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jueves, 3 de abril de 2014

FRACASO SECESIONISTA CATALÁN (1640-1652) VISTO A TRTAVÉS DE LOS OJOS DE UN SOLDADO PORTUGUÉS QUE ESTUVO EN AQUELLA GUERRA BAJO LAS BANDERAS DEL GENERAL ESPÍNOLA

Francisco Manuel de Melo. La guerra de Cataluña.
 


 


 


Son los catalanes de durísimo natural – escribe aquel gran portugués Francisco Manuel de Melo eximio literato un militar amigo de España a cuyo servicio se alistó como alférez del Tercio de Lusitania mandado por otro portugués el marqués de Vélez y que operó en Cambrils en aquellas durísimas jornadas de enfrentamiento entre hermanos  lo que dio en llamarse guerra de Cataluña o Corpus de la Sangre (7 de junio de 1640), amigo de Francisco de Quevedo, como él también estuvo en presidios y de hecho este valioso libro testimonial obviado incomprensiblemente por los historiadores, fue uno de los  cien libros que parió en portugués, castellano y latín a lo largo de los 62 años de su vida tan azarosa y desplazada; no se concibe de dónde sacó el tiempo para la escritura. Estamos, por tanto, ante la figura de un ibero universal,  una joya de la corona, un humanista del imperio, cuyo astro que brilla cuando ya en Flandes empezaba a ponerse el sol-gente de muy pocas palabras, algo a lo que le inclina su lengua madre cuyas cláusulas y dicciones son brevísimas y ponderadas por oposición al habla de lusitanos y castellanos que son idiomas más indirectos y floridos. Son aquellas gentes muy leales y reflexivas, de austero vivir, amantes de su libertad y heroicos pero inclinados a la venganza pues ante la injuria muestran grandes sentimientos. Estiman mucho su honor y su palabra. Aquella tierra que a efectos de su jurisprudencia y regimiento se divide en veguerías de las que Cambrils, Bellpuig, Granollers y Figueras, Balaguer son las más importante, es áspera como el carácter de sus habitantes. Amantes de sus tradiciones bailan comunalmente una rueda al compás de dulzaina o chirimía morisca de notas melancólicas y en su tauromaquia muy diferentes a los lusitanos y andaluces, no matan al toro sino después de prenderlo fuego por el cuerno. Son tercos y contumaces. Los pueblos son muy grandes pero los campesinos a los que llaman payeses viven en alquerías o casas de montaña. Con frecuencia son dados a bandos por sus distintos pareceres como los narros y los cadellels como los guelfos y gibelinos de Milán y los beamonteses y agramonteses de Navarra o los gamboinos y oñates de la antigua Vizcaya. Es el pueblo más libre de la tierra. Cuando por un crimen o agravio son perseguidos de la justicia tiran para el monte y dan en bandoleros. Utilizan como arma un arcabuz corto al que llaman pedreñal y se ciñen una charpa de cuero de la que cuelga un puñal. No llevan sombrero, sólo un bonete de estambre de diferentes colores como distintivo del bando al que pertenecen[1] calzan unas crépidas de cáñamo tejido y atan con peales a la manera griega. Usan poco el vino y lo toman aguado. Comen un pan áspero que portan a la cintura del que se alimentan”.
No puede ser más cabal el retrato del pueblo catalán de don Francisco Manuel en esta importante crónica de los acontecimientos que sembraron de guerra y desolación las villas y ciudades del Principado a lo largo de dos lustros desde 1631-1642 y de los que fue testigo de vista. El libro es un fado que él pulsa con la solercia de un Camoens en que se lamenta de la destrucción de los pueblos peninsulares: Navarra y Galicia que no se sublevaron. Cataluña cuyo alzamiento fue sofocado por la infantería de Armando de Espínola hijo de aquel famoso Mauricio Espínola el del cuadro de las Lanzas que inmortalizó Diego Velázquez al plasmar la rendición de Breda. El Reino de Valencia desde un primer instante fue leal a la corona del Austria. No así Andalucía que coqueteó con el Turco gracias a aquel Álvarez de Toledo duque de Medina Sidonia. El conato fue abortado in nuce y de todas estas periferias sublevadas contra el monarca absoluto sólo salió airosa Portugal que se separó del tronco común con la ayuda de los ingleses, indefectibles enemigos que aparecen como hienas lupinas cuando aprecian debilidad en Madrid. Los lusitanos tuvieron suerte porque murió el conde duque de Olivares cuando se disponía a cruzar la frontera por el Tajo en la villa de Toro y la mar se tragó una escuadra que había él prevenido para ir sobre Lisboa. Se acusa a don Gaspar de Guzmán por su pasión ordenancista y centralizadora de ser uno de los culpables de la sublevación de los Segadores. Melo fue acusado de “españolista” y de traidor encarcelado en Santarem y luego desterrado a Brasil por Juan IV el nuevo rey lusitano al que al parecer le birló la novia. La guerra de Cataluña a resultas de una sedición popular contra la política centralista y burocrática de don Gaspar de Guzmán el inventor del papel de Estado, fue una confrontación más dentro de aquel panorama de guerras que asoló a Europa con la llegada de la edad moderna, después del fracaso del tratado de la isla de los Faisanes entre Richelieu y el Conde Duque o dicho de otra manera entre el Rey Cristianismo, Luis XIII[2]  y Su Católica Majestad Felipe IV. Algunos catalanes molestos por la imposición de impuestos y el pago