El lazarillo de Tormes ¿Salamanca
o Alcalá?
“La caridad subió al cielo y quedamos a
medias noches… ay, Lazarillo, que el gran secreto para vivir mucho es comer
poco… si esas tenemos, mi amo, yo seré inmortal” son frases que suenan en mi
memoria y el eco de la voz gangosa de aquel canónigo don Tirso que nos daba
preceptiva literaria y no se oía una mosca cuando él con no poca facecia y
mucha vivacidad nos leía pasajes de esta obra inmortal al final de la clase de
Preceptiva Literaria, poco antes de bajar al refectorio a yantar (¡qué hambres,
Dios, cuanto dolor de tripas!) resuenan rotundos y compasivos entre la crudeza
del espíritu nacional y ese carácter gnómico y senequista que caracteriza a los
españoles.
Que todos somos hijos del Lazarillo. Un
poco santos y un poco bellacos. Galloferos y tan inocentes más que un cubo.
Piadosos y descreídos, a medias entre don Pedro el Cruel doña Juana la Loca y
don Enrique el de las Mercedes, tacaños y de una irritante generosidad y un
poco parecidos por lo estirados y solemnes domines, imitando a ese hidalgo de
Toledo (el tercer amo) que para disimular que comió se echa unas cuantas
migajas de pan sobre la gola; pero también follones y truculentos, crueles y
misericordiosos a un tiempo, matasietes y valentones entre nosotros y
cobardicas con el extranjero, pero un pueblo vital, casta de hidalgos y de
truhanes todo al de por junto. Escépticos y a las veces demasiado crédulos.
Por eso nos engañan los extranjeros y
acabamos luchando contra los molinos de viento. No tenemos cura. La obra
escrita el año 1525 cuando entre el emperador Carlos V en Toledo retrata el
carácter y la vida en Castilla la Nueva tierra de conversos. Ya lo advierte
cuando al cabo de la calabazada contra el toro de piedra a la entrada del
puente del Tormes y el escudero cree escuchar adentro en la barriga del buey el
sonido de las olas y atienta los cuernos que le han de acompañar toda la
existencia. Son su sino pero para curar las heridas de aquel cabezazo el
maldito ciego con sopilla utiliza el vino como ungüento. Otro vaticinio. A
veces un vaso de buen clarete sirve de bálsamo a las puñaladas que da la
existencia y van dejando un poso en el alma. Por ejemplo, en El Estebanillo que es hermano gemelo del
anónimo Lazarillo aprendemos que de una borrachera estuvo 40 horas de ayuno,
dos días pues de resaca sin bajar al refectorio.
El mozo del ciego un punto ha de saber más que
el diablo. “Hijo, Lázaro- dijo el ciego- sé que no te he de ver más”. Así fue.
Ahí te quedas. El guía del pordiosero se vengó por lo del cabezo y el golpe del
jarro que le rompió tres dientes. Lo abandonó en el paso de un río a merced de
la corriente.
Hijo de padre soldado y madre puta a lo
que se ve el inmortal protagonista fue uno de los muchos huérfanos que dejaron
las guerras de religión en Europa. Se adiestró con el ciego, aprendiendo las
mañas de la calle, el arte de la supervivencia y la maldad. Iban pidiendo por
los descampados, sentándose a la puerta de loas iglesias donde su amo que se
sabía más de cien plegarias, recitaba la oración del Justo Juez a la puerta de
las catedrales, siendo recompensado por los alardes de su voz gangosa y ojos
moribundos. Y mucho te quiero poquito, pero de pan poquito. Reciten vuesas mercedes
la confesión general que yo las encomiendo a las Ánimas
De este libro el héroe es el hambre. Sabemos
que en Toledo vivía gente la más rica de Castilla pero era poco limosnera. El
mendigo y su acompañante se hartaron de uvas en Morox (Almorox). Vid, vida. Se
sentaron al borde de un camino en este pueblo de nombre moro y se dieron un
atracón de pintonas valencianas y hasta agraces haciéndole un corte de manga al
Profeta que prohibió a los devotos del Corán que se abstuvieran del fruto de la
vid.
