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GUERRA DEL 14 CENTENARIO. BAJO LOS TILOS. RICARDO LEÓN
Cien años se cumplen de la “guerrona”. España se mantuvo, para bien, neutral de aquella carnicería. Nombres como el de Hindenburg o del mariscal Joffre o de Eduardo Dato no son hoy más que un recuerdo pero en las hemerotecas se puede aun disfrutar de los artículos de uno de los periodistas más eximios hoy también en el baúl de los recuerdos: Ricardo León, enviado especial del Imparcial. Formó junto con Enrique Domínguez Rodino por La Vanguardia y Javier Bueno por ABC el trío de la fama cuyos despachos pueden gozarse cien años después sin haber perdido un ápice de actualidad en las hemerotecas. Se trata de un tipo de periodismo literario o de alto coturno que el que suscribe admirado por la originalidad y excelencia de aquellas plumas galanas trató de imitar en el ejercicio de mis corresponsalías en Londres y en Nueva York. Porque la prensa, contraviniendo esa norma tan preciosa de las seis W del agrado de los anglosajones como genero literario se acerca a la novela y al drama. ¡Viva lo subjetivo! En la actualidad cuando vivimos en el mundo de la imagen también los videos pueden ser manipulados y el periodismo ha dejado de ser un género literario para frisar en lo propagandístico- como moneda de cambio con que el Gran Poder controla a sus rebaños- siendo fruto y usufructo de la realidad virtual.
Las crónicas de León enviadas desde el frente ruso o desde los campos del Marne hoy deberían figurar en las antologías, detallan su acucia, la propiedad del lenguaje, el dominio idiomático así como una visión cosmológica de la historia. Dice en uno de sus envíos glosando al cardenal Richelieu: “ la guerra es necesaria muchas veces conserva las monarquías purga los malos humores de los pueblos y aunque trae calamidades acarrea no pocos bienes por ser un incentivo al progreso”. La visión del purpurado francés coincide con la opinión de los talmudistas oues cabe recordar que este vasallo del Rey Cristianísimo (título otorgado por los papas a los monarcas franceses) el gran monseñor, nació en el ghetto de París; se le considera el mayor enemigo de España, un paradigma de hispanofobia (secundó la gran sublevación catalana contre el Conde Duque de Olivares e invadió Barcelona con las tropas del “Cristianísimo”) vuelve a estar en danza resucitado por Arturo Mas y las barricadas de Kiev porque las guerras, como las escopetas, las carga el diablo y mucho tiene que ver con ese dios semita al que llaman Moloch pero el que juega con fuego siempre acaba abrasándose en él. Ceremonia de la confusión. Nuevos fascismos.
Frau Merkel que nunca gasta minifalda lleva pantalones nos recuerda un poco a un Hitler sin bigote, con melenita rubia y cara de pepona. ¿Enviará de nuevo los panzer contra Ucrania el granero de Europa las grandes reservas de gas recordando al ejercito blindado de Guederian que se estrelló en el antemural del Caúcaso esto es la gran batalla de Stalingrado? Las espadas se hallan en alto nuevamente, bonita manera de conmemorar aquella tragedia. Cabe recordar que Rusia a costa de muchísima sangre y sufrimiento por lo que tales memorias del siniestro centenario que nos ocupa nos colocan nuevamente en el disparadero de la muerte y de la larga lista de cruces a la entrada de los pueblos de Gran Bretaña, Francia e Italia con esa inmensa caterva de lisiados viudas huérfanos inválidos que la gran conflagración dejó a sus espaldas. Es la sombra del Marne y la batalla del Dome envuelto en el barro de las trincheras que se acerca, el perfil de la guadaña de la parca que aguarda en un recodo de la carretera. Esta visión talmudista de la guerra como partera de la historia -nos recuerda Ricardo León- contrasta con el enfoque del pensamiento clásico en la Escuela de Salamanca que plantea por primera vez los derechos del hombre desde el miradero de lo cristiano adelantándose a Rousseau y al habeas Corpus de Hobbes que lo realizan desde un ángulo meramente laico: el padre Suárez, Mariana, Márquez, Saavedra Fajardo, Quevedo, Navarrete y Nieremberg. Para los españoles la guerra no es un ángel que bajó del cielo sino un demonio que subió del infierno a la tierra armado de la quijada con que Abel fuera muerto por su hermano Caín. Don Francisco de Quevedo en su política de dios y gobierno de cristo se decanta por la guerra justa o defensiva: Jesús nos enseñó a vencer huyendo, él nos enseñó a vencer con la paz, a vencer con morir… esta es la conquista de las almas, no de los temporales reinos y con esta doctrina ganó todas las provincias. Amarga es la consigna fruto de una máxima divina más que humana: amar a los enemigos, volver la otra mejilla. Sin embargo-insiste don Francisco el caballero de las espuelas de oro el perfecto español- las doce tribus de Israel jamás llegaron a conseguir lo alcanzado por estos doce pobres pescadores rudos en alpargatas que no llevaban bolsa ni alforja. La primera conflagración universal es el primer capítulo de esa rebelión universal contra las enseñanzas evangélicas y acaso la primera fase de un periodo apocalíptico. ¿Se empezó a abrir el séptimo sello?
