Ser
paisano del Buscón y a mucha honra
Por
Antonio Parra (escritor y periodista segoviano)
I
“Yo,
señor, soy de Segovia. Mi padre llamose Clemente Pablo natural del
mismo pueblo (Dios le tenga en el cielo) fue tal como todos dicen de
oficio barbero aunque eran tal altos sus pensamientos que se corría
el rumor de que era tundidor de barbas y sastre de mejillas” Así
arranca la primera de las grandes novelas picarescas y uno de los
monumentos literarios del idioma nuestro con el azoguejo como telón
de fondo, cuna de lo que llaman los alemanes Schelm literatur
(genero picaresco, la briba, la truhanería y el vagabundaje pero
todos somos hijos de dios).
La
historia de la vida del Buscón don Pablos Ejemplo de vagabundos y
Espejo de Tacaños se compone de lances más o menos tristes o
gozosos contados a la deriva y del modo más elocuente y dicharachero
–habría que hablar de contundencia y estilo perfecto- que ofrece
nuestra lengua. En medio de la trama donde no existe argumento sino
cuento los personajes capean con sorna, buen talante y algún
atropello las adversidades con estoica resignación. El hurto está a
la orden del día a pequeña escala pero nunca el asesinato ni el
crimen pasional.
Tenía
el padre del protagonista otros oficios (hombre de muchos oficios
pobre seguro) entre ellos el de verdugo que lega a un pariente suyo
precisamente es don alonso el que le dará mulé al barbero y el que
escribirá la carta al Buscón en tercero de Retórica en Alcalá
dándole cuenta de su heroica muerte en la horca. Tampoco puede
presumir de alcurnia ni alta genealogía porque al igual que el
Lazarillo que era mulato y de Salamanca, la madre de Pablillos
Aldonza de San Pedro presenta sangre no demasiado limpia. Era hija
de Diego de San Juan y nieta de Andrés de San Cristóbal –a los
conversos se les bautizaba con el nombre de las parroquias en las que
recibieron las aguas crísmales o con el santo del día. La de san
andrés aq escasos metros de la catedrqal y cabe la judería, muy
cerca de las casuchas del arrbal del Arco del socorro y del macelo
ritual donde los rfabinos supervisaban el sacrificio de las reses
trufandolas
con arreglos a los preceptos talmúdicos “kosher” era barrio de
los que seguían la ley viejha y contaban los años desde el día de
la creación y no el de la fredención, esto es, judíos en toda
regla. La cruz de san Andrés era la de los penitenciados por la
Inquisición y en este sector intramuros de la antigua ciudad romana
vio la luz por primera vez Pablillos Ambos grandes protagonistas del
género picaresco, Lázaro de Tormes y don Pablos, ostentan un origen
nada esclarecidos, como nacidos de mujer no velada, o bastardillos, o
de casa poco honrada. siendo uno segoviano y el otro salamantino.
El
Buscón es más barroco, gnómico y mordaz mientras el anónimo
Lazarillo desde el punto de vista argumental es más confuso y carece
de la garra quevedesca aunque resulta insuperable por su laconismo de
la más estricta urdimbre clásica. Toda la obra de don Francisco de
Quevedo y Villegas es una rechifla del clasismo montaraz tan
imbricado en el carácter español que alardea de pavones y blasones.
Quieren provenir todos de la pata del caballo del Cid cuando todos
nacimos de Eva y Adán. El español no es racista sino clasista como
tantas veces se ha dicho.
Ese
clasismo al que fustiga el autor de los “Sueños” quizás
origine toda nuestra complicación mental tan dada al caudillismo, al
mestizaje y al concepto de elegidos que hunde sus raíces en la
procedencia hebrea. Son atavismos hispánicos la picaresca, el
anarquismo, la ingobernabilidad y la utilización de la iglesia
primero y después de la política como una sinecura o un modus
vivendi donde roba el que puede. El español busca colocación, una
canonjía, una sinecura, un lugar al sol para vivir de las rentas o
sin pegar golpe. Los hidalgos no quieren trabajar. Viven de la
especulación. Encargan de esos menesteres a las castas inferiores
como las que proceden de la conversión al catolicismo. Todos aspiran
a una carrera. Casi se consideraba un baldón familiar el que uno de
los hijos tuviera oficio: ninguno quiere ser herrero ni fontanero.
Ahí está la madre del cordero.
Quevedo
dice de su personaje que era descendiente de la letanía. Doña
Aldonza hechizaba, leía las habas y hacía conjuros por lo que fue
emplumada varias veces y la llevaron en el asnillo penitencial
(zurcidora de gustos remienda/virgos, celestina, porque somos todo
español es hijo del Quijote y de Celestina) y a mucha honra, y
algebrista de voluntades desconcertadas, vio volar al cabrón dormía
entre sogas de ahorcados y la dieron plumas, las de la risa.
Dice
la leyenda que Pablillos nació cabe del arco del Socorro la antigua
puerta de San Andrés. Y el licenciado Cuaresma o Domine Cabra asentó
su pupilaje cerbatana en la calle de Cantarranas al pie del ábside
de la parroquia de Santa Eulalia. Yo nací en un falansterio que
llamaban la casa la Troya entre vecinos muy honrados (algún mutilado
de guerra la señora Segunda, a la que mataron dos hijos en el
frente, la señora Antonia la de Lérida que vino huyendo de un
bombardeo en Cataluña, Iglesias el comunista que recitaba el Piyayo
tan primorosamente casado con la Serafina, la tía Carnerita etc.
Todo ese mundo de aquella corrala segoviana la describo en mi
“Seminario vacío” porque nuestra infancia tuvo su parte de
picaresca y esa visión del mundo entre expectante, resignada y
chusca, marcó mi modo de ser segoviano poco diplomático y
espontaneo lleno de corazonadas que no calla ni debajo del agua.
Pues
había un letrero conmemorativo entre los mampuestos del arco del
Socorro que decía que en aquel barrio nació del Buscón don Pablo
hijo del ingenio del gran humorista don Francisco de Quevedo. Y a
Cela le hacía mucha gracia aquel epígrafe; en una ocasión me dijo:
—Tus
paisanos son un poco cachondos o estaban de broma. Mira que llamar
humorista a Quevedo cuando no hay escritor más serio y más profundo
en las letras castellanas. No se enteran. No le deben de haber leído
bien.
La
cuestión era que en San Andrés estaba la aljama o judería vieja y
también el macelo o matadero donde los rabinos sacrificaban los
corderos con arreglo as los preceptos de la vieja ley, desangrando al
animal de las impurezas de la sangre (trufar) lo que denominan los
askenazíes del Este carne “kosher”. Meter el dos de
bastos y sacar el dos de oros.
Llegue
a conocer al último de los descendientes de aquellos matarifes
veterotestamentarios uno que lo llamaban el Jurri que por cierto es
otro nombre que sale en la novela del Buscón. El azoguejo segoviano
era polo de atracción no sólo de tundidores y peraíles una
profesión muy habitual en una ciudad lanera como Segovia unos
cardaban la lana y otros portaban la fama sino también de gente del
hampa o de la carda. Otros lugares de encuentro de la picaresca y del
vagabundaje (soldados licenciados de las guerras flamencas, ex
convictos y redimidos de galeras frailes giróvagos mozas de toldo y
arandela, buleros y buhoneros) eran el Potro cordobés, el Perchel
malagueño el Zocodover toledano el arrabal de Arévalo, el Fontán
ovetense o las gradas de San Felipe en Madrid. ¿Cómo parlaba, a
qué olía aquella sociedad, cual eran los colores, cómo sonaba el
castellano en aquellos tiempos, cuál eran las preocupaciones
sustanciales de nuestros antepasados gentes de buen talante, aunque
apretadas por las dificultades no disimulaban a veces mala condición,
que pechaba con las dificultades y se reía de su propia sombra?
Para
tener una noción de respuesta a tales preguntas conviene enfrascarse
en las alborozadas páginas del Buscón y ver a través del ojo
mágico de la literatura guiados por el arte contundente del
Caballero de las Espuelas de Oro que nos transporta en un viaje a
través de la España del XVII dentro de las artolas de su poderosa y
ferviente imaginación.
La
preocupación mayor era llenar la andorga pero en eso los españoles
no éramos diferentes al resto de los pueblos de Europa (franceses,
tudescos, ingleses o rusos) Por demás de exagerado, el retrato del
clérigo cerbatana, que mataba de hambre a sus estudiantes, es un
dibujo al pastel de la situación real en aquella época. Humor y
rechifla con las `propias miserias, indulgencia con los conversos
porque en Segovia todos eran conversos y hay una descendencia judía
innegable (somos quizá judíos pero de otra tribu muy diferente a la
que dirige los asuntos en el mundo. Nos conformamos con Sefarad. Sion
y los sueños sionistas quedan un poco a trasmano) además nos
bautizamos y nos hicimos católicos a machamartillo.
Es
la idea que trasmina en este libro que es una defensa de la
catolicidad escolástica. Padeció Pablillos so el poder de Poncio de
Aguirre. Lo dice de un judío que no se había aprendido aun el credo
cuando entró a servir como fámulo al hijo de Diego Coronel otra
familia segoviana de confesos. Se narran las bárbaras costumbres de
carnestolendas y las novatadas y cencerradas y otras bárbaras
diversiones para matar el tiempo. Corríamos el gallo en la
rinconada. Se manteaba a los neófitos, a las viudas que se casaban
de segundas nupcias les colocaban un cencerro debajo la cama.
Algunos episodios de esta novela picaresca fueron tomados del
Decamerón. A la mentalidad medieval se circunscribe gran parte de la
narrativa contada sin dar demasiada importancia a sí mismo ni
cuartos al pregonero un poco como a la pata la llana y al desgaire.
El ojo del culo es el más hundido y más profundo. Pasar hambre
aguzaba los garfios de la imaginación. Y otras muchas truhanerías
II
A
medio camino entre Alcalá y Madrid la primera vez que pasé por esta
casona en la carretera de Zaragoza me cupo la impresión inexplicable
de que antes yo había estado allí en otra vida precedente. ¡Una
cosa maravillosa! ¿Me reclamaban misa dioses familiares manes
lémures y penates? ¿Fui un arriero, un clérigo sin fortuna o un
estudiante camino de las escuelas que iba a Alcalá a comerse los
libros y abrirse camino en la vida? ¿Un trajinante de los muchos que
poblaron los polvorientos camino de Castilla al conjuro de la
sentencia de “fortuna te de dios hijo que el saber no te hace
falta”? en medio de tan atrayente topografía sentí la llamada de
mi pasado y de mi patria. El lugar en plena llanura del valle del
Henares solemne y en desabrigo me brindaba su hospitalidad familiar y
me parece que a partir de entonces creo que la teoría de la
reencarnación no es ninguna superchería.
En
el siglo de Oro este ventorro era punto de recalada de estudiantes y
ninfas de cantón y allí el ocio y el negocio se juntaban en cueros
vivos: matachines, estudiantes, bellacos rufianes y barbianas, la
alcahuetería y la religión iban de la mano, porque siempre pasaba
algún fraile que los curas en España siempre viajaron mucho.
Don
Francisco de Quevedo autor del soneto más impresionante al amor al
modo maravilloso y platónico, luego se juntó con rufianas y
acredita su conocimiento del ser humano a través de sus excursiones
al mundo del hampa. En el mismo saco de su prosa están lo lunfardo
y lo provenzal, madrigales y picos pardos pero no era demasiado
considerado con las del bello sexo. Hoy las feministas lo correrían
al pobre a gorrazos lanzándole excomuniones por machista. “Dios te
guarde de alguaciles y de mujer rubia pedigüeña y carirredonda”.
A lo mejor los políticos hogaño como ZP y sus secuaces – el más
tonto hace un cesto- lo denunciarían por lo de la violencia de
género y tiene guasa la coso porque no hay gente más desabrida y
violenta que las féminas de las tetas al aire y el culo tieso
profanando los iconostasio propugnadoras de la lucha de género, que
parecen salvajes, así como los predicadores de lo políticamente
correcto verdaderos apaniguados del infierno.
En
el mesón de Viveros entre Torote y Torrejón pernoctan don Diego
Coronel y su escudero Pablillos que iba a graduarse a la universidad
en calidad de fámulo o estudiante de mantellina por lo pobre
enviados por el padre, el ilustre prócer segoviense, después de
haberles rescatado del cautiverio del Dómine Cabra y tras una
convalecencia de nueve días a base de pistos y sustancias, estaban
en los puros huesos.
En
el corral del albergue – el posadero era morisco y ladrón- topan
con su primera aventura: estudiantes dos rufianes un clérigo que
hacía que leía el oficio en su breviario y las consabidas ninfas
del cantón para las que a estas laboriosas abejas del amor Viveros
era parada y fonda desde que comenzaba el año lectivo esto es desde
San Lucas hasta pasado el Corpus cuando acababa el curso,porque a
“Alcalá putas ya viene san Lucas…”.
―
Qué buen talle de caballero, dijo una de las tusonas. ¿Y va a
estudiar?
