LUIS VIVES DESASNANDO TESTAS CORONADAS
Antonio Parra
Bajando o subiendo de York a Londres –recuerdo bien aquellos viajes en la British Rail- cuando el tren a más de cien millas por hora se internaba en la planicie de los Midlands umbríos campos de patatas y alguna frisona paciendo en la distancia mientras los quejigos solitarios corrían raudos ante nuestra vista, y aparecían de repente las agujas grises de la catedral de Peterborough. Los encajes de la piedra disimulaban una oración para el recuerdo de una reina española que vivió prisionera en su castillo y está enterrada en uno de los nichos del testero. Catalina de Aragón. Había nacido en Alcalá de Henares. Allí tiene su estatua.Brutalmente noble y brutalmente desgraciada y honni soit qui mal y pense que rezaba un lema de la Orden de la Jarretera.
Mediante la política de los casorios los Reyes Católicos quisieron urdir las paces y conciertos con las otras monarquías de la cristiandad y, como no se puede conformar a todo el mundo, sólo consiguieron hacer desgraciadas a sus hijas: esta pobre Catherine, María de Portugal que moriría de sobreparto, Juana la Loca. Fueron fieles, nobles y desdichadas infantinas llorando su desconsuelo ante la rueca o asomándose a un alto mirador desde donde reclusas e ignoradas vieron pasar la vida.
Pero sobre todo sentaron pauta de desentendimiento y melancolía en las relaciones anglo españolas aunque yo siempre amé a aquella Inglaterra cuando era un Jardín de María. Vivíamos en un pueblo del sur del Yorkshire. Nombre más bonito no lo habrá. Edenthorpe (la aldea del edén), pero en este mundo traidor resulta que no hay paraísos. Todo resultó ser un espejismo. Luego no pudo ser. Más vale honra sin barco que barcos sin honra y envié a mi escuadra a pelear contra los herejes no contra los elementos. La frase del Rey Prudente marcó mi trayectoria. Los sueños se vinieron abajo I am a dreamer.
Oxford me entusiasmó. Aquellos estudiantes con sus becas y sus togas cintas de mi capa estudiantil que a lo mejor son ya pasto de las polillas enterradas en un viejo baúl o aquellos birretes que remataban en un cuadrilátero del que pintaba una orla de los graduados (Goodbye, mister Chips) y la chapela enorme de los doctores que daba un aire renacentista a los decanos. Se la ponían sin terciar. Es esa boina humanística que lucía Vives –semper vivas- en los libros de texto sacados por la editorial del mismo nombre de mi primer catón, en la que yo aprendí a leer y a soñar.
También se la vi poner en Oxford en una ceremonia de investidura a Andrés Segovia a Salvador de Madariaga. Con gorra y sin gorra aquel gallego siempre me pareció un tonto en siete idiomas. El humanista valenciano era otra cosa. Sobre todo un pedagogo, un filosofo de la pedagogía en cuya obra se imparten consejos acerca de cómo aprender lenguas modernas (de viva voz, si es posible), cómo ha de ser la mujer hacendosa buen ama y amante de su marido y de sus hijos en de institutione feminae christianae, y hasta la forma cómo hay que trinchar un asado o coger con la mano un cuchillo-artes cisorias- si hay que dar azotes y cómo han de ser esos castigos pupilares o el deporte. La proverbial locución de mens sana in corpore sano se la debemos a él. Pues la obra de este autor ha sido una de las más saqueadas por aquellos amigos de lo ajeno que gustan de refreír a los demás. Estamos bajo las alas del cuervo.
Quise, siguiendo la senda de la didáctica, andar tras la huella de Luis Vives en Inglaterra, ser don oxoniano pues yo sabía más latín que muchos de aquellos dómines que a mí traduciendo y escanciando hexámetros de las Geórgicas no me seguían; era un as y Eneida en mano pocos me ponían un pie delante y acabé de maestro de gaya doctrina en un pueblecito de la cuenca minera del Yorkshire. Todo fue bien en mis clases hasta que un día aquel Payling canijo levantó el dedo en mitad del aula (era una tarde de primavera y yo explicaba a Berceo) y me hizo una pregunta bocajarro please mister:
-Sir, what do I want Spanish for if I am gonna be all my bloody life down in the pit? (Oiga, señor, para qué coños necesito saber yo español si me voy a tirar la puta vida en esa mina de los cojones).
Me llevaron todos los demonios y no supe qué responder. Recogí mis bártulos, metí mis libros y mi guitarra en aquel mini colorado y me volví a Madrid con aquella frase a flor de labios del Cancionero de Upsala: “que yo no quiero amores en Inglaterra que los tenga yo mejores en la mi tierra”. Se equivocó la paloma. Se equivocaba. Por ir al norte fui al sur. Creí que el viento era agua. Que la noche la mañana. Se equivocaba pero esta fe de erratas es lo que salpimienta mis textos. Toda mi vida ha sido un error.
Algo tiene aquella isla antigua tierra de Merlín que seduce a los caballeros andantes como yo, pero estos esforzados hidalgos nunca podrán rendir la plaza. Vives fue otro derrotado. Huyó de Londres rumbo a Flandes con los corchetes del rey Tudor royéndole los talones. Nunca es bueno entrometerse en estos líos de alcoba. Enrique octavo le tomó ojeriza por haber sacado la cara por su mujer Catalina quien al fin y al cabo era casi su paisana.
Este valenciano que españoleó por las cortes de Europa y enseñó en la Sorbona, Brujas, Lovaina, Oxford fue el paradigma del genio universal tan sabio como desgraciado e incomprendido. Estuvo al lado de Catalina en su ostracismo lo que le hizo perder la privanza con su marido Enrique VIII del que era también asesor. Se libró de ir a la Torre de Londres por chiripa.
El marido de esta reina inglesa nacida en Arévalo aparte de un poeta más que mediano y de un músico mucho más que aceptable un cristiano ferviente en su juventud hasta el punto de haber recabado el título de Defensor de la Fe otorgado por rescripto papal remató en Barba azul. Sus líos conyugales dieron lugar al Cisma de Occidente. Si por una herradura se perdió un caballo y por un caballo la guerra y así sucesivamente sabe dios lo que se puede perder por una mala mujer – bueno son todas buenas en realidad aunque unas mejores que otras retiro lo dicho-. Acaso el mundo entero.
Un Tudor se encoñó con Ana Bolena que había nacido con Seis Dedos en la mano derecha y un cierto estrabismo visual lo que debió de darle un atractivo sexual más allá de lo corriente y ocurrió lo que tenía que suceder pero Ana no se conformaba con el puesto de barragana regia. Quería ser reina. Ahí empezó todo el rebujo. La mediación del cardenal Wolsey protector de Luis Vives y de Tomás Moro, los legados papales, los interdictos y por último la excomunión que abría un camino sin retorno en las relaciones de la Iglesia Católica e Inglaterra. A partir de entonces y tomándole a Lutero la palabra para los ingleses Roma sería la Gran Zutana.
A su mujer natural Enrique la hija de los Reyes Católicos la dio carta de repudio desterrándola fuera de la corte. Vivió en el exilio y en la pobreza a la sombra de aquella catedral gótica que acudía a saludarme en mis viajes hacia el sur a toda la velocidad por la ventanilla del expreso entre la melancolía y el haze (esa especie de borrina que difumina los contornos del horizonte en el paisaje inglés) y allí murió.
La vida de Luis Vives, preceptor de Catalina y profesor de latín de Felipe II, en términos más modestos fue también a lo largo de sus cuarenta y ocho años una pugna contra la pobreza. Hubo de abandonar su querida tierra de los naranjos (añora siempre a Valencia en todas sus cartas) para convertirse en preceptor o institutor una especie de criado intelectual o profesor particular de los ricos para llevar príncipes por la senda del recto proceder y del buen saber (desasnar testas coronadas fue su oficio) pero sus amos le pagaban siempre tarde y mal. Esta lucha por la subsistencia del pensador, del escritor, del novelista, del poeta, siempre fue acérrima. Yo la he sentido sobre mis propios huesos pues el amor a las letras supone un estilo de vida equivalente a la precariedad, el vértigo. Siempre a salto de mata con la vida. Los banqueros son los que tienen la pasta y muy volubles y caprichosos los mecenas son. Más agarrados que un chotis. Más tacaños que Paul Getty.
Baroja acumulaba patacones en una caja de zapatos. Dámaso Alonso al que conocí en el bar de Filosofía tomándose una caña preguntaba por los adeudos de la colaboración. Antonio de Olano el otro día en el sepelio de Alfonso el del Gijón el mismo criterio: si me pagan me retrato; de otro modo, mi pluma no entrará en los tratos de la prostitución. Sin embargos las dichosas tijeras del sastre del Campillo aquel que cosía de balde y encima ponía el hilo se ciernen sobre nuestras cabezas. Cervantes ahí lo tenemos palanganero de una mancebía en Valladolid y Quevedo como zaguanete espadachín o “armario” de un príncipe italiano. Tomás Salvador – el mayor novelista de posguerra - era policía de la ronda secreta, Luis Romero corredor de libros. Valle Inclán murió en la pobreza y Rosalía de Castro que vivió en la calle de la Ballesta se metió a puta. Benet ingeniero se ganaba la vida construyendo puentes bastante buenos mejor que sus libros que por lo menos no se caían lo mismo que los personajes de sus novelas infames. Volverás a región y así sucesivamente.
El más listo de todos fue Cela que harto de criar hambre, rencores y caspa y de no tener para el café se circuncidó, se puso la hipa viajó a Jerusalén en calidad de preboste de la alianza hispano israelí y mano de santo chico. Murió millonario y le dejó a su viuda joven y rica la Marina Castaño que con un ojo llora y otra repica un buen pico. Hoy es el cadáver más opulento de todo el camposanto de Padrón.
Y ahora al fin de tantos años cuando parezco haber recuperado contacto con lo que más quería mi Picle me pregunta dónde estas, dad, qué has escrito, qué has publicado, y, transfixo en esta cadena de reconversiones, cribas, purgas y excarcelaciones de la literatura y aunque mi compromiso con la verdad de Cristo y el amor a mi patria sigan incólumes y en mis trece, le he de decir, pues acá me ando, mi hija. ¿Y de dineros? Nada. ¿Qué hay de lo mío? Pues la verdad que muy poco, corazón. Como no venda mis favores por la red o me brinde como acompañante maslo de algunas viudas desconsoladas, mal me veo.
Mis sueños y mis textos duermen en un cajón limbo de los justos seno de Abraham y trabajo emparedado entre dos pibas, tres milanas bonitas y cuatro archivas que vigilan la parva y el ojo del amo engorda el caballo, la Fuensanta, vaya nombre de paleta, los coños grandes de doña Almudena la Mayor y la Reme carcasa de la muerte brujas curujas muevete despacín que ya me viene querida Reme. Pues sí hija sí. Que putas son las que están en la ventana qué putas son las que están por el balcón pero la cosa no tiene vuelta de hoja. Y esos de ahí en eso que no saben escribir pues las nombro escritores. Por decreto.
-¿Nunca callarás, Verumtamen?
-Difícilmente.
Pero a lo que voy. Luis Vives semper vivas fue para mí un paradigma un modelo a seguir por su compromiso con la verdad en tiempos de crisis que emanaba de la profundidad del pensamiento cristiano de este escritor que no se rindió ni ante la insolencia ni la injusticia ni la prepotencia de magnates, reyes y pontífices.
Toda su obra fue una exhortación a la perseverancia en la fe verdadera y una impugnación contra musulmanes y judíos. A Francisco I de Francia le echa en cara fomentar la disensión en el bando católico entablando alianzas con el turco, al Papa de crear ligas con Inglaterra y los venecianos en contra del emperador Carlos V de España y Alemania. Condena las guerras pero avisa son un castigo de Dios. Tiene tiempo para escribir páginas de oro sobre la mujer cristiana y entregarse a una serie de especulaciones filosóficas que ponen en entredicho a los escolásticos y a todo Aristóteles. Sus choques contra los frailes fueron del mismo tenor aunque no tan rigurosos como las de Erasmo. Iñigo de Loyola cuando era estudiante en París iba a Flandes a recabar fondos entre los soldados. La fraternidad de armas es la fraternidad de armas y allí trabó contacto con el institutor valenciano que un verano le convidó a comer en su casa de Brujas. Cuentan sus biógrafos que Vives, la cordura personificada, debió de observar en aquel estudiante ciertos signos de la enajenación mental de aquel veterano bajo las banderas del Duque de Nájera. Era un loco de las reales ordenanzas, de la disciplina, del método, de la estrategia y la táctica. Los jesuitas, por ironía del destino, fueron los encargados de llevar adelante la contrarreforma que había preconizado Luis Vives pero por caminos muy distintos (era un impulsor de la paz, de la concordia y de esa libertad que transparentan las páginas evangélicas con esa delicadeza y tersura) y no a mandobles y bayonetazos de los guardias de corps del papa. Salvaron el edificio pero el espíritu se echó a perder. Los jesuitas, grandes educadores, se inspiraron en toda la propedéutica viviana para implantarla en sus colegios y noviciados pero colocaron algunas obras del sabio humanista como el Libro sobre San Agustín en el índice. Vives semper vivas y Vives el divino se le llamaba en los salones de grados de Salamanca y Alcalá.
Si no te gusta Erasmo se decía entonces o eres fraile o eres asno. Le repugnan los monasterios relajados de media Europa; un avispero de envidia, codicia y malos ejemplos trajeron el Saco de Roma de 1527 y lo que vino después casi se veía venir. Pero desde su cátedra de Brujas y de Oxford la voz de este humanista valenciano que se expresaba en el mejor latín resonó poderosa por todos los ámbitos. Sin llegar al fundamentalismo de los anabaptistas alemanes es un defensor de la pureza evangélica. Propugna una reforma de la Iglesia desde la libertad y la inteligencia pero sin tocar para nada a la liturgia.
Sus páginas aun ahora me parecen henchidas de piedad y de caridad cristiana y creo que tienen una relevancia singular cuando nuestra fe católica se siente conminada por amenazas mucho más determinantes que las que afligieron a la cristiandad en el siglo XVI. Detestaba la superstición tanto como la prostitución (dos males irremediables) y puso en duda algunas hazañas de ciertos santos tal y como vienen descritas en la Leyenda Áurea de Jacobo de Vorágine obra del siglo XIII y que más tarde acapararía censuras de otro paisano mío el dominico Melchor Cano, o los excesos del culto a relicarios pero sus manuales de oración y algunas misas que compuso motu propio por ejemplo contra el flagelo de la peste que afligió a Flandes en 1529 hoy resultan primorosas y valederas.
No estamos pues ante un hereje. Vives no era un hugonote ni uno de esos conversos con mala leche a los que se les ve el plumero o el Talmud asomando la oreja. No. Él era un humanista cristiano, un europeo y un católico en el primigenio sentido que tenía esta palabra en boca de Tomás Moro. Universalidad. A man for all the seasons. Un hombre para la eternidad. Por eso habrá que decir: Vives semper vivas. El retruécano es adecuado. Sí. Que viva. Que viva Vives eternamente. Si hoy volviera tendría que emplearse muy a fondo para desasnar muchas testas coronadas. Aunque tal vez a estos cetros y tales armiños puede que les quede poco.
Sábado, 04 de marzo de 2006