de gabelas para costear las guerras en los Países Bajos, talante libérrimo el del catalán, ya va dicho, piden ayuda a Paris delatándose republicanos. Richelieu envía un ejército de cerca de cien mil hombres y cruza el Pirineo. En las distintas veguerías se organizan escuadras o somatenes. Los cabecillas más importantes de la rebelión son el canónigo de la Seo Pau Claris, Dalmau Tamarit capitán de caballería, Jaume Ferrand y Rafael Antic quienes reunidos n el Consejo de los ciento en la ciudad condal alzan una lista de cargos contra los castellanos. Se quejan de los robos, estupros, afrentas y otras tropelías de las fuerzas de ocupación. Señalan que la soldadesca integrada por mercenarios italianos, esguízaros, bátavos y tudescos han estragado el país sumiéndolo en el desconsuelo con sus rapacidades y costumbres licenciosas poco acordes con la moral austera de los naturales. Sin embargo, el obispo de Urgell se declara súbdito inequívoco de su Majestad Católica, si es verdad que el fervor monárquico se le congela a medida que cunden los desastres (en la primera semana de diciembre de 1640 la corona de Castilla va a perder un reino: Portugal el viernes 7 de diciembre de aquel año fatídico, y un principado el de Cataluña una semana antes, pero hace a su vez un llamado al cese de la violencia, que se castigue a los incendiarios de templos y monasterios. Melo en esta crónica en que por su estilo elevado conciso y circunspecto recuerda a Tito Livio y al propio cesar efectúa una relación imparcial de los acontecimientos y su mensaje es claro: el pueblo llano paga los errores de la clase dirigente, padece la pecorea de la soldadesca de ambos ejércitos de ocupación y en contra de los publicistas de la leyenda muestra un sincero amar a España y a su lengua sin que ello fuera desdoro de la limosina cuando señala que el Imperio estaba siendo víctima de una conjura; “ingleses, venecianos holandeses y genoveses solo aman su interés en Castilla por ser la puerta donde llega el oro de América que ellos se reparten mediante la propagación de estas contiendas religiosas mientras el Padre Santo de Roma mira para otra parte” El historiador portugués que publica historia y separación y los movimientos la guerra de Cataluña bajo el pseudónimo de Clemens Libertinus en 1645 y la dedica al papa pontificante Inocencio X[3] rogando al obispo de Roma que intervenga para evitar estas divisiones que aparejan la destrucción de Europa por las contiendas entre los príncipes cristianos. El pontífice ni siquiera contestó a su homenaje añadiendo de esta forma una cuenta más al rosario de pecados y culpas de nuestra santa madre iglesia. Roma que suele pagar con ingratitud amarga la lealtad suprema con que siempre miraron al “vicario de Cristo” nuestros reyes (Alfonso X, Isabel la católica, Carlos V, Felipe II) siempre inclina su balanza del lado de Francia. Este es un hecho histórico y a la sazón Inocencio X respaldó a Armando Juan de Plessis a quien coronó con el capelo cardenalicio esto es Richelieu el gran valido de Luis XIII denominado El Justo. El escritor portugués se hace lenguas de la hispana bizarría, de la generosidad de los castellanos y de su magnanimidad en la victoria sin que ello sea óbice a una veta de crueldad y desarrimo entre las banderas. Los encuentra un tanto bocazas frente al mutismo de los catalanes t su notable austeridad. En uno y otro sector hubo tropelías como la toma de Cambrils y nada se diga de lo acontecido aquel 7 de junio de 1638 cuando estalló el motín de los segadores, las turbas arrasaron el fuerte de Montjuich quemaron la casa de la Inquisición. Dalmau de Queralt conde de santa  Coloma padeció martirio. Era un prócer con buenas intenciones que quería contentar a sus súbditos barceloneses sin abjurar de sus principios de lealtad a la corona. Esta lenidad de hombre tolerante y de centro no contuvo a sus asesinos que lo arrastraron por las calles. Un payés cortó al marqués los genitales y se los colocó en la cinta del sombrero. Autentica venganza catalana. No por ignorados y ocultados tales hechos a las nuevas generaciones- las leyes educativas dan una versión muy distinta de saña hispanófoba porque se ha registrado en estos últimos años un legrado de memoria histórica- los luctuosos y terribles sucesos dejan de tener una relevancia perentoria. más guerras en Cataluña después de aquella que causó la muerte de unas doscientas mil personas vinieron luego con la francesada las guerras carlistas o la propia guerra civil española. Una de las causas fue la sublevación de la Generalidad que aplastó el general Godet el año 34, el trágico fusilamiento de Lluys Companys y ya en plena contienda con la aparición de bandos a los que son dados los catalanes como auténticos celtiberos entre el POUM y los comunistas. Que no vuelva a sonar el tambor del Bruch. Ojalá. La historia es maestra de la vida y si no se tiene en cuenta el pasado éste podrá repetirse y aunque la castuza  que nos mangonea haya reaccionado airada a las advertencias de la posibilidad de otra nueva contienda incivil –perderían sus momios, el carácter privilegiado de la castuza- es un aviso a navegantes., el torbellino puede sumir no sólo a Artur Mas sino a Rajoy y a la propia corona del Borbón.