Claro
que sí. Allí los despluman. El convite al que se auto invitan los
intrusos es de lo más memorable de la literatura culinaria:
―
Un abuelo tuvo mvd., tío de mi padre, que en viendo lechugas se
desmayaba.
No
les conocían de nada. Ni les habían visto en su puta vida pero les
siguen estupefactos la corriente. El que más comía era el cura “con
solo mirar” gazuza de tres semanas debía tener aquel clérigo.
Dieron cuenta de medio cabrito asado dos lonjas de tocino y un par de
palomos cocidos.
―
No cene mucho, señor, a ver si le va a hacer mal- decía a mi amo el
maldito estudiante. Y más que es hacerse a comer poco para la vida
de Alcalá
Juan
de Leganés famoso aritmético se les aparece para hacerles unas
cuantas sumas y restas a la bolsa de don Diego que queda muy
menguada. Señor nuevo, pocas estrenas. Sacerdote soy. Ya se lo
dirán de misas. Se lo pagarán las ánimas benditas, hermano.
―
¿Qué te dio el cura?
―
Un consejo
―
¿Y es todo lo que te dio?
―
Sí, y además me dijo sé bueno.
―
Con bondades no se paga el piso ni se compran fideos
―
Todo es bueno para el convento ya sabes.
―
Y yo me cago dentro
En
el Buscón no hay pesimismo ni angustia vital sino ganas de vivir.
Ahí te las compongas. Espabila. Pablo, abre el ojo que asan carne.
Burlas y engaños. Pronto le va a coger el tranquillo a las trazas
que se estilaban en la estudiantina. Patente de chacotas y novatadas,
algunas crueles pero las travesuras de los estudiantes no tenían fin
y se aguzaba el ingenio como un entrenamiento para la vida.
El
autor observa Alcalá que era un ciudad de cristianos nuevos estaba
muy poblado de judíos y moriscos, la mayor parte de sus mercedes
cristianos de nombre en privado seguían observando la religión de
sus mayores adorando el zancarrón mahometano o el candelabro de san
Moisés. Quevedo arremete contra esta circunstancia con todas sus
fuerzas y señala como males del siglo en aquellas conversiones
forzosas la superstición, la alcahuetería, la hipocresía y
disimulo.
Todos
sentían pavor con solo mentar el nombre de la inquisición como le
ocurrió a la patrona de la casa donde el pícaro entró a pupilo, la
del piopío. Creen en dios sobre falso, explica el novelista.
El
morisco suele ser ladrón, se dedica a los más bajos oficios pero
el de tabernero y ventero son sus preferidos. Acostumbra a
bautizar el vino. El judío, ocupado de menesteres más liberales o
curiales (abogado, médico, alquimista) suele ser mentiroso y
engañador como acredita su gran nariz y su cabellera rojiza según
lo pintan en la estatuaria de los pasos que salen en procesión la
Semana Santa.
Al
protagonista le esperan horas crudas, recién incorporado a su
pupitre en las aulas complutenses y a la camarilla del dormitorio
corrido. Le reciben los veteranos con salva de flemas y esputos. Se
aparejaron gargajos y le pusieron como un cristo, blanca de nieve la
sotana recién estrenada. Y tanto temió por su vida que de miedo la
noche de su llegada se cagó y se meó en la cama.
―
Por resucitar está Lázaro según hiede- dijo un bellaco.
La
escena del eccehomo con que el estudiante paga patente de novatada es
una de las descripciones más donosas tragicómicas y patéticas de
la literatura del Siglo de Oro. Quevedo se perfila inimitable.
Pusiéronle al hombre, blanca de gargajos, la sotana. Échale pan que
mañana pía.
Narices
descomunales de los judíos en los pasos de semana santa. Judas era
rubicundo y pelirrojo. Moriscos cleptómanos y de mirada atravesada.
Traidores como refiere también Cervantes en el Quijote al describir
a aquel Chicote paisano suyo al que encuentra con la gente de la
camándula de peregrino a Compostela.
Las
brujas alcalaínas no vuelan por el aire, echan las cartas, recuentan
la guija, calculan las habas y el Santo Oficio las mete mano. La
madre de Pablillos está presa en la cárcel de la inquisición
toledana por esta causa. “La
patrona llevaba enroscado al cuello un rosario de cuentas grandes que
pesaban lo que un haz de leña”.
Le mentaban la dueña la inquisición y rompía a llorar. El
estudiante complutense tiene que espabilar y se licencia no sólo en
retórica y en latín sino también en gramática parda.
El
lance de los pollos y el piopio artimaña con la que le afana lo
mejor del corral mediante el engaño de que había invocado en
irreverencia el nombre de los papas que se llamaban Pío es digno de
antología. Pocos autores han visto en él una sátira anti-vaticana.
Quevedo educado con los jesuitas y amigo dellos pero creyente más en
Jesucristo que en los que se arrogan el título de vicarios suyos les
fustiga sin compasión por su rapacidad doblez y altanería.
A su progenitor lo guindan en el rollo de Segovia. Tuvo muerte
tranquila y con presencia de ánimo. Recibió a la Huesuda con
paciencia y buen humor contando chistes y hablando con el verdugo a
ver cómo te portas y cómo cortas; procura que ese tablón que está
podrido del cadalso a ver si lo arreglas para cuando el próximo.
Pablos
vuelve a la ciudad del acueducto para recabar la herencia y abominar
de los suyos. Su madre la Aldonza se encuentra en Toledo encarcelada
por la inquisición. Parábolas, palabras y más palabras, y alguna
parola engañosa pero así de crueles son los tiempos muy recios en
boca de santa Teresa. Los españoles estaban obsesionados con las
guerras de Flandes, los espías franceses, las traiciones de Antonio
Pérez, los moros en la costa o la Alpujarra y los inventos
mecánicos de Juanelo que quería subir todo el agua del Tajo a
Toledo. En las cartas y don Francisco escribió muchas (algunas,
infinidad, se han perdido) se comunicaban a través de la posta los
que sabían escribir sobre dos asuntos principales: si había
arribado la flota de Indias a Sevilla y otra cosa de no menor
importancia: la renovación de las mozas de partido en los lupanares
de Madrid: gallegas, andaluzas, griegas, catalanas y de Logroño.
Parece ser que el Caballero de las Espuelas de Oro se pifiaba por las
irlandesas y así lo hace constar en carta a un amigo. Le gustaban
las rubias pelirrojas por lo visto
III
BUSCÓN REGRESA A SEGOVIA
Muerto el padre de su ayo
Diego Coronel y sin cumquibus el pobre estudiante regresa a su ciudad
natal de donde no le llegan buena noticias: su progenitor entrega su
alma a Dios desde la tablazón del rollo de Segovia instalado a los
pies de las gradas de la iglesia del Cristo del Mercado y su madre
cumple cadena en los calabozos inquisitoriales. Un tío suyo Alonso
Ramplón en una larga epístola le comunica las tristes nuevas con
las particularidades de la muerte jocosa en el cadalso del padre de
la criatura. “Llegó a la horca, puso un pie en la escalera, no
subió a gatas ni despacio y viendo un escalón hendido le dijo al
justicia lo mandase aderezar el tablón para la próxima que no todos
tenían su hígado… tomó la soga y púsosela a la nuez. En viendo
que el teatino le quería predicar vuelto a él le dijo: padre yo lo
doy por predicado; vaya un poco de credo y acabemos presto… cayó
sin encoger las piernas ni hacer gesto quedó con una gravedad que no
había más que pedir. Hícele yo cuartos”
Jamás con tanta
concisión y solercia se ha descrito en la literatura universal los
últimos momentos de un ahorcado que afronte la muerte con tanta
longanimidad y presencia de ánimo. Con todo, en sus memorias hace
constar Pablillos que dejó con pena las escuelas de Alcalá a la que
siempre recordaría si no como la Arcadia al menos un lugar en el que
fue feliz dentro de lo que cabe. “Llegó el día de apartarme de la
mejor vida que hallo haber pasado”.
Con una mula alquilona
donde carga sus libros y pobres enseres regresa a su pueblo con las
orejas gachas y sin haber recibido grado en la docta Complutum pero
lleno de sabiduría de calle y de gramática parda. Por el camino le
van a ocurrir aventuras. Don Francisco deja correr la pluma al
desgaire del placer de narrar soltando párrafos que sembrarán el
aire de carcajadas en la boca de los lectores que se entreguen con
fruición a la lectura de las inmortales páginas del Buscón a lo
largo de los siglos.
Si Cervantes es la
sonrisa inteligente en don Quijote, Quevedo es la risa violenta,
alegría y solaz para espantar las telarañas del ánima al dominar
como nadie los secretos de la sátira. Encuentra en Torote a un loco
republico que ya desde entonces quería arreglar las cosas de España
a su modo. Luego, a un negro zulú espadachín y matasiete un
mulatazo hotentote padre de todos los bellacos y a propósito de este
mismo personaje valentón y siempre a punto de desenvainar la
“blanca”, nos cuenta la historia de los que se bajaban al turco
al igual que hoy algunos se bajan al moro aljamiados correntones y
desde el Rif nos cuentan sus borracherías dilapidando nuestro pasado
y nuestra religión en hora menguada cuando por el aire vuelan las
brujas en sus escobas transportando incautos con barbas de gancho y
amplios bigotes en punta que autorizaban a los matones. Quevedo no
aguantaba a los moriscos de los que dice que todos se volvieron
bandoleros y pastores. Tampoco a lo genoveses y judíos “anticristos
de las monedas de España”.
Junto al cancel de la
iglesia de Torrejón un ciego entona preces al Justo Juez y luego la
del Cumquibus (doble sentido una limosnita por el amor del
crucifijo). Aquí juega el autor al ambiguo parodiando el credo
atanasiano que dice quicumque salvus vult esse (el que quiera
salvarse) y ganar la vida eterna, etc. En la noción popular el
dinero es lo que más hace falta para estar en el cupo de los
bienaventurados. Igual de perspicuo resulta cuando cuenta el
protagonista que a su padre lo hicieron moneda, esto es: cuartos.
Cuartos eran la fracción de los reales de a ocho y también el
descuartizamiento o despiece carnicero de la res. A los ajusticiados
más infames se les troceaba y se esparcían los menudillos por el
campo para pasto de aves y alimañas. Don Francisco es un maestro del
lenguaje de doble filo el rey de la sinécdoque que sabe en todo
momento sacar a plaza los recursos infinitos de la lengua castellana.
El sol doraba los panes y
ya en pleno fulgor cuando la mula del estudiante alcanza a la del
sacristán de Majada-la-honda poeta trasnochado que regresa de la
docta ciudad con las orejas gachas, viene soltando pestes sapos y
culebras de Alcalá donde no ganó un premio en el certamen poético
en honor del sacramento:
Pastores no es lindo
chiste
Que hoy es san Corpus
Christe
Hoy es día de danzas
Cuando el cordero sin
mancilla
Tanto se humilla y visita
nuestras panzas
Y entre nuestras
bienaventuranzas
Entra en el humano buche
Suene el lindo sacabuche
Pues nuestro bien consiste
Pastores ¿no es lindo
chiste? etc.
Pablillos no consigue
domeñar la risa:
—Alto a la dueña, pare
el carro, hermano. San Corpus Christe no existe, no está su fiesta
en el martirologio. Es la conmemoración de la institución de la
eucaristía.
—¿No?- replica el
clérigo- Pues aguarde mv. Escuche el poema que he compuesto a las
Once Mil Vírgenes en octavas reales
—No es posible.
—Que existan once mil
vírgenes.
—Yo las he cantado y
alabado con cincuenta versos a cada una. Un millón de octavas reales
en total.
—No quiero más cosas a
lo divino
—Pues atienda a esta
comedia y estos sonetos a las piernas de mi amada.
—¿Vióselas vuesa
merced?
—No por vida de mi
madre porque tengo ordenes sagradas pero todo se andará.
En aquel momento los
árboles de Segovia se estaban muriendo de risa de ver a los
segovianos con corbata y sin camisa. Quevedo se despacha aquí en la
sátira más implacable contra los poetas “chirles y hebenes” a
través del cura de Majadahonda que suelta herejías y disparates uno
tras otro y que se jacta haber cenado con Vicente Espinel, conversar
con Liñán y haber hablado con Lope. “Estuve tan cerca de su
persona como lo estoy ahora de usted mismo”.
La comedia tenía más
jornadas que un viaje a Jerusalén y los sonetos eran una sarta de
ripios donde se pondera la desmesura de algunos exaltados vates que
se ganaban la vida escribiendo despropósitos. Poetas públicos
cantoneros vagabundos de los que había gran saturación en aquel
siglo dorado de las letras hispanas donde hasta las verduleras sabían
de teología y se entusiasmaban con los autos sacramentales que al
espectador hogaño le resultan infumables. Poetas conceptistas
despedazadores de vocablos volteadores de razones. “Mandamos quemar
las coplas de estos poetas”.
