un
tipo feliz y contento
10/09/2012
Septiembre, dulce
mes. El aire es más suave. La luz más tenue, las tardes el calor aprieta. El
otoño adereza sus perfiles en los membrilleros casi agostados. Fue muy tórrido
el estío hogaño, de fuertes secas, pero aún queda el veranillo del membrillo y
los días de los últimos jolgorios de San Miguel antes de vendimia. Los paisajes
de Segovia me acercan a las cumbres místicas y el cura jubilado que se sienta a
ver pasar la vida cabe los últimos ojos del acueducto que dan al postigo del Consuelo
debajo de la placa puesto por el Ayuntamiento de hace más de medio siglo al
Arcipreste de Hita (los munícipes a la sazón eran más literarios) seguía en el
mismo sitio que hace un verano. Creo que fue párroco de Larije, buen vino de la
ribera como su propio nombre indica. Se conoce que ha vestido sotana durante
muchos años y que no le cuadran el pantalón azul con culeras y el jersey algo
raído. Al verme me saludó como la primera vez en que nos encontramos y trabamos
conversación pues casi somos paisanos y yo me pienso para mis adentros que este
pensionista de aires melancólicos y aspecto de gañán no se hizo cura para ser
rico.
Doce años y toda una carrera para obtener un
buen pasar. En el arca de su rectoral de Larijes, uno de los templos más amplios
de la diócesis, no faltaría el bodigo pero tampoco sobraría. Me acuerdo que yo
de niño le vi zamarrear montado en su bicicleta Orbea por las cuestas de la
Villa y las Rampas de San Miguel camino de servir al anejo u oficiar en algún
funeral.
-¿No se acuerda usted
de mí, don Anacleto?
-Pues la verdad que
no. Ahora no caigo.
- Yo le ayudé a misa
bastantes veces cuando iba a decirla a Tozuelos. Era el tiempo de la siega.
-Coño, si eres el
Belarmín. Contigo por alrededor pronto se acababa el vino de misa. Hay que ver
lo que cambiaste, hijo.
-Las canas, estoy
jubilado como su merced, tengo un nieto y dos nietas mellizas. He plantado
algunos árboles, engendré cinco hijos, escribí cuatro libros y muchos más que
guardo en la gaveta. No he traicionado a mis ideales…
-Así me gusta. Está
bien, está bien pues ¿no te llamaban a ti Belarmín el hijo del sargento?
- Ese era mi nombre
de guerra. Menuda pieza. Me acuerdo que en unas fiestas del Rosario acabaste
con todos los soplillos de la cocedura del Tío Olimpio que paz descanse
-Mira cómo se
acuerda.
-De lo bueno no, de
lo malo sí.
-Y ahora Anacleto ¿qué
haces?
-Aquí matando el
tiempo y dando haces.
-Haces ya no hay. Las
cosechadoras acabaron con todo eso. Se terminaron las foces y las faces y, los
garios, el azadón, las horcas de garabato que sólo quedan las caudinas que nos
hace pasar la alemanita, las zoquetas, las besanas, los bieldos y las
aventadoras, yugos, teleras, facinas, ejes, varales y carros, el tentemozo y el
fanal que había que llevar a un lado para que no te multara la Benemérita, los
toldos, las vertederas, rejas de arar y rejas de arrejacar, las carretas del
país, las colleras del mulo, los gavilanes de aparejar. No quedan yuntas ni
siquiera la pareja de la guardia Civil.
-Ni máquinas de
escribir. Periodista era mi oficio. No tuve la suerte que tú de cantar misa.
-La suerte o la
desgracia- dice mi cura viejo pensativo.
-¿Qué tal se lleva
con el obispo?
-Bah
El cura de Larijes me
cuenta su vida, lo del accidente que tuvo un autocar de Galo Álvarez en
Membibre que al recular se llevó el chaflán de una casa y quedó el morro
pingando mismamente metido en el zaguán. ¡Ah qué tiempos aquellos! Bien comido
bien servido. Bene vivere. No hay razón de tanto cabreo nacional. Convenimos en
que los periodistas agentes secretos de nadie sabe quién ni de qué amoazuzan a
las hienas de la jauría, siembran la discordia, la inquietud, así estamos todos
de los nervios. Y yo me acuerdo de mi Benilde. Era tan hacendosa, tan
dispuesta, tan maja, pero Dios se la llevó. Alguien pretende que el español
habitante de una de las naciones mejores del mundo ande a coces con su pasado, escupa
maldiciones contra sí mismo.
Don Anacleto echa de menos al ama que se le
murió de un cáncer de mamá. Era como si fuera su mujer misma, que lo era, para
el caso, porque en la casa curato sólo había una cama matrimonial y a ti que te
importa lo que yo haga o deje de hacer, haz lo que yo diga y no hagas lo que yo
haga, pero siempre fue así, que ha de hacer. Mira el arcipreste de Hita que escribió una
carta al papa Juan XXII que le excusaran lo del celibato y acabó entre rejas.
Trece años a la sombra en el presidio de San Torcaz.
Tuvieron un par de
hijos, los dieron a la inclusa. Eran tiempos en que estas cosas se hacían de
tapadillo. Si se enterara el obispo que se enteró y le envió a Pajarillos de
Abanto un pueblo de la sierra pero no le quitó a su Benilde.
-Mi Benilde era una
santa- dice reflexivo el cura viejo.
Unos turistas nos
piden que les hagamos una foto bajo la arcada de los primeros ojos del
acueducto. Abajo bulle una multitud desparramada de excursionistas. La Virgen Blanca mira compasiva hacia el occidente de la ciudad
ceñido al talle la bandera de España que le colocaron los cadetes que estudian
para Geos en la academia de Artillería. Don Anacleto me confiesa que no añora
nada, no ambiciona nada, sólo aguardan que den las ocho y media para ir a cenar
a la residencia. Es un hombre feliz. Yo también l