Los males si no son atajados a tiempo y se pone remedio se gangrenan dice Melo con su estudiado laconismo que contempla, impávido, aquellos luctuosos acontecimientos de la España de mediados del siglo XVII. A la clase política no le gustan las verdades. Las nubes de incienso en que pulula la alejan de las realidades de ahí su reacción como cuando un tábano cojonero te pica en los testículos. Cercenada de su región más industriosa y vital España desaparecería bajo las garras de unas nuevas cáfilas imbuidos de un nacionalismo torcaz rancio y antañón de barretina chapela muñeira o montera picona que no se adecua a los postulados del siglo en que estamos. La lectura del historiador portugués  (1608-1666) me ha llenado de paz melancólica, resignación melancólica y de amor a Cataluña, (la Gotta Alonia de los edetanos) y a España.


 


 


RICHELIEU SALIÓ DERROTADO DE CATALUÑA (glosa de la "Guerra de Cataluña" por don Francisco Manuel de Melo")



 


 


 el conde duque fue uno de los responsables de aquel desastre y también fue derrotado al ser depuesto como valido de Felipe IV según cuenta Melo en la foto de la izquierda. Abajo Inocencio X visto por Velázquez su pontificado ocupa el septenio de la ignominia para España 1645-1652 cuando se independizan Portugal y Cataluña


