SAN PEDRO. AQUELLOS SAMPEDROS DE ANATAÑO. ¡QUÉ HORROR!
En Cudillero la Amuravela pescadores pañuelo de hierbas al cuello y blusón de menestral albarquillas y peales. Parecen arrieros pero son pescadores en realidad y a san Pedro pescador le suben a la lancha y a costa del bendito galileo echan las redes y unos a otros se toman el pelo. Recuerdo una vieja canción de mi niñez que tarareábamos en solfeo “Valame el Señor San Pedro. Valame la soberana”. La Amuravela ya no es aquella que describía Palacio Valdés. Todo va feneciendo. Lo que no se acaba es el buen humor pixueto. Aunque los paisanos andaban más pendientes del “fubol” ayer que de la crónica burlesca del año pronunciada por el mayordomo de la Cofradía del Besugo. Ah Cudillero. Me distraigo en la misa del Primero de los Apóstoles y Segundo Mártir pues los curas siguen con la manía de predicar ahora tan mal sus platicas como otrora aquellos sermones de campanillas y paños al púlpito y compruebo que el retablo en honor a San Pedro siglo XVIII tardío y obra de Carlos III cuando todo nuestro románico se fue a tomar viento fresco es talmente igual que el de Fuentezotas los serafines de alabastro a sendos flancos, la hornacina del patrón, las columnas dóricas del panel el mismo mal gusto pero la misma devoción entre estos marineros astures y los cazurros de tierra adentro. San Pedro contramaestre de la barca de la Iglesia. Se explica esta advocación en iglesias del litoral pero difícilmente en la tierra de pan llevar. El culto a san Pedro junto con el culto miguelino y la hiperdulía marial son los más antiguos de la liturgia.
También aquí se disparan cohetes que llaman voladores pero no le bailan al santo como hacíamos nosotros. Le toman el pelo. Lo sientan en un trono y lo colocan una tiara. La mitra papal del señor San Pedro es un gorro mayor casi todo el cuerpo.
La talla bendice las aguas con los dedos de su mano derecha mientras esparce una mirada risueña y estática para los acantilados de esta hermosa villa en el centro de Asturias. Si te asomas te da vértigo pero te arrimas un poco más como le ocurrió a un paisano que iba un poco enfilado y no de vuelven a dolerte las muelas nunca más. ¡Ah aquellos san Pedros! El día más grande del año. La fiesta. El lechal asado. Las garrapiñadas del ferial. Los Pichilines de la orquesta de Peñafiel que sustituyeron al Tío Tocino el dulzainero. El bailorro con sabor a polvo, olor a buñuelos de viento y churros con picatostes. En medio estaban los tahúres que jugaban a la puesta del tío Bigotes a la luz de un candil. Arriba la banca. El Tío Bigotes así llamado porque debió de ser alabardero y lo echaron del cuerpo por robar los desplumaba a todos los palurdos de aquella contornada. Había sido jugador profesional.
El vermú en las bodegas. La procesión. La puja por meter las andas del santo. El paloteo y la jota, rastros ancestrales de viejos ritos ibéricos. El primer dinero que yo vi en mi vida fueron dos pesetas para que seas bueno te portes bien y compres confite que me dio mi abuelo el día la fiesta. Como yo no sabía el sentido y el valor que tenían aquellas dos pesetas las fundí en un minuto. Fui a por más.
-Abuelito, dame otra.
-No hay más.
Una vez que fue a Aranda a la parada a echar al garañón vino contento y alegre. Se conoce que había comido bien y bebido mejor en ca la Salamanquesa y le fui a preguntar si me trajo garrapiñas y mi abuelo me dijo que me había traído un Siseñor y un Mandeusté. Y con las mismas me mandó a llenar la botija de agua a la fuente. Eso era el Siseñor y el Mandeusté. Tampoco lo comprendía muy bien como nunca en mi inocencia pude comprender la causa por la cual se da tanto valor a los cuartos. El abuelo era muy mirado no es que fuera tacaño no pero bien mirado sí y metía los patacones en una orza los guardaba en arca con llave.
Algún domingo caía una perra chica pero eso de los dos pesetas eran todo un dineral y un dispendio que sólo se podía hacer el día la fiesta. Bailábamos al santo. Jugamos al chito en el callejón de la Tía Caya.. Iba a por guindas río abajo y junto a la ermita merendábamos pan blanco y escabeche de cubillo.
En el baile cuando una pareja se arrimaba más de la cuenta la travesura de los muchachos era levantarle los vuelos de la novia o cruzarse por en medio. Que corra el aire. Que corra el aire. El cura echaba unas furibundas filipicas y excomuniones de refutación si una prójima se atrevía a entrar en la iglesia con manda corta o sin medias. Tronaba el clérigo amenazante:
-Vais a ir todas al fuego eterno de cabeza.
Y yo volvía la cara para mi primo Agustín o el Maudillo, interrogante, pues no sabía el valor del dinero, ignoraba la razón porque los novios que balseaban arrimaban tanto el material durante la arrebolada que eran epitalamios al aurora y tampoco me cabía en la cabeza por que don Julián el párroco se ponía tan irascible con la cuestión de mangas y medias de las mujeres parecía tener una fijación obsesiva con el tema.