A todo esto en la posada
de Atocha ya le esperaban al sacerdote majariego una turba de ciegos
que esperaban les hubiese escrito una sarta de composiciones piadosas
para recitar por los caminos. Cuando se despide el sacristán de
Majada la Honda hace una defensa numantina de sus versos y declara
que irá a la Ciudad Eterna para que el Papa de Roma le haga
justicia. Una lectura de través de esta aventura nos llevaría a
conclusiones más precisas sobre lo que hoy denominan dialogo de
civilizaciones y la antipatía del autor hacia los moriscos que se
hicieron pastores y este pueblo de Madrid a cuya capitulo (las más
humildes parroquias a la sazón constaban de un coro de más de
treinta miembros) pertenecía el sacerdote poeta enamorado el del
millón de octavas a las once mil vírgenes era el punto de recalada
de los rebaños de la mesta toda ella morisca y puede que él mismo
autor de tales disparates y herejías chirles fuese un mahometano
oculto acogido a altana. Y esta es la razón que late so capa de
sátira en la premática contra los poetas hueros y hebenes. Moros en
la costa. “Mandamos quemar estas coplas”. ¡Ah los greguescos
calzones que llevaba el Divino Figueroa!
EL ERMITAÑO DE
CERCEDILLA
“Oh cómo volaría yo
pólvora gran parte de este puerto y haría buena obra a los
caminantes”. En la subida al Puerto de los Leones se escuchan los
lamentos de un soldado que llega con la absoluta de servir al rey en
Cataluña y detrás suya asciende un ermitaño “de barba tan larga
que hacía lodos con ella” (la arrastrada) macilento y vestido de
paño pardo. Venía rezando el rosario y cada diez cuentas sonaba un
cabe. El eremita era buen peje otro picaro redomado que “limpia”
a Pablillos y a sus acompañantes en una partida de rentoy cuando se
quedaron en la posada de Cercedilla. El veterano de las guerras de
Cataluña y de Flandes en su visión profética anuncia que siglos
más tarde taladrarían lo que es hoy el tunel de la A6. si para algo
sirve la literatura es para anunciarnos el porvenir y adelantar
acontecimientos. Los eremitas encuentran bastante cartel en la novela
picaresca. En el Lazarillo salta uno que era lujurioso cada vez que
abandonaba su retiro y bajaba al pueblole hacía un chico a su
manceba el de l Guzmán de Alfarache es vena. Este del Buscón
resulta un redomado tahur muy hábil en el manejo de la
desencuadernada (baraja). Se guardaba cartas bajo la manga o jugaba
con cartas marcadas. Maestro del disimulo era el frailón “perdía
una sencilla y acertaba doce maliciosas” Pablillos y el veterano de
las guerras de Frandes quedaron desplumados por seiscientos el uno y
por doscientos reales el otro. “Entre luteranos y moros me he visto
pero no he padecido tal despojo” sentencia el pobre alférez.
Topamos con un genovés, digo con uno de los anticristos de las
monedas de espala que subía el pueblo con un paje detrás y con éwl
un guardasol, muy a lo dineroso. Debía de ser verano… todo lo
juraba sobre su conciencia aunque yo pienso que conciencia en
mercader es como virgo en cantonera que se vende sin haber visto.
¿Qué diría el Buscón de los jaques de la CEE con sus comisarías
y chanchullos donde ganan paga políticos corruptos como Arias Cañete
que se enriqueció vendiendo piedra a los ingleses para que rellenen
las aguas del Peñón y hagan de la Roca Calpense un Gibraltar grande
y libre colmado de bucaneros y de defraudadores del fisco?
En estas platicas
avistaron los muros de Segovia y al protagonista se le alegraron los
ojos de volver a su tierra a pesar de las tristes memoria familiaresd
y de los padecimientos y hambres en el pupilaje del Domine Cabra. Al
pie del acueducto se encuentra con los clasicos perailes y musicos de
uña (ladrones) y sigue su camino. La ciudad que lo vio nacer se hace
de pencas ante su infortunio y nuestro personaje después de
contemplar a su padre hecho cuartos y muy avergonzado por la muerte
ignominiosa de su progenitor y de las ejecuciones de su tio alonso
Ramplón quien le recibe en su zaquizamí y le presenta a los amigos
como MA es mi sobrino maestro por Alcalá, entre ellos a un porquero
que se lamenta de que aun estén con virgo sus espaldas. Los
corchetes en aquel entonces sabían manejar bien la zurriaga y dar
empujones en el envés. El agape municipal en la residencia del
verdugo de Segovia resultó una gran borrachera… por una soguilla
en un sombrero como suben de limosna los de la cárcel subieron la
comida de un bodegón que estaba a espaldas de la cárcel en unos
mendrugos de platos y retajillos de tinajas… no quiero decir que
comimos sólo que eran todo cosas de beber… sorbiose el corchete
tres de puro tinto… parecieron en la mesa cinco pasteles de a
cuatro y tomando un hisopo después de haber quitado los hojaldres
dijeron el réquiem aeternam por el anima del difunto cuyas eran
aquellas carnes (un caso de canibalismo porque según explica
Pablillos ellos comieron y yo me quedé con los suelos solos de los
hojaldres (se estaban merendando a Clemente Pablo su difunto padre) y
tenían que tener cuajo porque todos nadaban en mosto. Menudeaban los
tientos al jarro para pasar aquel yantar antropofago.
—Sobrino por este pan
de Dios que crió a su imagen y semejanza no he comida en mi vida
mejor carne tinta
La gran borrachera
termina como era de suponer a trompazos entre los comensales. El
porquero acusa al corchete de haberle empujado y éste vomita todo el
almuerzo en sus barbas y “mi tío que estaba más en su juicio
decía que quien había traído a su casa tantos clérigos. Por lo
visto los curas no faltaban a estos piscolabis y en los banquetes
funerarios, según costumbre de la época, se emborrachaban. Pablos
como no probó el vino ni las tajadas mantúvose cuerdo… “salime
de casa entretúveme de ver mi tierra toda la tarde pasé por la casa
del Cabra supe que había muerto y no curé de preguntar de qué
sabiendo que hay tanta hambre en el mundo”. Los comensales tardaron
mucho en desollar la mona el porquero andaba a gatas y el corchete
creía que eran huéspedes los palos de la cama. Aquí resplandecen
los males de la bebida… mi tío no tenía zorra cogió una raposa y
tardó en desperezarse… al tarde el porquero el demandador y el
corchete con mi tio se pusieron a jugar a la taba. Con las mismas
huye de Segovia al amanecer dejando una nota a don alonso diciendo
que se va para no volver y que no le busque que no lo encontrará.
Adiós jinete de gaznates .
Toma el portante y en el
camino de la corte se topa con un hidalgo de gotera montañés de
nombre muy campanudo don Rodrigo Gómez Vallejo de Ampuero y Jordán.
El ilustre apellido empieza en don y acaba en dan como la campana y
el badajo pero es un don sin din… un mayorazgo como él en un
pueblo corto olía mal a dos días y no se podía sustentar y por eso
iba a la patria común donde caben todos y hay mesa franca para
estomagos aventureros… somos gentes que comemos un puerro y
representamos un capón… si se abren las rodillas se verá el
ventanaje… no nos enamoramos sino pane lucrando nada de melindres
el caso es comer y comiendo tan poco y bebiendo tan mal no se puede
cumplir con las bodegoneras estan todas contentas. Y hablando de
estas razones con don Toribio el hidalgo montañés que va a
gorronear por la corte posan en la Rozas. El licenciado Pablos había
aprendio algunas mañas de la chirlería y se propne en Madrid vivir
de la estafa y el engaño… aquella noche dormimos bien madrugamos y
dimos con nuestros cuerpos en Madrid
Quevedo bojigangas
La lectura derrama el don
de la ebriedad. Sin resacas. Se siente el don de vivir de nuevo a
través de los libros bien escritos. Puedo decir que me considero
hombre feliz porque he vivido a través de los libros. He montado
guardia en la alcaicería de mis pensamientos y esa vela me permite
asegurar que el mejor escritor en castellano y tal vez el mejor del
mundo es quevedo. Hay en él un senequismo de veta muy española, un
desapego de las cosas del mundo que le mueve a risa y una
preocupación por la muerte, una muerte que temió toda su vida… oh
tú que con callados pasos vienes… aquel cisne que miras, vecina su
muerte canta.
Parece ser que tuvo una
muerte ejemplar, si no santa al cabo de no pocos padecimientos y
cruel enfermedad. El padre jesuita jacinto Tebar le asistió en el
último trance. Lo cuenta antonio de tarsia, otro jesuita, en su
biografía “sin afeite ni lisonja”.
Don francisco nace en
Madrid en 1580. su padre don pedro gómez quevedo, secretario de la
reina ana. Su madre, maría de Santibáñez. Eran muy religioso
haciendo del hogar una celda y del palacio un convento, espejo de
casados, criaron a la prole con la leche del temor de dios. Provenían
de la montaña. Su casa solariega en el valle de Toranzo. Servían al
Rey desde que uno de los antepasados fuera nombrado capitán de la
guardia de Juan ii. Santibáñez es un apellido heráldico, el de la
madre. El del padre, pedro Gómez las cosas no están del todo claras
en cuanto a linaje. Bien pudo ser de origen converso que en las
turbulencias del siglo catorce entraron a servir a la casa real. Las
conversiones fueron en masa. Doña maría sirvió como azafata en la
corte de Felipe segundo. Tuvo dos hermanas margarita casada con un
caballero de santiago don pedro Alderete y caballerizo de su majestad
(¡con qué orgullo muestra en todos los retratos el escritor la cruz
colorada que le pusieron a recaudo de las infamias de parte de sus
enemigos que le acusaban de judío y borracho!) y otra sor Felipa de
Jesús que profesó en el convento carmelitano de Santa Ana. Lo que
ahora es el teatro español.
De otro lado es de
nuestros escritores del siglo de oro que mejor dominaba el hebreo. Se
le daban muy bien las lenguas. Era un espadachín de la palabra,
aventajado en esgrima tanto la dialéctica como en el sable. Manejaba
tan bien el florete que dio muerte a un caballero que había
abofeteado a una dama durante los oficios de jueves santo en la
iglesia de san martín. Hubo de huir de la corte.
Aparte del hebreo el
griego y el latín lo conocía a la perfección como demuestran sus
tratados no costumbristas dedicados a la moral y la teología. El
italiano lo hablaba como un toscano siendo así que durante la
conjura veneciana se libró de la muerte segura por dirigirse a sus
perseguidores en perfecto idioma del Lacio sin acento español que lo
delatase. Parece ser que uno de los oficios que ejerció fue el de
espía. El francés también lo dominaba perfecto. Se dice que su
encierro en san marcos no se debió al famoso incidente de la
servilleta en el mantel regio…. Entre claveles y rosas su majestad
escoja. Sino a su confabulación con los franceses en las guerras de
Cataluña. El conde duque fue implacable con este maestro de la
esgrima, un malabarista del doble juego ya que sobrepujaba en
inteligencia a todos los españoles de su tiempo. Espadachín del
retruécano y la agudeza. Tuvo por profesor de hebreo a a Juan de
Queralt que leía en Alcalá. Otro converso que decía que el hebreo
es un idioma santo. La cátedra de esta lengua era una de las más
importantes en las universidades españolas. Otro converso famoso que
suscitaba la veneración del autor del Buscón fue el bibliotecario
del Rey, Arias Montano, al que denomina príncipe de los poetas y
magna decus hispaniorum
Pequeño de cuerpo pero
muy ágil y algo zopo su presbicia y su afición al traguillo dieron
pie a las diatribas de su mortal enemigo Luis de Góngora que sin
perder ripio se burlaba de sus defectos físicos.
Amante de la vida,
visitador de timbas, burdeles y mesones (el lado jocoso y alborozado
de su personalidad) era sin embargo un apasionado de la lectura. Leía
en el refectorio, leía en el dormitorio, leía en el barco y en la
galera “empleaba todo el tiempo en leer letras y en hacellas” nos
dice Juan de Tassis. Porque nullus suavior animo cibus Quam
cognitio veritatis.
En los retratos que se
conservan de su persona aparece luciendo la cruz de caballero de
santiago y detrás los cuerpos o volúmenes de su bien nutrida
biblioteca. Nunca menos solo que cuando solo. Disfrutó de la
compañía de los difuntos que viven dentro de sus escritos. Hablo
con los ojos con los muertos.
Era más amigo de cisnes
que de palomas
y juntó número tan considerable de mamotretos que los volúmenes de
su biblioteca alcanzaron los cinco mil, aunque con esto no quiere
decirse que diera de lado a la vida airada. Han venido irlandesas,
escribe en una carta dando noticia de la llegada de una nueva remesa
de mozas de partido que trajo el gran cohen a orillas del Manzanar
madrileño. Pero para él la verdadera ambrosía no eran los deleites
del vino ni del placer venéreo sino las concluyentes razones de las
provechosas sentencias de los antiguos y de los hombres de su tiempo.
Vivió y murió en español.
Tasis hace hincapié en
su carácter grafómano. Nunca faltó a la cita con las cuartillas en
los 75 años de vida y con lo que escribió así de molde como a
mano a cada día le cabe un pliego. Gran parte de su obra se ha
perdido, no ha sido suficientemente estudiada y está por descubrir.
