Buscar este blog

martes, 19 de abril de 2011

EL CLAVO DE PEDRO ANTONIO DE ALARCÓN

Pedro Antonio de Alarcón. El clavo




Una de las situaciones pintorescas en las que sueña pedro Antonio de Alarcón en sus nostálgicos y sentimentales cuentos en los que el lector añora Granada. Madrid la calle Atocha y Valdemoro donde residió, es subirse a una diligencia y encontrarse en la rotonda con la mujer de sus sueños. Donde menos se espera salta una aventura pero el humorismo sardónico nos deja con la miel en los labios porque la ínclita- el granadino las prefiera corpulentas, pecheras, entrada en carnes algo donde agarrar- resulta una damita muy pudibunda, treinta años, bonitos dientes, hoyuelos en las mejilla, escote alto y un libro quizás una novela “cuyo héroe podría parecerse a mí (pues no pide usted nada, don Pedro Antonio), elegante damisela y sola- o viaja en busca de su marido, es una puta o una asesina. El novelista sabe jugar con las situaciones delirantes y atrapando el interés del lector le lleva al huerto pero no hay tal huerto sino una situación bufa. Nuestros antepasados del siglo XIX trataban de ligar en los carruajes de posta. Antes del primer relevo donde estaba la posada del encuarte ya había declarado sus amores. En lo alto del pescante el postillón chascaba la tralla. Se tardaban dos días y media desde Gijón a Madrid parada en la venta la Tuerta en León, Ataquines, media hora. El viaje a Granada era más peligroso por el aliciente de los bandidos al acecho por Sierra Morena. Estos escritores románticos poco se preocupan del paisaje, tampoco demasiado del paisanaje. El mayoral látigo en ristre para aguantar el frío y las tropelías del camino al bajar Despeñaperros se había metido entre pecho y espalda una azumbre de aguardiente y reforzado su lenguaje con un repertorio de delirantes cagamentos. Juras más que un carretero.

Las mulas eran todas aragonesas más resistentes pero zainas y cabezonas que tú no veas. El camino pedía aventura, reclamaba sobresaltos y daba alguna coz, un golpe inesperado. Los niños del siglo XIX no querían ser pilotos ni bomberos, querían ser delanteros de diligencia y guiar un convoy de mulillas tordas con cascabeles.

Si a la señora se le antojaba hacer pipi, con alzarse las enaguas y colocar las nalgas en un sillico oculto bajo el asiento y a soltar el chorro o lo otro pues no tenía que hacer cola en los lavabos. Comodidades del romanticismo. En las fondas esperaban los chinches, el candil de sebo y alguna Trotaconventos porque entonces al no haber puticlubs el alterne buscaba sus sitios estratégicos en las ventas como las de Bembibre ajo arriero t en un recodo cuatro bandidos salieron, reza la canción, pues a Bembibre iremos todos como buenos compañeros.

La vida acaso tuviera otro sabor más fuerte que ahora. Pero los olores eran parecidos. Olor a tierra mojada, olor a mujer y olor a tinta fresca del papel recién salido de la imprenta- Alarcón quiso ser cura, luego militar pero acabó en periodista. Le aguardaba la pobreza menesterosa de casi todos los escritores en su profético quehacer. De muchos de sus contemporáneos ya nadie se acuerda pero sobre los sueños de estos artistas pergeñados en papel escribe la posterioridad. Ninguna riqueza mayor que la del espíritu.

No hay comentarios: