese pronto, de
esa pulsión irresistible que aterra a los frenólogos.
Ya
en presidio se arrepiente y cuenta que su mala estrella le hizo esclavo de sus
impulsos. Pascualete no es un asesino, sin embargo, que en el presidio observa
una conducta irreprochable. Simplemente un infeliz, una buena persona que nace
de un vientre del que no debió nacer y acaba enamorado de la persona
equivocada. Luego ese maldito pronto y el pundonor, la fama el qué dirán.
Cela
mi padre literario al cual traté e hice una buena entrevista justifica su
misoginia en el aserto medieval del “aquilonis percussio” con que motejaban los
profesores de la Sorbona
a la costilla del hombre. El picotazo del aguijón portón de la vida y la
muerte, rendija por donde se cuela el ventalle de las pasiones. Eva madre de la felicidad y la desdicha.
“Las mujeres son como los grajos de
ingratas y malignas”. Esta idea de
algunos padres de la iglesia retumba en Quevedo pero viene de Homero y se remonta
al Génesis; por ella entrara la vida pero tambien la muerte en el mundo.
Chinchilla
un pueblo fantasma que se empina sobre un vampiresco alcor y me acuerdo de los
“Vivos muertos” otra gran novela carcelaria que leí en mi juventud.
Pascual Duarte y Menoyo el personaje de Eduardo Zamacois debieron de ser
hermanos de leche. El personaje de Cela y el de Zamacois constituyen dechado de
literatura carcelaria. Un infierno detrás de las almenas ahora convertido en
nido de alacranes desafiando a la llanura manchega que otea el páramo es ahora
el antiguo penal, que fue fortaleza erigida por Jaime I el conquistador allá
por la tercera década del siglo XIII.
El
tono compulsivo y realista que se acerca al realismo mágico de Valle Inclán y
de Casona en algunas partes refleja la longanimidad del temperamento hispano
acostumbrado a pechar con los vaivenes del infortunio y de las calamidades que
se presentan de repente; todo eso narrado en un tono ceñido y circunspecto del
senequismo celiano mitad compasión mitad ironía que conserva el personaje que
quiso morir cristianamente pero que en el instante en que el verdugo acciona el
torniquete entra en la desesperación.
Recién
licenciado del ejercito – sirvió en la legión con las fuerzas de Franco porque
la mejor escritura de los 40 brota de autores que militó en el bando nacional,
un hecho irrefragable- CJC la escribió
de un tiró en un verano. Se la rechazaron los editores por tremendista pero
tuvo un mentor a Francisco de Cossío mecenas de escritores a los que invitaba a
su casona de Tudanca en plena montaña. Gracias a su aval esta novelita pudo ser
dada a la estampa. De no haber encontrado a aquel ayo montañés de las bellas
letras, hidalgo montañés que habitaba en una solariega en el mismo pueblo de
José María de Pereda y que promocionó a no pocos literatos como fue el caso de
Rafael Alberti, CJC hubiera sido un descatalogado como tantos y tantos autores
de valía – aquí el arte de la literatura fue cultivado abondo y pocos países en
el mundo existen donde tanto se escriba, tanto se publique y tan poco se lea-
relegados al olvido. La fortuna dicen ayuda a los audaces pero aquí los dioses
son caprichosos aunque eso de la censura franquista no deja de ser un mito. A
la sazón se considera mucho más férrea que por aquellos días; el sistema se ha
vuelto más enmarañado e impenetrable con esto del pensamiento único.
Leyendo
al Duarte me parece escuchar la voz de mi padre. Cela en sus primeros libros
recoge el pensamiento, el sentir y el habla de aquellas generaciones de los que
volvieron de la guerra y que quisieron olvidarla (el resentimiento, el odio, la
rabia contra los vencedores vendrían tres cuartos de siglo más tarde) y se
entregaron al gozo de vivir en un mundo de carencias, el estraperlo, el
gasógeno, la tuberculosis, las casas con derecho a cocina, los patios de
vecindad. Su prosa es a la vez divertida y estoica llena de ponderación y de
cierta alteza moral en que el arrepentimiento, la melancolía y una cierta
bondad esconden esa presencia de ánimo, esa voluntad de reconciliación pero a
sabiendas de que la condición humana siempre será igual a sí misma y que el
hombre está sujeto a las pasiones y a las veleidades del hado que le persigue.