Fueron sus mentores don
pedro girón duque de osuna y Juan Luis de la Cerda duque de
Medinaceli gente de estima que supo valor el calibre de su talento
por otro lado tan discutido
y blanco de los ataques de zoilos, zenones y pirros que trataron de
hincar el diente canino de la envidia. El ambiente literario
de la corte estaba envenenado y banderizo por causa de los mediocres.
La egregia figura del señor de la torre de Juan Abad destaca como un
alano en una rehala de gozques. La animadversión y la enemiga que lo
tuvieron algunos de sus colegas ha sido relacionada con la mala laya
de los inquisidores casi todos ellos de raíz conversa. En su España
contra todos denuncia la hipocresía de las camarillas que postulaban
la causa de Teresa de Jesús como nueva patrona de la nación
española en sustitución del apóstol Santiago.
En efecto el 26 de marzo
de 1628 en carta al papa Urbano VIII le ruega que no suprima el
patronato jacobeo. No le perdonaron algunos sus afirmaciones
derogatorias hacia la mística doctora aunque era irrefutable en sus
juicios desmitidicadores
de la reformadora del Carmelo. No era ducho en teología ni en
ascética tamben medicina, en cinegética,
En farmacopea.
En el juego de ajedrez. Su formación humanista – un humanismo
católico cual ningún otro- le llevó a disertar acerca de todas las
habilidades y perplejidades de la condición humana. Claro que su
excelsitud no es apta para todos los públicos habida cuenta de que
es uno de esos novelistas nada del régimen a los que no les tiembla
el pulso al abrazarse con la verdad caiga quien caiga en su afán de
descubrir mentecatos y desjarretar a la bestia. Su ingenio no respeta
a rey ni a roque. En la era de la monarquía absoluta suyos son
aquestos versos.
En su pluma la estupidez y el ridículo se vuelven carcajada. No era
don Francisco lo que se dice un feminista
En el caballero de la
tenaza o consejo para que los hombres se libren de las embestidas de
las mujeres manifiesta su misoginia. El autor del mejor canto al
amor
no debió de ser muy afortunado en amores.
Contrajo matrimonio en
1634 con Esperanza Aragón y Cabra hermana de un jesuita y del obispo
de Barbastro
POLÍTICA
DE DIOS. GOBIERNO DE CRISTO
Días
de las Cabañuelas, expira agosto pasé una noche entera son poder
dejar el libro de las manos. Otros curen del gobierno, el mundo y sus
monarquías. Por la tele y por la radio hablan de un Lope que no
reconozco. Es un porno-Lope. Esta sociedad perversa e inicua todo lo
bate con su mortero metrosexual en el ojo de boticario de la
lascivia. Lope bien pudo ser un follador impenitente. Luego se
arrepentía y hasta llegó a cura. La historia nos cuenta que ni aun
con órdenes sagradas y ya viejo logró tener a raya los
concupiscentes instintos siguió raptando doncellas. Marta de
Navares, su último amor, despidió su féretro desde un balcón
enrejado de la calle Atocha y en los trascorrales de la iglesia de
San Sebastián, de cuyo cabildo formó parte, aun se yergue un olivo
que plantara el Fénix de los Ingenios (porque en horas veinticuatro
pasaron las musas al teatro) pero esos chicos de la SER, como vienen
de la Logse que ha prohibido la historia de España y el hispanismo,
que han querido darnos su peculiar versión de los acontecimientos al
revés se les ha querido hacer ingleses pero no saben inglés, no
saben nada, están descubriendo el andaopalante,
la monarquía constitucional presidida por el rey Carolo I alias
Escarolo, que les han dicho que la historia de España empezaba el 20
N de 1975, a efectos imperativos de la Hora Cero, sumidos como vienen
en el proceso de desratizicación-desnazificación-desespañolización,
y otros trágalas de malsines que instauraron su régimen
impío Eliocapitalino
(los buenos patriotas son incapaces de ver tv o de escuchar sin
enfurecerse lo que transmiten las órdenes del Gran Hermano Bestia
Sin Rostro, tú a callar, chitón que para eso me han hecho el jefe
de la información y esto la ración de sapoo todos los días un
trágala para desayunar, ya somos demócratas, ya somos europeos,
pronto gringos), no han leído la
pobre barquilla mía
ni degustado la ternura de sus Villancicos. Sólo estudian en su mal
inglés a los clasicos ingleses, el Paraíso Perdido de Milton que es
soporífero, a las hermanas Bronte o a Juanita Austen, indigeribles,
yo creía que la Abadía de Northanger era una verdadera abadía y
resultó ser una casa del Tócameroque de solteronas feministas que
buscan partido en los regimientos de Húsares.
Lope
fue un prodigio de fecundidad y de superficialidad, los temas de sus
dramas mejores son extractos del romancero, en las novelas pega
gatillazos, y pocas veces gracias a él la alta literatura estuvo tan
compenetrada con el bajo pueblo. España solía ser musical. Ahora
nos la quieren hacer flamenca. Él pulsó ese registro. Sin embargo,
si quieres profundidad y buena prosa hay que irse al Buscón.
La
verdad es que don Francisco de Quevedo y Villegas no fue un asalta
cunas al uso como el bueno de Lope ni un galán de monjas. Más bien
parece ser que fue pájaro de un solo nido y se acreditó como el
autor del mayor canto al amor en castellano. Polvo
soy, más polvo enamorado,
pero su Lisi le salió rana. No es que fuera una pilungui. Era una
mosca mojonera que hizo de su matrimonio un infierno portátil y se
llamaba Felipa... Desencantado por este amor juglaresco y hereje, un
nido vacío, un lugar común, falaz, tornó los ojos a Baco y de
lupanar en lupanar el sublime zambo conoció muchas hembras, acaso
muchas más que el melifluo e hispido Lope. Y lo de híspido lo digo
por el bigote y por el tupé con que le pintan sus biógrafos. Al
Fénix de los Ingenios hay que leerlo de puntillas, la espada al
cinto y alta y bien abotonada la gorguera pero los chicos de Radio
Madrid no sabrían qué decirte si les hablas de Fénix de los
Ingenios. Hoy las cosas van por lo pedestre. Los chicos de la SER
responden a la primera cuando le hablas de Brad Prit pero a la
referencia del Manco de Lepanto o al Cojo de Mamblas no sabrían qué
decir.
Ya
se sabe que los cojos poseen una capacidad sexual hipermetropita. Con
que, su icono fálico era muy reverenciado y hasta fue famoso en las
casas llanas de Castilla, de Cataluña, de Italia. Pues a Alcalá
putas que viene san Lucas. Creo que esta es frase suya para honrar al
18 de septiembre. Pelillos a la mar que esto del amor no puede
convertirse en una cuestión de pulgadas como pretenden los ingleses.
Por
desgracia los chicos de la SER nunca leerán ni sabrán leer al
monstruo de las letras españolas Quevedo siempre fascina y subyuga.
Incluso como comentarista político y apologeta religioso, el mensaje
de sus libros se preserva fresco transcurridos cuatro siglos. Esta es
la prueba del nueve para un escritor. Y es que don Francisco era un
hombre de su tiempo, un hombre de hoy, del ayer y del mañana y un
español de todos los tiempos, y mira que su vida transcurrida entre
calabozos, conjuras y destierros, no fue nada fácil. Acaso el dolor
sea la eterna sombra que pervive del genio. Lo que dice y cómo lo
dice llegan igual ahora que hace cuatro siglos con tal de tener buen
oído quien leyere: qui
potest capere capiat.
La
voz del autor de los “Sueños”
hace que el lector no se encuentra sólo con un autor sino con un
país que es la España eterna. Las zahúrdas de Plutón donde toda
corrupción, todo meneo, toda laceria tuvieron asiento, están tan
vivas que parece que han renovado el fuego del infierno y la corte
del Borbón es el nadir de lo que fue cenit con Felipe IV y siguen
creciéndonos los enanos y es nadir con Juan Carolo I, el rey
bartolo, ahí me las den todos, debe de tener una flauta con un
agujero solo, que nunca creíamos que con ese individuo en el trono
España pudiera caer tan bajo. Este Zapatero puede ser el bufón de
corte don Francesillo el alemán al que pinita Velásquez en las
Meninas. Al fondo y deteniéndose en un momento de curiosidad se
perfila la sombra de Felipe IV en babuchas.
Con
las mismas me voy a Alcalá. Es la ciudad de España junto con
Segovia, tal vez, mi pueblo donde se siente y se entiende el mundo
quevediano en su españolidad apasionada y candente. El estilo es el
hombre y la huella de su paso por esta tierra está en las piedras,
en las torres de las iglesias, en los muros de los conventos, en los
dinteles blasonados de los colegios mayores. Hay muchos en esta
ciudad de genio alegre, estudioso y militar. Busco al caballero de
las espuelas de oro, el de la cruz colorada sobre la ropilla de
limiste, la mirada profunda un tanto irónica y desvergonzada
atravesada entre las lentes el labio superior un poco sumido y el
inferior prominente, que se plegaba en rictus entre lo sarcástico y
lo despectivo. Me pierdo entre los figones con trastienda y
corralillo bajo las parras el pámpano a la puerta un pozo con brocal
en el medio y por allí cercas una alberca. ¿Dónde estamos? Hoy no
he bebido mucho pero esto es un transporte, una aparición, una
visión del paraiso. No se si estoy viviendo algo real o un sueño. Y
bendigo a los dioses por haberme deparado la felicidad de este
encuentro.
En
los dos parnasos- contesta don Francismo mirándome con cierta
compasión- pues hay parras y pámpanos. Te sirve Primipila la
hostelera de los Carpatos.
Verdad
dice su señoría. No veo diablos con espolones que espetan los
culos de los inversos con garios candentes y de la cocina llega un
olor a torrijas y a miel de espliego que es una bendición. Razón
llevais, maestro. Yo al cielo quise ir pero me encuentro en el
paraíso de los poetas entre enramadas de laurel y pámpanos.
Primipila
iba y venía dispuesta a nos servir. En los tiempos en que vuesa
merced era estudiante en los ventorros eran gallegas las muchachas de
servicio. Hoy vienen todas del Este. El sumiller Zamnos
era un griego y por su
mirar cansado podía haber trabajado como pincerna en el refectorio
de Felipe IV catando el vino judiego por los más diversos figones
regios. Este rey siempre anduvo con la mosca en la oreja en el temor
a ser envenenado. Ahora era mâitre de aquel establecimiento y por
las noches trabajaba de portero en una discoteca de Polvoranca.
Impartía ordenes a la servidumbre en ruso. El poeta comprendió mi
raciocinio de que las modas pero los hombres siguen siendo los mismos
y le hicieron gracias mis suposiciones de que que aquel candiota que
se había afincado en Alcalá. Había pasado tanto tiempo… sin
embargo la literatura hace a los hombres redivicos. Vivo en
conversación con los difuntos, parlo con los ojos a los muertos
Don
fran cisco era una proyección de mi mismo, heraldo de mis fntasías,
conjugador ocioso de tantos sueños, rehen de mi soledad y prisionero
de mis mazmorras. Toda en esta vida es cárcel y sueño. Miraba para
aquel retrato suyo que había en mi celda y que fotocopié de la
portada de su biografía redactada por el Padre Tarsis y grité sus
grandezas a los cuatro vientos pero no me hicieron caso. Los soplones
y los alguacilillos que adulan a los alcaides del presidio
cibernético me señalaban con el dedo y decían Quevedo no me da más
por ello. Risas y mofas, conspiraciones de silencio. Zurriagos y
palos y cuando menos te lo esperas el espontonzazo de cualquier
ministril o alabardero de los americanos que han impuesto en Castilla
la moda de hablar inglés. Qué me importa a mí Edgar Alan Poe, qué
es Jane Austen o las hermanas Bronte al lado de la lengua de Quevedo.
Sin embargo, el retrato del gran hombre presidía como un santo en su
altar o un rey en su trono las baldas de una de mis estanterías. Y
yo, España contra todos, remando contra corriente siendo la voz que
clama en los desiertos, daba gracias a los cielos por haber querido
seguir su ejemplo en mi vocación de escritor. En la estampa el vate
comparece de medio cuerpo cálamo en ristres y caladas las antiparras
que dejan atravesar unos ojos vivos pero nobles y serenos. Tiene el
autor una expresión de melancólica sabiduría. Luce un chaleco de
terciopelo en el que la cruz colorada campea sobre el pecho como un
ostensorio de católica españolidad. Trae tambien perilla un bigote
con guías el cogote enfrascado en un alzacuellos y la loba
abrochada con botones de seda. Se muestra de pie en un rincón de su
biblioteca que enseñan el lomo de algunos tomos mientras un angelote
oi amorcillo alado revolotea sobre la cabeza del escritor tocando un
adufe. Don Francisco parece de vista cansada pero este cansancio no
lo da sólo la presbicia sino el abatimiento de su visión algo
pesimista y realista del mundo. Da la imresión de estar contemplando
al espectgador pero en realidad mira a lo lejos. La mirada suya es
penetrante y hacia adentro. Un mirar tal vez de eternidad. Debajo del
cuadro hay un epígrafe con una leyenda latina:
“si
corpus Quevedo cupis, tibi praestat imago. Si exoptas animam, corpus
opusque dabit”
La
leyenda es una advertencia del carácter del personaje que vivió
enfrascado en su biblioteca que para él era el descanso del
guerrero. Tarsis dice que contaba con cerca de cinco mil cuerpos o
volúmenes. En esta advertencia cabe la conjetura de que muchos de
los textos saliesen de su puño y letra, dada su gran facilidad para
la escritura y su ingenio. Gran parte de su obra quedó perdida
porque no publicó algunas producciones como ocurre con “La
Política de Dios” que es póstuma o porque no se atrevió
estamparlas por miedo a sus muchos enemigos o porque no le vagara.
