Homenaje al padre Martino, jesuita asturleonés
La Facultad de Filología de Murcia, que es el más importante centro de estudios clásicos de España, acaba de rendir homenaje al padre Eutimio Martino Redondo (Oseja de Sajambre 1925) por sus estudios historiográficos sobre los cántabros y astures y sus guerras con Roma. Toda una vida dedicada a la paleografía y a los usos y costumbres de la zona que rodea a los Picos de Europa, su toponimia y sus costumbres con libros que son una “must” para los eruditos con títulos como: “En torno a Liébana”, “Roma contra cántabros y astures”, “Las huellas de las Legiones”, así hasta completar casi medio centenar de títulos. Toda una vida dedicada al estudio y a la oración. Acaba de cumplir las bodas de diamante como jesuita. Ingresó en 1942 en la Casa de la Compañía de Carrión de los Condes, de cuyo colegio fue alumno Pérez de Ayala, y allí se ambienta su novela polémica "A. M. D. G.".
Creo que Asturias tan íntimamente hermanada con León debiera conocer la obra de este gran erudito y religioso. Una obra comparable a la del padre Feijoo. Al padre Eutimio, que fue mi profesor de Literatura en Comillas, le debo mi pasión por los libros, así como el espíritu crítico y de rebeldía por amor a la belleza y a Jesucristo.
Me enseñó a no comulgar con ruedas de molino. Contra viento y marea algunos se le echaron encima por decir que la ciudad de León no fue fundada como campamento de los soldados de Augusto y padeció destierros cuando lo trasladaron desde la capital, donde tenía sus queridos libros y apuntes de toda una vida, a Villagarcía. Casi igual que el P. Isla, en cuya casa de la compañía de Villagarcía de Campos reside ya un poco viejín aun cuando de mente muy lúcida.
Descubrió que León no fue fundado por los legionarios romanos de la Legio VII y que Cervantes era de un pueblo de Galicia a la linde del Bierzo.
Yo, en mi modestia, he descubierto para gloria de las letras castellanas que el Lazarillo no es anónimo como se venía creyendo. Lo escribió Cristóbal de Villalón, seudónimo que corresponde al de Andrés Laguna.
Don Eutimio, cuando nos enseñaba Retórica en aquel alcázar de espiritualidad que era el caserón de Comillas a mediados del pasado siglo, sobre un cerro lamido por las olas del Cantábrico, acababa de llegar de Fráncfort y se le notaba un poco el deje alemán.
Recuerdo sus labios gruesos, su simpatía campechana, aparecía siempre risueño (pertenece a esa clase de intelectuales que saben sonreír ante las flaquezas humanas). Y la rotundidad con que expresaba sus conceptos.
A mí me tuvo entre sus alumnos predilectos, pero debido a mi anarquía y porque yo debo parecerles a mis amigos algo ceporro me retiró de su buen concepto, aunque no fue tan malo para mí como el padre Eguillor, que no perdía ocasión para zurrarme la badana coram populo y delante de todo el mundo. A lo mejor me lo merecía.
Tenía a gala humillarme siempre en público. “Parra, tú no das la talla, tú no vales”. Y me mandó para mi Seminario de Segovia y mira que yo por entonces acariciaba la idea de ser obispo... La Universidad de Comillas era el lugar adecuado. También yo quise ser jesuita y que me mandasen al Russicum de Roma para evangelizar a los rusos.
¡Cosas tiene la vida! Ahora los rusos me evangelizan a mí.
A Eguillor, el jesuita vasco, la caridad de Cristo le salía por las orejas... ¡vaya un tío!
Psicológicamente, me hizo mucho daño aquel hijo de San Ignacio. Ya todo pasó, todo perdonado, aunque quede el estigma.
Sin embargo del padre Martino Redondo y del padre Heras, aquel maestrillo que era un bendito, conservo un recuerdo muy grato.
Supe que los que seguimos a Cristo siempre seremos perseguidos e incomprendidos. No pasamos por el aro, somos poco acomodaticios. Todo aquello ya pasó y cuando regreso a mi alma mater comillense hoy, y veo aquel gran centro de estudios vacío y destartalado, me entran ganas de llorar. ¿Qué fue de tanto galán, qué se hizo de aquella fábrica de obispos, aquellas voces en el refectorio aquellas misas cantadas del padre Prieto, aquellas conferencias de Pérez Lozano?
Plasmé esta melancolía en mi novela "Seminario vacío", que no sé si el padre Martino habrá leído. En todo caso pienso de este jesuita asturleonés que su larga andadura vital corrobora la verdad del salmo: “Justus ut palma florebit”. El justo florecerá como la palmera.
Así pues, felicito al padre Martino por su larga andadura y pido Dios que nos lo conserve para bien de la cultura y de la SJ.
“Mnoga lieta” dicen los rusos y “ad multos annos” decíamos nosotros por aquel entonces en el Salón de Grados.
El padre Martino, oráculo de la historiografía de la España antigua, es el español que más sabe del mundo hispanorromano.
Habla diez idiomas. Es un sabio al que debiéramos imitar. Creo que los libros han alargado su trayectoria hasta alcanzar la edad provecta. El 5 de mayo cumplirá los 93 ad maiorem Dei glor
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