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sábado, 28 de mayo de 2016

ALFONSO SEXTO GRAN REY DE CASTILLA










ALFONSO VI Y EL CASTILLO DE LA VILLA DE FUENTIDUEÑA  (I)

 

Ya quedan sólo unos farallones desdentados de lo que fue fortaleza bien torreada y excelsa para la defensa de las tierras al sur del Duero pero mi infancia se empapó de la magia de aquel legendario rey castellano que fundó el baluarte de Fuentidueña. Ruinas misteriosas, "castles in Spain". No es lícito desposeer a los pueblos de sus leyendas y de su mitología. Alfonso VI se encuadra como un prócer mitológico en la historia de Castilla.

Íbamos mi primo Agustín y yo a hacer mandados en la burra o en la bicicleta cuando el abuelo caía malo a la botica de la Villa. Subíamos la cuesta de la Fuente Caldera una de las siete raudales que alumbraban agua a Fuentesoto y, alcanzado el camino de la pedriza, pedaleábamos sin parar entre el polvo blanco de la carretera, majuelos, algún solitario almendro desgarbado y a la bajada de siete revueltas toda la historia de Castilla se nos venía encima al cruzar el puente romano. El seis es ni número de suerte y todo cuanto se diga sexto es bueno Alfonso VI, Sixto VI, Alejandro VI un grandísimo papa valenciano que no se privó de nada y hasta tuvo amores y engendró hijos.

Teníamos mi primo y yo que golpear la puerta carretera con fuertes aldabonazos porque el boticario un artillero al que atronaron los estampidos de la batalla de Brunete donde también un obús le segó una pierna oía con dificultad; sordo estaba como un tapón. Debía de ser colega por aquello de la fraternidad de almas del famoso "cojo de Mamblas" al que luego conocería en una residencia de Arévalo para la tercera edad.

Al cabo de un rato bajaba el boticario arrastrando su pata chula por las escaleras. Sus pisadas gloriosas de mutilado de guerra sonaban  como zambombazos. Era don Eutiquio un paisano enorme con un vozarrón que debió de espantar a los sargentos. Su continente poco se compadecía con su alma de castellano campechano. << ¿Quién está malo?>>. <> <>.

Agustín y yo cogíamos las píldoras del preparado, (don Eutiquio con su farmacopea y sus morteros, que leía al Doctor Laguna en sus ratos libres, de hierbas oficinales sabía los suyo) mirábamos impresionados para las ristras de tarros y morteros donde se guardaban las hierbas de toda la medicina homeopática y salíamos de estampida dejando atrás aquel pueblo misterioso que era como un baluarte a la vera del Duratón donde había quedado fraguado el nombre y el espíritu de Alfonso VI. Seis/ seis/ seis, número que cierra el círculo y me acordaba del juramento de santa Gadea (tuvo arrestos Mío Cid para irle a su rey a pedir cuentas), la afrenta de Carpes y dm Elvira y dm Sol que eran de Oviedo y Zamora la bien cercada unida al nombre de Bellido Delfos y a frases paradigmáticas que sentaron plaza en nuestro idioma... no se gana Zamora en una hora, malhaya el caballero que sin espuelas cabalga... ¡oh qué buen vasallo si hubiese buen señor!

Todas esas escenas se me representaban como en un retablo gótico cuando acudía a la botica de la Villa a por las grajeas que recetaba el médico al abuelo Benjamín. Yo rememoraba las clases de historia de España que luego en el seminario nos  daría don Ramón Alonso en aquel libro de texto que sobre u fondo gris traía una foto del castillo de la Mota y que nos aprendíamos de coro.

Todos aquellos pollos que fuimos bachilleres del plan de Educación creado por el ministro don Pedro Sainz Rodríguez (su ley fue una fragua de entendimientos históricos pues nos enseñó a compadecernos y a sentir las vibraciones de grandeza y las contradicciones de nuestro pueblo) pertenecimos a la última leva de un conocimiento histórico del que se ha privado a las generaciones que vinieron más tarde, no partidista ni cercenado o manipulado por la aleve mano negra del rencor y de la hispanofobia.

