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sábado, 31 de diciembre de 2016


RABELAIS Y LOS THELEMITAS DE GARGANTUA






Un monasterio donde todo el mundo hiciera lo que diera la gana no es mala idea pero es el utopismo monástico que proyecta Rabelais en su AGargantua@ una feroz crítica desde la utopía contra el pietismo de la vida monástica.  Sólo hay un dios el vientre y todo acaba en el mismo sitio.  Descomposición de las heces y podredumbre de la tumba.  Vámonos pa allá.  Se acaba la moción.  Es demoledor pero con pan los duelos son menos y sobre todo si se goza de un sentido del humor a la francesa.  Divina pujanza y conocimiento del ser.  Escrutinio.  Pero al final, todas cañerías.  Alea jacta est et acta est fabula.  Se acabó el tinglado de la antigua farsa.  Leña al mono sobre todo una feroz critica contra los malos hábitos y las pésimas costumbres de la clerigalla en los monasterios relajados.  Pero la fe salva.  Ninguna apostilla contra el dogma, los sacramentos, la santificación del tiempo a través de la liturgia de las horas.  La búsqueda de la perfección de los que en cumplimiento del mandado evangélico (si quieres er perfecto, deja todo y sígueme) pero este es un ideal que rara vez se alcanza.  Señor )por qué nos fraguaste en tanto barro?  No son juegos de palabras.  Siempre fue así porque así es la condición humana pero siga la búsqueda de la utopía.  Vayamos al encuentro de nuestro ideal.  Gargantua y Pantagruel no son reformistas al estilo de Calvino o Lutero o los anabaptistas alemanes e ingleses pero prevé las luchas terribles que se desencadenaría en Europa por razón de diferencias de credo aunque debajo de estas diferencias en materia religiosa laten apetencias económicas y ven venir o más bien sus parrafadas son un comentario a las noches de San Bartolomé.  El papado era ciertamente impresentable.  Los obispos absentistas se comportaban como verdaderos Principes tiranos y gobernaban sus diócesis desde lejos con mano de hierro.  Las monarquías de Europa andaban a la greña: los Tudor contra los Trastámara, los Valois contra los Austrias y sufrían los de abajo bajo el peso de las guerras y la fuerte tributación que pagaba las mismas por villas y ciudades. )Qué hacer?  Comamos y bebamos y que cada cual haga de su capa un sayo nos dice Rabelais con su humor negro en esta novela-sotisse pero viene a decir que la culpa de tanta sangre como se derramaría en el s.  XVI  después la tuvo el papado, una institución que al lo mismo que a Letrero le pareció diabólico.  Pero como buen francés se muestra compromisario y alza su copa colmada de un vino añejo. Es un partidario del buen gusto.  Paris bien vale una misa y haz lo que yo digo no hagas lo que yo hago.   Hoy su lectura les vendría bien a los que han hecho del cuerpo y de la imagen deidad que se dieran una vuelta por estas paginas escritas en el mejor francés del siglo XVI.  Es un libro de claves contra esto y aquello.  Mal lo iban a pasar los hedonistas.  Memento homo quia pulvis es.  Culto a la imagen y a las mollas al bullarengue perfecto a unas buenas nalgas que todos andan buscando el Eldorado del canon de la perfección perfecta y Rabelais nos dicen que todos cagan y meam.  Los pontifices los magistrados los políticos reyes y reinas.  Hiede ya, Señor que dijo la hermana de Lázaro.  El olfato es el sentido de la vida el último que muere y recuerdo que el recuerdo odorífero que más me impresionó y lo tengo más grabado fe aquella casa o caserón del siglo XVII donde nos quisieron hacer a todos santos es el hedor de las letrinas y la peste de una comunidad de más de seiscientos tíos que no tenían duchas-las pusieron cuando yo acababa en el seminario menor- y tenían que lavar sus miserias en una palangana.  Íbamos para soldados de Cristo y terminamos en cipayos pero acariciábamos en aquel tiempo la idea de un convento como el de los Thelemitas.  Ir cada uno a su aire sin reglas.  Creo que ese es el mejor y único el mejor camino de perfección.  Ama y haz lo que quieras dijo san Austin que aquí el que no corre vuela haz lo que te dé la gana.  Rueda de la fortuna que abate y eleva. )Quién dirá que no es una la rueda de la fortuna quien dirá que no son dos la campana y el reloj?  