El móvil es la venganza.
Pascual
se desquita por la muerte de Lola en el Estirao, en su segunda esposa y en su
madre cruel a la que con su rechazo achaca el protagonista todo su infortunio.
El tema que aborda no es para paladares exquisitos. Abundan las escenas
tremendistas. Se cuenta como un hermano tonto de Pascual, Mario, es atacado por
un cerdo que le come las orejas y es precisamente en el entierro del infantito
donde el mozo extremeño fuerza a Lola a la que deja encinta y luego ha de
casarse con ella.
Entrevisté
a Cela en el año 72 en su piso de Torres Bermejas. Dos años más tarde siendo
corresponsal de pyresa en Londres dio una conferencia en el Instituto Español
que dirigía Alonso Gamo. Concertamos una entrevista. El día señalado no me fue
posible por razones que no admitían disculpa había salido yo con una chavala y
con las glorias se fueron las memorias. Camilo me disculpó… siempre es mucho
más interesante lo que diga esa segoviana que lo que diga yo. Así y todo me
concedió una entrevista. Estaba sentado en un diván el vientre muy abultado y
un aire de cansancio, fumaba negro y me dio un paquete. A su lado su mujer
Charo que no habló nada durante la entrevista. Cela me dijo que él era medio
inglés. Su segundo apellido era Trulock, un marino que tenía dedicada una calle
en Londres que él fue a visitar. Estaba en la parte cruzado el río del barrio
de Elephant and Castle al otro lado del Támesis y allí no vio ningún blanco.
Sólo vivían negros. Había en su gesto bondad, generosidad y cierta coña. Cela
nunca dejó de escribir como un coruñés con ese ferrete que caracterizó siempre
a los habitantes de la capital de Galicia. Su conversación nada retórica echaba
chispas del resplandor de los genios pero era un hombre listo y prudente aunque
no aguantara pencas ni de aduladores ni de los gilipollas. Tenía muchos
enemigos no sólo entre los de siempre contra los que él combatió en la guerra
sino entre los envidiosos de sus propios clanes.
Los
falangistas querían hacerle de menos, el Opus le negaba el pan y la sal. Los de
la Democracia
cristiana se escandalizaban de sus salidas de tono irrespetuosas. Por eso listo
y sagaz optó por la marcha hacia delante y viajó a Jerusalén y lo nombraron
presidente de la junta de amistad con el pueblo de Israel pero este segundo
Cela de butades, de paridas y de artículos gnósticos en el ABC pues tenía que
ganarse la vida mediante la colaboración periodística. Su huida a Jerusalén fue
determinante en la concesión del Nobel un hecho que irritaría a muchos de sus
detractores.
En
la interviú londinense me confesó su admiración hacia Francisco de Quevedo pero
admitiendo que el autor del Buscón empezaba a no ser santo de devoción de lo que
daría en llamarse corrección política. Un tipo inteligente y que las veía
venir. Aunque no hablaba lenguas sabía bien el terreno que pisaba en qué mundo
vivía y conocía sobre todo a los españoles. Trabajador incansable se había leído
a todos los clásicos… para escribir lo que hace falta es mucho culo… ¿y si no
viene la inspiración?... hijo algo saldrá.
Siete
horas seguida desde el amaneces sin levantarse de la silla… esto es cuestión de
codos. Padecía de esa polisarcia del escritor. Marina Castaño le puso a régimen
pero eso no mejoró su salud. Su lenguaje evoca el habla de los españoles de
posguerra encontrando en el castellano esa nota musical y polifónica que tiene
y que no hallarían por ejemplo ni Ortega
ni Unamuno. El primero por demasiado barroco y el segundo porque era un tipo
abroquelado en su lengua materna el vasco que vale para el zorcico y la poesía
pero que retumba como el hierro en las denominadas concordancias vizcaínas.
