ZAHORRAS, ZAMBRAS, ZUMBAS Y DONAIRES
¡Ah las zahorras del Ramadán de las que nos hablaba el Arcipreste de Hita! Cuando un hilo blanco no se puede distinguir de uno negro puesto sobre el dedo y a ojo de buen cubero al caer la tarde, de acuerdo con los dictámenes del Alcorán, y el sol se hundía por el horizonte, los creyentes de Atienza y Sacedón obedecían los mandamientos de Mahoma sobre el ayuno pero a la noche se ponían ciegos de pasteles, berenjenas, cuscús y toda suerte de manjares excepto jalufo.
Acto seguido, se organizaban fiestas y en algunas aljamas la liaban parda, comenzaba las zambras, sonaban chirimías y procesiones de rondadores y veladores celebrando el final del ayuno con una zahorra y luego venía la danza de los siete velos y, ya metidos en harina, y como había poco que hacer, y no había televisión ni radio en aquellos años medievales, moros, judíos y cristianos... pues eso: se entretenían haciendo encargos a la cigüeña.
Las doncellas en edad de merecer cantaban aquella coplilla: "cigueña maragueña, la casa se te quema, los hijos se te van a Pecharromán, volverán a la torre por Ramadán". Por más que la convivencia fue precaria y los miembros de las tres religiones que dicen monoteístas vivían cada uno en un barrio diferente, durante los ocho siglos de la reconquista fueron del todo frecuentes los matrimonios mixtos. de estos amores nacieron los cantares de gesta y el romancero fronterizo porque la épica es consustancial a la vida española, siempre menos ahora.
Muerto el moro Almanzor y pasado el terror de los almohades, o, cuando los sanedrines no promovían mediante sus dineros y sobornos aquellos rebeliones y motines en las aljamas (el pueblo se sublevaba contra la arbitrariedad de las pechas y martiniegas de los usureros judíos que fueron en Castilla los que controlaban la banca y los poderes de la Iglesia) se normalizaban las relaciones hasta el punto de que durante Ramadán los musulmanes de buen corazón, que también los había, invitaban a sus parientes o vecinos cristianos a los banquetes de atardecer y de estas convivencias a la mesa o zahorra surgirían entendimientos a todos los niveles pues decían que lo humano no ha de estar reñido con lo divino y todos eran hijos de Abrahán. No obstante, la zahorra o desayuno litúrgico se convertiría en farra nocherniega. Los diccionarios como los dineros, las naciones y los individuos, también se generan, regeneran y degeneran.
De esta interacción de amor y odio de ochocientos años de lucha encarnizada y cuando no había aceifa ni campaña militar en los meses de invierno coincidentes con el Ramadán y la navidad, surgió todo un florilegio de palabras de raíz árabe que son más de dos mil en castellano y zahorras, zambras y zumbas forman parte de ese rico vocabulario de préstamos morunos. Canjes idiomáticos de los tiempos de paz que ponían un intervalo de jarchas y danzas de los siete velos al consuetudinario clima bélico espoleado por los intolerantes del Profeta. Los fundamentalistas ponían el libro y la cimitarra. Los judíos los dineros para costear las campañas militares y España se ensangrentaba.
Se tronzaban las mejores espigas. La guadaña de las parcas segaba vidas en flor. Por todos los caminos cabalgaba el pendón de la anúteba, llamando a bandos y declarando hostilidades.
No. La reconquista, que ahora trata de copiar el gobierno sionita, no fue un paseo militar ni un capricho de la historia, contra lo que algunos piensan ahora, sino un ardor mesiánico, una empresa sorprendente y maravillosa surgida desde lo más hondo del genio español. Fue durante muchos años, hecha la salvedad de las treguas de Dios, una guerra de exterminio. No hay que hacerse demasiadas ilusiones: tanto la Media Luna como el Candelabro intentarán acabar con la Cruz primero. Más tarde Moisés y Mahoma pelearán hasta el fin, hasta el exterminio mutuo. Zahorras, zambras, zumbas y donaires. Izas, rabizas y colipoterras
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