ALEJANDRO FERNÁNDEZ POMBO Y LA ESCUELA
DE PERIODISMO DE LA IGLESIA
Alejandro fumaba celtas largos
sin boquilla tabaco hondo y espeso que fumaba el pueblo y yo lo recuerdo en
aquella aula del León XIII envuelto entre el cendal del humo y un ambiente
distendido y de sonrisas.
Enseñaba redacción periodística y
su especialidad eran los titulares.
Hombre afable, condescendiente y
buena persona. Compartía claustro con Bartolomé Mostaza, Antonio Ortiz
Muñoz, Sánchez Agesta y Salazar, éste uno de los viejos monstruos sagrados
de la escuela del Debate. Siempre llevaba Salazar en el bolsillo una cámara
fotográfica y una cuerda para maquetar. Llevaba también la primera página del
diario YA del día siguiente en la cabeza. Le gustaba no creas tomarse sus
buenas copejas, como a la mayor parte de los periodistas de raza, una profesión
que nos marcó a bastantes con las tres D
fatídicas (divorciado, deprimido, dipsómano) en la frente, pero comparecía en
la cátedra aparentemente más sobrio que un fiscal. Otro del cupo era Estefani
un malagueño atormentado y ex cura. Creo que murió alcohólico. Dios lo tenga en
su reino. Que yo no tiraría nunca la primera piedra a ese tejado porque mi
techo es de cristal.
Otro personaje era nuestro
profesor de inglés mister Peter Miles que pese a presentarse en clase
implacable con trajes de Savile Row que sólo le faltaba el bombín para parecer
un perfecto gentleman, luego supimos que era polaco y se suicidó sin haber
salido el pobre del armario.
Fue uno de los personajes que
más influyeron en mi anglofilia de la que deserté cuando una patrona que tuve
en Londres me enseñó un día la ropa interior de uno de sus pupilos, un dandi,
uno de aquellos tipos del bombín camino de la City a la ocho la mañana, llena
de cazcarrias y los calzones con palominos. Mi veneración hacia los ingleses se
vino abajo entonces cuando supe que el inglés medio se bañaba cada quince días.
Entre los alumnos recuerdo a
Gabriel Plaza Molina, el más brillante junto con López Castillo y un
vallisoletano que llegó a dirigir el Diario de Avisos en Tenerife. A Eugenio Nasarre,
a Martín Aguado, a un capuchino gallego al que llamábamos el Barbas y
que se daba una maña específica para copiar en los exámenes, a una monja
gallega muy guapa cuya toca cubría media pizarra, a un cura murciano Freixinós,
a Félix Medin García, al padre Feito un asturiano, a un padre
Paúl de Castellón, a Pedroche y a Juan Antonio Pérez Mateos insigne
colaborador y redactor de ABC que ha escrito bastantes libros sobre la
monarquía y a un chaval que se presentaba con el pelo engominado, cronista
taurino que fue director del Ruedo.
Uno de los que más destacaba no
sólo por su altura sino por su peso intelectual era el soriano Abel
Hernández, una gran pluma, buen radiofonista, políticamente zigzagueante,
fue cura y lo dejó.
A todos los tengo en la memoria y en
mi cariño, Fernández Pombo era uno de nuestros catedráticos referidos por su
afabilidad, por su cordialidad. Nos trataba como a compañeros y amigos. Gracias
a sus gestiones medió para colocarme algunas colaboraciones en el YA. Luego me
fui a Inglaterra.
Recapacitando sobre lo que fue aquella escuela de
periodismo, he pensado que el pobre cardenal Herrera Oría perdió la
partida en su lucha contra el modernismo, pese a su afán de justicia social,
algo que puede comprobarse actualmente en Málaga donde hizo casas para los
obreros, su apostolado seglar, y sus grupos de Acción Católica. El
aggiornamiento acabó con él, así como haber sido uno de los obispos con mejor
ascendente en el Pardo, y eso que criticaba en sus sermones a Franco pues aquel
santanderino lo fue todo menos pelota. Yo creo que fue un santo.
Corrían tiempos solidarios y
todo era más fácil para los que empezábamos. La Santa Casa y el edificio Arriba
comulgaban de un afán común de justicia social y de mejora económica. En la
actualidad creo que eso sería medio imposible.
Bajábamos en Reina Victoria
abajo o en el E Gabriel Plaza, Alicia Martín una asturiana con los ojos como
dos avellanas y yo, algunas veces la monja gallega se agregaba al grupo haciendo
planes de futuro.
La escuela del Debate fue una
fragua de grandes profesionales del periodismo. En ella se formaron muchos del
Arriba. No había tantas discrepancias al fin y al cabo entre la Acción Católica
y el movimiento de José Antonio.
Entre sus ideales figuraba el
concepto de servicio a la verdad, a la patria y en el caso de los secuaces del
gran cardenal Herrera Oria-ese sí que era un gran cardenal y no Rouco- a la
iglesia.
Nos comíamos el mundo. Queríamos
ser profesionales químicamente puros observantes de la ley pero dentro del
orden de nuestro albedrío y nuestra propia independencia.
Actualmente los periodistas son
enchufados de los de arriba o lacayos al servicio de las mafias infames de
nuestra castuza política.
El tiempo del cardenal Herrera
pasó y murió la obra por él creada a manos del fuego amigo. El Vaticano II le
volvió la espalda. Le segaban la hierba bajo los pies. Estaba criando cuervos y
nunca pareció darse cuenta aquel gran eclesiástico creador de instituciones tan
importantes como la BAC, una auténtica gloria de la Iglesia española.
El hecho me persuade fuertemente
del convencimiento de que la misión de la Iglesia no es política ni siquiera
social primigeniamente, sino espiritual, civil y sobre todo educadora.
Alejandro Fernández Pombo
pasaba, dada su categoría intelectual y su timidez bonancible, como de
puntillas sobre tan arduas cuestiones. Católico convencido, no lo demostraba ni
hacía demasiado proselitismo. Ayudaba al que podía.
Creo que llegó a ser uno de los
grandes presidentes que ha tenido la Asociación de la Prensa de Madrid.
Yo ni quito ni pongo pero el
rumbo que han tomado los acontecimientos ahora tanto en la iglesia como en la
España de nuestros días casi me asustan porque el estado y la Iglesia incluso
la del papa Francisco con sus gestos- un papa no está solo para besar
niños y bendecir las invasiones muslímicas diciendo una misa en Lampedusa en un
cáliz de barro sino para afrontar por lo derecho los problemas de la
catolicidad- devienen irreconocibles. ¿Y el periodismo? En manos de mafiosos
como Pedro J un tipo a sueldo de los ingleses y los americanos o el
torvo Juan Luis Cebrián verdaderos sátrapas o mogules o señores
de horca y cuchillo que han convertido a sus periodistas en oficinistas.
Con Fernández Pombo se va una
era y se van aquellas nuestras ilusiones de bien común, salario justo, empleo
seguro, contratos dignos y el derecho al pan, al hogar, servicio sanitario
cubierto y subsidio para los parados y pensionistas en todo eso que creíamos.
Fueron causas justas por las
cuales él luchó y a cuyo servicio puso su pluma de poeta y escritor manchego.
Con su desaparición se me ha
muerto una parte de mí que no volverá: aquella sonrisa, aquella pasión por
escribir, aquella cajetilla de celtas guardadas en el bolso de la americana
dispuesta siempre a sacarla para ofrecer a un amigo.
Réquiem aeternam dona ei, Domine
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