Ello encerraba una ardua labor poco redituable y sólo compensada con eso dado
en llamar vocación. A base de esfuerzo encontró esa fibra del idioma la perla
escondida que niega sus brillos y favores… en esto de la literatura lo que se
requiere son una buena nalgas, hijo, y aquí el que aguanta gana.
Una
carrera de obstáculos y un ejercicio de resistencia y la vida en precario llena
de nerviosidades, tabaquismos, agitación que se calma con esas hambres vagas inexplicables
que acometen al joven que se cree con vocación de escritor, camino de la nevera
o escuchando el alegre silbato del canuto del samovar que en Londres se llamaba
kettle y fue lo primero que compré
cuando alquilé aquel cuarto con derecho a cocina junto con algunos libros y pan
y mantequilla para meter en la tostadera (era de lo que me alimentaba)
determinado a escribir una novela. La escribí pero jamás encontré editor. Me
salían eso sí muchos artículos sobre política y reportajes. Mi mujer
embarazada, me ganaba el pan dando clases de español. Llegaba al hogar aquella
casa con un pequeño jardín de detrás que daba a un campo de fútbol, casas
baratas al pie de una central térmica que vertía humo que parecía lava sobre
toda la barriada. Me habían condenado a ensuciar de humo mis pulmones con aquel
fogaril que llegaba de la torre de enfriamiento y mis dos paquetes de Players o
Embassy a diario. No sabía que empezaba una vida llena de interrogantes. Pobre Martina
lo que te hice sufrir. No era el esposo que tú soñaras. Un eterno estudiante un
diletante de la literatura. Mi camino de perfección (busqué toda mi vida la
excelencia) se torció y mi existencia entró en un vericueto de yerros y
escabrosidades que trataba de enjugar con las lágrimas traidoras de la botella.
En el cuarto de atrás convertido en biblioteca había reunido los libros de
Delibes, de Camilo y otros novelistas porque adquirí en Madrid en las librerías
de viejo todos los premios Nadal. Estudiaba estos textos, tratando de
imitarlos, copiando a veces páginas enteras o leyendo en voz alta a mi mujer
cuentos e historias cortas que yo componía por las noches después de venir de
la escuela. Acometía una senda llena de abrojos. No sabía donde me metía. Mi
destino sería un poco el de vagabundo de la literatura, un Pascual Duarte que
apuñalaba fantasmas. ¡La de gente que yo maté con la imaginación!
Pero
allí estaba yo aquella mañana convertido en un periodista cuyas crónicas se
publicaban en una cadena de más de cuarenta periódicos españoles. Mi desquite
fue darle plantón a Cela. Pero como buen gallego se lo tomó con filosofía. Me
hubiera gustado escribir como él pero Cela era inimitable. Creo que con esa
clarividencia que embarga a los maestros literarios porque la poesía anduvo de
continuo emparejada con la profecía atisbó en mí algo del Pascual Duarte. Tuve
la suerte de no ir a presidio. Una providencial mano me apartó del abismo. No
controlas los impulsos, ese pronto tuyo te traerá la ruina… why cant you get on with people? El eco de la voz dulce de la Martina me perdigue por
doquier… you just hurt me as you did hurt
others… you are not normal.
La
voz de aquella mujer se alza ahora en mi memoria como el eco de un himno
penitencial. Es mi confesión de parte. Devaneos literarios, sofismas. Todos los
sábados se organizaban campeonatos de futbol en el miniestado zaguero de aquel
barrio de casas baratas. Los equipos estaban integrados por los niños de las
escuelas de Doncaster. Escuchaba sus voces cantarinas tratando de domeñar mi
ira y la palabra interior que me tiraba en cara mis fracasos. Océanos de papel,
libros y más libros. Echaba cartas al correo a las que mis destinatarios no
replicarían nunca o bien porque no alcanzaban su destino o por falta de
interés. Echaba instancias para ofertas de trabajo. I was the eternal student, the tireles job applicant. Helen dormía
en su cunita que le compró la abuela. Pecados míos. Una espesa niebla que
dificultaba la respiración y dañaba los pulmones inundaba el barrio. Escribí un
cuento sobre el tema de aquellas monstruosas chimeneas de la central térmica.