El Lazarillo de Tormes no es una crítica
feroz contra la Iglesia sino un canto a la libertad, a la alegría de vivir
vagando por las suertes de Castilla aceptando con resignación los sinsabores y
amarguras que deparan los viajes a ninguna parte. Por mis maldades me vinieron no pocas persecuciones, reconoce el
mozo. Busca consuelo por las tabernas y las cicatriceras o cantineras que venían jubiladas de los tercios
viejos. Estas santas mujeres curaban a los esforzados mílites de los males del
alma y las necesidades del cuerpo. Por otro nombre se las conocía como soldaderas. Estas bravas hembras de la
raza iban al frente y compartían las miserias, los sufrimientos, los piojos de
la inmortal infantería española, siendo mujeres de todo, mitad esposas mitad
hermanas. El lector irá al encuentro de los barracheles fementidos, enemigos de
aquellos pobres licenciados de los Tercios Viejos. El barrachel era el corchete
mayor en las villas castellanas, el jefe de los alguacilillos... narra los
naufragios y surge aquel portugués que en medio de una tormenta cuando la
galerna rugía y la nave daba bandazos, llevando consigo un saco de nueces. Se
las comió una a una y dijo:
-Morra Marta e Morra farta.
Este pasaje es lugar común en las
novelas picarescas. Mateo alemán, El Estebanillo y Marcos de Obregón lo
menciona. La novela picaresca es una novela de aventuras al revés. Libro de infortunios
inspirados en las penurias que los galeotos y otros condenados han de padecer.
Tormes en las mismas circunstancias de navegación en borrasca da cuenta de una
pipa de moscatel que llevaba el barco en la bodega. La resaca le duró dos días.
Muera Marta y muera harta. Si hay que ir al trasmundo vayamos alegres y
contentos con el vigor que infunde en el cuerpo la malvasía de un tonel. Náufragos,
romeros a Compostela. La peregrinación era una forma de picaresca. Muchos de
ellos acabarían con la pihuela a los pies con la tralla del rebenque ululando
sobre sus cabezas, la voz de los cómitres y los porvidas del arráez. Cía. Cia.
Bogar y bogar. Eso es la vida. Esta novela es un retrato de la vida misma
contada por un forzado, en fraternizad con los atunes. “El agua es lo que menos
me gustaba”. Ya sé que abomina del diluvio y prefiere lo que nos legó Noé. Y no
faltan las buenas consejas:
-Vana es la industria de los hombres. Su
valer, ignorancia, su poder flaqueza, cuando Dios no le enseña y guía.
-Sois como la encina que no dais
bellotas sino a palos- decía un cómitre
-Celos es enfermedad de locos. Pues esto
de los hijos es cosa de aprensión. Muchos aman a los que piensan ser suyos sin
ser dellos más que de nombre. Cornudos, sed pacientes
Toda una filosofía de vida. En realidad
el pícaro es un místico que se desprende de las cosas del mundo, del poder, de
la gloria, del sexo, el oro. Circula por los caminos que conducen a la imperial
Toledo con esa filosofía, producto del dexamiento.
Nada merece la pena. Nada es importante. Le salen encuentros bellacos y
mondongueras (las gordas de la ciudad imperial) las mulas del diablo que son
las coimas de los arciprestes y arzobispos andando por casas llanas y tabernas.
“A todos contaba mis cuitas”. Unos se dolían. Otros se burlaban de mío”. Conoció
cofradías de verriondas o las putas del camino. Monjas del amor en la casa del
poco trigo el alfolí estaba cerrado a prueba de ratones y de ladrones. Por ahí
cabalga Juan Pito. Todos se ríen de él. Quiso hacer el Tajo navegable. Debía de
ser Juanelo. Otro motolita. En cada lugar hay un tonto de oficio. Riámonos de
él a destajo. El mozo se arrimaba a los eclesiásticos por ser gente, casera,
secreta y rica. Sirve a un ermitaño que era padre y cuando le preguntaba pues
cómo, él respondía que es voluntad de Dios que el hombre no esté solo. Otra
invectiva contra el celibato. Según las últimas noticias, han encontrado un
documento en que dice que Cristo estuvo casado con una de las santas mujeres.
¿Será un rollo como el de los manuscritos del mar muerto todo un ataque a la
línea de flotación de la barca de Pedro o una verdad? De verdad tiene sus visos
porque en el mundo judío en el que vivió Jesús sólo quedaban fuera del
matrimonio los impotentes y los tarados pues era aquella una cultura
patriarcal. A ver si va llevar razón el Lazarillo en su soflama feroz contra la
hipocresía y perversidad de ciertos ensotanados.