Este escritor malagueño que se ganaba la vida como escribiente del Banco de España nos sume casi en una meditación de Novísimos con su prosa elegante, deliciosa, sin resabios aunque a algunos haya podido parecer pedante pero llena de los recursos de un idioma tan extraordinario como el castellano. Nos habla del ceñidor de Venus, del yunque de las razas y cuenta las peripecias de su paseo por Paris la ciudad iluminada sumida en la oscuridad y en los lutos de la guerra, de las dificultades que tuvo en un pueblecito del Franco Condado, en Frasne, al intentar pasar a Suiza. El Deuxieme Bureau o servicio de contraespionaje galo le toma por espía. Al fin consigue convencer al aduanero asegurándose que se dirige a Lausana a tomar los baños sin que la turba de corchetes y esbirros quede demasiado convencida de las explicaciones de este amanuense y covachuelista madrileño que junta números y letras sin demasiada fortuna porque los versos y el oro no suelen hacer casi nunca cama redonda y la vida de los poetas se encuentra constreñida por dificultades y penurias[1].
Acuciado por esa comezón de la curiosidad y de la novedad informática de los hombres de letras marchó a los campos de exterminio- toda Europa era un inmenso cuartel- y se ofreció como corresponsal de guerra al “Imparcial”. Las observaciones que efectúa a lo largo de sus despachos son primordiales: Suiza. He aquí un pueblo falto de cuantos vínculos y razones integran el concepto de nacionalidad; ni la geografía ni la estirpe ni la lengua ni la fe le unen y a pesar de ello es quizá el pueblo mejor avenido el más patriota y feliz del mundo. Carece de un lazo común de origen de religión e idioma. Es germánica italiana francesa judía católica secuaz de Lutero y de Calvino y de todos los heresiarcas y filósofos. Suiza pastora trashumante hostelera alabardera y mercenaria cuya personalidad consiste en adaptarse a todas sin tener ninguna. Suiza chiquita y pobre que manda a sus hijos poetas y pensadores soldados relojeros azacanes y artífices a servir en casa ajena es con todo un pueblo singular un modelo precioso que oponer frente al orgullo de los pueblos grandes de los pueblos fuertes de esos que se blasonan de ser primogénitos y puros de esos altivos mayorazgos que hoy comí ayer vierten a chorros la sangre y las lágrimas por la codicia por la tierra por la ilusión del linaje la vanidad del oro. Está hecha de retazos y de contrastes de agua y de roca de sol y nieve de posos célticos latinos ha logrado erigir una republica dichosa y patriarcal espejo de virtudes ciudadanas
Impresiona, por ejemplo, la descripción de Ginebra. El periodista siente un hervor indefinible antes el maravilloso paisaje (… en el inmenso circo del Jura y de los Alpes al pie del lago más cristalino del mundo… el agua la luz el sol la nieve y el pino la vid dan alfombra y dosel a su belleza inmarcesible) en cuyo marco incomparable se da cobijo a las pasiones humanas la codicia el fanatismo. Allí la tétrica figura de Calvino el heresiarca o el fuego que llevó a la hoguera por discrepancias religiosas a Miguel Servet, la misantropía de Rousseau o las tragedias del alma de Amiel. La ciudad suiza es el pórtico del mundo moderno el contrato social el protestantismo y esos conflictos universales que hoy se resuelven a cañonazos. Ved a qué estado de cosas nos ha llevado la utopía al pie de la estatua del gran filosofo ginebrino y alemana lo mismo que Zurich y Berlín es Prusia. Ricardo León pasea su elegante mirada de caballero español por la Europa en ruinas de 1914 sin obviar los contrastes de la reacción psicológica frente a los desastres de la guerra de franceses y alemanes. Aquellos tan pagados de sí mismos vanidosos y enfáticos sacan sus muñones a relucir pero en la capital alemana todo es orden