Con un título formidable cooling Powers.
Era el norte, aquel norte minero que aun recordaba la marcha de Jarrow. Viví la
últina época de los sindicatos , el postrer tranco de una era. Después vendría
Margaret Thatcher.
-Martina,
vámonos de aquí.
-¿Adonde?
-
A Londres, a Madrid, yo que sé… he de buscar otro trabajo.
Regresé
a España y conseguí el sueño de mi vida una corresponsalía en Londres pero al
regresar Martina que había sido sometida a una grave operación, decidió
emprender su vida por otro camino. Nunca más volví a ver a mi niña y aquella
espina la sigo llevando clavada a mitad del corazón.
Algo ocurrió en mi infancia. Fui aborrecido
por mi madre como el Pascual. Nunca serás feliz. Aquella mujer de la voz dulce
pronosticó como una sibila. Me mira con
unos ojos que jamás seré capaz de apartar de la memoria.
Ninguna
obra literaria existiría sin un lector que quita y pone agrega o merma el
mensaje enunciado por el autor. Y “La familia de Pascual Duarte” viene a ser al
tiempo que un salmo penitencial y una confesión de parte un acto de contrición
por lo que pudo ser y no fue lamentando lo que no tiene remedio: el cadalso. Yo señor no soy malo aunque no me faltarían
motivos para serlo… se llevaban mal mis padres. Pascual juega con las
cartas marcadas pero cuando me figuro cómo era Lola se me representa a mí
Martina. Sólo amé a aquella mujer y
encontré parte del cielo en aquel amor. Se destartalaron los sueños, vino
la señora Thatcher y se puso de cuerpo presente el señor Erifos que se sentaba
en la barra del tabernero del Cross Keys, that
Yorkshire chap fuerte como un toro y con un cuello de aizcolari, o en el
mostrador de la tienda del Tío Manolo el de la calle Leyva toda ella de adobe y
con un corral trasero que besaba los cipreses de la sacramental de san Justo.
Erifos pensativo sentado en el fondo de la botella de porlán mostrándome una
sonrisa macabra que profanó mi cuerpo perdió mi alma y me dejó sin libertad. Se
acercaron luego el coro de las nueve musas tartamudas que me tiraban de la
oreja.
-Ven
acá, galán.
-Dejadme
que soy poeta.
El
padre del personaje era un portugués alto y gordo como un monte que ejercía de
contrabandista. Se emborrachaba y pegaba a la mujer. La madre bebía a
escondidas y pegaba tundas a Pascualete. Violencia de género. Lucha por la
vida.
-Espabila.
-Aquí
quien no corre vuela.
Estos
cuadros son espejos de la misma vida. Nos zurra el destino y nos zurramos unos
a otros y la fatalidad no nos da a escoger. Sin embargo, hay que combatir el
fatalismo con la fuerza de voluntad. Pascual Duarte pese a las apariencias era
un hombre débil, juguete de sus pasiones y anticipo de la horca. Voluntad,
resistencia e inteligencia son el antídoto. El crimen no paga ciertamente pero
puede que tampoco esa bondad universal, ese buenismo que se transforma en
cretinismo o cristianismo. Aquí hay que tener mala leche. Pascual Duarte Dihiz
(el padre) era un hombre autoritario y violento. La madre descreída, mala
cristiana, supersticiosa y borracha y además de parto lento y ya se sabe mujer
de parto lento y con bigote el chocho morenote. Se acostaba con el primero que
pasaba. Ni Mario ni la Rosario
eran hijos del portugués. La familia de Pascual Duarte parece una estantigua de
endemoniados y aquella casita a las afueras de Torremejía cerca de Almendralejo
una zahúrda del propio infierno. Es un mundo lejos del paraíso de la moral y
las buenas costumbres. El destino de aquellos seres viene condicionado por las
condiciones en las que viven y ese es en parte el mensaje: que habiendo sido
redimidos siempre seremos irredentos contra las prédicas de los curas, los
rabinos y el altruismo filantrópico. Cambian los rostros y las circunstancias
pero las situaciones del género humano a instancia de las pasiones y los
imperativos del conflicto de la existencia permanecen inmutables. A veces las
enseñanzas de la literatura superan a las de la religión. Aquí impera la
casuística pero Cela consigue a lo largo de todo el libro mantener un tono de
compasión estoico y digno pero tampoco exento de lirismo a sabiendas de que no
hay oficio sin quiebra ni atajo sin trabajo.