No importa que Franco destituyera fulminantemente de su cargo a don Pedro por haberse ido de picos pardos una noche en Vitoria del año 1938. Su plan de estudios le convirtieron en el mejor ministro de Educación que ha tenido España en décadas.

Gracias a él pudimos conocer historia de España y las matemáticas y la física y química en un sistema de educativo hecho para formar jóvenes con ideas claras, inexistente en la actualidad.

Don Pedro se hizo del bando de don Juan y conspiró todo lo que pudo contra el Régimen mientras escribía tratados de mística. En ellos se refería a la magia del número seis.

El pobre abuelo Benjamín moriría de cáncer de próstata. Mas, tengo para mí que aquellas excursiones a la Villa de Fuentidueña a por sus recetas fueron de provecho para mi alma. Desde entonces sueño con la magia del número 6.

 

 

ALFONSO VI SE REFUGIÓ EN FUENTIDUEÑA PERSEGUIDO POR SU HERMANO SANCHO (II)

 

El rey Fernando I rey de Castilla Asturias y León al morir cometió el error de dividir sus reinos entre sus herederos y con esta hijuela vinieron las parcialidades las malquerencias y asomó su cresta la envidia proverbial entre los godos, causante de no pocos males. La prole anduvo en pendencias, leído el legado del testamento, como es habitual entre nosotros.

España enigma histórico padece de una fatídica enfermedad moral: el morbo visigótico, también denominada herencia de san Hermenegildo: la envidia. Parece mentira de un rey católico al que por abjurar del arrianismo le cortaron la cabeza nos dejase mandas tan malas. La de la sierpe quedó vivita y coleando.

Galicia legó, según cuentan las crónicas, a don García, a Sancho Castilla, a don Alfonso León. A Urraca le dio Zamora y a dñª Elvira la plaza de Toro. A partir de ahí el nombre de Alfonso VI va unido a una leyenda de grandezas y luchas interdinasticas fratricidas de los tres reinos. Pero fue el impulsor del arte románico e introdujo en España el Misal Romano,

Se alzó contra su hermano Sancho el cual le vence en la batalla de Plantaca. Hecho prisionero, decide   don Sancho, que no quiso cometer fratricidio ni meterlo en la cárcel, que profese como monje en el monasterio de Sahagún pero el hijo segundón del rey Fernando I  no tenía vocación de fraile y huye a Fuentidueña.

Unos fronterizos de Sacramenia le proporcionan salvoconducto para viajar a tierra de moros.  La taifa de Almonacid pagaba pechas a su progenitor y era su aliado en las pendencias con Navarra.

En Toledo se acoge a la protección de Miramamolín. Allí va a residir en el palacio de Galiana gozando de la hospitalidad y todas las preeminencias del monarca alauita. Quien lo trata con una tolerancia eximia hasta el punto de permitirle la práctica de su religión. Su hermana Urraca, en calidad de princesa zamorana, desde Castilla envió regalos al rey moro, y a Toledo llegó una comitiva presidida por Pero Ansures para rendir tributos y vasallaje al rey de Toledo. En el grupo venían varios clérigos y un monje que decía las misas  griegas (en rito mozárabe al monarca exilado, Alfonso luego aboliría el canon visigótico, aconsejado por doña Constanza, que era francesa, y los benedictinos de Cluny) al rey exilado.

Entre los recién llegados, siguiendo por este orden de cosas, se encuentra un personaje importante, un caballero por nombre Rodrigo Díaz de Vivar que se puso al frente de las mesnadas de Miramamolín en sus guerras contra Hixen II de Córdoba y contra el rey de Aragón. Por su valentía y su eficacia en las lides, la tropa empezó a llamarle "sidi" (señor.)