circunspección y libertad y mundo moderno. El poder de la esfinge es el poder de las masas. No indaga las causas determinantes de aquel conflicto augural de un tiempo nuevo. El escritor antes se había paseado por los suburbios de Whitechapel londinense o la banlieu parisina por el Rastro o las Peñuelas de Madrid y llega a los magníficos suburbios al otro lado de Whilhemstrasse y de la cerca del Spree (Prenzlauer, Weissensee, Pankow. Lichtenberg) y observa otra forma irredenta de comportarse y de llevar con dignidad sus propios andrajos. Dice que Alemania es socialista. Los obreros acuden a la Opera leen libros y regalan violetas a sus amadas. Viven en habitaciones claras limpias modelos de higiene y de dignidad. “estos suburbios no se parecen a los de los pueblos mediterráneos donde las gentes viven al aire libre como en un aduar”.
Las páginas de este Unter den Linden o “Bajo los tilos”[2] exhiben la dignidad y elegancia de su autor un español rubio al que los alemanes tomaban por un miembro de su propia etnia y que se declaró germanófilo- ello le condenó a las galeras del ostracismo con que se premia al ingenio en este país- aun al socaire de su defensa de la neutralidad española en la primera gran guerra lo que deparó un pequeño respiro a la economía nacional. El arte redime y ennoblece los rostros. Alemania prefiere los libros filosóficos a los panfletos y artículos periodísticos de la norma gala o del libelo inglés. Es la marca de la casa, el garbo idiomático. La lengua alemana puede calificarse de sesuda y la inglesa más panzuda y a ras de tierra, quizás más periodística. Ellos pusieron en marcha otra clase de periodismo un estilo poco agraz y en que parecen escucharse las notas de la “Patética” de Beethoven. Potsdam es la Puerta del Sol de Berlín. Hay cocheros con los mostachos de azafrán que dormitan sobre el pescante arropados en sus abrigos de pieles en el bolsillo una botella de “brennenwasser” (aguardiente), cruza el cielo de vez en cuando un zeppelín. El ludir de las armas y el clangor de los cañones se escucha lejos en Berlín. Camino de Templehoff desfila una compañía de zapadores al son de los tambores y del flautín “marchando hacia o hacia la muerte”. El alférez que porta el estandarte de la Wehrmacht es un teutón de pelo jaro. El cronista pulsa los registros de una metrópoli racialmente halógena donde los tufos de los tirabuzones israelitas se mezclan con los turbantes indios los rostros eslavos con los zulúes. En algunas boites del barrio elegante cerca de los jardines de Sans Souci Ricardo León advierte ya elementos conspiradores sobre todo judíos que anuncian la caída de Hindenburg. “Haremos correajes con la piel de las alemanas”. La frase le causa horror pero al escriba de tal soflama no lo detiene la policía. Berlín era la capital de la democracia y la libertad en plena IGM. Después de esta tragedia se va a incubar otra tragedia y el sujeto que escribe tales infamias no es detenido por la policía, apostilla el escritor. La policía no entra en tales garitos. El estado mayor prohíbe a los soldados y oficiales que frecuenten tales establecimientos donde ya se incuba la revolución por venir. Rosa Luxemburgo arengaba a las huestes comunistas subida a una escalera de Tiergarten que era a la sazón una versión berlinesa del Hyde Park londinense. “Bajo los tilos” es una maravilloso libro de viajes porque describe lo que está ocurriendo en Europa y anuncia lo que ocurrirá doble sobre sencillo. El libro es como un lieder o canto melancólico a la belleza perdida, a las hermosas y sonoras palabras del buen decir. Es un canto desenfadado y picaresco a las alegres muchachas que pintara Cranach, Grunewald, Holbein o que cantara en sus rimas Heine o musicara Wagner y Mozart. Germania al rojo vivo víctima como