EL “EMILIO ROMERO” DE AMILIBIA (I)
Antonio Parra
Era un gato montés con el alma de paloma, un águila
entreverada de gavilán. Esta definición sobre Emilio Romero creo que se la
escuché a Joseph Meliá, uno de los demiurgos de la transición, periodista balear
hoy descatalogado y difunto del que no se acuerda nadie como tampoco de Emilio
Romero. Pero si es verdad la frase de Churchill de que nunca se debió a tanto a
tan pocos el aforismo fluye de sí en este caso. No menos cierto es que Castilla
– digamos con Machado- desprecia lo que ignora. Las nuevas generaciones han
sido mantenidas, a la fuerza o de grado, deliberadamente o por la atávica
incuria carpetovetónica a blancas de nuestro inmediato pasado. No se enteran de
nada. No saben, no contestan. Es la inconsciencia de los nacidos de nuevo.
Laváronles el cerebro pero en cronología
no existen horas cero, no se dan los compartimentos estancos ni se produce el
milagro de la generación espontánea. Esto es una raya contínua que se estira al
infinito pero quieren convertirla en un totum revolutum. ¡Ay que la vida da más
vuelta que el corazón de una hetaira!
¿Esta amnesia colectiva cómo es posible?
Todos somos hijos
de algo; esto es hidalgos en el mejor sentido de la palabra. Puede que sea uno
de los pecados del sistema y que a la larga podemos pagar caro: haber matado al
padre.
Andan metidos en su burbuja autocomplaciente entonando
alabanzas y salmos de acción de gracias por lo ricos, por lo bien informados
que están, por lo sabios, por lo europeos, por lo demócratas... Y por lo gilipollas diría yo. Venimos todos de alguna parte y nuestro
origen está ahí. Observo un afán por poner sordina a ciertos acontecimientos
importantes, como por ejemplo que la democracia empezó con Franco y que esta
monarquía le debe mucho a los falangistas de izquierdas como Emilio Romero. O
de obliterar lo obvio. En Zarzuela por lo visto no quieren acordarse de Cartas a un Príncipe, el best seller de
los sesenta, un vademécum donde la monarquía constitucional aprende de la mano
de Maquiavelo que inspira a Emilio a dar los primeros pasos.
Esto parece una república de necios. Más necios que ese
Juan Maulas que anda por la vida cargado de masteres, la pechera tan constelada
de medallas académicas como la de un
general ruso de antigua gradación y
escribiendo en “La Esfera armilar, diario de mañana tarde y noche”, inmundo
panfleto bajo la égida de Walamboso el tramposo Hache Aspirada. Fue a Columbia
pero Salamanca no vino a él. A las pruebas me remito: no sabe hacer la o con un
canuto, pues lo nombraron subdirector adjunto de la papela. Es catedrático de
Relaciones Internacionales y profesor de esa fábrica de parados que se llama
Facultad de Ciencias de la Información. Romero, su fundador en 1971, no hizo
más que el bachillerato en el Cisneros. No era un hombre aquejado de titulitis
pero daría sopas con honda a todos estos en este quehacer nuestro que se
aprende menos en las aulas que en las tabernas. Sobre la platina y el chibalete
o atornillado al ordenador o a la máquina de escribir. En la calle siempre.
Este punto- para volver a ese Maulas, el leonés- tengo
para mí que fue el epítome de esta figura: del asesinato del padre o el quítate
tú para ponerme yo. Por sus injerencias y despechos, la soplonería amarga etc.,
hemos ingresado todos nosotros en el club de los poetas muertos que es de lo
que se trata aquí y ahora y en este caso. Traigo aquí su nombre del que no
quisiera acordarme a colación ya que comenzó a perseguirme desde que estaba en
Nueva York. Obra de envidia pues yo cobraba más que el meritorio y residía en
un adosado que me marqué con mi fuerza y mi valor y él en un tabuco infectado
de cucarachas alemanas en el Upper Town. Estos pijos amantes de la Gran Supraba
hicieron bastante daño por estos enmarañados tesos de la política y la información
hispana. Eran derecha fáctica en guisa de izquierda. Engañaron a Felipe, A José
Mari le dieron la patada cuando les plugo y, amigos de los Great Big Guys,
ruego a ZP que se guarde bien de estos intrusos. Como Zola yo acuso. Hacen la
guerra por cartapacio. Matrimonian por poderes y beligeran by proxy como dicen
los americanos. Forman parte de una
quinta columna al servicio de los Poderes Ocultos.
De tales mansos cornalones y madrigados como los cabestros
de San Fermín nos libre Dios. Son gente muy revirada, agentes del agit prop y
del legrado de memoria.
-¿Se ha quedado
usted a gusto ya?
-
Me quedan más flechas en mi aljaba pero de
momento vale. No tensemos el arco.
Con tales antecedentes y nos perdonen el inciso de esta
amnesia colectiva y morral hablábamos JL
Navas y yo a la sombra del manzano silvestre que nos guarece del sol en la
terraza de un bar de nuestra urba, a cuenta de la biografía de Emilio Romero
que acaba de publicar Jesús María Amilibia.
¿Qué te parece? Pues que se ha pasado. Navas no suele
escribir ni hablar a humo de pajas. Lo que él dice siempre va a misa.
