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sábado, 22 de diciembre de 2018


Elección de Roncalli

La designación del cardenal de Venecia al pontificado fue una sorpresa pero todos fuimos contestes de que nuestro rector tenía cosas inexplicables y algunos le daban por santo. Un santo subido al cielo a estacazos como Wojtyla o entre vaharadas de humo negro señuelo del Maligno al que aludía el Papa Pablo. El ultimo de la saga, el tal Bergoglio ché confirma este supuesto. Nunca pensábamos los creyentes que tal institución a la que otorgamos el título de sagrada pudiera caer tan bajo. ¿Recibiría el aviso del Espíritu Santo? Pudo ser pero hay que ver que malas pasadas nos jugó el Santiespiritus porque Juan XXIII traía el diluvio arrastrándose detrás de su capa magna donde se escondía la serpiente El aggiornamiento iglesias vacías lengua vernácula ahorquemos el latín. La campana de la comunidad la hacía sonar el campanero con furia. Todos atendíamos a la voz de bronce. ¿Quien me llama? ¿Cristo o el diablo? Yo empecé a saltar y pegar botes con tanto brío que me caí y me torcí un tobillo. Don Jerónimo nos reunió en la capilla era el vicerrector cantamos un Tedeum y en una mesa con gualdrapas dio al interruptor de una radio y todos escuchamos la retransmisión de los últimos momentos de aquel conclave en la voz del Padre Topete… cui la Radio Vaticana. ¿Cómo te harás llamar, padre clementísimo? Me llamaré Juan. Venit homo cuius nomen erat joahnis.  Aquello tenía un sesgo profético. Había habido otro Juan XXIII pero era el antipapa de Avignon. En aquella noche de octubre muchos de nosotros nos desvelamos. Había en lo alto de la noche segoviana una luna llena que se asomaba por entre las almenas como un pandero. Era la luna llena del alumbramiento o del italiano “aggiornamiento”. El avuncular Roncalli al que llamaban el papa bueno creo que no fue tan bueno aunque lo hayan canonizado cambió la iglesia de raíz no la conocía ya ni la madre que la parió. Lo cambió todo menos los privilegios curiales. Más que acomodarse a los nuevos tiempos en el castillo de santeñuelo alzaron la bandera blanca de la rendición. Dejaba de ser santa, se acomodó. Todo lo cedió excepto el poder para seguir siendo Roma pecadora. Y los que vivimos instantes tan traumáticos después de aquella elección damos testimonio

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