Al
revolver de una esquina acecha siempre el peligro y Paco López el Estirao el
antagonista representa en medio de la piara de endemoniados al Ángel Malo. Cela
nos lo describe en cuatro trazos: rubiales, echao
pa lante, con un ojo de cristal que perdió en una riña. Era sólo valiente
con las mujeres que lo mantenían. Había sido banderillero por plazas de mala
muerte. La semblanza que dibuja del
macarra es certera: pertinaz, deslenguado, impertinente, chulo putas. Había
perdido a su hermana Rosarito, se acostó con su mujer, a la que hizo un chico.
Pascual sabe donde y en qué carne tiene que hundir el acero. El lector
simpatiza con las reacciones del protagonista. Pascual es una especie de arcángel
san Miguel al que la justicia humana, no así, la divina manda a presidio y eso
es uno de los grandes logros de esta novela que el protagonista se convierte en
un héroe de cualquier español de buena voluntad. Una suerte de Robin de los
Bosques de la posguerra, un western a la española.
Y ahora que lo pienso el Estirao me trae a las mientes el recuerdo de Norberta aquella amiga
mía compañera de facultad que se enamoró de quien no debía y acabó arruinada
siendo de una casa de labranza muy rica en Torre laguna y medio loca. No
sabemos qué carta se guarda el destino en la boca de la manga pero el
rufianismo es parte de la vida misma y hoy pervive por más que agazapado bajo
formas mucho más sofisticadas que aquellas a las que alude el Pascual Duarte.
Ay que hablar con vos venía, Norberta y aquel año la Virgen de Covadonga cuadró
en miércoles.
-Hiciste
mucho daño a demasiada gente
-Ya.
El amor perpetuum movile es un baile de maldición, un continuo estropicio.
Escucho
esta mañana el viento besar las hojas de los robles. Es como una caricia
forestal que hace llorar a los árboles con mis recuerdos. Veo alrededor las hojas
caídas de mis sueños y de mis libros. “A
lo mejor es que dios me castiga por lo mucho que he pecado y por lo mucho que
he de pecar todavía”. Hago penitencia tecleando. Me entrego a la cólera del
español sentado y recuerdo mi pisillo de Doncaster con ventanales al campo de
futbol al lado de la mujer que amé y de la hija que me hizo feliz mientras leía
a Cela y me saturaba de utopías de escritor [el mundo era mucho más fiero de
cómo lo pintan], la casa de adobe de Antonio Leyva- medio duro por tres cuartillos
de tintorro- donde el Tío Manolo tenía la tienda. ¿Qué habrá sido de él?
Guardaos del mal aire traidor y de la lechuza que canta escondida entre las
ramas impenetrables del ciprés. Martina me acaricia con su voz suave de
jilguero o como aquella almohada donde vertí tantas lágrimas de poeta enamorado
y en desempleo.
Madre
de Helen. Madre del mundo pero aquel contra el que se ensaña el Destino no lo
libra ni la caridad por más que se esconda bajo de las piedras. Mientras tanto,
tiro varetas por los desmontes con mi pantalón de un solo tirante o sujeto con
un atillo, busco lagartijas y saltamontes. Me sabía dos nidos de collalba y uno
de codorniz. Las sandalias me vienen algo pequeñas pero la voluntad lo puede
todo. Resiste, chato y zamarrea pos esas trochas que aquí el que no corre vuela
y maricón el último. El pascual es todo un paradigma. Se ha puesto a jugar al
chito con nuestros sueños. ¡Qué grande fuiste, Camilo!
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