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miércoles, 28 de septiembre de 2016


CINCO SIGLOS DEL DIOSCÓRIDES

La farmacopea y la botánica tienen en el Segoviense a uno de sus epígonos. Esta obra de un sabio griego fue publicada por primera en parís en 1516. Dos años más tarde en 1518 y casi al mismo tiempo que la biblia políglota se imprime versión latina en Alcalá bajo la dirección de Nebrija que estaba encargado de la cátedra de botánica junto con la de retórica bajo el título de lexicón de medicamentos pero el primero que lleva a cabo una versión castellana del celebre tratado fue Andrés Laguna trasladándolo del griego y abordando materias ya contempladas por Galeno, Plinio, Lineo y Aristóteles. Y otras hierbas. Todas las hierbas. Salpicón de electuarios, fórmulas mágicas, venenos y contravenenos, polvos mágicos como el cuerno de rinoceronte que todavía buscan y cazan en partes del África para afianzar la genética. El axioma es que a todo mal físico sigue un remedio en el reino vegetal, mineral o animal. En el herbolario existe la propiedad de un antídoto. La ciencia estriba en conocer su cualidad operativa y aplicarla al enfermo.  

Se trata principio rudimentario de la medicina cuando todavía no era inventada la física ni la química y mucho menos los rayos X. Escrito en un castellano claro y elegante con mucha chispa y ese interés que atrapa, el cual recuerda por su elocuencia al Lazarillo al Viaje Turco o al Crotalón, nada farragoso y castizo que se lee con interés a cinco siglos de haber salido a la luz el Dioscorides, consta de un prologo o epístola nuncupatoria que maravilló a los toscos prácticos en medicina de aquel entonces y que aporta observaciones interesantes como por ejemplo cuando dice que el veneno de las víboras solo mata por inoculación pero es inocuo por vía oral… un gato que come almendras amargas revienta al poco, y lo mismo le ocurre a raposo… la cicuta mata al hombre pero hace revivir al estornino y otras muchas cosas peculiares que pueden resultar algo gracioso o sonar a superchería al hombre moderno pero  reveladoras de la gran pasión de este hombre por las plantas oficinales, sus experimentos, cocciones, alambiques y recetas.

El Dioscórides de Laguna se publicó en Amberes en la imprenta de Juan Latio en septiembre de 1555, utilizando como pauta de referencia los postulados complutenses de Antonio de Nebrija y otros galenos famosos de su tiempo en su mayor parte de origen hebreo. Papas reyes y emperadores cuando enferman piden ser atendidos por facultativos judíos. Laguna aunque de origen converso se sentía profundamente católico. Ende más, a causa de sus convicciones cristianas tuvo un enfrentamiento con su maestro, el portugués Amato, un físico que impartía lecciones de Anatomía en Salamanca. Maestre Amato desde le púlpito hizo una defensa apasionada de la Ley Vieja y decía que el Nuevo Testamento era una fábula. Llegando a calificar a Europa como “infierno en la tierra”.

 No puede decirse del Dioscorides en sus tratamientos, diagnósticos quirúrgicos bestiales (a su autor le disgustaba la cirugía y prefería ser tenido por médico de cabecera) —cuando los cirujanos cortaban piernas y brazos a lo vivo— posean más vigencia que la curiosidad y la rareza pero las apuntaciones tomadas del natural de su autor resultan interesantes. Y son base de aportación a la Medicina y la Farmacia.

¿Quién dijo que nunca hubo ciencia española?  El fuerte de Laguna es la farmacopea. Toda su vida se la pasó, estando ya en Paris ya en Londres en Metz o en Flandes o los alrededores de las ciudades por él visitadas cosechando plantas curativas. Conocía las propiedades de cada una. De chico iba a por moras a Tejadilla, lo cuenta en la Epístola Nuncupatoria, o en busca del espino blanco que se sigue majando en pequeñas dosis para aliviar a los pacientes de hipertensión o cortaba flores resineras por el Pinarillo donde estaba el osario o cementerio judío extramuros de Segovia o  recogiendo marjas por los zarzales del Valle de la Lastrillaque los muchachos cogen y las zamarriegas las ensartan y haciendo gavillas dellas las venden por las calles… la Rubia es muy conocida en aquellas partes (rubia victoria) principalmente en tierra Segovia, mi ciudad, donde hay tintoreros… Quiero pasar por alto, para salir adelante en mi empresa, cuantos y cuán altos montes subí, cuantas cuestas bajé, arriscándome por barrancos y peligrosos despeñaderos, gastándome en el empeño buena parte de mi caudal”.