INTERPRESA O CERCO DE  BARCELONA


Pronto se produjo un desencanto de los catalanes con sus aliados franceses a los que habían llamado en socorro de los castellanos porque el comportamiento de la soldadesca gabacha poco difería o acaso fuese peor que el de los tercios y esa sensación de abatimiento, según don Francisco de Melo, después del espíritu revolucionario y jacobino de los luctuosos sucesos del Corpus Christi el 7 de junio de 1640 va a hacer mella en el otoño de ese mismo año cuando Portugal se declara independiente y Cataluña la imita sin conseguir al final la secesión en parte por un golpe de suerte y en parte también por la aplastante superioridad de las banderas de Felipe IV. El regimiento de los irlandeses del general Tyrone consigue entrar en Barcelona (esta vez sí) tras romper el cerco y al cabo de casi once meses de asedio secundado por los walones de Felipe Vandestrassen, el regimiento de la Guardia Regia junto con los tercios de Castilla y de Guipúzcoa y el de los presidios de Portugal cuyo lugarteniente el marqués de Vélez en el que se incardinaba el cronista del que tratamos chaquetearía o por lo menos no mostraría grande interés en la batalla. Fue la guerra de Cataluña ocasión para demostrar la contundencia de la famosa infantería española. Los batidores del regimiento de Medinaceli escalaron la muralla derribando las defensas del castillo de Montjuich (el monte de Júpiter, aunque algunos quieran recomendarlo como el "monte de los judios" cuando en verdad fue un ara que dedicaron los romanos al padre del Olimpo después de arrebatar Barcinona o Brachiniona a los cartagineses renombrándola como Favencia) peleando a pecho descubierto a cureña rasa. Tyrone al frente de su escuadrón murió de dos tiros de arcabuz al pecho durante la primera escaramuza siendo ocupado su puesto por el capitán lusitano Simón Mascareñas.  Las órdenes militares (Santiago, Calatrava, Alcántara y Avis) formaban el grueso de la caballería constituida en cien escuadrones por un total de doce mil jinetes. Detrás venía el bagaje con la impedimenta, el carro de la botica con los hospitaleros y las indefectibles soldaderas. Los estandartes del ejercito eran portados por los maestros clavarios o claveros cuya dignidad episcopal se parangonaba con la de los abades y de los obispos y de ellos el cabo o cabeza insigne era don Pedro de Figueroa que lucía la cruz colorada sobre el pecho de la orden santiaguista. El veedor que se encargaba de las soldadas era don Juan de Benavides a cuyo cargo estaban el pagador Martin de Velasco y el tesorero Pedro de León. Después de la interpresa de Balaguer hubo un motín en las filas reales por el retraso en las pagas y la soldadesca irrumpió en la campiña ilerdense causando desmanes. el general Juan de Ribera maese de campo mandó colgar a toda una bandera después del saco de Perelló. Este retraso en los haberes minó la moral de los combatientes y prolongó los episodios de esta guerra de Cataluña que viene a ser un apéndice de la Guerra de los Treinta Años. sin embargo en el bando de Gallerts y Abuiñí tampoco la moral combativa se mantuvo tan enteriza como al principio porque el ejercito de ocupación del Cristianísimo cayó en los mismos errores que el del Católico. Cundió pues el descontento y el malestar entre los catalanes a los que el historiador portugués reputa como el más libre de la tierra y el más celoso de sus fueros. De su lucha contra los romanos heredaron el temple guerrillero y en verdad la guerra de guerrillas ya la habían inventado Indibil y Mandonio dos celtíberos catalanes. Hostigaban a los tercios con golpes de mano al albur de los pasos congostos y de los desfiladeros, atacaban a las retaguardias y desaparecían sin dejar rastro. En este tipo de despliegue, aduce Melo, eran muy avezados, también valientes y agiles. Recorrían los campos compañías armadas o somatenes a los que llamaban migueletes. Los migueletes o miquelots ahora son esos ágiles mozos que vemos auparse los unos sobre los otros construyendo verdaderas torres humanas en las fiestas patronales pero su origen eran bandas armadas o "grupos de facinerosos huidos al monte" según Melo. Debían su nombre a un famoso almogávar Miguel de Prats que se distinguió durante el reinado de los Reyes Católicos en la guerra de Granada. Sus golpes de mano eran certeros porque antes de cualquier operación el miquelot estudiaba bien el terreno. La tradición seguiría durante la guerra de la Independencia y en las carlistas. Los más fieles soldados de Zumalacárregui eran los miquelots de Gerona verdaderos requetés defensores de la santa tradición porque en el viejo principado de Gotteland (Cataluña tierra de godos poco más o menos como Castilla tierra de castillos, el mismo origen una común raíz y acaso una misma desinencia) conviven las dos tendencias. Una profunda y acendrada espiritualidad católica con una devoción al Santísimo Sacramento del Altar (así los presenta Melo) en colusión con una veta individualista descreída y anarquista. Hay dos Cataluñas como hubo dos Españas. ¿Irreconciliables? Esperemos que no: que la cordura, la sensatez, el estudio o el "seny" prevalezcan sobre el odio, los planteamientos a priori, la venalidad y la ligereza mental y que se fijen los secuaces de Aturo Mas, un político al que respeto y  en contra suya no albergo ningún odio porque a veces como buen catalán dice la verdad, de lo que aconteció con Portugal. Al desgramarse de la empresa común se convirtió en una colonia inglesa empobrecida y desde entonces Lisboa y Madrid viven de espaldas una de otra hasta el punto que no quieren los portugueses que el AVE se adentre hacia las riberas de la desembocadura del Tajo. Aquello fue una verdadera tragedia. En igual medida el principado puede caer en las garras de los franceses a los que tanto aborrecieron cuando Richelieu mandó cruzar el Pirineo a sus fuerzas de ocupación. Cataluña es griega (Ampurias) y romana (Tarragona, Constantí, Tarrasa, Barcinona) y visigoda (Tahull) y judía (call de Girona) o mora (por la tierra catalana que linda con Alcañiz) y en consecuencia española toda aunque con una lengua y unas costumbres diferentes a las de Navarra, Castilla, Andalucía o Aragón.  Es una pena que muchos de mis compatriotas no hayan amado y estudiado a Cataluña -aprendí latín con el tarraconense Mariné profesor de la Complutense- como creo haberla amado y estudiado yo que me considero un escritor y un periodista serio entreverado de judeoespañol. Dejemos que nuestros contertulios que son la voz de su amo de los políticos se desparramen en la mentira o en el odio, meten fajina, hacen bullo, hablan a lo loco y desconocen por ejemplo que en aquella guerra fratricida el primer caído era un tarraconense: Josep de Agramonte, un mosquetero que fue el primero en causar la primera baja y dar su vida por su rey cerca de Perelló.


 


 




 
 
 
 
 

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