LENGUAJE EMBOLISMÁTICO DE SANTO TORIBIO DE LIÉBANA
La confusión camino es de
perfección y Octaviano poeta mayor inclinado a las anacrusas prefería el
vocabulario embolismático como ayuda de costa y poyal de camino para adentrarse
en los tiempos de confusión escribiendo con no pocos arrequives, entretalladuras
y arabescos, era su amigo. Toribio en su gruta era feliz, se carteaba con
Alcuino de York y un día grande recibió una embajada del emperador Carlomagno
llamándole a su corte de Aquisgrán pero el monje amablemente rehusó entregado
como estaba a sus meditaciones del apocalipsis y sus refutaciones a Elipando.
Pese a lo cual su numen fluye
igual que su cálamo o como el raudal de una fuente o las aguas de un molino
harinero. Era no en vano amigo de Poldo el del Molino y gustaba de la
conversación del aldeano más que de la del obispo. Iba a cangrejos y con su
retel pescaba crustáceos y cazaba mariposas adentrándose por hontanares de la imaginación. Vuelve a casa,
pan perdido. Amaba a la poesía de congruo y de condigno, se refugiaba a la
agachadiza en su cueva interior. Era todo un eremita de los tiempos
apocalípticos. Poseía el don de la ebriedad y había leído muchos libros
enrollados en piel de becerro y manuscritos Dios es uno y trino y Cristo es
hijo carnal del Padre no un adoptivo.
Tripas mueven por pies. Sin
embargo él caminaba por mundos soñados con los ojos de su imaginación. Vivía
pobre. Todas sus posesiones se reducían al alfamar o manta morisca, a una
cobija palentina, dos candelarios, cinco potas, unas trébedes y dos cuchillos
para cortar pan. Las paredes de su celda aparecían cubiertas de papeles, del comején
de la humedad y de la rulla de recuerdos dolorosos. Decía misa sólo en las
grandes fiestas del año. Déjame estar no más en tu claustro sosegado. De vez en
cuando se ponía a mirar al paisaje y desde su cueva oculta entre ramas de
abedul veía los mullidos prados de cencida hierba, las montañas azules
cubiertos en los picos con algún lienzo blanco reliquia de las nieves perpetua.
En el pueblo le llamaban el cenobita de Liébana. Mucho le prestaba en las
largas tardes de mayo alzarse con un cante a lo zamarro de la cadencia
praviana. Recordaban las estrofas las hazañas de antiguos reyes godos que se
llamaban Adosinda, Silo y Mauregato. Rostros borrosos. Personas que dejaron de
existir. Amores que fracasaron. Xunce las vacas, Ramona... Pasaba las noches en
contemplación de las estrellas y le amanecía de gota serena sobre la villa
famosa acurrucada entre lomas y espaldares a los que la erosión glacial había
transformado en torrentes en formas de albarda por causa de las morrenas.
Rumiaba sus recuerdos mientras
cantaba la alondra y la luz ámbar de la amanecida doraba las rocas. Los
caballos montesinos piafaban en la cuadra. Era la hora de la alfalfa. Se
levantó el aire yu pronto empezó a tronar. Cuando cruje la cueva de Noreña saca
los bueyes y vete por leña. Por aquí vivió en los espaldares del monte Naranjo
don Alonso de Velasco el que la sierpe mató. Los caminos los visitan por eso
con frecuencia duendes y endriagos. La sierpe mató don Alonso y con la infanta
casó. Todo un enigma que no puede ser interpretado don parábolas sino en
lenguaje oblicuo y embolismático. Octaviano, el escriba de santo Toribio el
monje vivió en aquellas Asturias hace muchos siglos. Trazaba las letras de su
caligrafía a modo de enigma. Muchos de sus hermanos cordobeses que se habían
refugiado en aquellos riscos para guardarse de la morisma en guarda de su fe
creía que se acercaban los últimos días de mano de los terrores del año mil y
de ahí los comentarios del último evangelio al modo embolismático. Las rayas
sobre el pergamino observaban un tren oblicuo como los rayos de sol en los
atardeceres de aquellas montañas.
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