Rodrigo era un mercenario que se ganaba el pan a sueldo del que mejor pagaba. Unas veces por los cristianos y otra por los moros. Pues bien lo detallaba doña Urraca que era algo ligera de cascos "a los moros por dinero y a los cristianos de balde". Aquel mundo era un mundo interactivo.

Moros y cristianos en esta época de últimos del s. XI se conocían bien unos a otros, peleaban sí, se hacían la guerra, se robaban las mujeres e intercambiaban castillos y regalos, y, si no rezaban juntos, al menos juntos pensaban, puesto que lo morisco anda muy entreverado con el alma castellana.

No hay más que echar mano del refranero <<en casa de moro no parles algarabía>>, Alfonso y Miramamolín se hicieron amigos, organizaban torneos en comandita, iban a cazar juntos, jugaban al ajedrez y pasaban ratos agradables en compañía paseando por las soledades de aquel cigarral que llamaban la Huerta del Rey,  o Palacio de Galiana a orillas del Tajo.

Dicen los cronistas que Alfonso sentía nostalgia de su esposa asturiana, doña Inés con la cual había contraído nupcias en Oviedo. Al fallecer ésta, se casa con Constanza hija del emperador de Alemania, boda por motivos políticos. Sin embargo, su presencia en Toledo dio lugar a una hermosa leyenda. Su verdadera pasión fue una hurí toledana. Fueron sus amores con la hija del rey de Sevilla, a su vez hija de una cautiva cristiana por nombre Isabel, la mora Zaida.

¿Quién no ha oído hablar del ceñidor de la mora Zaira y de la leyenda de los panes de stª Casilda bajando a dar de comer a los presos cristianos, encanenados en las mazmorras de Miramamolín, que en su regazo se convierten en rosas? "¿Qué llevas ahí, niña?". "Rosas, padre". Casilda abrió el delantal y efectivamente el suelo se inundó de flores por obra de la cristiana caridad.

Aquellos amores fueron fuente de inspiración de los romances fronterizos que han corrido por Castilla en boca de juglares hasta nuestros días y hablan de un entendimiento, si no frecuente al menos posible, entre las tres religiones monoteistas, surgido al albur de la escuela de Traductores de Toledo. Toquemos madera.

 

 

ALFONSO VI: INNOVACIÓN LITÚRGICA y (III)

 

Aquel buen rey sexto de los alfonsos murió en Toledo de 79 años el primero de julio de 1109. Fue muy querido de las mujeres de las cuales enterraría a seis según refiere Cristóbal Lozano en su libro "Historias y Leyendas". De la legítima Constanza tuvo a doña Urraca a la que bautizó con el nombre de su tía. Esta infanta daría luego mucho que hablar por su poco recato y vida un tanto licenciosa cuya es la frase de "a los moros por dinero y a los cristianos "gratis et amore". Esa palabra non digades, hija. Sin embargo, ella se la soltó a su padre con el desparpajo e impudencia de las que ejercen el oficio más viejo del mundo. Callades, hija, callades... La hija le salió pinturera y don Alfonso al oír mentar esa palabra en boca de su hija predilecta se mostró muy dolido y pesaroso. Pero doña Urraca se proclamaba partidaria del amor libre ya en aquellos años.

Sería la madre nada menos que de Alfonso VII el Emperador una de las figuras más excelsas de la dinastía castellana continuador de la obra de su abuelo y que fortificó sus reinos con castillos templarios.

La iglesia de san Gregario de Fuentesoto como prueba el epígrafe que en su día tuvimos a bien leer para los lectores del "Adelantado de Segovia"

De la ilegítima, la mora Zaida, bautizada en san Isidoro de León con el nombre de Isabel nacieron el heredero de la corona don Sancho que moriría mozo en la batalla de Uclés y otras dos infantas.

Muy novelesca y entreverada de leyendas fue la vida de este hombre.