Por
lo demás en esta semblanza la serenidad es un atisbo de la serenidad
del retratado, una serenidad entreverada en entereza. Era sereno y
valiente. Nunca se echaba para atrás. Siempre miraba hacia delante.
Y hasta parece que sus ojos horadan casi el futuro. Su prosa y su
poesía parecen un raudal de inspiración que se despeña en
carcajadas, alcaricaturizar la vida política y social en sus
sátiras, o provoca el llanto o el estremecimientos al recordar al
hombre que no es más que polvo y vanidad, un ser hecho para la nada,
destinado a convertirse en polvo enamorado (aquí la influencia de
Job y del Libro de Ezequiel llama poderosamente la atención). La
existencia humana no es más que una gotra en el mar. Son nuestras
vidas un raudo pasar o marchar detrás de un pregonero que grita:
transit… sic transit. Quevedo es un ewscritor tremendo. A lo largo
de sus obras filosoficas avienta los besos que vio Ezequiel alzarse
en el desierto tomar encarnadura y caminar. Resucitarán las almas
con los mismos cuerpos que tuvieron. ¿Creía pues en la resurrección
al igual que los saduceos o era más bien del bando de los saduceos
para los cuales resulta presuntuoso considerar que el hombre es
madera de eternidad y no carne de cañón y de dolor? Nunca lo
sabremos pero la profundidad y arte de sus escritos nos aproximan a
los abismos de la contemplación llegando a superar a los propios
místicos al padre Granada, a Teresa de Jesús a Juan de la Cruz o al
padre Granada. A todos ellos aventaja en el calado filosófico
teológico con la particularidad de que es un malabarista del
castellano. Yo me hice escritor o formulé mi plan de vida en esa
dirección después de leer los Sueños a los 18 años. Allí me
encontré retratado. Pablillos había nacido en Segovia cerca del
Arco del socorro donde yo vine al mundo y como él creo haberme
hospedado en la casa del Domine Cabra donde los mantistas y sopistas
de entonces y hasta hace poco entraron a pupilo. La vivienda estaba
situada en la calle de Cantarranas. Allí fui a preparme para entrar
en el seminario con un maestro que había sido cura no sé si llegó
a cantar misa que era gallego de Lugo y se llamaba don Froilán.
Nos mataba de hambre y partidario de la letra con sangre entra
aprendimos las conjugaciones y declinaciones entre hambres, ayunos,
penitencias y algún que otro golpe de regletas. Cuando cantabamos la
lección el gañir de una serrería adlatere se confundía con
nuestras declinaciones del musa musae, domus domus y res rei. O los
arpegios de un dulzainero que hacía dedos en la calle de la Muerte y
la Vida con su gaita y de una casa con las persianas llegaba la
musica de airosas jotas.
Me
hice hace muchos años de la orden de Fray Jarro. Quevedo es el
divino beodo de las letras castellanas. Antes de llegar a Complutum
había siete ventas y una estaba en pie hasta hace poco y en ella
tuvo lugar el famoso episodio del Buscón de los estudiantes las dos
putas y el clérigo gorrón que no había cenado. Todos tratando de
engañar a aquel maldito ventero morisco que se las sabía todos pero
los gramáticos y el clérigo cornadas del hambre hacen una burla del
mesonero y es allí donde consuma su bautismo de fuego en la
picaresca el bueno de Pablillos que era cabe recordar paisano mío,
hijo del que dispensaba en Segovia el garrote vil con borla del
Santo Oficio.
Me
siento a la puerta del mesón mientras el posadero morisco me mira de
reojo con cara de pocos amigos porque en su establecimiento debe de
ser ramadán todos los días. Don Francisco pasea por el estragal y
hace momos detrás del cura que va rezando el breviario o hace como
que responsea. Las putas se emborrachan a costa de los estudiantes y
una de ellas debe de ser prima mía. Se llama Leonides la vi el otro
día por la fiesta y diz ejerce o ejercía el oficio más antiguo del
mundo en Barcelona. Pasan dos ciclistas. A lo lejos se escucha silbar
el tren de cercanías. Perdonen el anacronismo pero este oficio de la
literatura carece de tiempo lo trasciende e inmortaliza las
visualizaciones interiores. El timbre de un móvil llama la atención
del Caballero de la Cruz Colorada que me sonríe. Su boca desalmenada
luce todavía unos buenos paletos. Mejor mis dientes que mis
parientes reza un adagio pero ésta la única que le dura, pero aun
quedan raigones en una boca oscura como un cuévano y llena de
mellas. El cura ha parado de rezar o de hacer que reza, y se tercia
un poco el bonete y mira con hilaridad para los dos mozas que se
mueren de risa y que no acaban de ajustar tarifa con los dos
estudiantes novatos.
Rastros
conversos aquí y acullá; pero aquí el pueblo de Israel
desapoderadamente renuncia a la ley vieja y abraza la catolicidad. He
ahí uno de los enigmas del misterio español, del que don Francisco,
en sus contradicciones, resulta uno de sus más insignes
representantes. Sus raíces judías se compadecen poco con la
vehemencia que ataca a Judas en sus tratados religiosos, a los sumos
sacerdotes del Sanedrín, fámulos de Anas y Caifas que fueron con
palos con antorchas al Huerto de los Olivos (érase un hombre a una
nariz pegado) o la vehemencia con que defiende el patronato
santiaguista en contra de los conversos que querían sustituir al
Hijo del Trueno por Santa Teresa la cual sería canonizada junto con
san Isidro Labrador e Ignacio de Loyola en 1521 un cinco de abril
cuando es entronizado Felipe IV. Fue el gran rey de las Españas y
del imperio al que hace subir Velázquez en un caballo triunfal y
ruano, el monarca que ronda los conventos y que se parece un poco a
Lope en su sexualidad insaciable casi femenina. En Flandes empezó a
ponerse el sol pero aquel glorioso ocaso duró bastante tiempo.
El
cuarto de nuestros Felipes. Nieto del prudente, biznieto del
invencible e hijo del santo al que Góngora epitomiza como el crisol
de las monarquías y que va a servir de modelo a Quevedo para trazar
la imagen de lo que debe de ser la monarquía absoluta en un príncipe
cristiano, fue augusto en todo cuanto hizo incluso en sus
debilidades.
La
epistemología al uso asevera que Quevedo era oriundo de la montaña
un valle santanderino del mismo nombre. Sus progenitores entraron a
servir como criados de los Reyes Católicos, el padre sería
caballerizo de Felipe II y la madre azafata de Isabel de Valois. El
se mofa de su heráldica cuando hablando de su casa desvencijada y en
ruinas, solariega, y tan solariega que en ella “da el sol a todas
las horas por haberse hundido el tejado”. Es el único de nuestros
clásicos que hablaba y escribía a la perfección el hebreo.
Demuestra con soltura y mucha solercia y autoridad tales
conocimientos en sus comentarios bíblicos sobre todo en los del
Libro de Job, no superados por ningún exegeta. Sin embargo, por
rencillas, rencores, y esa malquerencia que surge cuando menos te lo
piensas en la vida española tuvo que aparecer un jesuita el padre
Juan de Pineda que recela intrusismo en este afán por desmenuzar las
explicaciones a uno de los libros más difíciles del antiguo
testamento.
“Yo
profesé- responde
Quevedo al padre jesuita el 8 de agosto de 1626- en
la universidad de Alcalá teología y filosofía y estoy graduado;
fueron mis maestros el dr. Montesinos, Thenas y el Padre Lorca; no
los digo para suficiencia, solo para que vuestra reverencia sepa que,
aunque mal a su parecer, hablo de lo que he profesado”.
Pero en este país de qué dirán la envidia suele ser aliada de la
ignorancia y los reparos del vilipendiado escritor que no sólo era
un poeta satírico sino tambien un profundísimo teólogo cayeron en
el vacío. Alto a la dueña. Aquí nos crecen siempre los enanos y
las puyas que ofenden al más insigne de nuestros vates pero no lo
derriban vinieran dirigidas desde la pluma acerada de un jesuita, ya
que en carta dirigida a u detractor hace profesión de fe y de
respeto a la orden loyolea. “La Compañía está en mí y en mi
corazón… a la que debo desde los estudios de gramática y pudiera
deber grandes progresos si a sus diligencias no se hubiesen opuesto
mi incapacidad y mis distraimientos…” en esta carta parece ser
que expresa su desconsuelo por no haber profesado en la Compañía de
Jesús y su pesar por haber sido alumno díscolo. Quevedo quizás
quiso tomar el hábito de los discípulos de san Ignacio. Algún
anatema o alguna circunstancia como la de su oscuro linaje o su
trayectoria de vida desarreglada y juguetona en las aulas alcalaínas
parece ser fueron detrimento. Era sin embargo y lo fue de por vida un
jesuita laico que fue a su aire. La jovialidad y la fama de revoltoso
y algo díscolo que se ganó en Alcalá obstaculizaron su acceso a
las ordenes por ser costumbre que los que se graduaban en teología
recibieran el diaconado o al menos regresaban a sus pueblos de
minoristas.
El
Gobierno de Dios es una apología de la monarquía absoluta y de la
primacía papal,
una defensa de la guerra justa contra la herejía y la invasión.
Trono y altar han de aunar fuerzas y el pueblo y el ejército han de
estar en colusión y en armonía. Pero al propio tiempo es una
diatriba feroz contra los mohatreros, los advenedizos, las
camándulas, los malsines, los bocazas, los validos, los monederos
falsos, los malos sacerdotes, los reyes tiránicos, los autócratas,
los lobos disfrazados de cordero, los explotadores, los enemigos de
Dios, los impostores, los falsos pontífices… Quevedo escribía
para los europeos de los comedios del siglo XVII pero por las trazas
parece que ser que se está dirigiendo a los españoles de inicios
del XXI
Dada
la gran carga ideológica, Quevedo que tenía terminada la obra en
1635 no se determina a darla a la estampa ante el cúmulo de enemigos
que se amotinaron contra él toda su vida y por circunstancias de
todos conocidas: la caída de su protector don Pedro Télez Girón
duque de Osuna valido de Felipe III. El Conde Duque de Olivares don
Gaspar de Guzmán ve morir a su rival en una mazmorra del alcázar de
Madrid y se erige en mandamás. Su secretario es desterrado a la
torre, la Torre de Juan Abad, propiedad de los calatravos de los que
Quevedo en su calidad de4 miembro de número de la Orden Santiaguista
era miembro de numero y de allí vuelve rehabilitado para volver a
caer en desgracia en 1634 dicen que por una letrilla que apareció en
la servilleta del Rey pero puede que la cosa fuese más profunda; las
guerras de Cataluña. Encierra tal suposición la eventualidad que
Quevedo maquinase una trama en comandita con los franceses, que
secundaron la revuelta de Cataluña, según explica Melo, y fuese un
espía en la corte a las ordenes del Rey6 de Francia contra don
Gaspar de Guzmán. Sin embargo, habida cuenta del exaltado
patriotismo de Francisco de Quevedo, tal hipótesis se derrumbaría,
aunque ya había practicado el espionaje y en la Conjura de Venecia
salvó la cabeza merced a sus conocimientos lingüísticos, pues
podía hablar el italiano con acento milanés.
