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jueves, 30 de septiembre de 2021

EL VOLCAN

 Soguillas trepó por la cuesta a sus espaldas el monte Reviresco erguido solemne, cubierto de un manto de pinares y eucaliptos que contemplaba a su hermano mellizo, el monte Recinium, y, calella arriba,  cruzó el chalet del médico bebió agua en la fuente Caldera, al lado de la Casona y, traspuesta la candela de la antojana frente a la puerta de cuarterón donde estaban los tocones de los restos de una palmera, que obligó a cortar su vecino, el Roxiu, un aldeano de la braña a la Tía Maruja y que trabajó de barrendero para el ayuntamiento.

Sin más ni más, temiendo renaciesen los furores del 36, la heredera de la casona pro indiviso, accedió. Quejabase El Roxiu de que desde los ramos de aquellas dos solemnes ceibas, plantadas por el abuelo que vino de Cuba, se descolgaban los ratones a su sobrado y le cagaban el maíz.

El Soguilla que venía de darse un baño en la playa entró en la cuadra/despacho, dormitorio/cocina/comedor/biblioteca y abrió el ordenador. 

Le hizo guiños el misterioso artefacto, parpadeando por pantalla un mundo fantasmal de noticias narradas por las chicas de la tele sobre el gran volcán de las Afortunadas que nos tenía a todos en vilo. Et "omnes terra tremuit" 

Y a las tres del mediodía hora de Sexta vinieron las tinieblas. Se hizo noche en el corazón de los mortales cuando la tierra tembló pero ante el apocalipsis todo eran explicaciones de los expertos.

 Las chicas de la tele no daban  una pero aparecían bien aparejadas con  ceñidos pantalones que casi dejaban bien la raja, maquilladísimas y recién salidas de la pelu.

 Algunos "salidos" telespectadores todo su afán era verlas el chichi  a las púberes canéforas preocupándoles lo más mínimo las hecatombes que narraban. El buen ver de las reporteras cañón era más importante que el terremoto escupiendo lava y amenazas por el escriño. Estaba visto que esas muchachas querían ser protagonista. Lo que importa es la imagen. Pero la manga riega que aquí no llega y a Asturias no llegaba.

 No dejaban de  referirse a él los informativos a la erupción dando vueltas al tema diciendo siempre lo mismo. Parieron los montes eyaculadores de semen de fuego para fecundar la tierra.

En la Regional seguía la Rubia con su risa atroz visitando las casas de los viejos en pueblos semi habitados. Hablaba un bable que cabreaba a los naviegos porque a todas las luces no era real sino impostado. mucho fiu, mucho o, mucho préstame, mucho guapu, y calla la boca. Cuando veía a la rubia el viejo sacerdote rebotado le llevaban los demonios porque esa sondia era la agente del terremoto social con sus carcajadas catástrofes.

- No me asustes, nin, que yo voy por los segao. 

 Los desastres naturales eran el soporte de la venta de coches de lavadores y de condones. En el escaparate del mundo se vendía terror, vino la peste y la guerra y sus imágenes hacían cajas de las redes publicitarias como mediaset

En el mundo de la imagen sensorial todo era publicidad. 

La tele hacía de tripas corazón, mostraba el río de lava hirviente arrasando edificios fincas e iglesias, los ríos de azufre que se despeñaban en la mar. Así las cosas, lo que en realidad interesaba a todos esos mandaos era la "publi".

 Si a su vecino le impulsaba y el odio aldeano hacia el indiano rico que iba a las romerías a caballo y gastaba leontina con reloj de oro y trazas de gran señor a estas pobres chicas (el periodismo se había convertido en cosa de mujeres desde que se alzaron triunfantes las gumías y viragos de la Gran Meretriz) les regía un afán de notoriedad.

 Por la otra cadena un menda con la cabellera tiznada de amarillo y pestorejo abultado en el pescuezo hablaban a voces sobre el óbito de la madre de la Gran Pantoja. 

El que más chilla capador y en aquella reunión el que más gritaba era un tal Quico. Parecía una reunión de pastores ante oveja muerta. Hay que darle a la húmeda de vez en cuando pero no a todas horas. Claro que vivían dello, de la alcahuetería más repugnante. 

Eran los heraldos del infierno

En el coloquio a todas horas parlaban las Euménides y contaban las Tres gracias las tristezas de su madre descabalgada del amor del Bigotes.

 -Puta la madre puta la hija puta la madre que las cobija-, murmuró el Soguillas al abrir el portón de la cuadra en la que dormía leía se calentaba y escribía con una llave de hierro fraguada hacía seis siglos. 

Un mirlo, nuncio de la atardecida, despedía al día columpiándose sobre lo alto del escajo de la zarza que ceñía el muro de la casa

 

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