Don Alfonso estaba en Toledo cuando le llegaron nuevas de la muerte de su hermano en el cerco de Zamora a manos de Bellido Dolfos que ha pasado a la historia como el paradigma de la traición, la vera efigie del despecho y la alevosía. De esta fama ignominiosa no se libran los zamoranos. "No murió por las tabernas ni tampoco tablas jugando que él murió sobre Zamora vuestra honra resguardando" Pero Dolfos no era zamorano sino de Benavente buen pueblo y mala gente y que perdonen los benaventinos pero es lo que se dice por aquellos pagos. El mismo nombre  de Benavente no es cristiano sino árabe: Ben Avet (hijo de Alá el misericordioso.)

Poca misericordia tuvo con don Sancho al que traspasó con un venablo buscando, una vez cometida su alevosía, asilo luego en una iglesia.  El Cid que lo estaba viendo salió en su persecución y no pudo alcanzarlo. Había montado a pelo sobre su alazán y de ahí la frase con que maldijo su suerte: "malhaya el caballero que sin espuelas cabalga".

Aquel regicidio puesto que no hay mal que por bien no venga cambiaría el curso de los acontecimientos en la historia de España. Es el primer conato de unión. Galicia, Asturias y León quedarían incorporados a la corona de Castilla. Navarra y Aragón seguirían  con el matrimonio de Fernando e Isabel en Segovia tras la jura junto a la olma de san Miguel en 1475.

Sin dar parte a su protector el taifa de Toledo, Miramamolín, una noche en compañía de sus fieles vasallos, se descuelga por un adarve próximo a la puerta del Cambrón y llega a Burgos a empuñar el cetro y ceñirse la corona de don Pelayo.

El Cid en santa Gadea le toma declaración de no haber participado en la conjura. Cuenta el Cantar de Mío Cid que ante el atrevimiento de su vasallo al rey le mudara la color. Su Majestad nunca perdonaría aquel agravio. Y lo desterró a Valencia.

En su reinado hubo rieptos y traiciones, treguas, concordias y discordias, gloriosas campañas contra el moro y hechos atroces. Es ni más ni menos la tinta ensangrentada con la que se escribe la historia. No guardó las alianzas Alfonso con Miramamolín.

Prevaricó, pues, muerto éste, plantó cerco a la Ciudad Imperial a la que conquista el año 1085. Mandó traer, por influjo de doña Constanza, monjes franceses que repoblaron Castilla y cambió la vieja liturgia mozárabe de signo oriental más rica y expresiva por la romana mucho más adusta.

Un día de la navidad de 1085 se cantó en Toledo  por primera vez la misa en latín conforme al canon romano. El viejo rito de san Isidoro quedó abolido.

Para Alfonso VI el legado de la Reconquista y la venganza del conde don Julián prevalecieron sobre el sentimiento de amistad y la palabra empeñada al amigo. El arcano de la Cava forma parte del misterio de España pero no nos adentremos en este laberinto de esa misteriosa cueva que se esconde en un cerro de Toledo. Dejémoslo estar. La hidalguía y la largueza se conjugan, a lo largo de los siglos, con la atrocidad, los fratricidios, las envidias un mundo perdido y encontrado a través de los pasillos de la famosa Cava Florinda.

Estos reinos llamados cristianos, cristianos en la fe pero no tanto en la conducta ni en la moral, se fraguaron en la lucha contra el Islam. Algo ineluctable e incuestionable. Ese es el mensaje del misterioso legado de venganza de don Rodrigo de la sangre derramada en Guadalete y de las maldades de un obispo libelático. Ese don Opas enigmático símbolo de la traición aparece en múltiples páginas ensangrentadas de la historia de España.

Su designio forma parte del morbo visigótico que no viene a ser sino la enfermedad del alma de un pueblo de sangre ardiente y generosa por demás pero también dañada porque se entristece del bien ajeno. Sin embargo, el número seis que cierra el círculo, el que ceñía Alfonso VI como emblema en su corona, es el antídoto contra esa afección. Sigamos buscando la piedra filosofal. Aléjense las pesadillas de nosotros.

ANTONIO PARRA GALINDO

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