En el fondo al cura lo que le debiera poner hubiera sido que sus feligresas fueran a misa en bragas. Era un inocente total. Virgen a la malicia de los hombres y a los siete pecados capitales que se encerraban en tres por aquel entonces: lujuria, avaricia, ira. Ah la ira alguna vez por rencillas comarcales los mozos del lugar tiraban de navaja contra los del anejo y habría que lamentar alguna desgracia. Siempre eran por cuestiones de mujeres, miramientos de linde o amojonamientos de las cercas por una pared un hito unas tapias o por simple y vulgar presunción. ¡Ay aquellos sampedros! El único día del año que se comía a reventar. El resto había que conformarse con el corrusco de un bodigo y un casco de cebolla o los garbancillos de la olla y el vino del barril. Tasado eso sí pero el 29 de junio en Fuentezota como los marineros pixuetos se tiraba la casa por la ventana. Pan candeal de mollete blanco y tierno y nada revenido de la cocedura más reciente, un pernil de asado o dos, el vino a esgaya y hasta café copa y puro.
Era el único día que se tomaba café por entreaño. Eran los años cincuenta y escaseaba todo pero el café sobre todo. Lo traían los contrabandistas de Portugal. Algunos lo regaban con una chispita de anís o cazalla y las más de las gentes se fumaban en la sobremesa un Farias que como no tiraba pues estaba seco y revenido y debía de saber a rayos era menester ponerle “camiseta”.
-Mira, Santines, como echo humo por los ojos
-A ver. A ver.
Yo inocente de mía que no había oído hablar del infierno que creía que cuando los novios pelaban la pava estaban rezando el rosario y que no acertaba a calibrar cuanto eran dos reales me quedé mirando para los ojos de aquel maldito meseguero que tenía mi abuelo y que era del Valle de Tabladillo. Recuerdo bien sus ojos de zorro.
Zas cuando me quería recordar el Esteban ya había aplicado la punta de su cigarro a mi pantorrilla. Veía las estrellas pero aprendí la maula y el dolor me hizo sabio como se lo haría al Lazarillo. Un día me vengué. Le fui a decir que a su novia la había visto con otro. Que le estaba poniendo los cuernos con uno de Torreadrada. Era mentira pero joder la que se preparó. Yo era inocente.
Creía en la bondad del ser humano y que to er mundo ye gueno. Pánfilo de mí. A la fuerza ahorcan. Ah aquellos san Pedro. Las dos pesetas que me dio mi abuelo. Hoy no me falta un duro en el bolsillo. A lo mejor me cisco con los de mi cuadrilla lo mismo dos vegasicilias que tres. Me he fumado lo mejor de vuelto abajo. No voy en un carro durmiéndome a arrancar hieros sino en un cuatro ruedas. Ya no me gustan las garrapiñadas de Alcalá. Uno tiene buen trabajo y es libre. Aun así siento un poco de añoranza.
No sé a que viene tanta añoranza de aquellos años tan negros del cura que se comía el mejor cuarto asado, bebía el mejor vino y se tiraba a la mejor moza tenia con ella un chico y decía que era su sobrino. Ay nunca se podrá decir este cura no es mi padre. Años duros aspérrimos del franquismo. No deseo para mi patria que regresen nunca. Pero fui el año pasado a la fiesta y me colé en un convite y una parienta me introdujo a sus amigos como uno de “extrema derecha”. La envidia, el odio soterrado y la emulación de estos villorrios podridos de la meseta (Castilla face los omes e los gasta) que nada tiene que ver con la antigua casta de hidalgos sino la miseria física y la tacañería espiritual o zorrería de los paisanos de Delibes, siguen siendo iguales o peor que entonces, y no te me encones. Aquel pasado no fue mejor
Fue mucho peor.
Asi que yo de derechas según la mi prima. No creo que vuelva. Muchas vueltas da la vida. Yo que era marinerito de agua dulce y del secano me hizo rodar el destino hacia los sublimes desgalgaderos de Cudillero.
Una recompensa por los azares y violencias que pasé de niño entre aquellos malditos domines Cabra, los clérigos desalmados que entraban en las sacristía sacando a los monaguillos a puntapiés, el clasismo y el servilismo y aquellos lazarillos inocentes y Lázaro me era yo que fueron aprendiendo entre coscorrones. Vale más un minuto de libertad ahora que las 24 horas de aquel jolgorio triste cuando los estómagos vacíos durante todo el año quedaban ahítos a reventar y lloraban igual que el pastor Melares porque “me hinche a calducho, señor amo y ahora no puedo con las morcillas” y al día siguiente la fiesta que acababa el 30 con las honras a los difuntos, arraigada tradición necrófila de nuestras sierras, había que ahuecar el ala a las tres de la mañana para ir a segar a las suertes Viejas y no había guantes perfumados ni otras lindezas.
En Cudillero no hay día de difuntos. Son las fiestas de San Pedro San Pablo y San Pablin que es la amanecida de la aurora siguiente a la “folixia”. Para los navegantes a diferencia de los de tierra la vida y la muerte son como una gran borrachera. De ahí que los pescadores no guarden patacones en el calcetín como lo hacía mi abuelo Benjamín. Cambian el mobiliario, tiran la casa por la ventana, se desprenden de lo que no les sirve, llegada la Amuravela. Hay que amurar el trapo, ceñir la cincha y salir zumbando para la costera del bonito. Siguen siendo inocentes cristianos y paganos como lo era yo hasta que aquel infame agostero que servía en la casa de mis mayores me quemó con el cigarro. No escarmenté en cabeza ajena sino en la mi propia testa. No han podido conmigo. Salvo el clarete no tengo ninguna querencia hacia aquellos pagos. Tampoco nostalgia alguna. Se acabaron los sampedros. Asi que ya digo...
lunes, 30 de junio de 2008
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