Vendimos la casona
Llego a Oreanda entre fusco y lusco (el
atardecer es hora bruja no hay luces del véspero llueve en la corredoria y
llueven lágrimas en mi alma). Quitaron el cartel de “se vende”.
Fueron cinco años de mostrarla, vino
mucha gente. Yo, duro ensalzar las calidades mágicas de esta mansión —mansión
viene de mansio del verbo manere (permanecer) lugares donde posaban los
soldados de las legiones de Augusto cuando iban de marcha —pues debió ser
construida con las bendiciones de un
arúspice, y un flamine de Júpiter bendijo el pazo y la sebe.
El hórreo
cayó una noche de ventalle. La antojana y la portalada con sus
correspondientes cuadras se conservan intactas a la entrada con un banco de
piedra y una puerta de cuarterón. Desde el balcón de solanera veíase la mar y, ya digo, un
sacerdote de Júpiter, calibrando la bondad del aire la lenidad de las aguas,
hizo la nuncupativa solemne y dedicó la casa a la diosa Diana que veneraron
muchos siglos los de las aldeas del Manto en la cumbre del Montarés.
Pero, cuando nos cristianizaron, cambiamos de
lealtad onírica y Diana cazadora cedió el puesto a santa Ana.
Mis explicaciones esotéricas cayeron en saco
roto; todo en vano: el personal se desentiende puesto que el horno no esta para
bollos ni el alcacer para zampoñas, tampoco el manto de Magdalena está para
pitos. Aquí lo única que interesa es la pasta.
Mis explicaciones a los compradores en
perspectiva les sonaban a música celeste; todos decían lo mismo “llamaremos”,
no llamaron nunca, y si te he visto no me acuerdo.
Por fin quédasela un vecin por el precio
irrisorio de 75.000 euros, un regalo para una finca de cien áreas y dos días de
bueyes, estragal, portalada dos alturas, tillado de madera de castaño, una mesa
de nogal donde cabían doce a las cenas de nochebuena doce apóstoles,— y por san
Pedro los señores curas de Cudillero y los de las parroquias de la contornada—,
el arca de caoba que trajo uno de diestros abuelos el general Batalón que
estuvo en Filipinas con mando en plaza, algunas fotos y recuerdos de la guerra
de Cuba soldaditos vestidos de rayadillo y sombrero jipijapa.
Hubo tambien postales de un teniente de
artillería en la campaña de Rusia murió en la batalla del lago Ilmen y del cual
era madrina de guerra una de nuestras tías. Yo le tenía dedicado un sitio
especial a este caído en el frente ruso, cuando venía a Oreanda encendía una
lamparilla en su memoria que lucía al pie de un icono con la imagen del
Salvador frente a un espejo (z a r k a l o) según la usanza rusa.
Allí estaban las cartas del pariente al cual
fusilaron en Barcelona por orden de Companys ese siniestro personaje de
infausta memoria. Y otras muchas cosas.
Esta casa nuestra siempre fue de derechas. El abuelo hubo de huir al
monte cuando los rojos vinieron a buscarle querían pegarle un tiro por tener
fincas y estuvo viviendo entre jabalís rebecos
a la sombra de las hayas de Faedo
todo un año. Volvió como salvaje y algo trastornado. Sólo pensaba en ir
a mozas.
Esta casa fue para mi un oratorio y un
reclinatorio, un hospital donde curé las heridas del alma, y fue el paraíso
soñado de los veranos de mis hijos que acá pasaron su infancia. Gozaba de
energía positiva.
Recuerdo aquellas noches de plenilunio en
calma o las de niebla cuando rugían las sirenas de los barcos que pasaban la
marola y por el invierno calendándonos al amor del llar con el suelo de terrazo
y un tiro chinea perfecto.
Fue construido por los mejores alarifes
asturianos a fines del XVII. El hórreo mostraba una inscripción; “Fizolo Lucas
Fernández carpintero de ribera” y una fecha fatídica: 1789. fue el año en que
guillotinaron a la monarquía francesa.
La casa ya digo gozaba de un aura
inexplicable que destilaba energía positiva, y buena vibraciones, con alegría
de vivir, un indicio de que había sido morada de gente noble y feliz. El ultimo
de sus inquilinos que murió la víspera de Nochebuena le dijo a la abuela:
—¿Hay pera con compota, Manolita?
Fueron sus ultimas palabras. Tuvo el abuelo
Pepe una dulce agonía. Cuarenta años deshabitada la humedad la lluvia algunas
goteras y el comején de la hiedra del ribazo
o las zarzas hicieron sus estragos aunque los muros de algo más de medio
metro resisten. Ya no se construyen en piedra casas así.
Los compradores pues se llevaron un tesoro
por cuantió perras y yo me huelgo de que haya sido alguno de la aldea que se
quede aquí a vivir en esta manor que fue posada sita en la cuesta que condice
al valle de Artedo. George Borrow, el escritor espia ingles que viajó por
Asturias vendiendo biblias, tuvo que pasarlo en barca. Hoy no hay barquero ni
barca; la ría de Artedo la cruza un puente cabe un molino. Las lajas de la
antigua estrada romana están gastadas a causa del paso de legiones de
peregrinos. Por lo demás, creo que está intacta. Salutem plurimam.
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