Es bueno fumar para incentivar la imaginación y entrena la capacidad cognoscitiva formular silogismos.  Este libro enigmático es como una profecía.  Y había que distinguir muy mucho entre el caballo de carga o palafrén y el caballo de guerra que siempre será el corcel. Quien dirá que no es una la rueda de la fortuna y quien dirá que no son tres los amores que tenéis.  Es el ideal de cultura protectorado por los hombres del renacimiento.  Abajo las normas.  Fuera corsés.  Me hizo sentirme más cristiano y más anarquista.  Los monjes en aquel monasterio durante el día hacían sus rezos jugaban al frontón comían en silencio y por la noche se masturbaban o tenían visiones.  Si cometían una falta o imperfección pasaban una cuenta de su rosario o paternóster que es el rosario que llevaban los frailes a la cintura.  Pero Rabelais lo primero que hace es despojarle del hábito y la cogolla y los viste de brocado y ahí tenemos a fray Juan convertido en todo un hidalgo de bragueta con sus calzas y sus jubones y la gola para ir de visita a otros monasterios por lo general femeninos.  Erótica peregrinación.  Las mañanas el padre abad salía con su sacre al hombre a practicar el arte de la caza con halcón que era lo que más gustaba a las clases aristocráticas y a mediodía un lego les traían en un mulo cargado hasta el tope de alforjas tarterillas canecos botas de cino perdices escabechadas para una gran merendona.  De la panza sake ka danza aunque a perro viejo no hay tustús.  Fray Jenaro y fray Elías dos novicios que parecían dos tortolillos se perdían por el bosque mientras los otros de la expedición dormían la siesta echados sobre la hierba.  A ver qué vida.  Y luego todos a cantar en latin.  También acudían a las ramerías y después de misa y de decir el sermón se entretenían con los paisanos hablando de cosas del siglo o se solazaban con las mozas.  Siempre fue así.  Esto no tiene arreglo.  En uno de esos monasterios relajados de la baja edad media como el que pinta este autor francés no se debía de vivir mal del todo pues colmaba una de las grandes aspiraciones del ser humano vivir sin trabajar y lucrar el pan sin esfuerzo.  La sopa boba y ahí me las den todas.  Cantar un poco pues muy verdadero es el dicho de que el abad de lo que canta come y vengan misas y caigan ollas y mi puchero y mi misa y mi Mariam Luisa.  Buena gana de hacer el tonto y perderse por vericuetos de cursilerías místicas.  Rabelais se burla a placer de esa devoción de cuellos con torticolis y de cuellos de medio lado que es fingido y puede acabar rematando santos o creando bobos supinos en seres egoístas y perversos que se creen ya en lo alto de la hornacina.  Propone que se hagan cilicios (haires) con gatos de seda para que no hagan daño a los penitenciados y que se prolonguen las horas de quieto.  Tengan los frailes comida abundante y buenos paseos.  Dice que muchos de los rebotados los que se salían del convento acababan en perdularios y acaban sustituyendo la cogolla por el dogal de la horca. La senda de perfección corre a veces pareja con las trochas alegres que conducen a los derrumbaderos del infierno.  Pero del mal sólo nos puede librar la misericordia del Señor con los pecados de los hombres.  Rabelais no rechaza la fe católica al igual que Erasmo.  Esta alacridad les vuelve dos pensadores interesantes que se mantienen dentro de las lindes de la ortodoxia y es que lo que cumple es ponerse una orejeras y abrazarse al palo de la rutina: cantar en el coro y picotear en refectorio que decía Papini.  Y uno ve desfilar por las paginas aquellas fiestas del renacimiento durante el reinado de Catalina de Medicis cuando los castillos se convierten en palacios para ser albergue de grandes fiestas y saraos cortesanos (Chateau de Blois, Chantilly, Chamborró).  Época de transición.  Hacia poco que habían acabado en Francia las guerras de las dos rosas. Rosa blanca de la corona de York y flor de lis de Paris.  Hace gala de sus gran conocimientos clásicos.  El griego lo conocía a la perfección [articé, norte, anatole, este, esperia, oeste, mesebririne, sur y luego está el mar helado la región más desconocida en la tierra] La vida monacal se centra en los cuatro cuadrantes cardinales.  