Ese
año fue encarcelado en San Marcos de León. Sale suelto diez años
más tardes y muere al poco tiempo. El libro es publicado en 1655 por
su sobrino Pedro de Alderete y Quevedo. Se trata de un póstumo en el
que se encierran las claves un tanto herméticas de la psicología y
biografía del autor el cual esparce su vividura y su genio a lo
largo de un tiempo turbulento de guerras de religión cuando la idea
cesárea de que el poder viene de Dios a través de sus máximos
representantes que son el altar y el trono se tambalean. España,
contra todos, por decirlo de alguna manera y echando mano del titulo
de otro libelo quevediano a favor del catolicismo y de la universidad
de la iglesia. Recién abandonado su lóbrego calabazo de León,
donde recibe el consuelo y las visitas precisamente de los jesuitas
del Colegio legionense de la Compañía prefiere dar a la estampa
Vida de Marco Bruto. Es
un tema más resistente
a las odiosas
comparaciones al tratarse de la vida de un romano fallecido hacía
muchísimos años por más que genios de la facultad del vate de
Villanueva de los Infantes gracias a su poder de penetración siempre
traigan a colación figuras de la antigüedad clásica o de la
Escritura para ponerlas de perfil sobre los prohombres de su
contemporaneidad. Quevedo no puede dar de lado a la sátira -sabía
adular pero zahería en la misma medida envueltas sus acres
invectivas en melosidades dentro de un raudal de doctrina y de
“provechosísimos advertimientos”. Es un hijo de la raza
libérrimo en sus descalificaciones censorias que responden al
concepto de una elevada moral. El conocimiento de los hombres y la
destreza con que utiliza el idioma de Cervantes es una ayuda a tal
respecto. Espadachín de las ideas y maestro de esgrima en las
censuras en letra de molde. Aureliano
Fernández Guerra que
editó el texto que manejo realza la ambivalencia de algunas frases
que suenan a lisonjas pero no son más que prevenciones y reparos. Y
ello sin perder la compage,
sin descomponer el gesto. Y es que muchos en este sueño nuestro
confunden el compage con el companaje y el companaje con el
compadreo. “Muy alto
y poderoso Señor, los monarcas sois jornaleros; tanto merecéis como
trabajáis. El ocio es pérdida del salario”
el velado sentido de esta observación en que comenta la parábola
evangélica de los Obreros de la Viña es manifiesto: esta poniendo
en berlina a Felipe IV por su haraganería que es prima hermana de la
pereza y ésta a su vez madre y maestra de la pobreza. Ociosidad
origen de todos los vicios políticos… que invita a los ministros
que desuellan a los vasallos y ha sido causa de ruina y desolación y
levantamiento universal de provincias y reinos. Una de las obsesiones
del escritor es el Fisco y citando a Polibio y Juvenal y so pretexto
de poner en evidencia la rapacidad de algunos cuestores de Roma para
amontonar dinero sobre las espaldas del contribuyente y saqueando el
erario publico con los impositivos vectigalia
hace una observación subliminal a la causa de la sublevación de
Cataluña enfurecida por la rapacidad de los ominosos mohatreros y
los trapicheos de los alcabaleros chupasangres.
Mientras
Urbano VIII un papa francés abandona las llaves de Pedro permitiendo
que se las arrebaten los sacristanes enemigos de la Iglesias para
“hacer dellas cerrojos” Felipe IV pasea por el Buen Retiro, caza
en el Pardo o escribe cartas a una monja para contarle su fragilidad
carnal a España la están desplumando sus acreedores genoveses o los
usureros flamencos y el Rey abandona la gobernación a sus validos
justificando sus aficiones cinegéticas o devaneos venéreos dándole
al pueblo pan y circo como hizo Nerón- en este caso toros y cañas,
mimos, momos y estafermos. Quevedo ve la acuidad de sus escritos y se
lo piensa dos veces antes de dar a la estampa obra semejante. Buena
gana tenía él de complicarse su existencia. Le duele, empero,
España. “la
monarquía de vuestra majestad ni el día ni la noche la limitan. El
sol se pone viéndola y en viéndola nace el nuevo mundo, sacra,
católica y real majestad, obligados estáis a la imitación de
Cristo”. A renglón
seguido precave al monarca de los pecados de omisión y de la
dejación de funciones, contra la rapacidad de algunos consejeros y
las tasas con las que han de pechar los vasallos pues regir por
poderes es gobernar a ciegas, agrega: los
malos ministros son discípulos de los judíos que gobiernan en la
oscuridad, reinan sin luz y viven a oscuras; vuelven los sayones al
pretorio y la emprenden a bofetadas y pescozones contra el Salvador y
gritan adivina quién te dio. Con lo que su cetro se vuelve bordón y
ellos tientan pero no gobiernan”
magníficos retruécanos en los que se esconde una magnífica
diatriba contra los mandamases sangradores de las Españas, de
entonces y de ahora.
Amén
de la defensa del absolutismo basándose en el cometido bíblico de
que todo el poder y la autoridad emana de Arriba y adelantandose a su
tiempo en su intención o augurio- Quevedo es un escritor profético-
de que el constitucionañlismo va a ser el sucedaneo del validismo y
es un ambage que esconde que el sistema de partidos no gobierna por y
para el pueblo y con el pueblo sino que es la resultante de las
injerencias del, poder del dinero y de los bancos (precisamente los
genoveses que él tanto aborrece o sus herederos son los que mandan
en el orbe), con lo cual la política no es más que un camuflaje. Se
trata de la política con minusculas que le hace el caldo gordo al
demonio pero Quevedo creía en la Política con mayúsculas que es la
de Dios. Una utopía diríase al estilo de Tomás Moro. Cristo- nos
recuerda- fue el principe de la paz. Su mayor enseñanza, el
contenido mñas depurado de su doctrina, fue vencer huyendo. Y con
ello invalida la Ley del Talión. Ordena a sus discípulos a amar los
enemigos quedando prterido el precepto del ojo por ojo y el diente
por diente. La venganza y la respuesta a la ofensa es algo muy humano
pero el perdón es de orden divino. Esta caracteristica más que la
potestas clavium o el imperio de la jerarquía es lo que hace
indestructible a la SRI en su iglesia contra el principado de Satanás
y las potencias infernales. “Porque Cristo domó a la muerte con
sus mismas armas destruyendo a la culpa”. He ahí un pensamiento
teológico de altos vuelos con los que el autor planea, como un
aguila caudal, sobre la mayor parte de sus contemporaneos. Es la
mejor reclamo contra las apostillas luteranas que se fijan y a veces
con razón en los efectos y demasías del pontificado y la mayor
reivindicación de la orotodoxa al saber matizar entre cuestiones
meramente humanas y canóninas y los articulos fundamentales de la
economía de la Salvación. Incluso hoy cuando la Iglesia, acosada
por sus poderosos enemigos, que tienen la sartén por el mango y los
medios de comunicación, suprimidos los púlpitos, parece aceptar su
derrota, Quevedo hace hincapié en que el hundimiento de la Barca del
Pescador no se compadece con lo anunciado en las prédicas
evangélicas, es consolador y reconfortante leer a Francisco de
Quevedo y Villegas. A ¿que teméis, hombres de poca fe? Estaré con
vosotros hasta el fin de los tiempos
miércoles,
01 de septiembre de 2010
Continuará
EL
MANZANARES EN QUEVEDO Y GÓNGORA
El
arte de Quevedo es el luquete de naranja/limón que ponemos al vino
para quitarle el acíbar y despojar a la vida de todos esos posos de
amargura que la circunda, aunque, bien es cierto, los que seguimos a
Xto hemos de beber el cáliz hasta las heces como lo bebió don
Francisco tres veces desterrado, dos a punto de morir, una en la
emboscada que le tendieron los venecianos, y se libraría por pies,
por hablar el italiano sin acento ninguno, como un toscano, y la
segunda en un lance amoroso en que acabó con tres de sus oponentes,
que, en sacando la de Toledo, no había espadachín que le pusiera un
pie delante y eso que era zambo, por lo que Góngora se mofa de sus
cacorros, hacia adentro y desmangallados, así como de su presbicia
(tenía los ojos malos y era cegato aunque su vista de lince fuera
tan aguda como su daga). Dos veces lo desterraron de la Corte a sus
predios de la Mancha y en una ocasión lo llevaron a presidio cinco
años a León, en una fría mazmorra del convento de una orden
militar
llena de humedades, lo que aceleraría su muerte.
Como
buen español(1), fue victima de la malsana yedra, que con harta
frecuencia crece al sur de los Pirineos como el mal francés que del
otro lado viene y que aquí se convierte en morbo visigótico, que
llevó a Fray Luis, a Jovellanos, a Cervantes a la cárcel y a otros
tantos al destierro. Dicen que la saña constituyen el vicio y el
deporte nacional. Por eso se ensalza aquí, hasta los cumbrales, a
la medianías. Para triunfar en este país hay que ser del montón o
tener buen parecer. Ah!
Las apariencias españolas. Aquí los mediocres nunca hicieron
daño, mientras al que despunta en algo se le corta la cabeza.
Y
un consejo- vademécum para andar por las españas: ser siempre del
montón. Como Quevedo era egregio y aventajaba a todos en estatura
literaria y en calidad humana, fruto de su vividura, pues fueron a
por él. Tengo para mí que el mejor libro, la mejor novela, y
única en su género, es el Buscón,
todo un tour
de force
estilístico y de solercia en el manejo del idioma castellano, del
que su autor conocía todos sus recursos secretos. Que maneja como
si fuera mago del idioma. Y esta esgrima verbal le hace fulgurante
en el estilo y en sus estocadas, certero.
Escritor,
todo meollo, o carne sin hueso, nunca cáscara [hoy no lo
entenderían] nada de hablar por hablar. El fondo se adecua a la
forma en una perfecta hipostasis del mensaje. Y esto es el
desiderátum de la perfección. El no va más
Mujeres y gallinas, vecinas, todas ponemos. Unas, cuernos; otras,
huevos.
Se
podrá contar mejor una historia sobre la condición femenina en
este ras con ras, en este par de lineas, dos auténticos tijeretazos
de versos? No. Los libros y los versos de este prócer, desde sus
tratados teológicos hasta las letrillas jocosas como Erase
un hombre a una nariz pegado en
que pone en berlina a Góngora y con él a todos los sayones y
escribas de nuestra España, tan voluble, tan tornadiza,
turiferarios de Caín, no son para paladares delicados. Hay en ellos
mucho cuajo, por lo que su literatura nunca será apta para
cuáqueros miramelindos. Es Quevedo la antítesis de la cursilada a
lo Julián Marías. Por eso le salieron enemigos a mansalva y aún
lo queman en efigie los hijos de los hijos de los nietos de aquel
linaje de narigudos ridículos, cornudos, o simplemente malvados que
él tanto festejara.
Aún
lo tienen por peligroso y lo queman en efigie a la chita callando
pero él sigue siendo el coloso del parnaso de las letras
castellanas. Parece que me mira don Francisco desde la calcomanía
con que honro su memoria en mi despacho y se sonríe con sorna.
Saca pecho, enseña sus guedejas cansadas de tanto afán dejandolas
colgar en desaliño de estudioso sobre el pescuezo y oculta el pie
equino, de nacimiento, lo que, aún renqueante, no le impidió
cabalgar y ser el mejor espadachín de la corche y no esos matasiete
que pinta de cartón piedra e imitación Pérez Reverte en sus
novelas de época. En el callejón de la rinconada de la iglesia de
san Martín, justo donde está la calle de La Ballesta, un jueves
santo, a la salida de los Oficios, tiró de espada y dejó muertos a
tres contrincantes que le cerraron el paso. Todo un maestro de
esgrima y no los de las novelas por entrega de Reverte.
Causa
del riepto? Uno de los caballeros abofeteó en el atrio del templo,
a la vista de todos, a una dama. En guardia. A la salida nos
vemos. Pues vale. Pero de uno en uno, caballeros. El maestro de
esgrima no era un matasiete o uno de esos jaques que lampaban por la
corte, galanes de monjas, cortejadores a la hora de misa y el
triduo, única ocasión en que aparecían en público las señoras
como dios manda. Las que iban al prado en coche tenían mala
reputación. Dentro de las carrozas con las cortinillas bajadas
recibían a sus amantes. Podía pasar de todo. A veces los
bastidores se meneaban con un ritmo sospechoso, el tiro parado y
tieso el tentemozo, dormitando el cochero ciego de vino y sin
menearse silenciosos con el saco de granzas al morro los caballos
ruanos de los caballeros o las mulas episcopales pues también
tenían por costumbre de bajar al Prado los eclesiásticos en
desguisa.
Este
era Quevedo. El caballero de las espuelas de oro como le llama
casona. Misógino?
Ni por pienso. A su pluma debemos el mejor soneto en castellano y
en él canta a la mujer. Y su lamento de letra herido y de amante
despachado aun esparce el eco que han conseguido quebrar la vara de
la muerte:
Cerrar
podrá mis ojos la postrera
sombra
que me llevase el blanco día
y
podrá desatar el alma mía
hora
a su afán ansioso lisonjera
mas
no desta parte en la ribera
dejará
la memoria donde ardía
nadar
sobre mi llama el agua fría
Y
perder el respeto a la ley severa;
Alma
a quien todos sus días pasión ha sido;
Venas
que humor a tanto fuego han dado;
Médulas
que han gloriosamente ardido;
Su
cuerpo dejará, no su cuidado;
serán
ceniza, mas tendrá sentido
polvo
serán, mas polvo enamorado
Se
refería a Lisi. De quien fuera Lisi poco sabemos. Sólo que el
poeta la inmortalizó en estos pensamientos. La vida real fue mucho
más cruel con él. Los grandes hombres acaban contrayendo
matrimonio con la que menos les conviene y su bodorrio de mozo viejo
con una tal Felipa acabó en desastre. Pero ahí queda como pecio
de aquel desastre conyugal aquella antífrasis: mujeres
y gallinas, vecinas, todas ponemos.
