EMBOLISMÁTICO
La confusión camino es de perfección y Octaviano poeta mayor
inclinado a las anacrusas prefería el vocabulario embolismática como ayuda de
costa y poyal de camino para adentrarse en los tiempos de confusión escribiendo
con no pocos arrequives, entretalladuras y arabescos. Pese a lo cual su numen
fluye como el raudal de una fuente o las aguas de un molino harinero. Era no en
vano amigo de Poldo el del Molino. Iba a cangrejos y con su retel pescaba crustáceos
y cazaba mariposas adentrándose por hontanares
de la imaginación. Vuelve a casa, pan perdido. Amaba a la poesía de congruo y
de condigno, se refugiaba a la agachadiza en su cueva interior. Era todo un
heremita de los tiempos apocalípticos. Poseía el don de la ebriedad y había leído
muchos libros. Tripas mueven por pies. Sin embargo él caminaba por mundos
soñados con los ojos de su imaginación. Vivía pobre. Todas sus posesiones se
reducían al alfamar o manta morisca y de
una cobija palentina, dos candelarios, cinco potas, unas trébedes y dos
cuchillos para cortar pan. Las paredes de su celda aparecían cubiertas de
papeles, del comején de la humedad y de la ruya de recuerdos dolorosos. Déjame estar
no más en tu claustro sosegado. De vez en cuando se ponía a mirar al paisaje y
desde su cueva oculta entre ramas de abedul veía los mullidos prados de cencida
hierba, las montañas azules cubiertos en los picos con algún lienzo blanco
reliquia de las nieves perpetua. En el pueblo le llamaban el cenobita de Liébana.
Mucho le prestaba en las largas tardes de mayo alzarse con un cante a lo
zamarro de la cadencia praviana. Recordaban las estrofas las hazañas de
antiguos reyes godos que se llamaban Adosinda, Silo y Mauregato. Rostros borrosos.
Personas que no existen. Amores que fracasaron. Xunce las vacas, Ramona... Pasaba
las noches en contemplación de las estrellas y le amanecía de gota serena sobre
la villa famosa acurrucada entre lomas y espaldares a los que la erosión
glacial había transformado en torrentes en formas de albarda por causa de las
morrenas. Rumiaba sus recuerdos mientras cantaba la alondra y la luz ámbar de
la amanecida doraba las rocas. Los caballos montesinos piafaban en la cuadra. Era
la hora de la alfalfa. Se levantó el aire yu pronto empezó a tronar. Cuando cruje
la cueva de Noreña saca los bueyes y vete por leña. Por aquí vivió en los
espaldares del monte Naranjo don Alonso de Velasco el que la sierpe mató. Los caminos
los visitan por eso con frecuencia duendes y endriagos. La sierpe mató don Alonso
y con la infanta casó. Todo un enigma que no puede ser interpretado don parábolas
sino en lenguaje oblicuo y embolismático. Octaviano el monje vivió en aquellas Asturias
hace muchos siglos
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