Y es disciplina y orden.  En los muros del convento siempre un reloj de sol y en las salas capitulares una clepsidra que hablan de la fugacidad del tiempo. Tempus fugit.  Hermanos morir tenemos.  Hermano ya lo sabemos.  El monasticismo en ese sentido acendró los conocimientos técnicos en materia de relojería porque los relojes conventuales donde se reglamenta el espacio y el tiempo todo es toque de campana y mucha relojería.  Eso sí en los monasterios se murmura y se conspira y la preocupación de los priores del oeste como de los idumeos orientales es luchar contra ka ociosidad madre de todos los vicios.  Cuando no se ejercita el brazo o se arquea el lomo se suelta la lengua.  Otra obsesión: impedir que la lengua trabaje.  Silencio y exterior como normas cenobitas pero esto esconde el miedo a Ala húmeda@ que es lo que distingue al ser humano de otros mamíferos pero que puede ser deletérea y donde hay confianza da asco. Ya digo.  Mandas y bodigos. )Monjas? )Cómo eran las monjas en la Francia medieval?  Muy feas nos dice Rabelais.  Horribles.  Profesaren porque habían quedado para vestir santos.  Una mujer que no es buena ni bella sino vieja y bigotuda )qué hacer con ella?  Ingresarla en los claustros.  Así de fácil.  El lesbianismo no lo toca y la homosexualidad sólo de pasada pero hace una llamada de atención para zafarse de las cucarachas conventuales[1].  En esta novela ensayo Rabelais se adelante a Montaigne y sigue la senda utópica de los grandes humanistas utópicos de su siglo: Moro, Erasmo, Valdés que podían escribir tanto en inglés como en castellano o francés como en latin y el griego y que manejaban los hebreos. Un nuevo ideal de hombre con una gran capacidad critica.  Dirigen sus dardos contra los contemplativos relajados que en Occidente - en Oriente donde se impone la formula del anacoretismo simple no tanto- siempre fueron un quebradero de cabeza para los papas.  De ahí el oscurantismo reaccionario de algunas ordenes religiosas contra los intelectuales reformistas y el odio inquisitorial.  Se decía que si a un cristianos no le gustaba Erasmo o era fraile o era asno.  Cabe recordar que el Ideal del cristiano fuer uno de los libros que le dieron a leer a san Ignacio convaleciente y le fue expurgado por su confesor que lo sustituyó por la Vita Christi del Cartujano.  Si en lugar del Cartujano el de Loyola se sumerge en la lectura de Erasmo a lo mejor la historia de la Contrarreforma hubiera sido otra.  También se rebela Rabelais como un experto en el arte militar.  Conocía bien el arte de la poliorcética para el ataque y defensa de las fortalezas.  Pasa por el esguazo de aquel gigantismo épico que es un poco la caricatura del ideal de perfección del monaquismo.  Una virtud les concede a los frailes que la doma de la voluntad y el tener que valerselas en un medio hostil donde no hay que sentir lo que se dice pero nunca sentir lo que se siente les convierte en dechados del  disimulo.  Autenticaos camándulas que llegado el caso pueden mostrarse de una crueldad insólita con sus semejantes.  Busca el ideal de sociedad utópica proyectado por Platón en su república donde imperase la armonía y el orden pero al transmutar ese ideal a la realidad Theleme se transforma casi en un manicomio, una Legio decumana de vélites que pasan el día en la ociosidad o entregados a los festines de Asuerio aquella comida en la Arabia feliz que duró 180 horas.  Cuestión de temperamentos (sofronos).  Aunque admite se produce la perla en el muladar y aparece el venerable (sebastos) el religioso que ha alcanzado la santidad rara avis. Las civetas y comadrejas del monasterio lo desgarran a dentelladas o lo untan de sangre con su lengua.  Nada más. )Les parece poco?  Pasemos el esguazo.  Hay que seguir adelante. En el fondo el hombre nunca dejará de salir de su condición de esclavo o mancipo.  También se ríe de Juan de Arco la doncella de Orleans de la que dice que era tonta lo mismo que Luis XII.  Y a los españoles Rabelais no los podía ver tampoco como buen francés.

 

 

 



[1]Cafards o cucarachas

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