Don
Francisco putañero? No sé pero conocía el mundo por de dentro y
de ese mundo parte fundamental es el bello sexo. Habría que
colegir al trasluz de sus escritos que ese conocimiento íntimo de
la condición femenina no la ganó en los libros o en los
confesionarios como Tirso, que era fraile, sino viva
voce
alternando en las tabernas
y abriendo la puerta llana de las mancebías. Su concepto de la
existencia era demasiado grave para tomarse en serio a las mujeres.
De ahí sus exclamaciones utópicas sobre el amor, el olvido y la
muerte. Polvo y ceniza en definitiva pero polvo enamorado. En
tus ojos, Lisi, vi el oriente en hermosura duplicado,
etc. cruzaba el deán el portillo y venían detrás un par de
diosas. Amor divino y amor profano que lo uno no quita para lo
otro.
A
lo que se ve debió de ser visitador frecuente de los puticlubs de
entonces que se llamaban cuexcas.
Había una en Madrid, la Casa del Tocame Roque y otra en Alcalá
que dio pie al dicho de A
alcalá, putas, que llega San Lucas.
Es
posible que la tal Lisi por la cual bebe los vientos el poeta fuera
una de aquellas mozas de partido tan abundantes en Madrid, a lo
mejor una de aquellas irlandesas tan mal vestidas y hablando con
acento de Coca por su afición a empinar el codo, tan
mal vestidas y tan bien hechas
de cuya arribada da cuenta en alguna de sus cartas. Así que
Alcalá, putas, que viene san Lucas y mujeres y gallinas todas
ponemos. Ojos ponéis de vendimiar agüela, frase con la que alude
a las alcahuetas. Cuando
te abracen, advierte, que segadores semejan, con una mano te
abrazan, con otra te desjarretan... con un cuarto de turrón y con
agua y con grajea goza un Píramo, barata, cualquier Tisbe
gallega... corita
en cogote, gallega en ancas, ran mujer de pullas para los que pasan
está describiendo a las ventaneras, costumbre que tenía un nombre
legal: solicitación... al trato torpe.
So
capa del desenfado burlesco, Quevedo es de una profundidad
aterradora. Toda su poesía recuerda un cuadro del Bosco por las
descripciones que hace de la corrupción y relajo de costumbres del
Madrid del primer cuarto del siglo XVII.
La
rechifla con que describe el Manzanares es deliciosa: Tieneme
del sol la llama tan chupado y tan sorbido que en mi se mueren de
sed las ranas y los mosquitos.
Y es facistol de chicharras en la solfa de lo frito el aprendiz de
río que lleva penosa vida condenada de charquillos, merendero de
tusonas y de mirones que bajaban a ver las ninfas desnudarse en el
arroyo estantío... muy hético de corriente, muy angosto y muy
roído, con dos charcos con muletas... acostado en un puchero el
cuerpo y el sueño a gatas,
etc.
En
las numerosas aceñas que debía contar a la sazón la raquítica
ribera del Manzanares observa el paso del tiempo, otra de las
preocupaciones de Quevedo: azudes
de la noria de la vida son las horas; ayer ya no es, no existe
mañana y hoy es un punto fugitivo... soy un fue y un será y un es
cansado...
Pero
hay otro detalle, aparte del panorama jocoso que traza sobre el
Manzanares, en lo social y costumbrista con sus lavanderas a las que
algún beneficiado baja a ver las nalgas mientras recuden los
pañales del niño, con sus trémulas pausas y los mastines de
Sodoma que hacen acto de aparición de atardecida, los azacanes o
aguadoras, las damas de toldo y arandela o meretrices, los mendigos
que acuden a despiojarse, los niños que van a bañarse en las pozas
o a jugar al marro, y es la información meteorológica que
facilita. Como colofón de lo dicho, el Manzanares, a falta en
Madrid de una plaza del Potro cordobés, del Arenal de Sevilla, el
Perchel malagueño, el Zocodover de Toledo, el Arrabal arevalense o
el Azoguejo de Segovia, punto de encuentro de perailes, pícaros,
rameras y gente del bronce, hace las veces de locus
communis,
paradero del que va y viene. Garcilaso que debía de ser tan
inocente como buena persona y mejor poeta ve al Manzanares lleno de
cisnes, ninfas y nereidas, utilizando un tropo muy común entre los
poetas del Renacimiento en su afición a la mitología. Era mucho
pedir. La ribera del Manzanares estaba poblada de ninfas pero de
otras especie diferente a las que describe Garcilaso. Góngora y
Quevedo en su sorna son más realistas al tiempo que nos
proporcionan valiosa información sobre el referido locus
amoenus
que no era tan ameno como para mirarlo con ojos idealistas sino
realistas.
Por
tales trazas el siglo XVII debió de ser seco. Se había producido
un cambio climático en toda Europa. El clima que era lluvioso y
bonancible en las centurias precedentes debió de acusar los efectos
de una glaciación. En 1666 a causa de esta sequía acontece el gran
fuego que arrasa Londres y la plaza mayor en 1634 también se quemó
quedando sólo la Casa de la Panadería.
Esta
sequía trajo consigo aparejada la hambruna. Mientras, los
literatos se toman la cuestión a pitorreo. Eso y empezar las
jácaras todo fue uno. Fue tan capona la primavera que no pudo
abrir. No hay agua pero no falta el vino. Se alude a los moscos
irlandeses cuya borrachez se hace manifiesta en las calles de Madrid
o a los moscos tudescos que ingerían una cantara de un golpe en las
bayucas aledañas a las escaleras de San Felipe. España se
desentiende, se despreocupa. Toros y cañas y autos sacramentales
para olvidarse de los desastres de Flandes o los naufragios de la
Flota de la Carrera de Indias. Los piratas ingleses estaban siempre
al acecho. Ande yo caliente ríase la gente. Aquí cada uno va a lo
suyo y eso le saca de las casillas a Quevedo. Empieza una refriega,
una lucha entre dos colosos. Los dos tenían un conocimiento eximio
de los idiotismos del idioma y no se les iba lo que se dice la
fuerza por la boca
Góngora
a la vista de la escualidez del Támesis
de los Madriles
y del escuchimizado hilo de agua que vertía en aquellos tórridos
veranos exclama: ayer
meome un burro y hoy me ahogo.
Y se cachondea con la misma insolencia de sus puentes. Mucho
puente para tan poco río
dice del de Toledo, y del de Segovia, señora
puente castellana cuyos ojos están llorando arena
y en otro verso de su letrilla hace referencia a que los
orines de las mulas den salud al río.
De lo objetivo se pasa a lo subjetivo y el río de una ciudad va a
ser el pretexto para una recia enemistad entre don Francisco y don
Luis. La reyerta literaria hará las delicias de los amantes de las
bellas letras porque en ella predomina el insulto. Sí pero hay que
saber insultar. Además, la sangre nunca llega al río. Y en este
donoso cruce de invectivas Góngora llama a Quevedo Anacreonte,
melifluo y zambo y putero. Cegato y pelotillero. Quevedo se
despacha motejandole de tahúr, mal sacerdote, judío y narigudo.
Los dos poetas mayores de nuestro siglo de oro se ponen de vuelta y
guerra o a caer de un burro. Lo de ayer meome un burro debió de
ser ficción de Góngora pensando en su rival
MEOME
AYER UN BURRO
Y
hoy me ahogo en aguaduchos de orines. Poco más o menos Góngora y
el ínclito Quevedo se mofan a porfía del río de Madrid que no es
el Eúfrates ni el Tigris. Más bien un cagadero. Tuvo por
afluente el Arroyo Abroñigal que es un río meadero, todo boñigas.
Allá donde la villa y corte exonera su vientre, lava sus culpas y
antiguamente había verbenas. Por la de San Marquillos el Verde y
luego la de San Antonio que es la primera que dios envía. Bajaban
allí las ninfas disfrazadas de chulapas, a hacer de cuerpo y viejos
verdes tonsurados arrastrando la loba y el manteo al salir del coro
las espiaban desde las peñas con un catalejo que el locus amoenus
siempre tuvo mirones para el amor de alquiler. Darse un lote de
vista y llevarse las manos a la cabeza con un adonde vamos a parar y
cómo están los tiempos no estaba mal visto.
El
propio autor de Los
sueños murmura
del rumbo aciago que cobraban sus tiempos. A juzgar por estos
versos todo sigue igual en el hombre. Nada cambia:
Todo
se ha trocado ya. Todo del revés se ha vuelto.
Las
mujeres son soldados y los hombres doncellas.
La
obsesión que manifiesta Quevedo por los putos entre los que incluye
a Góngora también había gente saliendo del armario en nuestro
Siglo de Oro
Por
Cuaresma, combates nabales que nabos y cohombros los daba excelente
su ribera, lo mismo que cebollas y orondos tomates de un rojo casi
lujurioso. Rábanos?
Los de su ribera, los mejores. Aunque siempre picaron un poquito.
En la costanilla del Ava Pies y el postigo del Avemaría había
sinagogas y muchos rabinos. Con el edicto de expulsión muchos de
ellos se metieron a frailes y colgaban morcillas y botillos a la
puerta de sus conventos por bien parecer. Madrid no es lo que
parece. Aquí el personal siempre vivió hacia adentro. Un lastre
que arrastramos de nuestros antepasados los judíos. También, se
cursa estudios por ser más. Y por mejor parecer. El parecer es el
súmmum bonum de los hidalgos de gotera, la honra, el buen criterio.
Hasta, sin haberse desayunado muchos días, como nos refiere el
Lazarillo
se echaban migajas en la barba para anunciar que habían comido.
Por ahí vienen los calvos. Observa Quevedo que hay calvas de
muchos tipos: sacerdotales, jerónimas, y calvos calvísimos,
aprendices de calvo y aquellos que no saben portar su calvicie con
dignidad, a lo Anasagastegui, que la por entonces se hacían el
recorrido. Hay
calvo que re rebuja para tapar el melón y aparece hecho un
basilisco.
Aquí estamos yendo y viniendo del no
te jode a nos ha jodido.
Vivimos un sinvivir de la política entre el tupé de Sagasta y el
recorrido de Anasagastegui, áspero tribuno de la plebe vasca, que,
por no saber, no sabe llevar su calva con dignidad.
Luego
llegan los sastres. Sastres
vienen? Pues al infierno. El ángulo de visión de Quevedo, el de
un verdadero buzo de las clases sociales en el maremágnum de gentes
con los que le tocó convivir. Odiaba a las viejas, pues no en vano
tuvo fama de misógino. A los sastres. A los médicos y a los
sacamuelas.
.
Ay sí. El Manzanarillos debe de tener la sangre municipal y
espesa y por eso y por la mierda que corría en los remansos pasada
la Virgen de Atocha se criaban tan buenos tomates, lechugas y
pimientos. La villa y corte era un pueblo desde 1606 en que obtuvo
el título de capitalidad por orden del tercero de los Felipes.
Góngora fue nombrado capellán regio y puede que la ojeriza con
Francisco de Quevedo, aspirante al oficio de cortesano y que tuvo
vara alta en la ante corte la del valido el Duque de Lerma se
debiera a ser los dos contrincantes para un mismo empleo..
Además
dice el refrán que quien es tu enemigo el de tu oficio. Aparte de
gananciosos de la sopa boba y anhelando un beneficio, una sinecura,
una prestamera, los dos eran grandísimos poetas. Los mejores que
hubiera jamás en esta lengua. Las rivalidades a muerte se originan
precisamente en esos concursos oposición en que los españoles se
queman las pestañas memorizando textos que no les servirán para
nada sino para colgar un título en la pared y pasarselo a los demás
cerrar el pico, aparentar más, veis?
Yo
estudio, yo soy algo, más que tú, el origen está en el puñeteros
morbo visigótico y buscarse un carguete de por vida a costa de la
iglesia que fue la primera que abrió el torno o lotería de las
oposiciones a canonjía, luego vendrían las de notarías, que esas
sí que son peliagudas o las del ingreso en el Cuerpo Jurídico del
Estado o en la Cuerpa mismamente. Luego a tumbarse a la bartola.
Manía
del español que quiere vivir sin pegar golpe. Góngora ganó un
beneficio en la catedral de Córdoba pero no pisaba la catedral, no
iba nunca al coro y tuvo que tener que pagar, como consta en los
archivos, multa de muchos maravedís por su inasistencia pero ay
amigo obtuvo aquel beneficio a fuerza de codos y estuvo una hora de
reloj, en lo que caía la arena por la clepsidra, recitando una
tesis de la Summa de Santo Tomás. Tenía un título. Hoy mucho
más rentable que aprobar oposiciones es meterse a político y
entonar la coplilla gongorina sobre la meada del burro que provoca
inundaciones por Madrid.
De
nada sirve que fuera si no un mal sacerdote al menos muy negligente
-apenas se le conoce haber abordado el tema religioso en su obra- y
de origen converso al que asustaba comer jalufo. Pero había ganado
las oposiciones. Ayer meome un burro y hoy me ahogo. Agua va.