Su obra la empezó en Roma en 1554 y la completó en Amberes al año siguiente dedicándosela al príncipe de Asturias, Felipe, fecha de su publicación, nos dice su biógrafo Teofilo Hernando

Los flagelos de aquella sociedad al final de la edad media y a las puertas del renacimiento eran el hambre, la guerra y la peste bubónica que empezaba por una hinchazón en la ingle, fiebres altas y al hoyo a los pocos días.

Luego vendría la sífilis que Laguna no considera mal francés sino una importación ultramarina. “La portaban unas mujeres de acarreo, indias, que trajo en su barco Colón”. Prescribe como tratamiento antiluético el palo santo, la quinina y el mercurio y los baños de vapor. Al hospital de Antón Martín regentado por los frailes de san Juan de Dios lo llamaban el hospital de la sabana blanca. Se arrollaba el cuerpo de los pacientes en un lienzo recalentado con vapor y se les hacía sudar. Las lues no remitían con facilidad porque “¡la buba es muy tenaz y refractaria!" Así lo expresa en un verso Cristóbal de Castillejo ex cisterciense y soldado del emperador al que le pegó las purgaciones su novia vienesa:

“Mira que estoy encerrado

En una estufa metido

De amores arrepentido

De los tuyos confiado”

El autor de la Lozana Andaluza Francisco Delicado Baeza, un clérigo andaluz de la Peña de Martos murió por lo visto de dicha aflicción. En el Viaje a Turquía abundando en esta materia Urdemalas certifica que al visitar la ciudad de los papas  encontró curas, obispos, cardenales y hetairas, tantas como beneficiados y clérigos, pues debían de ejercer a las puertas del Vaticano el oficio más antiguo del mundo cerca de trece mil rameras, venidas desde todos los rincones del universo al husmo del dinero y del poder.

Como afrodisíacos Laguna recomienda el bedelio, la hierbabuena, los mejillones, los huevos, la hiel de diversos animales, del gallo, en todo caso; el cuerno de rinoceronte que despierta la virtud genital y es bueno para los holgazanes. La eselaria o diente de león con sus propiedades oclusivas serviría para componer virginidades perdidas (esta oración la tachó la censura) en tiempo de Laguna la ciencia y la religión no podían evadirse del fantasma de la fantasía y de la superstición. Muchos autores del siglo de Oro se burlan de los galenos “compadres de la sepultura abierta” les refiere Quevedo y Góngora: “buena orina buen color y cuatro higas al doctor”. La ruda es compañera de viaje de hechiceras y alcahuetas. Pero Laguna que también fue sacerdote y filosofo de lo que se ufana es de haber llegado en la vida a ser un buen médico de orina y pulso.

Su libro causó impacto y se registran muchas ediciones en toda Europa; era el libro de cabecera de los galenos y los boticarios.

Felipe II debió de ser un gran lector del Dioscorides porque fue un rey ecológico que lleno España de parques naturales (Escorial Valsaín Aranjuez, el Pardo) también conocía las hierbas oficinales el ínclito Rey Prudente.

lunes, 5 de septiembre de 2016


SASTRES VIENEN AL INFIERNO VAMOS. SER GORDO ES HOY UN PECADO MORTAL

 

 

“Sastres vienen al infierno vamos”. Quevedo que era tan renco como lenguaraz y es un gozo leerlo reservado a los estoicos como el que suscribe para entender la desesperación del mundo aguza sus dardos hacia el honorable gremio de los alfayates, a los que odiaba tanto como a los taberneros pero un poco menos que don Luis de Góngora y Agorte, aguza su sátira contra los golilleros del jaboncillo las tijeras y el acerico prendido en la manga.

Será lo que tase un sastre. Pues eso. No hay ningún hombre grande para su ayuda de cámara.

 

Nos tienen tomadas las medidas y saben mucho de las imperfecciones de nuestra percha y yo tengo una, que es la desesperación de los del gremio del arte del corte y confección, pero mi amigo Genaro, el hombre y su hermano Alejandro, que regenta una sastrería en a Arévalo y son familia de los Seseñas – nadie sabría hacer una pañosa con tanto cuido y perfección- que debe de ser de las más antiguas de Castilla la Vieja hacen lo que pueden.

Lo suyo era el traje talar de los obispos las buenas pellizas y hasta los mandiles de fregatriz sabían confeccionar. Han estado vistiendo de la Edad Media para acá a media comarca de las Morañas.

 

 ¡Ay aquella pana— la pana de Sabadell— ya nos se fabrica. Duro hablar del estatuto prostituto pero los catalanes no mandan retales sucumbiendo en el sector textil a la competencia de los chinos. Toda una desgracia para los labrantines de mi mocedad cuando un traje era para toda la vida o al menos habría de durar unos cuantos años, resistentes para ir a arar o la camisa de percal para los días de fiesta cuando se gastaban pues un remiendo en aquellos años de labranza no daba para más! Zurcir coser y bordar y ¿qué más? La aguja y el hilo el tijerón a mano para cortar y una cantinela “tanto que sabes coser tanto que sabes bordar y me has hecho los pantalones con la bragueta pa atrás” y buena semana te dé el Dic que entonaban los sefardíes en las aljamas pues era profesión ejercida mayormente por los judíos.