“Las hice mas monerías que gata triguera
a un alcalde y más promesas que el que navega en borrasca”. Por doquier,
estudiantes y frailes cucarros prófugos de su Regla, pero sobre todo soldados y
se lamentan de sus caudales vacíos:
-Oh dineros que no sin razón la mayor
parte de los hombres, no sin razón, te tienen por dios. Tú eres la causa de
todos los bienes y el que acarrea todos los males.
Esta exclamación es un remedo que en su
Libro del Buen Amor, acaso el primer gran ejemplar de la literatura picaresca,
que dijo de la Ciudad Eterna: “yo vi allá en Roma do es la Sanctitá que todos
al dinero facían homildat
No hace una sátira a la Iglesia pero sí a los
clérigos. El peor amo que le tocó en suerte fue el capellán de Maqueda con
el que toparon mis pecados. No sólo le mataba de hambre pero al enterarse
que le robaba el pan del arca y los bodigos de las mandas le pegó una paliza
que a punto estuvo de matarle. Inmortal y ocurrente es el episodio de la llave
que guardaba Lazarillo entre los dientes. Una noche empezó a pita en sueños y
el cura se levantó con una estaca. Vive Dios que creía que era una serpiente la
que silbaba. No hay tal cosa en el mundo para vivir mucho que comer poco. Por
dicho de eso, yo nunca moriré. El eje de la marcha de la acción es el estomago
y las tripas insatisfechas y siempre regoldando, muy cantarinas ellas y poco
contentas son las telarañas de la inedia. Nunca confundirás, chaval, el hambre
con las ganas de comer.
Pero cuando la desdicha está de venir sobra
cualquier diligencia. Es la sabia reacción del pícaro ante su infortunio.
Aprende el niño a pedir con baja y enferma voz y desparrama buenos consejos a
lo largo del libro. El buen aparejo hace buen artífice. .Quebremos el ojo al
diablo. Digotelo yo. Y este mendrugo pa
endispués.
El libro es un reportaje de la vida en
España en el siglo XVI en sus grandezas y miserias pero campa la fuerza y el
ingenio. Cruzan por las páginas hidalgos pobretones, preclaros varones en la
ruina, mendigos, bulderos… el buldero era
el mayor cuentista que vi ni ver espero. Estamos ante el libro de un converso
que se mofa de aquellos clérigos errantes que venían desde Roma a vender
indulgencias. Prometían el perdón de los pecados a cambio de sumas de dinero.
El asunto se iba a convertir en piedra basal de la teología protestante. Esta
venalidad tiene poco que ver con el Espíritu. Santo; son añadidos, prótesis,
pegotes temporales que nada han de ver con la iluminación trinitaria que hace
navegar, viento del Espíritu, que sopla, y a veces recio, por en medio de mares
aborrascadas la nave de San Pedro. Buenas son las cuadernas, las quillas, el
velamen, los palos de mesana, pero harán falta dineros y ahí entran las
apetencias de poder, la codicia y la ambición humana. Lutero quizás llevara
razón en parte a través de sus demoledoras críticas al Vaticano y las denuncias
simoníacas.
Sirve a un capellán y a un aguacil y a un
ermitaño que hacía penitencias pero cuando no le veía nadie bajaba a ver a su
coima en la ciudad disfrazado de peregrinante a Compostela. Tenía una larga
familia con aquella mujer. Otra crítica al celibato. Pero quien bien tiene y
mal escoge por mal que le venga no se enoje. El summum bonum de la dicha sería
para Tormes comer como fraile convidado, beber más que un saludador e ir
vestido con el lujo de un teatino. Su realidad era mucho menos hermosa. El
arcipreste del Salvador ratonaba el pan. Era muy avariento y cruel aquel
sacerdote.