Cuando las dueñas se ponían a arrojar los pericos o servicios de
aguas mayores. Góngora se fumaba el Oficio divino y se quedaba en
alguna timba o se iba por las rinconadas de la vera del Guadalquivir
a la búsqueda de algún efebo.
Sacerdote
sin vocación y cura de misa y olla. Por la mañana cátedra de
Prima y por las tardes, de sobrina. Ahí nos las den todas. Se da
la buena vida y busca, villano en su rincón, una misericordia
segura en la que sentar sus posaderos y tener ración por oposición
que es para lo que empollaban latín los españoles de entonces y
los de ahora se atiborran de temas. Aspiran a un buen pasar, eso
que se llamaba antes la vita bona del Beatus ille. Echa la galga,
amigo. Tumbémonos a la bartola. Pasan los clérigos con el bonete
de tres puntas, las mulas hacaneas con un paxio o artolas cargada de
libros camino de Alcalá terciado el manteo y la loba cuajada de
cazcarrias y de barro de los charcos del camino. Suben la cuesta
los arrieros. Huele a ajo y a vino y a trasudores de Castilla
cuando va de el personal trajinante y detrás llegan los
ministriles. Un domine con antiparras acaba de pasar camino de su
casa a pupilo. Va a dar lición
a sus gramáticos. Les enseñará algo de gramática parda.
Un
morisco cargado de un banasto con hortalizas. Una vieja marivina a
la que hiede el aliento podrido del mosto, la cebolla y las caries.
Y sigue la comitiva con ministriles, algún jaque arreando un macho
burreño de gran alzada y ahí están las lavanderas cantando las
coplas del momento mientras restriegan la colada que reúne las
bragas de una marquesa y los calzoncillos con palominos de un
obispo. Y no podían faltar en esta escena los azacanes cargados de
cantaros de agua de nieve. Delante de las damas de toldo y arandela,
cisnes
del placer, y fenices del gusto.
Abigarrado retablo de tipos y de costumbres. A cada profesión le
corresponde un vicio.
Un
niño llora y un viejo con su lazarillo canta la oración del Justo
Juez. Las capas negras de los letrados se confunden con las capas
pardas de los mercachifles y labradores, las tocas blancas de las
dueñas hacen contrapunto con los velos negros de las viudas. Cantan
los cubos de los carros a los que no se permitía pasar por la
puente y han de vadear por el albero salpicando los charcos o
hundiendose en el légamo. Estallan en el aire las trallas. Se
escuchan algunos juramentos. Algunos carruajes hacen molino y los
carreteros se quejaron toda la vida del pontazgo de la Puente
Castellana.
Los
borrachos de Velázquez se han reunido en un corrillo y coronan a
Baco desnudo con una corona de laurel y lo cubren con un manto
purpura como el que cubrió las desnudeces de Noé. Uno de ellos
que debe de ser fraile huido del convento les sermonea en latines.
Nadie le hace caso. Mucho puente para tan poco río sí pero con
mucha humanidad viva que se mueve por abajo y por arriba. Señora
doña puente Castellana, tus ojos están llorando arena.
La
literatura estando más allá de la imagen que en encandila y
decipit
(decepciona),
según los escolásticos, es vividura y transcendente. La imago es
una noción ficticia de lo intrascendente. La imagen destruye y
deslumbra pero la palabra o el concepto construye e ilumina. El
arte de la palabra va mucho más allá de la cinemática y el cine
es cínico pues poseen el mismo étimo griego; kinos
designa al movimiento pero también al perro.
Quevedo
y Góngora que son a la vez culteranos y conceptistas nos llevan por
las altas sendas de la imaginación. Nunca frisó nuestro idioma
tan alto como en estos dos vates, tan diferentes y tan parecidos.
Esta trifulca sobre el río de Madrid en el que coinciden
descriptivamente pero que luego van a desenvainar, por rigurosidades
e inquinas personas que no hacen al caso, las plumas, convertidas en
lanzas. Y
qué lanzas, madre mía! Al ver lo que escriben el uno del otro los
ahora políticamente correctos, escritorzuelos de toma chicha y
nabo, se llevan las manos a la cabeza y gritan:
-Insulto. Insulto.
Pero
hay que saber insultar, señores míos, y hacerlo con cierto salero.
No ese desmantelamiento que les es propio a los anti-castizos.
La
literatura, insistimos, es vividura. Y vividura profética. Por
eso mismo cuando nos encontramos en un libro donosamente escritos
nos asalta la impresión de haber estado en aquel sitio, en aquella
casa o a la vera de aquel río que nos pinta el autor. Uno ha subido
y bajado unas cuantas veces por el Puente de Toledo y está
familiarizado con el genus
loci y los manes
madrileños.
Nos
han sucedido aventuras. Vimos no a las ninfas y nereidas pero sí
bastante ninfas del cantón que en el Cerro la Plata cobraban a duro
el polvo.
Niños y militares sin graduación algo menos y una paja tres
pesetas. Algunos fuimos iniciados en el amor a tan módico precio
por la Josefa una sacerdotisa de Venus al aire libre, que venía de
Valencia, culona, de amplias tetas, tenía un poco de bigote pero
compensaba. Cela dixit.
Hemos
visto desfilar a los pastores de la mesta. A los jaques
sacamantecas con la poderosa
entre la faja, y a los mismos borrachos de Velázquez dar tumbos por
las bayucas aledañas a la catedral de san Isidro que ya estaban
abiertas hace cuatro siglos. Nos hemos puesto la coroza de los
penitentes que salían en Viernes Santo detrás de un paso al lado
de las vestidas de dolorosas luciendo cuerpo y jeme.. Tan chulas y
presumidas ellas. La religión aquí estuvo íntimamente
relacionada con el sexo.
Acompañar
al Santo Entierro era un pretexto para lucir su cuerpo serrano.
Debían de ser las mismas damas que acompañaban a Felipe IV tan
salaz como piadosísimo a los triduos y oficios de las Cuarenta
Horas que organizaban los jesuitas. Nuestro catolicismos es áspero,
algo tristón y pasionista. Ya lo decía don Francisco: Católica
y cruel Majestad.
Hemos
padecido y gozado de situaciones similares a las de Quevedo o a las
de Góngora. Los genios en sus escritos nos invitan a hacer un
viaje hacia el futuro. Ay Madrid que te quedas sin gente, la ciudad
por la que ha discurrido gran parte de nuestro vivir. Universidad de
picaresca y de misticismo. Aquí la luz tutela y es tan ardiente
que acaba destruyendo. Madrid me mata a mí. Madrid te mata a ti.
Por eso tanto le queremos.
A
veces tuvo aire de sepulcro. Cuando Dámaso Alonso se refería a un
millón de cadáveres ambulante sabía bien lo que se decía. Con
algo de sepulcro pues todo en la vida es cárcel y todo en la vida
es sepulcro.
Del
vientre a la prisión
vine
en naciendo
de
la prisión iré al sepulcro amando
y
siempre en el sepulcro
Estaré
ardiendo.
De
amor? Por supuesto. Quevedo y Góngora que conocerán tan bien a
las mujeres las dan poca importancia. Lisi la amada inmortalizada
en el soneto del polvo enamorado es un accidente. Don Francisco lo
que conoció mayormente fueron las Lisis a la vera del Manzanares,
las tusonas, busconas y godeñas, en particular las hijas de la
Verde Erín cuya arribada a la Corte desde la católica Irlanda era
todo un acontecimiento, y que tanto le entusiasman, tan mal vestidas
como bien hechas, un tanto inclinadas al mosto, las coritas
asturianas y gallegas de ancas triunfales, que con una mano te
abrazan y con otra te hurgan la faldriquera.
Ah
las dulces mozas querenciosas del oro, todas del partido de Santo
Tomé, zamarreando por la orilla del río estantío en
esta capona primavera que no pudo abrir un lirio.
No
le gustaran a Quevedo, a lo que se ve, mucho los ríos; lo intuía,
estaba oliendo el poste. Parece sentir en sus versos las humedades
reumáticas de aquella mazmorra a orillas del Bernesga, del Órbigo
y del Castro que son cachirríos y del Duero meninos (por
afluentes). Allí le esperaban las sombras. Todo en la vida es
cárcel. He ahí otro signo del poder premonitorio que mueve la
pluma de los que escriben, sobre todo, si lo hacen bajo la luna de
la inspiración y el poderío que brinda la introspección
profética.
No
se entiende muy bien esa tirria que le inspira don Luis. Serían
ramalazos de ese anticlericalismo proteico que se detecta en toda la
literatura castellana? Odio
de clérigo? Rija
de opositor a Corte?
Yo
te untaré mis obras con tocino
porque
no me las muerdas, Gongorilla,
perro
de los ingenios de Castilla
Docto
en pullas cual mozo de camino.
Apenas
hombre, sacerdote indino.
Que
aprende sin Christus la cartilla,
Chocarrerías
de Córdoba y Sevilla.
Y
en la corte, bufón a lo divino.
Por
qué censuras tú la lengua griega
siendo
rabí de la judía,
Cosa
que tu nariz no lo niega?
No
escribas versos más, por vida mía,
aunque
esto de escribas se te pega
Por
tener de sayón la rebeldía.
Duros
epifonemas. Le tacha de judío converso y de maricón (poco hombre)
y de narigudo.
La
odiosidad debió de nacer en el complot contra el Duque de Lerma que
significaría la caída del Señor de la Torre de Juan Abad de
patitas en el destierro. En su invectiva apunta un dato de una gran
solidez histórica que ha sido poco estudiado: la influencia que
tuvieron los criptojudíos en la corte de Felipe IV a través de los
jesuitas. Pero se da asimismo la paradoja de que Quevedo se va a
coger a la protección de los jesuitas y durante sus presidios y
destierros sus amigos serían los jesuitas y su biógrafo sería un
jesuita. En otros epigramas censura a su rival su afición al
juego: tahúr, poco cristiano, mal clérigo. Misal apenas. Naipe
cotidiano. Capellán del rey de bastos que en Córdoba nació.
Murió en Burgos. Y en Pinto le dieron sepultura.
Por
su parte Góngora en un poema escrito ahora justamente hace cuatro
siglos dice de Francisco de Quevedo lo siguiente:
Anacreonte
español, no hay quien os tope,
que
no diga con mucha cortesía
que
ya que vuestros pies son de elegía
vuestras
suavidades son de arrope
No
imitareis al terenciano Lope
que
al de Belerofonte
cada día
sobre
zuecos de cómica poesía
Se
calza espuelas y le da un galope?
Con
cuidado especial vuestros antojos
dicen
que quieren traducir al griego
No
habiendo mirado vuestros ojos.
Prestadle
un rato a mi ojo ciego,
porque
a luz saque ciertos versos flojos
Y
entenderéis
cualquier gregüescos
luego.
El
soneto gongorino tampoco tiene desperdicio. Tilda a su oponente de
poeta descuidado, suave, zambo, mal caballero,
espadachín y matasiete. Y le pide que le ponga la mano en el culo
para escuchar una ventosidad de sus adentros. Góngora no se tira
un farol. Se tira un cuesco.
La
polémica entre los dos grandes literatos, aunque profusamente
estudiada por la erudición, ha dejado inédita una idea importante:
el enfrentamiento de Quevedo, caballero de la orden de Santiago, que
ridiculizó a los que querían hacer santa patrona de España a una
judía Teresa de Jesús, y los cristianos nuevos. Tanto él como
Lope -éste de una forma más superficial- tomaron partido por los
cristianos viejos.
De
modo que sus diferencias con los conversos, que tanto nombradío e
influjo trujeron bajo el mandato del valido del Rey, el Conde Duque
de Olivares, y su aireamiento con los franceses que tenían el
criterio de que la Santa Sede había caído en manos de los judíos,
pudo ser un motivo de su detención y posteriormente su
encarcelamiento en San Marcos de León durante un quinquenio. Una
flagrante injusticia.
Al
parecer, el mejor escritor en lengua se movía en contextos
políticamente incorrectos para su tiempo. De todos modos, espíritu
crítico y valiente, mete el dedo en la llaga y descubre uno de los
enigmas de la historia española y las causas de su decadencia.
Aunque
cegato, su pluma era certera, y su visión de aguila caudal que
diquelaba desde muy lejos.
Su fama de chistoso y jaranero que
tiene en la cronología hispana, donde todos los chistes guarros se
atribuyen a Quevedo, no se compadece con la hondura de su pensamiento
tan español, tan entero. Miré los muros de la patria mía. Acaso
este postergamiento y ninguneación a que se someten sus obras, más
citadas que leídas, sea otra venganza judía?
Mientras
tanto las aguas del Manzanares siguen fluyendo enterradas bajo un
bunker de hormigón por decreto de los nuevos munícipes faraónicos
anhelosos de convertir a este afluente del Tajo que pasa por los
Madriles en un nuevo Guadiana. Pronto lo harán navegable y habrá
choque de escuadras y batallas nabales
por menos de un pimiento. Es igual. Ayer meome un burro y hoy me
ahogo. Ay, Manzanares, Manzanarillos, en ti se mueren de sed las
ranas y los mosquitos.
14
de agosto de 2008