Periodista de la gran escuela de Pueblo
y que aprendió su buen hacer profesional a los pechos de Emilio Romero, un
hombre que cuando llegabas a la redacción no inquiría de tus ideas políticas,
sólo le interesaba si profesionalmente eras cabal, es de los que ve crecer la
hierba. Nadie se le despinta por lo general. En su rostro atezado por mil soles
uno ve reflejada con nostalgia pero sin
acritud (bienaventurados los mansos de corazón, querido Navas) casi la mancheta
del periódico de la calle Huertas, un edificio vertical, como el sindicato,
cortado como a plomada, a soga y tizón, reflejando el deseo de concordia y de
revolución social que siempre albergara Falange Española.
-¿Qué subimos a la planta séptima?
-Vamos.
Así que con el juicio de valor del Director de
vistazoalaprensa.com me quedo. El libro de Amilibia yo aun no he podido leerlo.
Doy por sentado que sea discutible y que cargue las tintas en punto a las
demasías de alcoba de Emilio Romero cuya debilidad de todos conocida eran las
señoras. Era lo que dicen los ingleses un womanizer
o lo que aquí denominamos “picha brava”. Pero eso es sólo adjetivo lo mismo que
sus pasión por las antiparras, esas gafas horribles de montura de concha que
empezó a gastar desde niño para corregir su presbicia este sublime miope. Lo
sustancial me parece a mí es que fue una figura clave, desde sus planteamientos
justicialistas de lucha por los derechos fundamentales, el aperturismo evolutivo
hacia la democracia, del mundo de la literatura, el periodismo y la política
del pasado siglo.
Además creó escuela. Algunos de sus artículos en la famosa
Tercera de Pueblo deberían pasar a
las antologías por la habilidad de estilo, amplitud de miras y desenfado
genérico. Inspiraba a los de su alrededor y a su lado uno se sentía la alegría
de vivir. Hasta puede decirse que era un audaz, un animal político, un cachondo
mental lleno de compasión hacia los demás. Y eso sí; idolatrado por las
mujeres, aunque le diese calabazas Ava Gadner.
Sin embargo, no hay que dejar de reconocer que nuestro
colega, el vasco Amilibia es un buen periodista y un gran escritor. Su novela Héroes de barro me entusiasmó porque me
vi un poco reflejado en sus páginas,
donde cuenta la mala vida que llevamos en los colegios de curas y seminarios
franquistas, al igual que la gente de mi generación. Sin la represión de
aquellos años no se explica la explosión de libertad y de ganas de vivir de la
generación del 68. También he
seguido algo así como otra media docena
de libros publicados por Chus, injustamente orillados y a los que faltó la mano
propagandista del marketing. Creo que la culpa de todo esto la tuvo Lara el
editor del franquismo que se enriqueció con la democracia y ahora anda en la
folía de sufragar el separatismo rovireche como dueño del deficitario e
hispanófobo Avui.
Poco antes de mi
conversación con Navas, la Schlichting, esa cachorra de la jauría
juvenil de Ansón, una excelente
profesional, por lo demás si no fuera tan carca y tan en plan señora de
derechas, y cuya voz me enamora y disipa mi aburrimiento y terquedad algunas
tardes, entrevistaba a Amilibia en la COPE, y le preguntaba si este libro no
era un ajuste de cuentas con el Viejo Gallo de las Morañas. Arévalo nos fizo y
nos desfizo. ¿Se puede escupir contra la mano que dio pan?
A lo que contestó el bilbaíno que si Emilio Romero hubiese
leído la obra estaría encantado pues si lema era que hablen de mí aunque sea
mal. Estaba instalado en la provocación pero sin abandonar los cauces correctos
pues era un tío muy elegante. De ahí su tradición de masto de pelea y sus
broncas y agarradas dialécticas con las varias capillas del régimen franquista.
A un periodista, a un escritor, lo peor que le pueda pasar es que lo releguen
al olvido. Para nosotros a veces mucho peor que la muerte física es la
proscripción. Y en esas estamos algunos. Sin que nos hayan cantado los curas el
gorigori, enterrados en vida, condenados al panteón.
En verdad y victimismos aparte hemos sido conejos de
Indias de los parricidas intelectuales que abundan como setas en otoño en el
paisaje y paisanaje político-literario de la vida actual. Estos muñidores
instalados correveidiles de Sede Baldea que van y vienen con chismes a Supraba
y le hacen la pelota a don Walamboso el Tramposo de las Haches Aspiradas que
edita “La esfera armilar”, inmundo
periódico y casi un refrito del NYT y la
voz de su amo, nos pusieron la proa y así vamos, de culo. De esa forma se
explica el ninguneo de los periodistas de raza y de los escritores valientes.
Dios los cría y ellos se juntan. El sistema cultivó el onanismo filosofal y el
enanismo moral. Resultado: nos crecen los enanos y aquí hay gente que no
escribe, se prodiga en pajas mentales.
En lo que no estoy de acuerdo con Amilibia – lo dijo en la
entrevista radiofónica- es que era un mal escritor y dramaturgo. Es lo que
adujo también Martín Prieto el otro día en la columna del Mundo como perdonándole la vida. Amos anda. ¿Duermes, niño, todavía
con el osezno de peluche entre los brazos, tú que eres hijo de guardia civil?
Pues parece mentira. Esa especie no hay por donde cogerla. Todos sabemos lo
bien que manejaba el castellano el director del diario de la calle Huertas. Más
de una vez escuché decirle que es un idioma muy agradecido y rico en el que se
puede decir todo, si se sabe decirlo. Está claro.
No. No y no. Emilio Romero creo que escribió la mejor
novela sobre la guerra civil, obra que recomiendo yo a los alatristes y bisoños
de alubión para que se inicien en el difícil arte de narrar. La lectura de sus
libros es una paliza pero a ellos nos condenan como antes se condenaba a
galeras los españolitos las prensas editoriales. Bazofia a mogollón.
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