El héroe a redropelo de la crudeza de su
primer amo, no le guarda ningún rencor puesto que le está reconocido y lo tiene
por maestro ya que las consejas, avisos y refranes del ciego le sirven para
graduarse en la universidad de la vida. Lázaro de Tormes representa a la España
de los de abajo, el hombre común sin alcurnia, que será un sempiterno aprendiz
de la sabiduría de la calle, lo que denominan en Manhattan Street wisdom. Sin
embargo tiene que vengarse de su primer amo por la calabazada del puente y el
golpe brutal que lo deja desdentado cuando ingeniándosela con el vino hace un
agujero en el jarro que tapa con cera y absorbe mediante una pajilla. En medio
de sus transportes etílicos cuando estaba probando las delicias del paraíso de
Dionisio la mano del ciego que le estampa el jarro en la cara ve las estrellas
y baja a las cavernas infernales del Leteo. Era una técnica de la pedagogía
medieval utilizar el dolor y la burla como medio de aprendizaje. La letra con
sangre entra. Lo veremos en el Buscón en Guzmán de Alfarache, en Espinel y en
todos los autores que han cultivado la novela picaresca, un género autóctono español.
Al pobre zagal se le quebraron a causa del golpe un colmillo y un par de
muelas.
- Lázaro engañado me has
- Tío, no oliste el poste como oliste la
morcilla- contesta el enfuriado y deja tirado al mendigo en Escalona en medio
de una tormenta y una lluvia torrencial.
Protagonista de este maravilloso
librito- una verdadera joya histórico-literaria y una obra de arte- es el
hambre y la carestía en que viven los españoles en su tiempo más glorioso. La
acción pivota en torno a las andanzas de un hijo de la piedra o un hijo del
arroyo porque literalmente nació a orillas del Tormes de una pobre mujer que,
muerto su marido en la batalla de Orán en 1510, ha de azotar la calle teniendo
que amancebarse con un negro del que le nacería a Lázaro un hermano mulatillo.
Los golpes y los desengaños que da la vida marcan el contrapunto a la trama que
es una crónica de desventuras que han de ser aceptadas con paciencia y
resignación cristianas pero sin desesperar y sin perder el buen humor y esa
zumba o mala sombra que tienen los grandes libros escritos en castellano –El Quijote, el Buscón, El Libro del Buen Amor-
todos ellos andariegos y de carácter ambulante. Su autor va haciendo circular
el espejo a lo largo del camino. La ruta es de Salamanca a Toledo con paradas en
Escalona, Méntrida, Borox, Torrijos. Se nos dice que los toledanos son más
ricos que los castellanos pero menos limosneros.
Se hace una crítica feroz de la Iglesia
y de las costumbres de la época. El siglo XVI a decir de los historiadores fue
el del amor pero aquí falta mucho de eso y sobra gazuza. En el instinto de
conservación del ser humano lo primero es atender a las necesidades de
alimentación. La reproducción es secundaria o se da por sobrentendida. A él
solo tienen acceso los poderosos, los que han la barriga llena o tienen derecho
de pernada, los poderosos y no se daba importancia a lo de ajuntarse con fembra
placentera por el relajo y la tolerancia de costumbre. Más difícil era haber
mantenencia y buscar coyunda. Esa es la primera conclusión que sacamos de la
lectura del Lazarillo. Su último amo un arcipreste probablemente de Talavera le
obliga a casarse con su sirvienta la cual había ya parido de él tres veces. No
hace el pobre desdichado ascos a cargar con la manceba del cura con tal de tener
un lecho donde guarecerse y comer caliente olvidándose de su honra y las
hablillas de qué dirán aun teniendo que pasar “algunas malas noches en vela
esperando a su mujer que no salía de la rectoral hasta los laudes” cuando
inician el primer reclamo del día las alondras. Tuvo que poner oídos de
mercader a las murmuraciones y dar de lado a “sospechuelas” (más que sospechas
hechos evidentes, y cantar aquello de:
-Uvas tiene uvas tiene la parra del cura
uvas tiene, a ver cuando maduran.