siempre de una inexplicable ojeriza de un odio universal. “bochos” fueron Göethe Kant, Leibnitz, Humbolt. Bach. Haydin. Herder. Schiller. Siemens. Virchow. Detrás de esta compaña de difamación global la Inglaterra de lady McBeth con perfidia y acucia maneja los hilos esparciendo las semillas del odio pero el odio es pasajero y únicamente el bien permanecerá y el día del castigo llegará antes que el del arrepentimiento. Aquí se plantea una falacia. Alemania victima de esta incesante labor de zapa de la propaganda antigermana como un día lo fue España. La caricatura del boche fosco torpe bárbaro militarista la antigua bestia rubia que surgió de la selva negra se compadece con la del español fanático cruel sanguinario e inculto. Sin embargo, no hubo pueblos en el mundo que hayan amado tanto las flores y los libros. La sangre gótica de los hispanos les hace consagrar a las encinas de nuestras dehesas como deidades del bosque y esa querencia hacia el terruño y las raíces. En medio de tales paralelismos existen no pocas diferencias.
El germano es disciplinado constante y dado a transigir y a pactar. En España en saliendo a la calle uno se arriesga a verdaderos “casus belli”. Una mirada una mala palabra un cambio de acera puede desenvainar los aceros. ¿Por qué resulta más sencillo convivir en los países protestantes que entre los que se dicen católicos? La milicia dice es la religión de unos cuantos hombres honrados. Por eso el militarismo prusiano no es agresivo no fue al merodeo y al expolio de los países que colonizó muy al contrario que Inglaterra a la que hace responsable del desencadenamiento de la Gran Guerra. Agentes británicos estuvieron detrás del magnicidio de Sarajevo. Inglaterra ha robado todo lo que ha querido a lo largo de los siglos y con esta política le fue bien pero Alemania basa su grandeza en el esfuerzo en el trabajo en su pasión por la ciencia. La mejor gramática inglesa por ejemplo se debe a Grimm y fueron Zeuss y Ebel los lingüistas que sistematizaron el gaélico. Los ingleses conquistaron la India pero el conocimiento del indoeuropeo punto de arranque de la mayor parte de las lenguas de Europa se debe a científicos alemanes. Schliemann descubrió las ruinas de Troya y nos acercó a la Grecia clásica. Bayer Wassermann Roëntgen abrieron para la humanidad nuevos caminos en la bioquímica la medicina y las vacunas. Las guerras traen cambios sociales económicos estructurales. Son un incentivo de progreso. Con ellas el genero humano se purifica y recobra fuerzas. Las guerras son podas demográficas. Son el tubo de ensayo donde se produce una nueva sociedad.
Los hombres se fueron al frente y son las mujeres las que quedaron en casa las trabajan en las fábricas. Irrumpe el feminismo en la edad moderna aunque tenga que hacerlo sobre montones de cadáveres. Ello supone un primer paso a la revolución sexual de nuestros días. ¿Comenzó en la guerra del 14 el Apocalipsis? Alemania aguanta su dolor y se bebe las lágrimas. La disciplina y el patriotismo evitaron el caos pero, sumida en el titánico esfuerzo (“cerrad los dientes pero abrid la mano y el corazón”recomendaba el canciller Holloweg a sus compatriotas) perdió a toda una generación en las trincheras. El Tratado de Versalles fue un diktat, un trágala. Germania contra todos y bajo las garras de Shylock. Britannia que carece de amigos sólo tiene intereses y que practica como axioma de su política externa la norma de divide y vencerás de los romanos cuando conoce las negociaciones de Berlín con Estambul para la construcción de un ferrocarril que uniría Viena con Bagdad el Oriente Express envía sus barcos de guerra a la península de Jutlandia. Zahareño no fue más que la espoleta la bomba real se ocultaba en los intereses financieros de la City. Es lo de siempre.
