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jueves, 15 de julio de 2021

 El abuelo Benjamin

 

allí estaba mirandome asomaba el gallo sobre las tapias de la iglesia de San Gregorio convertida em solemne casa de todos. Parecía yo verle cojear camino de misa. Tenía la pata chula por el reuma a causa de la humedad del arroyo que discurría a la puerta de casa. Fue a una curandera y le recetó ponerse en la rodilla la piel de un conejo. A los tres sías olía a rayos. Y no era el reuma. Era la próstata que se le llevó por delante interfiriéndole largos años los huesos. Se sentaba en un banco del lado del evangelio compartido con el Tío Gregorin y el Tío Bernardo. Al darle de alta en el hospital de la  Misericordia después de su primera operación hemostática se creía curado del todo y regaló a la iglesia de Fuentesoto un Resucitado. Sin embargo la prostatitis volvió a la carga en medio de inmensos dolores que soportó con paciencia “ Es como si los perros me estuvieran mordiendo los cojones, hijo” me decía y yo le ayudé a bien morir.

Leyendole la Recomendación del alma.

Los tres Gregorin, Bernardo y Benjamín eran quintos y los más veteranos del pueblo después del Tío Paulete que estuvo en la contienda de Cuba y nos leía bajo el bardal  de su portada libros de autores del 98. Cuando la guerra los tres se hicieron de Acción Popular el partido de Derechas. Gil Robles les dejó en la estacada. Mi abuelo Benjamín era muy religioso sin ser beato fe profunda de converso judío esos que no cambian. Su adscripción a la religión católica no fue óbice para que un día saliera al encuentro de un cura muy malo que tuvimos en el pueblo que se llamaba don Amancio cuando se enteró de que aquel cuervo abusaba de mi tía Rosario. Fue a por él y el cobarde huyó en una burra camino de Hontalvilla de donde era natural. Escribió al obispo y el obispo que se llamaba Pérez Platero le mudó de parroquia pero no le suspendió a divinis ni le quitó las caras dimisorias. Aquel Amancio era biueno y barato en cuestión de mozas. A las del coro de Acción Católica se las pasaba por la piedra invitandolas ora al confesonario ora a la rectoral. Hacía a pelo y a pluma porque según supe también algún que otro monaguillo incauto cayó en sus garras. Desde entonces he tenido prevención contra la clerigalla y a pesar de mis ordenes sagradas creo que lo del celibato es una regla para engendrar expósitos una perfecta añagaza porque han convertido el sexto mandamiento en mandato de poder y abusos sexuales. Es una ley contra natura que sólo unos pocos son capaces de sobrellevar a costa de acabar tarados. Caparse por Jesucristo sería un summum bonum para alcanzar el monte de las bienaventuranzas cuya cúspide únicamente unos pocos escalan y a estos tarados hay que canonizarlos santos. La Tia Rosario acabó en un convento de Adoratrices. Fuimos a verla a Barcelona. A mí me quería mucho. Luego colgó los hábitos y se casó con un guardia civil el tío Manahén ese sí quera un santo. Pues allí estaba mi abuelo apoyado en su cachava calada la gorrilla hasta las orejas y mirandome fijamente a los ojos al otro lado de la vida con severidad. Sólo me sacudió el polvo una vez que fuimos a melones y a mi me pilló el guarda y hube de pagar y tuvo que pagar una multa de dos pesetas. Yo alegué que fueron los otros los que me indujeron a entrar en el vedado porque yo era un niño muy inocente e incauto. Aun recuerdo aquella noche de luna llena cuando yo me había quedado en el corral sin atreverme a entrar en casa.

─ Pasa, hijo, que es hora de cenar

─ No quiero, no me da la gana

─ como que no quieres no te da la gana. Ven acá

Me cogió e las orejas y aquella noche cené de la cayada paternal. Fueron cinco rebencazos en las nalgas. No me dio más pero desde entonces no se me ocurrió ir a sandias ni a peras ni a por moras a Peñacolgada. El abuelo Benjamín los tenía bien puesto. Era un labrador cabal, el que araba más recto en toda la comarca, el que sabía binar las tierras imbuido de una sabiduría ancestral. Un jueves vino a visitarme al seminario antes de morir y me recomendó ser aplicado y diligente, no hacer mal a nadie pero defenderse cuando a uno le agreden. “No quiero, Quintiliano, que te tomen por tonto”

 

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