 

Que “para sastres Hervás donde judíos los más” y otro dicho competente: “el sastre de Sacramenia se santigua del revés y da la venia” “con el de Cantimpalos salimos a palos” y el de “Campillo cose de balde y pone el hilo” “esto es coser y cantar sí, sí, coser aquí y cantar en la iglesia”, como dijo el otro. Bueno va.

 

El mostrador de Genaro es un poco el referente social de las generaciones que pasaron por la villa y siempre que me voy a probar me hago la misma pregunta. ¿Será este el último que me hagan? ¿Cuántos afeitados me quedarán? Así que acudo a esta tienda arevalense pues es para mi un lugar entrañable al recordar las tertulias de rebotica y las parrafadas que echábamos, cómo arreglábamos el mundo, o cómo nos contábamos cuentos con cierta prevención. Ya digo tengo un cuerpo que es la desesperación de los sastres. Las chaquetas del Corte Inglés me pingan y los pantalones quedan pesqueros o les sobra pernera y por abajo un dobladillo de más. A un sastre no le engañas jamás. Son gentes acostumbradas a trabajar con la verdad de nuestros pobres cuerpos que se han de comer los gusanos. Su intuición les lleva al perfecto conocimiento de nuestras glándulas, saben de que pie cojeamos.

 

Ir al sastre es como pasarse a recoger unos análisis. Genaro me rodea con el metro de plástico los cuadriles y no me abarca casi. En mi frente unos pelos de menos o más canos que la otra vez y en la cintura unos centímetros de más. Has engordado. La buena vida. De la danza sale la panza. ¿Y todos esos lechones que te metes en la “Pinilla” regados con el vino de las Morañas, eh, eh? No me fastidies, Genarín a mí lo que me engorda es la mala leche. El ir contra corriente vivir con la conciencia tranquila, pero sometido a la hostilidad de esas milanas del estrado cuyos ojos me apuntan cuando entro a trabajar como dos fusiles detrás de un parapeto.

 

 ¿Qué habré hecho yo para caer tan mal a la gente? ¿Ser gordo? Los gordos nos hemos convertidos en una especie marginal, el lumpen hostil, al cual esta sociedad tan injusta y descomedida para lo que le conviene aunque para otras abre la manga ancha, le ha declarado la guerra al tejidos adiposo. Nosotros no tenemos la culpa pero nos hacen culpables de nuestros kilos de más, de ser un poco ventripotentes de aspecto y afligidos de prolepsis o ptosis crónica que es como denominan los endocrinos a nuestra enfermedad.

 

 El otro día al pasar por cierta puerta mis mollas quincharon una falleba del arco de seguridad y se dispararon las alarmas. La securata vino hacia mí hecha una Euménide y, sin llegar a detenerme, me trató como si fuera un criminal. Señorita fue sin querer pero a estas furias de no les valen razones. Están ahí para vigilar, no frente a un ataque externo, sino a los de dentro. 1984. you are being watched. Estás siendo observado. Te observan por todas partes a través de la mirilla electrónica de sus cámaras. Una red de espionaje se extiende por toda la ciudad. 

La han emprendido con los fumadores y ahora puede que les toque el turno a los que somos víctimas de nuestra propia grasa. Proponen un mundo feliz y bajo el control de los securatas, una especie de policía paralela.

 

 Cámaras por los pasillos, chivatos de observación hasta en el retrete.

 

 Pues habrá que tomar medidas. Eso es lo que venimos haciendo desde que don Adolfo Suárez que también fue buen cliente de esta casa donde yo me visto – pobre Adolfo, ya crías malvas en la ciudad de Ávila— se marcó la frase de puedo prometer y prometo y después instauró la Transición y nos colocó en el limbo a todos nosotros. De ahora en adelante todos cabos primera, que vienen arreando los del Coletas con muy mala leche.. Sí, sí tomar medidas. El sastre me da otra mala noticia; no sólo han aumentado mis caderas sino que también las nalgas las tengo con más rumbo en el último lustro que es el tiempo que a mí me suele durar un terno. Vaya por dios.  Mientras mi amigo el sastre de Arévalo no me ponga motes y me llame Paca la Culona como decía el general Queipo de Llano del General Francisco Franco no va del todo mal la cosa pero habrá que tomar medidas, ponerse a régimen y apretarse el cinturón una vez más. ¡Qué sé yo! Coser acá y cantar en la iglesia. Vas al sastre y terminas en el cura pues bien lo anotó Quevedo en aquella frase lapidaria: "Sastres vienen al infierno vamos".