Este libro que es un gran reportaje tiene mucho de ensayo filosófico. En contra de lo que dijeron sus detractores que lo ningunearon por su prosa arcaica y el garbo antañón de este caballero audaz de las letras hispanas, Ricardo León no es un misoneísta. Se siente fascinado por la nueva tecnología sobre todo durante su visita a la AEG (allgemeine elektrische gemeinshaft( todo un monumento de estilo dedicado a la diosa de la Electricidad que mueve todos los émbolos y empucha desde todos los enchufes de nuestros días. Nadie con tanta maestría y en Roman paladino ha descrito y mencionados los nuevos trebejos que hacen la vida del hombre actual más cómoda: generadores magnéticos y dinamos, alternadores, transformadores, arcos voltaicos mecanismos de telefonía y de galvano plastia. “la diosa Electricidad, madre y señora de nuestro siglo, se yergue aquí enigmática y potente como la antigua dea fortis, la Minerva apacible y militar, diosa a la vez del sabio y del guerrero, del heroísmo y del arte”. El lector se sumerge en las páginas de este libro como en un mar de fantasía periodística y emerge con el alma atezada de orgullosa españolía añorando aquel tiempo en que se escribía con tan buen criterio y excelencia. Una visita al Reigstag nos convence de que los males parlamentarios españoles razón por la cual nuestra democracia un siglo después de aquel infausto año de 1914 continua enferma siguen siendo la verborrea, la retórica añeja, el caciquismo, el analfabetismo de nuestros padres de la patria profesionales del chanchullo y la marrullería y el pucherazo y de miles de arbitrariedades que se cometen en nombre del sufragio universal y al objeto de alimentar el ego de una oligarquía o castuza integrada por diputados, ministros, medios de comunicación y jueces a su servicio. Se trata de un malacate, la noria no para en su febril actividad incesante. Los azudes tornan arriba y abajo y cada cual porta el agua a su molino. El caso es enriquecerse. Sin embargo, en Alemania se considera la política no como un oficio lucrativo sino como un servicio al interés común. Los diputados no cobran y se sienten representantes del pueblo. Hay sacerdotes, médicos, agricultores. En el arco parlamentario se abomina de la retórica, no se hace la bombilla ni se pronuncian discursitos. ¡Qué contraste! Puede que las comparaciones sean odiosas pero en el palacio de las Cortes de la Carrera de San Jerónimo los padres conscriptos siguen mirándose al ombligo hoy como hace cien años. Ahí nos las den todas y “agua y sol y guerra en Sebastopol” como solía decirse. Con sus escritos el periodista malacitano fue tachado de carca de germanófilo, injurió a los socialistas. Cometió un pecado que en España nunca se perdona el llevar razón, el de practicar con elegancia la cordura y la ponderación. Su testimonio, no obstante, queda ahí. La hecatombe del Somme fue un preludio de la segunda guerra mundial mucho menos cruenta que la primera porque el número de muertos no llegó ni a la mitad aunque de unas consecuencias políticas mucho más deletéreas. Se sigue culpando a Alemania del desencadenamiento de las dos contiendas pero a la sombra de Bismarck o de Hitler se proyecta la cara oculta de la bestia sin rostro o dicho de otra forma según trasciende de la lectura de “Bajo los tilos” Alemania no tuvo la culpa, fue la víctima, la gran derrotada. Pero no la aniquilaron. Ha resurgido de sus cenizas cual Fénix y actualmente es el estado puntero de Europa.
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