Cuernos van y cuernos vienen y se
acuerda lo que le dijo el vil ciego cuando le sacudió la morrada contra el
cornúpeta de Salamanca y comprendió cuál sería su destino. Pero más cornada da
el hambre. Él sabe reírse de su infortunio. Esta actitud en aquella España de
alcurnias donde la honra era más importante que la vida debió de sonar a
herejía pero con el “Lazarillo de Tormes” se está iniciando la novela moderna
El libro parece planteado para un
recorrido más largo y muchos más capítulos. Después de abandonar al mendigo
invidente la acción se precipita y algunos capítulos como el del mercedario muy
andariego ya que “gastaba más en zapatillas que todo el convento” quedan
cercenados o de vivo intento o por miedo a la inquisición. El autor que debía
de ser un franciscano de Alcalá próximo al circulo de miembros de esta orden
que iban por los pueblos atacando la corrupción de costumbres y pregonando que
el emperador Carlos V era el anticristo, un movimiento comunero reformista que
cala en el clero regular sobre todo en Segovia y en Toledo donde Bravo y
Maldonado fueron los cabecillas de aquel movimiento. El Lazarillo fue escrito
insistimos después de la derrota de Villalar y se nos recuerda que el padre del
protagonista fue muerto en Guelbes por lo que debió de formar parte de la expedición
a Argel de Cisneros. No parece por las trazas que sea el autor un converso sino
un observante que critica la conducta de los claustrales y arremete contra la
simonía, la crueldad, los embustes supersticiosos de alguna parte del clero muy
relajado de costumbres. Por ejemplo, el clérigo de Maqueda nos los describe
como mucho más bestia y taimado que el propio ciego “Escapé del trueno y di con
el relámpago” nos cuenta Lázaro pues la novela está escrita en primera persona.
El personaje es un anticipo del Domine Cabra quevediano, avaro, vil,
desconfiado, hipócrita (el pasaje en que cuenta los bodigos mientras canturrea
responsos o celebra misas porque era de los que hay que estar al santo y a la
limosna es uno de los pasajes más hábiles y castizos de toda esta crónica de
desaires) de malas pulgas y peor trato. Lázaro consigue burlarle con la copia
de la llave que abre el arcaz donde el miserable guarda sus bodigos todos
contados y bien contados pero con tan mala suerte que la llave que se introduce
en el paladar lo delata una noche al roncar y hacer pasar el aire por la llave.
El cura cree que es una serpiente contra la que quiere descargar tal golpe que
deja muy maltrecho y quebrantado al pobre fámulo. Éste se consuela con algunas
reflexiones filosóficas –senequismo hispano- “cuando la desdicha ha de venir
por demás es diligencia” esto es no se puede luchar contra el destino
inevitable. Otro detalle: el cruel sacerdote al despedir a su sirviente por
robarle el pan del arca hace la señal de la cruz “como si yo estuviese
endemoniada”. Debía ser un tipo con poca caridad y nada fiable.
El religioso
reformista que lo da a la estampa por encima de las pendencias y trifulcas
entre observantes y claustrales que conmueven a los frailes menores en aquel
entonces por las trazas no parece un cristiano nuevo ni un luterano (contra lo
que se ha venido escribiendo). Un judío era incapaz de haber escrito una obra
tan realista y desapasionada. Más bien detrás del Lazarillo se esconde la pluma
bien tajada y socarrona de un cristiano viejo, alcalaíno y cisneriano porque en
Alcalá estaba la residencia del primado de Toledo que conocía los males de la
Iglesia y la aguja de marear. A lo largo de sus capítulos realiza un atestado y
una diagnosis sobre la Castilla del XVI poco antes del Concilio de Trento y la
contrarreforma uno de cuyos focos de irradiación es la ciudad del Henares. Por
sus páginas desfilan alguaciles, verdugos, porquerones, corchetes, curas de
misa y olla, bulderos, maravedíes, blancas, echacuervos, del hambre y el frío
que pasaban en aquellos pueblos, quebrando el ojo al diablo a lo mejor cada
quince días en ayuno perenne, de putas, mesoneras, bodegueras, turroneras, de
ensalmadores, hidalgos de gotera que no tienen donde caerse muerto. Se nos
habla de sisas, embelecos, advertencias, alusiones a Plinio pero también de
recetas culinarios como era el moreto o almodrote (queso, ajo, aceite que se
echaba en las salsas) de las espadas de Cuellar, y de visitadores corruptos que
predicaban la santa cruzada y prometían la vida eterna y la exención del ayuno
a cambio de dineros. La fe sin obras que proclamaba Lutero. Ante la mirada del
autor pasa todo un pueblo. Y traza un retablo de crítica social desde la óptica
del donaire. Al que le atañe el dicho de jodidos. La prosa del libro de fácil
lectura aún a día de hoy alcanza los mayores registros del castellano y es
inimitable tanto en su aspecto interior como por su garbo interior que es la
clave del libro...
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